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Durante el último debate presidencial de 2012, cuyo foco era la
política exterior de los Estados Unidos, la única mención a América
Latina fue la que hizo Mitt Romney cuando formuló el conocido
llamamiento a expandir el comercio hemisférico. Eso fue todo. Por esa
razón, hay que perdonar a los que vieron el debate si suponen que, en
las famosas
palabras de Richard Nixon, “América Latina no cuenta para nada”.
Excepto que América Latina,
sí, cuenta, tanto económica como
estratégicamente, y su importancia para los Estados Unidos no hará más
que aumentar en los próximos años. Lo cual plantea la siguiente
cuestión: ¿Qué significa exactamente que un presidente de los Estados
Unidos ejerza un genuino liderazgo con respecto a América Latina?
Bill Clinton ejerció verdadero liderazgo cuando abogó por el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por su sigla en inglés),
frente a la fuerte oposición de su propio partido que, por entonces,
controlaba las dos cámaras del Congreso. George W. Bush ejerció
verdadero liderazgo cuando empujó enérgicamente a los republicanos
indecisos de la Cámara de Representantes a que apoyaran el Tratado de
Libre Comercio de América Central (CAFTA, por su sigla en inglés). (De
acuerdo con Fred Barnes, en un
artículo publicado en
The Weekly Standard,
en julio de 2005, cuatro días antes de que la Cámara de Representantes
emitiera su voto, “Bush se reunió con los representantes individualmente
y en pequeños grupos. Y el día mismo de la votación, Bush se trasladó a
Capitol Hill para pronunciar un discurso ante la Conferencia
Republicana de la Cámaro de Representantes, en la que habló con pasión
durante 45 minutos sin texto escrito y respondió luego a docenas de
preguntas”.) De la misma manera, Bush ejerció verdadero liderazgo,
cuando
modificó
el Plan Colombia de modo que Bogotá pudiera usar la asistencia contra
las drogas en su lucha contra las guerrillas de la FARC y del ELN.
El presidente Obama no ha ejercido aun la misma clase de liderazgo en
ninguna cuestión hemisférica de real importancia. Aun Rosa Brooks, una
demócrata liberal que enseña derecho en la universidad de Georgetown y
fue funcionaria de los gobiernos de Clinton y de Obama, admitió
recientemente que Obama ha “ignorado prácticamente” a América Latina. En
efecto, los mayores logros de Obama en la región provienen, en su
totalidad, de iniciativas de la época de Bush.
Por ejemplo, el gobierno de Obama ha firmado acuerdos bilaterales con
Colombia y con Panamá. Pero esos acuerdos se firmaron originalmente
cuando Bush era presidente.
Obama ha tratado de concluir un
Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica
(TPP) que incluiría a Chile, México y Perú. Pero las negociaciones con
respecto a TPP tuvieron lugar durante la presidencia de Bush.
El gobierno actual aumentó la cooperación con México en materia de
seguridad mediante la Iniciativa de Mérida. Pero esa iniciativa se creó
durante la presidencia de Bush.
El historial de Obama en América Latina va, por cierto, más allá de
finalizar o expandir iniciativas de la época de Bush.
Desafortunadamente, ese historial está lleno de reveses, tropiezos y
fracasos diplomáticos.
Cuando el gobierno de Obama intentó (prudentemente) aumentar la cooperación militar con Bogotá mediante
un nuevo acuerdo sobre bases militares, la suprema corte de Colombia declaró que, sin la aprobación del congreso nacional, el acuerdo era
inconstitucional. (El presidente colombiano Juan Manuel Santos decidió no tratar de conseguir la aprobación del congreso.)
Cuando el gobierno de Obama exigió (con imprudencia) que restituyeran
en la presidencia de Honduras a Manuel Zelaya, el acólito de Chávez, a
pesar de sus ataques contra el orden constitucional, el gobierno
provisional de Honduras, encabezado por Roberto Micheletti, dijo que no,
iniciando así un largo período de tensiones sin resolver. Finalmente,
Washington renunció a reinstalar a Zelaya y Micheletti continuó en la
presidencia hasta que asumió el cargo Porfirio Lobo, que triunfó en las
elecciones celebradas en Honduras después de la caída de Zelaya.
Cuando el gobierno del presidente Obama le extendió un ramo de olivo a
Cuba, disminuyendo el rigor de las sanciones y proponiendo un “
nuevo comienzo” en las relaciones bilaterales, el régimen de Castro encarceló al contratista de USAID
Alan Gross y reprimió enérgicamente a los activistas por la democracia en toda la isla.
Cuando intentó mejorar las relaciones con el presidente ecuatoriano
Rafael Correa, que es otro cuasi autoritario discípulo de Chávez, el
gobierno de Obama sufrió una nueva decepción. En junio de 2010, la
secretaria de Estado Hillary Clinton viajó a Quito,
le dio un abrazo a Correa y
declaró
que “las metas que el Ecuador y su gobierno se proponían eran metas con
las que concordaban los Estados Unidos”. Menos de un año después, el
gobierno ecuatoriano
expulsó
a la embajadora norteamericana Heather Hodges a causa de los
comentarios críticos que había hecho en cables filtrados por WikiLeaks. Y
ya que hablamos de WikiLeaks, Correa le
otorgó asilo a Julian Assange en agosto de este año, pocos meses después de
haber boicoteado la Cumbre de las Américas.
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