Sin dudas carismático y popular, las extrañas condiciones que provocaron su desaparición, más la poca información al respecto continúan disparando las muchas interrogantes que estimulan una controversia, que aun pasado los cincuentas años, se mantiene abierta. Lo interesante, es que igual polémica despierte referirse a Arnaldo Ochoa.
La suspicacia callejera, o el sentido común nos indican que quien no puede asimilar que un avión caiga al mar sin dejar ni un mínimo rastro, tampoco pueda creer que un militar de la isla participe en narcotráfico, y usar a su antojo los recursos del Estado a espalda y sin conocimiento de sus gobernantes.
Se entiende que en un régimen como el cubano la palabra "inocente" siempre sobra; todo en la isla forma parte de una cultura de corrupción que predomina en la más alta esfera. Pero…, qué pueden tener en común Comandante y General.
Veamos. Camilo y Arnaldo, cada uno en su tiempo, fueron hombres respetados, audaces, atractivos, críticos y joviales, seguidos por sus subalternos; una completa que desata roña. Líderes que compartieron, además de su poca instrucción y sobrados méritos militares, ese espíritu aventurero que resulta seductor ante las masas.
Hoy, para muchos, ambos son héroes; para otros, son fantasmas revoltosos que martillan conciencias.
Es tiempo de reescribir nuestra historia sin caer en apasionamientos, y sin hacer gala excesiva de esa extraña habilidad que muchas veces tenemos de convertir a un hombre en Dios o a un mortal en Lucifer. Las cosas tal cual, Herodes sí fue un Dictador, pero también fue el constructor más grande que haya dado el mundo antiguo.
Ni el “Insigne de Yaguajay” ni el “Temerario de Cuito Cuanavale”, competían en publicidad con la figura de Fidel. Todo lo contrario, mantuvieron lealtad por su “Jefe” y constan testimonios que dan fe de ello.
Uno a priori y otro a posteriori, los dos, siempre le sobraron a Raúl Castro, envidia, sentimiento propio de personas mediocres, y que prevalece en el actual presidente de Cuba.
He escuchado mucho; pero no tengo evidencias con las que se pueda unir el cadáver de Camilo con la bala de Raúl; pero sí con el cuerpo de Ochoa.
—Ahí donde tú estás sentado, estuvo sentado Ochoa y por no decirme “la verdad” mira lo que le pasó.
Esas fueron las palabras que una mañana de diciembre del 2003 recibí de Raúl Castro durante un interrogatorio que me hizo en su oficina del cuarto piso del MINFAR. Saque Ud., sus propias conclusiones. Para mí fue suficiente.
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