www.europapress.es |
También el embargo fue una respuesta a las expediciones filibusteras enviadas por La Habana desde el mismo año 1959 a países como Santo Domingo, Panamá, Venezuela, Guatemala, Nicaragua y Colombia con el objetivo de imponer en ellos el modelo comunista; además de una respuesta a la estructuración de redes internacionales de subversión y desestabilización con el propósito declarado de incendiar el continente americano.
Lo primero que salta a la vista aquí es que Castro no se vuelve malo y despechado y va a echarse en la cama con el amo soviético porque Washington lo obligó a ello con su incomprensión, la dura retórica y las medidas del embargo; como se ha asegurado con una ingenuidad rayana en la bobería. La verdad parece ser que Estados Unidos apostó a favor de Castro desde el año 1958 cuando decretó un embargo a la venta de armas para el gobierno de Batista, que una vez llegado Castro al poder hizo todo lo humana y diplomáticamente posible por tener unas relaciones cordiales con el nuevo detentador del poder en la vecina isla y que las presiones norteamericanas, en verdad tímidas, fueron una respuesta a la desbocada conversión de Cuba en satélite soviético nada menos que en su propio traspatio. Entonces, si el embargo económico derivó en un arma política para Washington, es explicable que los cubanos anticastristas vieran con simpatía esa arma e intentasen utilizarla para su propio beneficio en contra del enemigo y que, lógicamente, procurasen mantenerla a toda costa; arma que, la verdad sea dicha, nunca se ha usado cabalmente pero que en ocasiones es la única que se ha usado.
Al exilio cubano se le ataca por apoyar una política de mano dura en contra de Cuba, dicen, en una manipulación del uso del lenguaje que intenta hacer ver que Cuba y Castro son una cosa y lo mismo; así, de un plumazo, se confunde a la víctima con el victimario. Se nos quiere convencer de que cualquier daño infligido al victimario es un daño infligido a la víctima. Dicen por otro lado que con Castro hay que ser respetuosos y moderados, que no se le puede ofender ni con el pétalo de una rosa porque entonces se pone muy bravito y puede llegar, oigan esto, a atrincherarse y aumentar la represión; como si desde siempre no hubiese estado atrincherado y reprimiendo, como si fuese un pobre tipo incomprendido que hay que mantener contento a todo trance; un tipo que nunca sería responsable por ningún crimen, sino que, los responsables serían los otros, los que le ofrecen resistencia y le impiden (¡faltaba más!) andar a sus anchas en la impunidad.
La verdad es que la historia de Castro muestra que sólo se detiene ante la fuerza, que sólo a la fuerza respeta y que su diálogo el de la fuerza es; y por ahí entramos en otro de los tópicos que más detractores ha sumado al denominado núcleo intransigente del exilio, el de su negativa a dialogar con Castro; no por falta de disposición y capacidad para el diálogo como se pretende, sino por la comprensión meridiana de la imposibilidad de conversar con Castro, o al menos conversar para que democratice al país y deje vivir civilizadamente a los cubanos. Con Castro y el diálogo parece ocurrir como con la interpretación hermética y ocultista del mandamiento bíblico del “No matarás” que advertiría a los hombres no acerca de la prohibición del acto de matar, que sería en última instancia un acto imposible debido al principio de la eternidad del alma. Si el Antiguo Testamento apercibe a los incautos de la pérdida de tiempo en el intento de liquidar a un prójimo, el exilio por su parte apercibe a los incautos de la misma pérdida de tiempo en el intento de dialogar con ese prójimo a 90 millas llamado Castro.
Los hechos demuestran eso una y otra vez, pero no importa, una y otra vez hay individuos, organizaciones, instituciones y gobiernos empeñados en dialogar con Castro, en oír monologar a Castro, y se dan situaciones que lindan entre lo ridículo y lo kafkiano como el accionar de esos personajillos que periódicamente llegan de Cuba después de viajar allí en parafernalia mediática y declaran (orondos que no les cabe un alpiste en el tercer ojo), el haber conversado con Castro seis horas seguidas, mayormente durante las noches y hasta el amanecer; pero a los pocos días vienen otros que más osados rompen el récord y proclaman erotizados haber conversado siete horas seguidas con Castro; alguno de esos va y sale con algún preso, prueba de que con Castro sí se puede hablar y obtener concesiones (¡hombre lo que hay es que tener talante!); pero nada más dar la vuelta el personajillo, o antes de darla, ya Castro ordena que metan tras las rejas no a uno, sino a ocho infelices, negocio redondo, suelta uno y mete ocho; y entre tanto el personajillo dialogante acrecienta su capital político, tranquiliza su conciencia y aplaca las críticas de esos incómodos e inciviles exiliados de Miami. Es como si la política internacional respecto al régimen cubano se hubiese reducido a una especie de periódicos campeonatos de la conversadera.
La realidad es que en el exilio siempre ha habido organizaciones dispuestas al diálogo probablemente debido a una mezcla de principios y estrategia; no porque verdaderamente crean en la posibilidad de llevarlo a cabo. Me refiero, por supuesto, a organizaciones serias y realmente anticastristas…; no a esas otras, en verdad la mayoría de las que proclaman el diálogo con La Habana, que sólo pretenden hacer el juego a la tiranía (que gane tiempo y dinero), y que de paso engañe a los incautos en Washington o en Bruselas.
El terco acontecer se encarga de enseñar que cualquier intento de ablandar la política respecto al comunismo isleño, deviene no en un relajamiento de éste en pago a las buenas intenciones mostradas, sino en un aumento del endurecimiento y la agresividad del mismo; pues la característica gansteril del comunismo, y en ello Castro es impecable e implacable, nunca ve las concesiones del enemigo, o el simple adversario, como gestos de buena voluntad; sino como prueba irrefutable de su debilidad. Por ello, en 1974, cuando Estados Unidos procuró un acercamiento con el régimen de Castro y el presidente Gerard Ford sin pedir nada a cambio decretó un levantamiento de algunos aspectos del embargo, y permitió que compañías estadounidenses radicadas en terceros países, o sus sucursales, pudieran establecer relaciones comerciales con la tiranía, ésta no respondió con una apertura política en el plano externo o interno, como esperaríamos acorde con los pronósticos de la progresía, sino que ocurrió todo lo contrario: Castro ordenó el desencadenamiento de la intervención militar en Angola, Etiopía y Namibia, envió contingentes de tropas y asesores a involucrarse en el conflicto del Oriente Medio (una brigada de tanques de la isla combatió en las Alturas del Golán de parte del régimen de Siria y contra el Estado de Israel) y en las guerras de Indochina. Mientras que eso sucedía en el exterior, dentro de Cuba los isleños seguían con la cartilla de racionamiento, las cárceles repletas y los fusilamientos puntuales al amanecer; junto a una escalada de la retórica monolítica y los cánticos guerreristas, disparados sin piedad a los aturdidos oídos de los transeúntes desde altoparlantes instalados en cada cuadra sobre los viejos y descascarados camiones militares rusos.
A los cubanos de Miami se les señala como esencialmente criminales y anticubanos, al son de la Guantanamera entonada por Castro y sus cajas de resonancia, por el apoyo decidido a eso que denominan bloqueo yanqui. La primera falsedad evidente aquí es que se le llama bloqueo a lo que no es otra cosa que embargo, embargo que en la mayor parte del tiempo se cumple a medias y a regañadientes. Lo de bloqueo no es más que una reminiscencia de la mentalidad militarista de Fidel Castro en el manejo del lenguaje que suele confundir la limpieza de un campo de caña con una batalla y el azote de un viento platanero con una invasión imperialista y que, como hemos apuntado anteriormente, extrapola los marcos territoriales del totalitarismo isleño e infecta en su manipulación el mundo mediático. Así, por poner un caso, en el titular de un cable de la AFP del 27 de septiembre de 2005 se puede leer: “Endurecimiento de bloqueo de Estados Unidos a Cuba golpea finanzas y viajes familiares”. Aparte de llamar bloqueo a lo que no lo es, repite el lugar común de confundir a Cuba con su verdugo y señala sutilmente como culpable de la separación familiar cubana, no al verdugo entre cuyas prioridades estuvo siempre dañar los lazos de sangre entre los isleños para más fácil poder someterlos, sino al arma que procura combatirlo, y detrás de esa arma, por supuesto, la Derecha Norteamericana y la Mafia Cubana de Miami.
Al embargo, y a los exiliados cubanos que cabildean constantemente para mantenerlo, se le pretende culpar de la escasez de alimentos y medicinas en la isla, cuando lo cierto es que Cuba no tiene limitaciones para comerciar con el mundo entero, excepto con Estados Unidos, y que alimentos y medicinas pueden ser comprados por los agentes del régimen en México, Panamá y Canadá, por sólo mencionar países del entorno regional; países donde, irónicamente, esas medicinas y alimentos pueden comprarse a más bajos costos; de hecho las medicinas en dichas naciones se adquieren al menos a un 25 % más baratas que en Estados Unidos. En cuanto a los alimentos, ni siquiera habría que ir a buscarlos a ningún otro lugar fuera de esa isla que posee los suelos más feraces que imaginarse pueda; para probar lo anterior no hacen falta estadísticas, baste saber que los niños campesinos solían jugar, en tiempos más felices, a lanzar puñados de maíz al azar sobre la tierra sin cultivar para, al cabo de unos días, ver asombrados y alborozados el milagro de la fertilidad manifestado en matitas que se prendían sin más a la superficie de la tierra.
La verdad es que no habría que buscar los alimentos básicos de la dieta nacional en ninguna parte, si sobre la isla no se hubiese aplicado el más terrible de los bloqueos, ¡éste sí!, a la iniciativa y propiedad privadas, a la libertad en suma, que hacen del socialismo no sólo el sistema más ineficiente de la historia, sino el más eficiente en la multiplicación de la miseria. Caben aquí al menos dos preguntas: ¿Cuál es el embargo que prohíbe al cacao producido en las provincias orientales de la isla pasar a las provincias occidentales? Aceptemos que el embargo norteamericano pudiera dificultar el trasporte por la falta de combustible y piezas de repuesto, etc; pero, ¿cuál es el embargo que prohíbe al cacao bajar a lomo de mulo desde las montañas hasta esas mismas ciudades orientales ubicadas en sus faldas? ¿Cuál es el embargo que impide a los niños occidentales y orientales por igual comerse sus chocolatinas? ¿Cuál es el embargo que impide a los frutos del mango pasar a lomo de bicicleta desde las frondosas arboledas en la carretera de Rancho Luna hasta la ciudad de Cienfuegos, situada nada más que a dos o tres kilómetros de distancia de donde los mangos se pudren en el suelo? Por cierto, niños hambrientos de la otrora Perla del Sur que han intentado romper el bloqueo castrista sobre los mangos han muerto asesinados a tiros por efectivos de la policía del régimen; pregunten (¡vayan y pregunten!) a las madres de esos niños acerca de la crueldad del embargo norteamericano.
Referente a la medicina, es bueno recordar que pese al embargo es precisamente Estados Unidos el país que más medicinas dona a Cuba y que en los últimos años, según datos de la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba, esas donaciones han alcanzado cifras superiores a los 472 millones de dólares. Medicinas que por otra parte no van a parar a los hospitales del llamado pueblo trabajador, de eso nada, van a parar a los hospitales para celebridades y dignatarios extranjeros donde se paga única y exclusivamente en la moneda del enemigo, quiero decir en dólar, y a los hospitales donde se atiende a la clase gobernante y se paga en lealtad y sumisión perrunas. En esos hospitales no faltan medicamentos ni los más modernos equipos. Esas medicinas también se venden por dólares en las llamadas diplotiendas para extranjeros de a pie, no importa que sean de a pie, pero que sean extranjeros y paguen con los verdes patriotas norteamericanos. ¿Y los alimentos donados durante las famosas campañas de solidaridad con Cuba? Se les puede adquirir en los hoteles para turistas, los únicos que hay, y en las mencionadas diplotiendas, previo pago en divisas convertibles.
Según cifras de la citada Fundación para los Derechos Humanos en Cuba, durante los últimos 20 años anteriores a la espectacular desintegración de la Unión Soviética, el régimen cubano recibió de su metrópoli eslava unos tres mil millones de dólares al año en subsidios. Ese dinero, es de destacar, no fue usado para mejorar los niveles y condiciones de vida del pueblo cubano, ni para emprender obras públicas significativas y remodelar las ciudades del país, desvencijadas por la desidia y la ineptitud.
Nada de eso. El pueblo y las ciudades siguieron en su declive hacia lo que algunos analistas nombran como la acelerada “haitianización” del país. Ese dinero fue empleado en crear el octavo ejército más grande del mundo; capaz de librar guerras en los más recónditos lugares del planeta, nada menos que un ejército imperial (¡téngase en cuenta que estamos hablando de una pequeña nación del tercer mundo, como gusta decir la propaganda misma del régimen!). Ese dinero fue usado para la subversión de los gobiernos latinoamericanos, para las mencionadas guerras en el África y para engrasar convenientemente la maquinaria represiva del Ministerio del Interior con unos 92 mil agentes y otros miles más de informantes, conocidos popularmente como chivatos, para el sostenimiento del Dr. Castro en el poder.
Hasta aquí se evidencia que esos exiliados esencialmente criminales y anticubanos, lo que realmente logran con su apoyo decidido al embargo es privar al régimen de unos recursos que serían empleados, no para beneficio de la población, como los hechos demuestran, sino para financiar sus aventuras militaristas internacionales y el sofisticado aparato represivo dentro de Cuba. De hecho, a partir del momento en que Castro ha comenzado a recibir los subsidios petroleros del ex golpista Hugo Chávez hemos visto un renacer de la inestabilidad política y social en América Latina, se rumora inclusive la posibilidad de revivir el imperio comunista del Bloque Este en Latinoamérica con La Habana y Caracas como capital dual, y una vuelta anunciada (casi como la Crónica de una muerte anunciada de su íntimo Gabriel García Márquez) al férreo estatismo staliniano de las décadas pasadas, esas en que recibía miles de millones de rublos por la tubería soviética. Estatismo estaliniano que los ingenuos creían superado y que no era otra cosa que retroceso táctico por la orfandad financiera en que deja a Castro la caída del comunismo en Europa Oriental.
Y a los hechos me remito: en noviembre de 2005 el semanario Tribuna de La Habana, órgano del Comité Provincial del Partido Comunista, da a conocer con orgullo revolucionario el parte de la heroica batalla entablada en contra de los mercados libres campesinos[1], esos que habían sido abiertos en los años 80, cerrados luego, y abiertos nuevamente en los 90; batalla, según afirma el libelo, librada a base de redadas policíacas en las que se decomisó a los llamados cuentapropistas, sólo en la capital y en cuestión de horas, 1700 quintales de mercancías y 36 camiones de carga; redadas efectuadas al calor de patrióticas declaraciones de Castro en contra del insolente dólar norteamericano, ese mismo que él había legalizado e impuesto en la economía cubana para paliar el descalabro financiero de la década pasada; por cierto que miles de jóvenes cubanos fueron a parar a las cárceles por uso y tenencia ilegal de dólares, que muchos de esos jóvenes continuaron en las cárceles aún después de que la moneda estadounidense fuese legalizada y (¡horror!) si finalmente Castro vuelve a penalizar el uso y tenencia de dólares, algunos de esos jóvenes continuarían todavía purgando sus penas tras de que su delito hubiese desaparecido y vuelto a aparecer en el panorama de la economía isleña, y al cabo de 12 años; jóvenes que habría que recordar en el futuro democrático de Cuba como verdaderos luchadores (así les nombra el pueblo), a favor del capitalismo y la libertad de comercio en la isla.
¿Alguna moraleja? Sí, por supuesto, apriétese decididamente el cuello de Castro y, acción reflejo, éste inmediatamente se verá obligado a dar un alivio a su propia presión sobre el cuello de sus víctimas, dentro o fuera de la isla; déjese respirar a Castro a sus anchas y estrangulará a sus víctimas, dentro y fuera de la isla. De entrada, la tan manoseada apertura de los cuentapropistas y un cierto dejar hacer de la disidencia más moderada en la década del 90, así como una disminución considerable de su laboreo subversivo en el continente, no fue otra cosa que una consecuencia del descalabro económico por la desaparición de los subsidios soviéticos y el mantenimiento, pese a todo, de las medidas restrictivas del embargo.
Por tanto, parece que el mantenimiento del embargo que procuran esos exiliados de Miami no sólo se encamina a dificultar las violaciones de los derechos humanos en Cuba, sino a hacer del mundo un lugar menos violento e inestable.
Respecto al embargo se han puesto de moda teorías muy curiosas, a la derecha y a la izquierda del espectro ideológico. Una de ellas apunta a que Castro en realidad no quiere que le levanten el embargo, mientras otra va más lejos en la especulación y asegura que éste caería irremediablemente en cuanto se lo levanten. Es como si siempre hubiese que buscar un culpable por la permanencia de Castro sobre el caballo del poder, un culpable que paradójicamente nunca sería el propio Castro y su aparato represivo; sino una entidad, digamos, ante la cual Castro no sería tan malo, puesto que es ella y no Castro la responsable de que éste se comporte como un empedernido dictador.
Uno se queda atónito. ¿Serán tontos o se hacen? Es lo que comúnmente uno esperaría oír de la izquierda y sus intelectuales. Pero, ahora resulta que un conservador y anticastrista de la talla del español José María Aznar asegura en su libro Retratos y perfiles: De Fraga a Bush (Ed. Planeta, Madrid, 2006) haberle dicho a Castro en una reunión en La Moncloa que si de él dependía levantaba el embargo y acababa con su régimen en tres meses, que éste era uno de sus grandes aliados. Aznar agrega en su libro que Castro le contestó que él necesitaba el embargo para esta generación y la siguiente. Es decir que un conspirador consuetudinario como Castro le confiesa sin más, no digamos ya a un amigo entrañable, sino a un enemigo ideológico del calibre del ex presidente del Gobierno Español, su más íntimo secreto para sostenerse en el poder y mantener la tiranía. ¡Castro nada menos!
Pero Aznar no está solo, le acompañan los granjeros de la extrema derecha del Oeste Medio norteamericano que ahora cabildean desesperadamente (¡compromisos contraídos en La Habana entre mulatas y daiquiris!), para que se levanten las restricciones del embargo al régimen comunista con un lema de campaña que asegura que ellos serían los democratizadores de la isla con sus intercambios comerciales (¿no pretendían lo mismo los intercambios culturales de la izquierda?), y sus sombreros alones recalentados al sol del mediodía que cae como plomo derretido sobre las televisadas, CNN incluida, Ferias Agrícolas de La Habana; allí donde los isleños hambreados se agolpan tras las cercas, siempre tras las cercas, para ver si les lanzan una postica de pollo imperialista.
La lucha por el levantamiento del embargo parecería unir en el mismo noble empeño a gente muy dispar, gente que probablemente en ninguna otra cosa estaría de acuerdo, o que en cualquier otra cosa andaría a la greña, como el mencionado ex jefe de Gobierno de España por la derecha, José María Aznar, y el ex mandatario de esa nación por la izquierda, Felipe González, por no hablar del patriarca franquista y ex presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, o el mismísimo Francisco Franco y Bahamonde (¡Caudillo de España por la Gracia de Dios!), que en vida fuera probablemente el mejor aliado occidental de Fidel Castro para la violación del embargo estadounidense, así como el ex gobernante de ese país por el Partido Socialista, José Rodríguez Zapatero. ¿Alguien en su sano juicio se atrevería a probar de ese coctel molotov del sinsentido, los intereses y la ideología?
Parecería que Fidel Castro es un idiota redomado empeñado en gastar millones de dólares para que le levanten el embargo y que, al mismo tiempo, no quiere que se lo levanten porque se caería (¡supongo que de la cama y de la risa!). Gastos que incluyen la compra en efectivo, y hasta por adelantado, a los agricultores estadounidenses con vista a crear la absurda idea de que su finca es un gran mercado que se estaría perdiendo Estados Unidos por culpa de esos fanáticos aguafiestas de Miami que mantienen secuestrada la política exterior norteamericana respecto al régimen de la isla; cabe apuntar en este punto que si bien se nos había venido asegurando que los cubanos exiliados eran unos lacayos del imperialismo que apoyaban sin escrúpulos las medidas contra la isla, ahora resulta por el contrario que sería el imperialismo el lacayo de los exiliados; puesto que son ellos los que mantienen secuestrada la política exterior de ese imperio en relación con Cuba. Compras que realizan los oficiosos agentillos del régimen en diferentes distritos electorales para estratégicamente contar con un mayor número de representantes que, presionados por sus votantes productores de granos, presionen a su vez al gobierno estadounidense con el objetivo de que levante las restricciones comerciales.
¡Cómo pretender que Castro prefiera el embargo, cuando éste ha causado en los últimos 40 años unos 82 mil millones de dólares en pérdidas a sus arcas! Al menos eso es lo que asegura el último informe de la tiranía (septiembre de 2005), que se gasta el obvio y lacrimoso título de Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos a Cuba. Por lo pronto, si lo que realmente quisiera es permanecer embargado, ¡reconozcamos!, el hombre debería ser un poquito menos enfático en lo que pide no vaya a ser que, ¡ay!, se lo levanten.
No sé si se han fijado que lo primero que piden todos esos intelectuales que simpatizan con la tiranía cubana en sus declaraciones y cartas abiertas es el levantamiento del embargo, como también es lo primero que piden en sus conclusiones todos esos costosos congresos y encuentros que organiza el régimen con semanas pagadas en hoteles de Varadero (el servicio incluye circuitos cerrados de televisión y micrófonos a cargo de la policía política para grabar las probables escenitas comprometedoras entre un intelectual de fuste y un nativo de fusta), como también es lo primero que piden los escritores cubanos de la isla cuando se les permite viajar al exterior o los escritores cubanos, dizque exiliados, residentes en el exterior cuando se les permite viajar a la Feria del Libro de La Habana en la Cabaña (esa fortaleza colonial donde el Che fusilaba a los infelices cubanos), al Premio Casa de las Américas o a cualquier otro evento de relaciones públicas organizado por el comisariado cultural del régimen.
La verdad es que no todos los que piden el levantamiento del embargo son castristas, ni mucho menos, pero no deja de ser verdad también que todos los castristas, sin fallar, piden el levantamiento del embargo.
Porque, vayamos por partes, decir que Castro no quiere que le levanten el embargo porque entonces se quedaría sin pretexto para la represión y la ruina económica del país, además de no ser serio, es una inapropiada subestimación del dictador caribeño, pues de otra manera nadie pretendería que éste necesite una coartada moral para proceder en el desempeño de su dictadura; y no la necesita porque (deberían saberlo a estas alturas) Castro es dueño de una moral superior, esto quiere decir, más allá de toda moral, la moral revolucionaria, esa que como ya sabemos es doble, triple, cuádruple, infinita en sí y para sí; y en caso de necesitar coartadas morales, él sabría perfectamente como inventarlas. Si no es el embargo sería el recalentamiento global, la Enmienda Platt o la toma de La Habana por los ingleses en 1762.
De hecho, cuando le levanten el embargo, si es que alguna vez se lo levantan, lo primero que verían los azorados norteamericanos es a los tribunales castristas, los mismos del paredón, demandar a Estados Unidos por miles de millones de dólares como compensación, justa y necesaria dirían, por concepto de las pérdidas producidas por el embargo y, convenientemente, el régimen seguiría reprimiendo y mantendría al país en ruinas porque después de medio siglo de cruel bloqueo, ¡cómo se les ocurre a esos gringos y otras especies pensar que una pequeña nación como la nuestra puede darse el lujo de la prosperidad, la propiedad privada, los derechos humanos y otras zarandajas!
Uno de los argumentos que se esgrime como prueba de que Castro no quiere que le levanten el embargo es que, aseguran rotundos, cada vez que hay un intento de acercamiento él reacciona con una acción agresiva para no verse en la embarazosa situación de que (¡huy qué miedo!) le levanten las llevadas y traídas restricciones; y ponen como ejemplo más socorrido la pulverización en el aire de los aviones de Hermanos al Rescate con sus cuatro tripulantes, en un momento en que la administración Clinton parecía empeñada en levantar el embargo y en normalizar las relaciones con el régimen.
Análisis errado. La verdad es muchísimo más elemental, Castro reventó en el espacio a los dos pequeños aparatos de la organización de exiliados porque, en primer lugar, este episodio criminal venía como anillo al dedo para desviar la atención a los ojos de la opinión pública internacional de los inéditos acontecimientos de fortalecimiento y cohesión de la oposición política interna en torno a Concilio Cubano y, tras la cortina de humo de los aviones que caían, descabezar a la dirigencia y a los más activos dentro de Concilio mediante la cárcel o el destierro; y en segundo lugar, cortaba de raíz una peligrosa alianza entre el exilio miamense y la disidencia interna, alianza en la que Hermanos al Rescate parecía estar a la vanguardia en ese momento, y de paso eliminaba las incómodas incursiones de dicho grupo que ya había dejado llover sobre La Habana octavillas de solidaridad y apoyo con el pueblo y la oposición de la isla; y en un lejano tercer lugar, quizá, el tema del embargo; no es que Castro dé, como dicen, una salida violenta para que se haga prácticamente imposible levantarle el embargo; sino que, en última instancia, lo haría para no verse obligado (en el supuesto de que algo así pudiera suceder con este espécimen) a hacer la más mínima concesión política que conllevaría el toma y daca de los probables acuerdos porque, la verdad sea dicha, ni siquiera alguien como Clinton, o ahora Obama, estaría dispuesto a levantar el embargo a Castro si éste no hace la más leve apertura política, aunque sea de índole puramente formal; y si ese es el precio, por pequeño que sea, ahí sí Castro no quiere levantamiento del embargo ni nada que se le parezca. Aquí tienen una explicación plausible: Castro quiere que le levanten el embargo, pero sin tener que entregar absolutamente nada a cambio.
Hay que decir, no obstante, que el levantamiento del embargo como tal no es la prioridad de Castro; su prioridad es el poder acceder a los créditos y al turismo norteamericanos, es más, usando la lógica de los que sostienen la idea de la conveniencia del embargo como pretexto, es efectivamente muy probable que Castro prefiera el mantenimiento de un embargo nominal, pretexto pintado a su medida, pero que en cambio le abriera las gruesas tuberías de dólares por concepto del degradante turismo gringo y los onerosos mecanismos crediticios.
Lo de turismo degradante lo puede pasar por alto acorde con la dialéctica marxista, en fin de cuentas los turistas estadounidenses, como los canadienses, los europeos o los mexicanos, no irían a hablar de derechos humanos a la población; sino probablemente a acostarse con esa población que (¡eso hay que reconocer como logro revolucionario!), posee entre sus integrantes las prostitutas y los prostitutos más complacientes y de menores tarifas en todo el hemisferio; y lo de los créditos (¡ah!), eso sería verdaderamente su sueño de verano (¡qué subsidio soviético ni subsidio petrolero chavista ni qué niño muerto!), pues los créditos le permitirían el acceso a miles de millones de dólares (¡no rublos ni bolívares, esos papeluchos!), que nunca pagaría y que, obviamente, terminaría pagando el contribuyente norteamericano devenido ahora en sostenedor (¡éste sí!) de la tiranía cubana y su megaproyecto internacional.
Ahora, la única manera de impedir ese acceso de Castro al turismo y el crédito de los estadounidenses es el mantenimiento y endurecimiento, todo lo más que se pueda, del tan atacado e incomprendido embargo. Es cierto que el embargo no va a tumbar a Fidel Castro; pero, aparte de que sí pudiera ser un factor desencadenante, lo más interesante e importante del embargo no es precisamente la caída o no de Castro; lo más interesante e importante es que cuando eso ocurra, como quiera que eso ocurra, el embargo esté ahí como la más poderosa, y probablemente la única, fuerza de negociación al servicio de Estados Unidos y de los demócratas cubanos en la isla y en el exilio; esa que, a falta de una fuerza militar, o de la voluntad de usarla, sería capaz de decirle a los nuevos detentadores del poder en Cuba que la única posibilidad real que tienen de que le levanten las restricciones y de tener unas relaciones normales con Estados Unidos es entrando obedientes por el aro de la democracia y el libre mercado, y, evidentemente, levantarlas no de golpe, sino en la misma medida en que las nuevas autoridades den muestras de seriedad y compromiso, por conveniencia o convicción, con los derechos y libertades fundamentales del individuo.
Reconozco que enseguida saldrán las monsergas sobre la autodeterminación de los pueblos y la imposición de una democracia a la americana; pero la verdad es que en referencia a lo primero, casi siempre de lo que se habla es de la autodeterminación de los tiranuelos de turno para someter a sus pueblos; en cuanto a lo segundo, si lo que se impone es democracia, ¡bienvenida pues la imposición!; y respecto a lo tercero, cuál es el inconveniente con la democracia a la americana porque (dejemos la demagogia), si alguien conoce una democracia moderna que no sea a la americana que venga y me la muestre, no importa dónde prospere, si es democracia siempre tendría que ver con ese fenómeno raro de fines del Siglo XVIII que se nombró Revolución Americana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario