Yusimí Rodríguez
HAVANA TIMES — Después de fotografiar al protagonista de
Este gobierno se preocupa por la gente (2), caminé por la calle Obispo en dirección a la Plaza de Armas. Doblé a la derecha en la Calle Mercaderes, por la fuerza de la costumbre, y vi a otro hombre en silla de ruedas.
Lo había rebasado por un par de pasos, pero decidí volverme. No estaba segura de ofrecerle dinero, porque podía ofenderlo, pero a la vez sentía la necesidad de darle algo.
Lo rechazó. “No te preocupes, guárdalo para ti”. No sirvió de nada que insistiera. Dijo entonces que me había visto algunos fines de semana atrás. “Te detuviste a conversar con una señora en silla de ruedas y le tomaste fotos. ¿Por qué?” (Se refería a Rosa Esther, mi entrevistada en
Este gobierno se preocupa por la gente (I)).
HT: Escribo para el sitio digital Havana Times, le contesté.
Jorge Luís Moreira, mi imprevisto interlocutor de esa tarde, hizo dos cosas que no ha hecho ninguno de mis entrevistados hasta el momento. La primera fue preguntarme si escribía la verdad en el sitio.
HT: Lo intento. Cuando entrevisto a alguien, expreso su punto de vista con respeto, sin tergiversar nada, aunque discrepe de su opinión. Rosa Esther afirmó que este gobierno se preocupa por la gente y yo reflejé lo que dijo, con sus palabras textuales.
Jorge Luís: Precisamente su forma de sustento, que venga a La Habana Vieja a que los turistas le den algo, demuestra que su afirmación no es cierta.
HT: Pero es lo que ella piensa y lo respeto.
Entonces Jorge Luís hizo la segunda cosa que no ha hecho ninguno de mis entrevistados hasta el momento: se ofreció a que lo entrevistara.
Jorge Luís: Cómo ves, nací con una malformación congénita. Tengo 46 años y esta silla de ruedas me la dio Celia Sánchez Manduley. Escribí al Consejo de Estado explicando la situación, y ella me la dio. Después tuve que comprar ruedas por la calle, porque las gomas de esta se echaron a perder con el tiempo, me costaron 600 pesos.
HT: ¿Te pagan pensión por ser impedido físico?
Jorge Luís: Me pagan 135 pesos al mes. Tú sabes que eso no es nada. Antes nos daban doce jabones en el año y un módulo de pañales. Yo tengo un problema de incontinencia, no puedo retener el orine. Si no me dan los pañales ni el jabón, tengo que andar por ahí con peste a orine. Hace dos años que no nos dan nada de eso. No tengo más remedio que venir aquí. La suerte es que yo tengo una licencia de carretillero y traigo periódicos para vender, y puedo estar aquí más o menos legal.
HT: Entonces no te ha sucedido lo que a un señor que vi el domingo. Le falta una pierna y un policía se lo llevaba por pedir dinero.
Jorge Luís: Me han llevado varias veces para Dragones (se refiere a una estación de policía ubicada en la calle de este nombre), por asedio al turismo que es como ellos le llaman. Una vez me llevó el jefe de destacamento Vázquez. Al poco tiempo lo sacaron de ahí.
En el noventa y cuatro estaba haciendo una balsa para irme con un socio, y por eso perdí una oportunidad de irme. Cuando por fin decidimos tirarnos, ya se había hecho el acuerdo ese entre Fidel y Clinton, y uno no podía tirarse al mar. Prefería que me comieran los tiburones que seguir viviendo aquí. Cuando estaba en la playa, pasaron unas camionetas de un canal de televisión extranjera, y yo dije que quería irme. Una tía que tengo en los Estados Unidos me vio allá.
HT: ¿Te ayuda económicamente esa tía?
Jorge Luís: No.
HT: ¿Con quién vives?
Jorge: Con mi madre de setenta y seis años, y una hermana.
Mientras me cuenta su historia, Jorge Luís permanece alerta todo el tiempo. Se deja fotografiar, pero llega el momento en que me pide que guarde mi cámara fotográfica, porque cerca hay otra cámara que lo observa todo. He escuchado antes sobre esas cámaras distribuidas en La Habana Vieja, pero las consideraba parte de una leyenda urbana. Por primera vez, siento que son reales. Tomo apuntes muy rápidos mientras Jorge Luís habla y mira a los lados.
Jorge Luís: Descubrí un almacén con sillas de ruedas y hasta colchones en un lugar del kilómetro 22. Pregunté por qué se almacenaban allí, cuando había tanta gente necesitada de sillas y colchones. Me dijeron que eran para tiempo de guerra.
Otro día supe de unos extranjeros iban a llevar donaciones al Cacahual, y conseguí que unos amigos me llevaran en carro. Me escondí entre unas matas hasta que apareció la guagua con los extranjeros. Cuando se bajaron, empezaron a armar sillas de ruedas, allí mismo. Repartieron muchísimas, lo que pasa es que cuatrocientas sillas no resuelven el problema donde hacen falta cien mil.
Yo aparecí allí y logré arreglar otra silla que tengo en la casa, y además, comí, porque hasta dieron almuerzo. El cubano que estaba al frente de aquello me preguntó cómo me había enterado de que iba a haber donaciones allí, pero yo no iba a perjudicar a la persona que me dio la luz.
Aparece un amigo de Jorge Luís, también en silla de ruedas. Es un hombre que perdió sus dos piernas en un accidente, con poco más de veinte años. Eso no le ha impedido tener mujer y trabajar.
Amigo: “Uno no puede quedarse en la casa, porque se amarga y le amarga la vida a la familia”.
Pero la pensión no le alcanza y ahora debe venir a La Habana Vieja a “luchar”. Me dice que conoce a Jorge Luís hace muchos años y es “un hombre trabajador, luchador y valiente”. Jorge Luís le pide que me diga me cuente sobre los guías de turistas.
Jorge Luís: ¿Quiénes son más corruptos, nosotros o ellos?
Amigo de Jorge Luis: Ellos, porque muchas veces llevan a los turistas a las paladares* para que los dueños les den una comisión. Pero entonces a nosotros nos ponen las cosas difíciles con los turistas.
Jorge Luís: Yo entiendo que ellos necesitan buscarse lo suyo, como todo el mundo. Lo que me molesta es que les dicen a los turistas que en Cuba los impedidos físicos lo tienen todo garantizado y nadie necesita mendigar.
La Revolución hizo mucho por las personas al principio. Con doscientos pesos vivías mejor en los años ochenta, que ahora con quinientos. Pero alguien me dijo una vez que el comunismo es una máquina que comienza bien, pero por el camino se queda sin gasolina.
Nos señalan y hablan de nosotros, y creen que no nos damos cuenta porque hablan en inglés u otro idioma. Yo tengo noveno grado, no soy ningún estúpido. Sé cuándo están hablando de mí, y las cosas que dicen. Eso nos perjudica porque los turistas creen que de verdad pedimos dinero porque queremos y no nos dan nada. Yo te digo a ti que si a mí me dieron 250 pesos por lo menos, en vez de 135, no venía aquí a buscar nada.
Amigo: El problema es que 250 pesos tampoco alcanza aquí para nada.
Jorge Luís: Sí, pero es más que 135, con eso sí me muero de hambre.
Al amigo de Jorge no le agrada la idea de que lo fotografíe o mencione su nombre. Se aleja impulsando su silla de ruedas y otra vez quedo sola con Jorge Luís.
HT: ¿No cree que podría ser peor si hay un cambio de sistema?
Jorge Luís: Momentáneamente empeoraría, pero de todas formas las cosas tienen que cambiar. No podemos seguir así. Este gobierno lleva cincuenta años en el poder y no ha arreglado los problemas.
HT: ¿Entonces no ha habido logros en estos cincuenta años, la Revolución no mejoró la vida del pueblo cubano?
Jorge Luís: Sí, la Revolución hizo mucho por las personas al principio. Con doscientos pesos vivías mejor en los años ochenta, que ahora con quinientos. Pero alguien me dijo una vez que el comunismo es una máquina que comienza bien, pero por el camino se queda sin gasolina.
Durante nuestra conversación, un par de muchachas se acercaron y le dieron algo de dinero. No sé la cantidad. Tampoco estoy segura de que fueran extranjeras. De mí, Jorge Luís no acepta nada. Ni siquiera mis disculpas por no poder invitarlo a un refresco, un helado, un chocolate.
Está feliz por la oportunidad de haber contado su historia. Antes de despedirnos, me cuenta que es miembro de la ACLIFIM (Asociación Cubana de Limitados Físico Motores) y paga puntualmente su cuota de miembro.
Tanta esperanza en su rostro me confunde; me entristece en realidad. No sé qué espera de la entrevista. Quisiera creer que publicarla cambiará algo, que no será solo una fuente de entretenimiento, que los lectores no la olvidarán después de usarla como prueba del mal funcionamiento del llamado sistema socialista cubano.
Pero sé que es mucho pedir. El mundo va demasiado rápido, todos los días aparecen historias tristes, trágicas; demasiadas para que cada una nos conmueva.
—–
*Paladar es la palabra que se usa en Cuba desde la década de los noventa para designar los restaurantes privados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario