¿Que pasa cuando no pasa nada?
Eugenio Yáñez/ Cubanálisis-El Think-Tank
Aparentemente en Cuba no está pasando nada. Después de las jornadas anteriores, con la condena mundial por la muerte de Orlando Zapata Tamayo, las Damas de Blanco diariamente en las calles rodeadas de turbas de fanáticos aupados por el régimen, policías de ese mismo régimen “cuidándolas” para que no se incorporara más nadie a la protesta, y la huelga de hambre y sed de Guillermo Fariñas en todos los titulares de la prensa mundial, ha comenzado una etapa de “reflujo”, donde los protagonistas de ambas partes disminuyen la velocidad, porque tienen que pasar balance y definir las estrategias para las etapas posteriores.
Sin dudas, el régimen salió muy mal parado de ese proceso, estando, como estaba, bajo la lupa de la opinión pública mundial, la aplastante condena del Parlamento Europeo y el rechazo mundial a su intransigente soberbia.
Sin embargo, no hay que pensar que en el tema del poder la gerontocracia es tan inútil como en el de las reformas económicas: cincuenta y dos años de dictadura le han permitido conocer todos los intríngulis de la represión y el manejo de la “situación operativa” lo suficiente para adaptar siempre las estrategias a las realidades del momento, y maniobrar lo necesario para que tal poder nunca peligre estratégicamente, y lo están demostrando en estos momentos.
Tras la coyunda que quisieron imponer a las Damas de Blanco con la exigencia de tener que solicitar anticipadamente permiso para manifestarse, y lanzar sus perros de la guerra a las calles por tres domingos seguidos para acorralarlas, comprendieron que bajo la atenta mirada de la prensa internacional acreditada en La Habana los actos de repudio dejaban muchas más pérdidas que beneficios.
Fue entonces cuando se produjo la sorpresiva maniobra con el cardenal de La Habana, monseñor Jaime Ortega, que tuvo como resultado el anuncio del acuerdo de permitir la marcha dominical de las Damas de Blanco al menos durante el mes de mayo.
No nos engañemos: el mérito no es del cardenal, sino de esas bravas señoras que supieron desafiar la pretendida imposición del régimen, se negaron absolutamente a solicitar los permisos que exigía el gobierno, y continuaron saliendo cada domingo a la misa e intentar posteriormente la marcha por las calles, trayendo como resultado obligar a la tiranía a recurrir continuamente a sus facinerosos, la última vez durante siete horas de escarnio y miserias humanas, pero a la vista de diplomáticos y corresponsales extranjeros, con la consiguiente divulgación mundial de tanto escarnio.
Sin embargo, el régimen comprendió lo fundamental: cediendo a la petición del cardenal, -¿o es que le sugirieron que hiciera tal petición?- podía dar una imagen pública de flexibilidad que necesitaba desesperadamente, y a la vez posibilitaba al cardenal asumir un protagonismo ante la crisis social del país que éste también necesitaba con desespero, después de tantos años de conducta timorata y vergonzoso silencio de la Iglesia.
Eso tiene un precio para la Iglesia en Cuba, y alguna vez sabremos cuál ha sido, pero de momento el cardenal ha podido enjuagar su imagen en agua bendita, quedando como facilitador de una negociación entre el régimen y sus oponentes, y a la vez como “garante” del cumplimiento del acuerdo.
El Día de las Madres se desarrolló la segunda marcha dominical de las Damas de Blanco después del acuerdo del gobierno con la Iglesia, y como era de suponer, no apareció “pueblo enardecido” hostigándolas para ganarse su “cajita” de almuerzo por tan vil servicio, simplemente, porque los rancheadores del régimen no les ordenarán “enardecerse” durante el mes de Mayo, sino todo lo contrario.
Las reglas del juego están demasiado claras, y las mencionó el mismísimo cardenal: “veremos qué sucede”. Lo que traducido al lenguaje práctico de la represión en Cuba quiere decir que si no se producen “incidentes” del tipo de otros grupos de personas sumándose a las marchas de las Damas, se podría aceptar un modus operandi específico y concreto: desfilar el domingo a mediodía por la Quinta Avenida, en Miramar, en un día, una hora y un lugar donde solamente las verán los diplomáticos y los corresponsales extranjeros, y después tranquilas a sus casas.
Dentro de poco, si las cosas se desarrollan como piensa el régimen, dejarán de ser noticia, al menos de primera plana. Y las turbas de los comunistas (¿por qué pensar que los facinerosos son exclusividad del fascismo?) se quedarán sin su cajita dominical y deberán salir a robar lo que puedan, o a rumiar sus frustraciones, hambres y miserias ante una mesa vacía y un fogón apagado.
Esta jugada representa un poco de oxígeno para el régimen que, por otra parte, ha sabido neutralizar poco a poco la presión internacional que representaba el Coco Fariñas con su huelga de hambre y sed, al ingresarlo indefinidamente desde hace más de un mes en el hospital provincial -sofisticada prisión en este caso- y darle atención médica tratando de evitar que fallezca.
Huelga de hambre y sed, pero recibiendo suero fisiológico y vitaminas por vía parenteral, y atención médica permanente en una sala de cuidados intensivos, aunque no desmerite para nada el esfuerzo y el coraje de Fariñas, se convierte en una huelga muy sui géneris, y el gobierno lo sabe.
La imagen mundial que la tiranía muestra con esta actitud es la de preocupación por la vida y la salud del huelguista, y en general por la de todos los cubanos, incluidos los opositores, (eso es un “logro de la revolución”, ¿no es así?) y si se produjera un desenlace fatal en el caso de Fariñas, la dictadura estaría en mejores condiciones para defenderse que cuando con saña criminal dejó morir a Orlando Zapata.
Sin embargo, aunque parezca que en Cuba no está pasando nada, el tsunami continúa avanzando por el fondo del mar: en una misma semana se supo que la deuda del gobierno con el llamado “Club de París” sobrepasaba los treinta mil millones de dólares –penoso segundo lugar mundial-; que más de la mitad de las tierras agrícolas ociosas del país siguen cundidas de marabú (ahora le llaman “aroma”, arbusto similar, pero no el mismo que resaltó Raúl Castro en el 2007) y sin distribuirse, después de un año y medio de haber comenzado el proceso de entregarlas en arrendamiento, creando expectativas que están muy lejos de haberse cumplido.
Y también se supo que la zafra azucarera este año fue inferior a la de 1905, cuando la así llamada “república frustrada”, tan difamada por el régimen y sus historiadores, se estaba reponiendo aceleradamente de la destrucción durante la Guerra de Independencia, la reconcentración de Valeriano Weyler, y la intervención americana, tres fenómenos que, diga lo que diga la dictadura, de conjunto hicieron menos daño a Cuba que el castrismo y el totalitarismo.
El régimen ha tenido que aceptar que no puede superar, más de un siglo después, a Don Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República, y los “burgueses” criollos o extranjeros, que sabían producir azúcar eficientemente y con calidad sin necesidad de un partido comunista, ni de empresas estatales de acopio, ni de una plaga de burócratas y parásitos oficiales, ni de “reflexiones” de nadie: simplemente, con solo permitir el libre funcionamiento de la iniciativa privada, la creatividad y el ingenio de los cubanos, y no vivir inventando “enemigos” en todas partes para justificar la impotencia productiva y económica.
Aunque ese mismo régimen continúa afirmando cada día y en todas partes -¿quién se lo cree?- que la agricultura socialista es “superior”. Superior a no se sabe qué. Por lo menos, ya ha tenido que aceptar que no es superior a la de los primeros años de aquella “república frustrada” tan vilipendiada por los falsificadores oficiales de la historia. El día que podamos conocer las verdaderas estadísticas cubanas –no las que publica la tiranía a su conveniencia- se sabrá en toda su magnitud el colosal desastre económico y social que ha provocado el castrismo a la nación cubana.
En esta ocasión no se ha podido acusar al imperialismo, la CIA, los huracanes o el cambio climático por el desastre de la zafra: desvergüenza, mentiras oficiales, engaño sistemático, triunfalismo absurdo, se impusieron sobre los análisis serenos y el realismo, porque la tiranía necesitaba optimismo y creyó de verdad que la producción agropecuaria del país se realiza en el periódico “Granma” y no en los campos cubanos.
Esta situación de una gran crisis económica total y absoluta, junto con la gigantesca desmoralización que supone, pone mucho más en peligro a la tiranía totalitaria que todas las Damas de Blanco desfilando todos los domingos por la Quinta Avenida en Miramar.
Un deudor tan mala paga no puede recibir mucho crédito, prácticamente ninguno, de los organismos financieros internacionales o gobiernos responsables, y el dinero disponible en La Habana no alcanza para comprar en el exterior los alimentos que no se producen en el país, ni la tiranía puede aspirar a aumentar sustancialmente sus reservas monetarias cuando todas las divisas que podría aportar en estos momentos una buena zafra azucarera se escapan entre la ineficiencia y las zafras ridículas desde que el visionario Comandante advirtió -eran aquellos tiempos en que no le importaba para nada el calentamiento global- que la industria azucarera había sido la gran desgracia del país, y debía contraerse de manera sustancial.
Responsabilizar ahora a ministros en desgracia, y enviarlos al “plan payama”, puede ser business as usual para el régimen, y entretener a la prensa internacional despistada, pero no resuelve nada.
¿Quién le pedirá cuentas al máximo responsable del desastre, al Comandante, por haber ordenado destruir la industria azucarera? ¿Quién se atrevió a enfrentarlo valientemente cuando ordenó tamaño disparate? ¿Quién se atreverá en estos momentos ni siquiera a hacer una mención de pasada a esos discursos que pueden encontrarse fácilmente en el periódico “Granma” donde aparecen casi todos sus discursos (algunos han sido convenientemente omitidos)
¿Será que los cubanos tendremos que vivir permanente con la leyenda, la sabiduría y el eterno culto a la personalidad de Fidel Castro en todos y cada uno de los aspectos de la vida política, económica y social de la nación, al menos hasta que el régimen y sus sucesores hayan salido de la escena?
Hace poco, exagerando, y lo advertimos, nos preguntábamos si algún día habría que ver una foto de Fidel Castro en un McDonald’s habanero. Aunque para algunos eso parecía un extremo, ahora ya sabemos que si no en los McDonald’s, al menos podría verse, y ya de hecho sucede, en la cadena de los hoteles de Sol Meliá, entregándole ahora placas de reconocimiento al tirano por haberle regalado un pedazo del país al capitalismo español, mientras le prohibía a los cubanos entrar a esos hoteles.
Todos recordamos quién ordenó desmantelar casi toda la industria azucarera, culpándola de infinitas desgracias ante la absoluta impotencia para dirigirla correctamente y para administrarla con eficiencia, menos el periódico “Granma” y los abundantes apologistas del totalitarismo, que hablan ahora de recuperar la producción azucarera como si no hubiera sido el mismo régimen quien la destruyó por soberbia e impotencia.
Al régimen, en estos momentos, le está haciendo mucha falta, más que nunca, una nueva consigna en el país: Comandante en Jefe, cállese la boca.
Para recuperar la producción azucarera la única opción del totalitarismo sería darle entrada al capital extranjero, y mientras más mejor, para que con ello entre pensamiento tecnológico de punta y capacidad administrativa suficiente, que bien escasa está en la industria azucarera cubana.
Lo mismo que habría que hacer con la agricultura: capital extranjero e iniciativa privada sin arbitrariedades burocráticas ni condicionamientos políticos son la única alternativa viable.
En resumen, regresar a lo que existía y funcionaba de forma adecuada en el país, que lejos de debilitarse se fortalecía continuamente, y que en su totalidad se destruyó concientemente en aras del paraíso proletario que nunca apareció.
Las cosas se complican por días para la tiranía, para desgracia de ellos y el beneplácito de los cubanos: la crisis económico-social incide en la crisis política, y ésta a su vez incide en la crisis económico-social: un círculo vicioso del que ya, a estas alturas, no hay salida en ninguna circunstancia.
¿Dejar cesantes, bajo el eufemismo de “excedentes”, a más de un millón de trabajadores en estos momentos, que se sumarían a las decenas de miles de parias sin trabajo por el desguace de la industria azucarera?
¿Esa enorme masa de seres humanos abandonados a su suerte por la incapacidad de sus gobernantes, y a la vez con todas las opciones cerradas para buscarse el sustento por su cuenta de manera legal?
¿Qué pretenderá ahora papá-estado? ¿Qué todos estos cientos de miles de seres humanos culpen al imperialismo, la sequía, los huracanes, la crisis mundial, o al cambio climático, por su lamentable destino?
¿Y eso ahora, cuando cada vez es más claro para todos quiénes son los culpables del desastre y en dónde están las soluciones?
La fragilidad del régimen es muy evidente en estos momentos: ahora mismo, tras una barrabasada judicial, de la que tuvo conocimiento el mundo entero, y donde se violaron los más elementales procedimientos del propio instrumental jurídico de la tiranía, con la asquerosa y bochornosa complicidad de jueces y fiscales, y gracias a la inmediata movilización de las fuerzas de los disidentes y a la información electrónica, que circuló velozmente en todo el mundo, no han tenido más remedio que poner en libertad a la disidente y periodista independiente Dania Virgen García, “por variación de circunstancias”, hasta que se tramite su apelación, tras haberla procesado criminalmente en un juicio relámpago, amañado y sin ningún tipo de garantías procesales, y haberla enviado inmediatamente a la horrenda prisión de Manto Negro en menos de setenta y dos horas.
¿Podrá creer alguien en su sano juicio y con un elemental sentido de decencia que la “rectificación” en este escandaloso caso se debió al papel vigilante del partido comunista sobre la legalidad socialista en el país? ¿Es que acaso hubiera sucedido lo mismo si el régimen disfrutara de la bonanza político-económico-social y los subsidios de tiempos de la guerra fría?
¿No parece más lógico pensar que la dictadura totalitaria ya ha comenzado a darse cuenta, ante el inexorable escrutinio internacional y las continuas denuncias de los opositores cubanos, que ha perdido la impunidad para poder actuar como le da la gana y sin que nadie se entere?
¿Qué tiranía puede soportar indefinidamente a la vez, sin estallar, una profunda crisis política, económica y social de colosales dimensiones, como la que vive la gerontocracia cubana, mientras se encuentra sin ideología ni programa, sin futuro ni esperanzas, sin convicciones ni apoyo popular, y solamente tratando de aferrarse de manera vitalicia al poder y enriquecerse aceleradamente para garantizar el futuro de los suyos, ya que no han podido garantizar el de más nadie en el país?
Llevar cientos de miles de cubanos a la Plaza de la Revolución el primero de Mayo, o traer algunos turistas más –aunque, en realidad, buena parte del incremento de “turistas” de debe a los cubanos desterrados que van a visitar a sus familias y no les importan para nada las raquíticas ofertas del turismo cubano- genera titulares en la prensa oficial y la de sus acólitos de todo el mundo, pero ni llena platos en la mesa de todos los cubanos, ni genera ingresos suficientes a las arcas del gobierno para siquiera poder paliar la crisis.
En realidad, puede decirse que ya no hay dinero suficiente en todo el mundo para resolver la crisis de la tiranía, ni métodos, ni procedimientos, ni esquemas, ni “modelos”, para resucitar lo que hace tiempo no es más que un cadáver maloliente.
Porque ya no se trata más nunca de “los problemas” de la tiranía, sino de que la tiranía es “el problema”. Así de sencillo.
Entonces, ¿qué pasa cuándo aparentemente no pasa nada en Cuba?
Tal vez estemos viviendo en estos momentos algunos de los hitos más importantes de la nación cubana durante medio siglo.
Aunque el secretismo totalitario esconda y desvirtúe información, y no siempre podamos darnos cuenta de todos los detalles, y aunque los apologistas del totalitarismo ni se den por enterados.
Así más o menos era también en los días anteriores al derrumbe del muro de Berlín, ¿no?
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