Juan Benemelis/Cubanálisis-El Think-Tank
No tiene pies de barro
Napoleón Bonaparte apuntó que en algún momento de la historia China dominaría al planeta y el ex presidente norteamericano Richard Nixon también advirtió del peligro de mantener aislado al gigante asiático. Con la era del presidente George Bush (padre), el comercio China-Estados Unidos escenificó un salto y con el presidente Bill Clinton se ratificó el status de nación más favorecida.
La gran sorpresa del siglo es que China llegaría a ser potencia económica y comercial, perspectiva que ha tenido perplejo a los actuales polos financieros del planeta. China transformó su economía de la pobreza llegando a ser la segunda del planeta. Sus exportaciones se dispararon a un ritmo increíble en las tres últimas décadas. El bajo costo de su fuerza laboral ha hecho que las firmas Occidentales (incluyendo las de Japón, Hong-Kong y Taiwán) desplacen sus instalaciones hacia tierra firme.
China encierra el más dramático e indescifrable enigma del futuro de nuestra civilización; ya es la segunda economía del mundo por su tamaño, sobre la base de la paridad del poder de compra. China y los Estados Unidos resultan el motor impulsor de la economía mundial. La inversión extranjera directa llegó a una cifra apenas igual a la de Estados Unidos. Japón es, por mucho, su principal socio comercial, seguido por Hong-Kong y Estados Unidos.
Para sorpresa universal, el despertar de China se ha sentido en todo el planeta y su demografía y su fuerte desarrollo, devoran cada vez más materias primas, y esta demanda ha elevado los precios de los productos primarios, minerales en especial, en el mercado internacional. Desde 1989, año que se supone inició el terrorífico crecimiento chino, los precios del petróleo, del gas, del acero, del cobre, del plomo del níquel, etcétera, se han disparado.
Su ascenso súbito a potencia comercial se ha recibido con una curiosa mezcla de admiración y miedo, impulsando a los inversionistas a conseguir con la mayor cantidad de acciones, sin entender cabalmente la forma en que operan tales empresas. Con una deuda externa pequeña e ingentes reservas en dólares (610,000 millones), se espera que este crecimiento continúe, impulsado por la demanda de su inmensa población que está envuelta en una dinámica economía subterránea no registrada en las estadísticas oficiales. La expansión está ligada al proceso de internacionalización de sus empresas y no deja de considerarse un competidor de los Estados Unidos, amenazándole con poner fin en este siglo a su hegemonía actual.
Los politólogos occidentales han estado errados en el caso de China. El gigante asiático no ha copiado el modelo occidental sino que se inclinó desde el comienzo hacia la filosofía industrial-financiera japonesa. Los chinos prestaron atención a Tokio y no precipitaron las privatizaciones, asegurando primeramente sus mercados vitales. China ha mantenido sus empresas dependientes de préstamos bancarios y no de seguros, haciendo más fácil el control del movimiento financiero.
La ola de inversionistas internacionales estaría obligada a moverse hacia Hong-Kong, cuya bolsa crecería exponencialmente desde 1990 para sorpresa de Wall Street, debido a que una parte considerable del comercio de China y su inmenso capital acumulado y no declarado, son manejados desde ese enclave. Lo que hace pensar del posible choque comercial norteamericano con China, puesto que los vaivenes en las tasas de intereses norteamericanos tienen secuelas letales en la rival bolsa de Hong-Kong.
La hemorragia de capitales hacia la veintena de economías emergentes del planeta, sobre todo China, se ha enfilado hacia los bonos corporativos, inversiones de valores y en préstamos dudosos a compañías. Los mercados de valores y de viviendas fueron los de más rápido crecimiento de este enorme portafolio privado, con el peligro de que este ingreso de inversiones se esté esfumando, minando las economías y sus monedas, elevando el fantasma de la bancarrota.
Ante la competencia feroz China que ha provocado la caída de las exportaciones norteamericanas y ha lesionado su economía, este país buscaría primero transferir el problema del sector privado doméstico hacia el servicio de la deuda externa, pero, lo excesivo de la deuda comprimiría las inversiones domésticas, obligando a bajar excesivamente sus intereses. El mercado de capital cambiaría dramáticamente de la práctica de préstamo bancario por inversiones directas a los peligrosos portafolios de capitales flotantes.
Los eventos que se han desencadenado en el mundo financiero reflejan la diferente estrategia de desarrollo de Asia y de Euro-América. No hay dudas de que las medidas macro-económicas que asume la bolsa de valores norteamericana con una capitalización que excede los $7 trillones, afectan profundamente al planeta, pero los asiáticos desarrollados (China, Japón, los tigres), con su excelente infraestructura de producción y un capital menos concentrado en portafolios volátiles, se hallan en mejor situación para resistir estos vaivenes bursátiles que Occidente.
Mientras los polos tecno-industriales crecían geométricamente, el mercado de consumo alto y mediano lo haría sólo de manera lenta, aritméticamente. Mientras Japón, China y los tigres asiáticos, duplicaban la producción mundial y mantenían sus mercados domésticos cerrados a cal y canto, mientras Rusia no ha gestado una clase media consumidora, y Africa, el mundo islámico y América Latina muestran un consumo rezagado, Europa occidental y Norteamérica, ya sobre-saturados, seguían como los principales consumidores mundiales.
Pero en esas décadas de tambaleo occidental y letargo nipón la irrupción de China, a velocidad inimaginada, ha llevado la debacle al “espacio vital” mundial; el planeta no puede digerir la producción y comercialización de todos los polos tecno-financieros combinados.
No puede argumentarse en contra de que China, con su catástrofe demográfica y su descomunal proceso de urbanización está ejerciendo un aumento del consumo de los recursos agotables del planeta. Su posición en la globalización desplaza a potencias anteriores, y ya no constituía un secreto que la decisión de la dirigencia china es convertir en pocas décadas al país en el “Imperio del Centro”, pero no sólo de una región asiática, como aconteció cuatro milenios antes, sino de todo el planeta.
Muchos piensan que el país inclina peligrosamente las balanzas del comercio y la tecnología mundial a su favor, y claman por levantar un proteccionismo ante el gigante asiático que tiende a volverse una amenaza económica, tecnológica y militar para Estados Unidos. Se prevé que en el año 2020, con una población de 1,400 millones de habitantes, una flota de vehículos y una demanda de combustible muy superior al total del resto del planeta, llegará a superar a los Estados Unidos. China ya supera a Estados Unidos en el consumo de acero y carbón. Y pocos años después, absorberá toda la materia prima de la Tierra. Así, con el 7% de la tierra fértil del planeta, y el 20% de la población planetaria ¿quién alimentará a China?
El cuestionamiento se reduce a la simple pregunta siguiente: si nuestro planeta es capaz de sostener simultáneamente al resto del mundo y a China con una economía dos veces del tamaño de los Estados Unidos. Si existirán suficientes recursos para la voracidad de otro mercado consumidor de tal magnitud.
La euforia de la globalización político militar impulsada por China se ha estancado ante una periferia, endeudada y de retardados niveles de desarrollo y consumo, acercándonos a ese punto neurálgico donde el planeta ha resultado insuficiente para sostener su orden reproductor. Este escenario de desbalance entre producción-consumo traería, a la postre, la gran crisis que presenciamos, y la necesidad de un reajuste internacional que aún no se ha acometido, porque no sabemos qué hacer, ya no con el Japón, ahora con China, y que en otras etapas anteriores de la historia se hubiera resuelto por la guerra.
Las medidas
Existe el criterio por una parte del mercado como un buen mecanismo de ajuste, a "la mano invisible" de Adam Smith, mientras que por otro lado se considera necesario alcanzar el equilibrio general estático óptimo del mercado, como proponía Wilfredo Pareto, para lograr la reasignación correcta de los recursos, sobre todo cuando cambiaban las condiciones entre la oferta y la demanda. Hayek subrayaba los beneficios dinámicos del mecanismo de mercado y rechazaba la optimización de Pareto como marco de evaluación. Pero el sistema de mercado no asegura la soberanía de los consumidores ya que la posibilidad de elegir sólo puede ejercerse sobre un conjunto predeterminado de bienes con precios prefijados, que sólo pueden aceptar o rechazar, aunque libremente.
Al deprimirse la demanda efectiva, la economía está operando a niveles inferiores al desempleo. Así, la forma más lógica de solventar la crisis propuesta por los europeos y norteamericanos ha sido elevar la demanda, pero no existe una capa de consumidores suficientes en el planeta para equilibrarse con la oferta. La respuesta a la brecha entre micro y macro racionalidad ha sido que el Estado interviniese en el mercado, para contrarrestar la demanda insuficiente. No es que estos mercados regulados funcionen a plenitud, no sólo por la competencia, sino sobre todo por su existencia.
Pero esta intervención reguladora, con sus reglamentos y orientaciones y aportando parte de la infraestructura requerida para el comercio, no se puede parcializar solo con aquellas empresas que crean mercados, realizando sustanciales subvenciones a las que crean empleos. En la actualidad, los economistas no se ponen de acuerdo a cuál de ambas preferenciar. Esta intervención tiende a ser costosa en extremo y se ha probado que los remedios keynesianos, tanto convencionales, fiscales como monetarios, no pueden enfrentar el aumento de precios y salarios simultáneo a la disminución de la producción y el empleo. Esta política de intervención en el mercado, con políticas fiscales y monetarias acompañadas de políticas de ingresos y precios, no logra superar los problemas macroeconómicos que surgen del mercado.
Pero no es solo el sub-consumismo la causa de la crisis. La utilización de los intereses para inyectar dinero y cualquier expansión artificial provocada por la expansión crediticia podría distorsionar la estructura de producción, pues ella depende más de la armonía entre la estructura de producción y las preferencias del consumo, algo que rompieron primero el Japón y luego China.
Las medidas, por eso, pierden de vista de qué se trata. Al enfocar sólo la matriz financiera o, en el mejor de los casos, de la economía en conjunto, se escapa la visión del “espacio vital” saturado y retado.
¿Cuál es el futuro?
Aunque aspectos rutinarios de la producción industrial cada vez se automatizan más, esto tiene como escenario los polos económicamente desarrollados, y pese al triunfo planetario del homo fabril gran parte del planeta aún no ha logrado establecer una tecnología industrial, viviendo en sociedades agrarias, existiendo incluso bolsones de resistencia al trabajo industrial, las llamadas "culturas de pobreza".
Mientras la cultura general contribuye a una revolución que eleva las expectativas de consumo de toda la población, la forma y dinámica del mercado mundial y el progreso tecnológico de los países avanzados hace vulnerable económicamente a las naciones menos aventajadas, cuyo lento ritmo de crecimiento amplia el abismo de los niveles de consumo. Por ello no existe una cultura planetaria, por ello la villa global que supuestamente crearía la electrónica es un mito.
Lo que en la nueva economía aún no es suficiente es la habilidad para entender y utilizar el conocimiento. La teoría económica nunca logra describir completamente al mundo real, y probablemente jamás lo podrá hacer, y por eso en la actualidad quedan abiertas innumerables interrogantes sobre la incidencia de nuevos polos tecnológicos hasta que no se produzca un reordenamiento de la producción y de los mercados.
La falacia de la economía contemporánea es que la devaluación monetaria y los préstamos públicos resultan el mecanismo para disparar la producción y resolver el desempleo; la lección del ejemplo asiático, es que la devaluación y la deuda pertenecen al problema. Las fórmulas para el desarrollo económico, para un floreciente comercio exterior, ya no son las del británico John Maynard Keynes, de Paul Samuelson, o inclusive las del recientemente fallecido premio Nóbel de Economía, Milton Friedman, ferviente defensor de la economía de libre mercado. No existen las fórmulas mixtas, la autonomía económica, o las economías “nacionales.”
Es cierto que en rincones, como Africa, América Latina y el Cercano Oriente, la vieja geopolítica retiene importancia, y los instrumentos del poder militar y la influencia diplomática son dominantes. Pero en la arena principal de los asuntos mundiales es la geo-economía lo que incesantemente está dando forma a los asuntos europeos, americanos, japoneses y de otros competidores.
Los parámetros por los cuales se mide el desarrollo no son certeros, pues el patrón dinero o los volúmenes de acero ya no son capaces de valorar la información y la computación. El grueso de las nuevas inversiones en los países desarrollados se dirige a servicios como las telecomunicaciones, la banca, los seguros, las reinversiones, el transporte aéreo y la salud. El catálogo del desarrollo del futuro debe comprender la disponibilidad de energía, la información, la capacidad de procesamiento material e intelectual, la investigación y experimentación, para así evitar los desbalances del mundo financiero que amenazan transformarse en problemas económicos.
Décadas atrás, lo novedoso era la mercadería, las industrias y los servicios, así como quiénes lo concebían y fabricaban. En la actualidad debe imponerse la cultura monetaria, donde el desarrollo se estimule por el procesamiento tecnológico de la información, y donde el procedimiento dominante del intercambio comercial ya no son los productos manufacturados o incluso los servicios, sino el dinero, pero en la forma de información. Hoy día tiene que imponerse la primacía de las negociaciones, las transacciones financieras, la compra-venta, la conglomeración y la integración económica. Al invertir en la industria financiera, que a su vez ofrece servicio a las inversiones, se canjea información, o mejor dicho, dinero-información, fundamentada en la confianza humana en la continuación incesante de este intercambio que genera más dinero.
Pero cuando la confianza humana falla se desploma el sistema. Y, la confianza tiene sus bases en la geo-política. La famosa teoría del equilibrio económico, donde las intersecciones de las curvas de oferta y demanda determinaban los precios, ha probado ser inoperable en un “espacio vital” no resuelto. La economía internacional no funciona como la concibieron Adam Smith o Jeremias Bentham; es un sistema no lineal y tiene que ser entendido como tal. John Maynard Keynes equivocó su diseño al considerar la economía como un sistema; en realidad no es tal, lo que existe, llámese como se le llame, se halla muy lejos del equilibrio, pues tiene que ajustarse continuamente para mantener el balance.
Aún existe la concordia y el diálogo político internacional para una solución económica de conjunto, en el cual la fórmula tradicional de eliminar a uno de los contendientes no se ha impuesto. La no solución de la crisis puede llevar a otras viejas fórmulas en las cuales se considere el aislacionismo, el cierre de fronteras, el super-proteccionismo comercial, sin importar que el resto de las economías del planeta se hundan.
La nueva fuerza tendencial tendrá que amainarla actual “globalización” para ir desembocando en algo más práctico, en espacios tecno-económicos viables para la aplicación masiva de alta tecnología, el desarrollo de investigaciones y proyectos complejos y la combinación de grandes recursos financieros, de materiales estratégicos, talento y experiencia humanas.
De los tres polos tecno-científicos del planeta: Estados Unidos, Europa y Japón, este último, junto a los tigres asiáticos, figura a la cabeza en la inversión de recursos para la experimentación y el desarrollo a largo plazo de la ingeniería molecular. Por su parte, Europa se mantiene a la cabeza en los estudios de ciencias básicas y química, y muy cerca de Japón y por encima de los Estados Unidos en los esfuerzos hacia la electrónica molecular. Estados Unidos, con su desdeño a la investigación a largo plazo, su obsoleta capacidad industrial instalada y su deficiente sistema educacional, resulta el más rezagado de los tres en esta crítica área.
Un nuevo mundo emerge movido por la competencia económica en el cual naciones como Alemania-Europa, Japón, China y la India están resquebrajando la supremacía global de Washington. Ya se puede avizorar que cuajarán dos grandes conglomerados civilizadores, de eminente tecnificación y ciencia, con éticas, conductas sociales y filosofías disímiles: el asiático con su coro central en China-Japón-India; el euro-americano. Si Europa Occidental no logra superar su provincial nacionalismo, y la fuerza expansiva y de supervivencia de Rusia no liberaliza su aislado sistema interno político y económico, ambas quedarán en los umbrales.
Algunos futurólogos consideran que Europa Occidental, con la locomotora alemana, querrá ser autónoma de Estados Unidos y se inclinará a cimentarse en la Europa Oriental, Africa y Rusia. En Asia, China, Japón, los tigres asiáticos y la India conforman acaso el bloque del futuro, disputándoles la Rusia a los europeos. Estados Unidos, abandonada por Europa y por Asia que le tiene cerrada las puertas de sus mercados asiáticos, tiene como único recurso conformar un bloque cerrado en el Nuevo Mundo. Mientras en la periferia, Rusia, el mundo islámico, África y Australásia quedarán como agendas pendientes a repartir.
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