Washington-La Habana: sin escala en Miami
Dr. Eugenio Yáñez /Cubanálisis-El Think-Tank
No fue por falta de avisos, pero Miami se está quedando fuera de lo que se está “cocinando” entre Washington y La Habana, cualquier cosa que sea. Con su agenda siempre lista exclusivamente para protestar y “rechazar” lo que venga, pero sin casi nada concreto que ofrecer como alternativa realista y pragmática, buena parte del discurso de los “duros” de la Calle 8 resulta irrelevante cuando en el Potomac se buscan nuevos enfoques en las relaciones hacia Cuba, a pocos días de la Cumbre de Las Américas en Trinidad-Tobago.
Gritar “traición” o “maten al mensajero” solo sirve para la catarsis y para endulzar los “cortaditos” del Versailles, pero no para lograr un protagonismo que se ha ido dejando escapar día a día, y ni siquiera para conseguir un puesto en palco de observador en el que ya tienen sus asientos reservados el presidente brasileño Lula da Silva, el senador republicano Richard Lugar, el Caucus Negro del Congreso norteamericano, la Cámara de Comercio de Estados Unidos, los productores agrícolas de ese país, y la Unión Europea.
No sería nada sorprendente que esta misma semana el presidente Obama, vísperas de la Cumbre de Trinidad-Tobago, eche al piso mediante Orden Ejecutiva las restricciones a los viajes de los cubanos y el envío de remesas a Cuba, proclamadas por el presidente Bush en 2004, dicen que en respuesta a las redadas represivas de la “Primavera Negra” de marzo del 2003 en Cuba, pero casualmente quince meses después de tales redadas, y poco antes de las elecciones presidenciales.
Cuando uno de los congresistas del Caucus negro de visita en La Habana le dijo a Fidel Castro que “el Presidente no puede ir más allá de la liberación de los viajes y las remesas a los cubanoamericanos pues declarar el levantamiento del bloqueo o la normalización total de las relaciones bilaterales significaría la imposibilidad de reelegirse”, le comunicaba claramente al régimen que no puede esperar el levantamiento del embargo durante los primeros cuatro años de Obama.
Y cuando el congresista Bobby Rush, ex Pantera Negra y admirador de Che Guevara, que conoce por años a Barack Obama, le dice al Convaleciente en Jefe que “Obama puede mejorar las relaciones con Cuba, pero Cuba debe ayudar a Obama”, está dejando claro que nada va de gratis, y que la dictadura debe hacer determinadas concesiones si pretende que Estados Unidos, por su parte, las haga. Naturalmente, se puede tildar al Sr. Rush de comunista, si se desea: solamente es necesario olvidarse que fue elegido por sus votantes en Illinois, y que no existe discurso callejero que pueda ignorar eso.
REALPOLITIK
¿Moral? ¿Ética? ¿Principios? Nada de eso: realpolitik, política pura y dura, donde los intereses de ambas partes son los que cuentan y se lanzan al ruedo. Imposible creer que los ilustres congresistas no sepan, entre otros, de dos valientes cubanos negros, Oscar Elías Bicet, desgarrando su vida en una celda de castigo, o de “Antúnez”, quien ya cumplió diecisiete años de prisión, hoy en su casa en una huelga de hambre quizás más apasionada que pragmática, pero de todas maneras retando al régimen.
Hubo tiempo de los visitantes para Varadero y La Habana Vieja, y también para entrevistarse con familiares de los “Cinco Héroes”, espías convictos de la Red Avispa, y para comprometerse a enviar bibliografía sobre Martin Luther King al reflexionador, pero no para hablar con disidentes o visitar las prisiones sobrecargadas de población negra. Naturalmente, esas fueron las reglas del juego impuestas por el régimen, pero no había obligación de aceptarlas.
Para bien de todos, los caminos en una democracia no corren en una sola dirección, y siempre existe el derecho a la opinión diferente: el congresista republicano por New Jersey, Christopher Smith, dijo certeramente al comentar sobre la visita del grupo demócrata a Cuba: “El gobierno cubano niega rutinariamente acceso al país a legisladores que hayan criticado su historial de derechos humanos, pero para miembros del Congreso que den a entender que serán dóciles, los reciben con la alfombra roja”. Esto es algo que tanto los que fueron como los que no reciben el permiso para ir lo saben perfectamente.
Sin embargo, mientras las cosas se mueven de esta manera en Estados Unidos, y las polémicas alrededor del caso cubano abundarán en una y otra dirección, muchos disidentes en la Isla siguen perdiendo su momentum, como Miami. Allá no porque no lograran entrevistarse con los congresistas, ni anteriormente con el Comisario de la Unión Europea Louis Michel, -no dependía solamente de ellos, sino también de los visitantes- sino porque, aparte de sus denuncias sistemáticas, están viviendo con una cierta y comprensible paranoia, y cada vez se sienten más aislados y “traicionados” por más protagonistas en el escenario internacional, a pesar de que en un momento tuvieron todo a su favor, y tampoco logran “marcar” con propuestas y programas específicos y unitarios.
Eso no significa que no sea valiosa y valiente su exigencia al régimen del respeto a los derechos humanos, pero los escasos programas que esbozan son fragmentarios, incompletos, y en ocasiones poco realistas: no logran diseñar un mínimo programa único con una estrategia común, ni consiguen el consenso mínimo para movilizar a una población más preocupada de inmediato por las dificultades cotidianas para subsistir que por programas políticos alternativos que no logran conocer ni entender.
La torpe política de la administración Bush hacia los disidentes, canalizando la ayuda económica a través de instituciones oficiales, y dificultando las vías privadas de ayuda, además de provocar que solamente llegara a la Isla una pequeña parte de la ayuda (el 17% de la ayuda autorizada, según denuncias serias), regaló al régimen la utilización de la acusación de “mercenarios” contra los disidentes. Ahora mismo, diversos disidentes dentro de Cuba han solicitado al presidente Obama que “si el Gobierno de Estados Unidos no puede garantizar en adelante que la ayuda para la promoción de la democracia en Cuba llegue realmente al principal escenario, es decir, al interior del país, entonces será mejor retirar esos fondos y emplearlos en otros objetivos”.
La Fundación Nacional Cubano-Americana acaba de hacer público un documento que propone “una nueva dirección para la política de los Estados Unidos hacia Cuba”. Se puede estar a favor o en contra de algunas o de todas las propuestas de este documento, pero no debe pasarse por alto que se intenta “una ruptura con el pasado” y “adaptarse a las realidades del presente” para diseñar las nuevas estrategias: enfoques de este tipo son los que pueden conducir, más tarde o más temprano, a las más efectivas estrategias a favor del pueblo cubano, mientras que los abundantes “rechazos” a propuestas de otros, sin una alternativa realista que ofrecer, solo conducen al pataleo y la frustración.
Si los exiliados y los disidentes no logran ponerse de acuerdo, ni entre ellos mismos entre sí ni los unos con los otros, no hay que sorprenderse, entonces, de que Washington hable con La Habana sin preocuparse de Miami, ni de que el régimen hable con Washington sin preocuparse de los disidentes: cada uno, por su parte, sabe que tiene que tomarse en serio al adversario, pero que lo demás es secundario: este criterio es fuerte y doloroso, pero es así.
EL ESTABLISHMENT NORTEAMERICANO
Por un conjunto de muy diversas razones, el establishment norteamericano busca en estos momentos un nuevo enfoque en las relaciones con Cuba, y con la actual administración hay condiciones muy favorables para ello. Nuevo enfoque en las relaciones no significa transigir con el régimen ni darle palmaditas en el hombro para rogarle que se anime a dar firmes pasos hacia la democracia, sino la definición de nuevas estrategias para lidiar y coexistir con una realidad que no va a ser modificada simplemente porque se desee o se tenga la razón.
El grito apasionado de que un relajamiento en las relaciones daría la espalda al pueblo cubano que durante medio siglo ha sufrido la dictadura es eso, precisamente: un grito apasionado. Pero es demasiado infantil considerar que el establishement norteamericano dejaría de tener en cuenta sus propios intereses para priorizar los del pueblo cubano o los de sus exiliados.
Cuando un senador federal pide que se relajen las normas en el comercio con Cuba no está pensando en beneficiar a los cubanos ni en cómo afecta esto a los cubanos, sino en como beneficiaría esta medida a los granjeros y productores de su propio estado, ahora atenazados por la crisis económica, que fueron, precisamente, quienes lo eligieron, y lo pueden reelegir o enviar de vuelta a casa, en dependencia de cómo evalúen su gestión.
Y aunque todavía en partes de la Florida o New Jersey la posición que mantenga un funcionario electo hacia el régimen cubano, aunque ni siquiera haya nacido en Cuba, o presentar determinadas propuestas descabelladas y contra-corriente para "apretar" al régimen, puede determinar más en la decisión de los votantes que las acciones a favor de sus electores en su territorio, en las Dakotas o el Medio Oeste “lo que importa es el cash”, la medida en que las economías locales y regionales, en medio de la crisis económica, encuentran vías para recuperarse o, al menos, para impedir seguir en caída libre como en los últimos tiempos.
No porque todos los norteamericanos y sus líderes electos sean insensibles a los reclamos democráticos de los cubanos, sino porque la política, el arte de lo posible, y más que nada la política exterior de las naciones, se determina por intereses y necesidades, mucho más que por sentimientos. Es lo que se conoce como realpolitik. El resto queda para juegos de video y el Parque del Dominó.
Es válido para ambas partes: ¿o es que alguien realmente pensará que los hermanos Castro aparentan estar interesados en una mejoría de relaciones con Estados Unidos porque admiran a Barack Obama, son seguidores de Martin Luther King, o respetan el sagrado derecho a la convivencia y la colaboración entre las naciones? Es interesante observar, en medio de todos estos acontecimientos, la forma en que Hugo Chávez, en la medida que se acerca la Cumbre de Las Américas, ha bajado el tono en referencia a Estados Unidos y hasta ha hecho guiños a Barack Obama, en un evidente esfuerzo para presentar una imagen más cálida y de menor confrontación con “el imperio”.
Es el mismo escenario que, en los últimos tiempos, se ha visto repetido en China, Vietnam, Arabia Saudita y muchos otros lugares, aunque la administración de turno sea demócrata o republicana. Algunas semanas atrás se decía en “Las nuevas realidades”, publicado en El Think-Tank: “¿Y qué hay en este escenario con la libertad y el respeto de los derechos humanos de la población cubana? Nada en especial: los cubanos no somos más seres humanos que los chinos o los sauditas, y el establishment necesita del comercio chino y el petróleo saudita, por lo que mira hacia el otro lado para no complicar las cosas”.
No se trata de un cinismo inherente a la política exterior de Estados Unidos, sino de pura realpolitik. Países tan democráticos y respetuosos del estado de derecho como Inglaterra y Francia mantienen relaciones normales con gobernantes de sus ex-colonias africanas que, según los estándares del mundo civilizado, merecerían pasar el resto de sus años en prisión, y si no por otros abominables delitos, al menos por el de corrupción. Sin embargo, mientras tales lidercillos de pacotilla no sobrepasen determinadas normas y formas, ahí se mantienen sin sustos ni embargos. Y aunque las sobrepasaran, si los escenarios no son favorables para medidas más enérgicas. Pregúntenle a Robert Mugabe en Zimbabwe, o a Andry Rajoelina, quien tras un golpe de estado militar fue investido muy recientemente como “presidente de la Autoridad Suprema de la Transición” de la República Malgache (Madagascar).
ABSURDAS EXIGENCIAS AL PRESIDENTE OBAMA
Curiosamente, por alguna esotérica razón, hay muchos cubanos dentro y fuera de Cuba que pretenden que el actual gobierno norteamericano ponga a un lado sus intereses para garantizar los de la población cubana. Paradójicamente, en el exilio, los que no votaron por este presidente, y hasta algunos que no tienen derecho al voto por no poseer ciudadanía americana, son los que con más fuerza “exigen” al gobierno que no establezca la política que considere necesaria y conveniente para los Estados Unidos.
Más aún, cuando se observa con un poco de detenimiento, se comprueba que lo que verdaderamente se pretende exigir no es una política diferente hacia Cuba, sino mantener la misma establecida por la anterior administración, cuyo mayor “logro” en ocho años fue que 186 naciones del planeta votaran en Naciones Unidas contra el embargo, quedando Estados Unidos totalmente aislado, solamente con el apoyo de Israel y una pequeña isla en medio del océano: tan evidente es esta realidad, que hasta el boliviano Evo Morales, un presidente capaz de hacer huelga de hambre para exigirle algo a su Congreso, se da cuenta y lo repite.
¿Por qué Estados Unidos seguirá adelante buscando un nuevo enfoque en sus relaciones hacia Cuba, aunque no le guste a los “duros” de ambas orillas? Por diversas razones:
- por razones económicas, mucho más en momentos de crisis de la economía mundial, con la potencialidad de un eventual mercado que necesita comprar cada año más de dos mil millones de dólares en alimentos;
- por razones pragmáticas: para una mejoría en las heredadas maltrechas relaciones con América Latina y el Caribe, Estados Unidos ha prometido y necesita mostrar un nuevo enfoque hacia el régimen, que no tiene que ser como lo pide la izquierda belicosa, de concesiones sin condiciones ni mucho menos, pero que de alguna manera tiene que ser “nuevo” en cuanto a su estrategia e implementación;
- porque también aliados cercanos del primer mundo, como Canadá, Europa, Japón, y países con los que Estados Unidos mantiene relaciones amistosas, como China, Vietnam y Rusia, son favorables a un nuevo enfoque en esas relaciones con el régimen;
- porque no está demostrado que la política seguida por diversas administraciones norteamericanas hacia el régimen, mantenida o endurecida durante muchos años, haya propiciado señales de hacer peligrar la estabilidad del régimen cubano, ni intenciones de un cambio real hacia la democracia por parte de ese mismo régimen;
- y, en última instancia, y aunque estuvieran equivocados, porque son los gobiernos soberanos los que determinan la política exterior de sus naciones.
Recurrir a frases tales como “no podemos permitir que…” o “lo que Obama tiene que hacer es…” o “pues si los hermanos Castro quieren eso, entonces primero deberán…” son válidas como prueba de la libre expresión del pensamiento en un país democrático, pero no necesariamente tienen un efectivo poder de convocatoria, ni tampoco generan estados de opinión que puedan verdaderamente influir en los acontecimientos que se desarrollan.
Como cubanos que somos, y latinoamericanos, y caribeños de herencia hispana, no somos propicios a los consensos sino al enfrentamiento; no consideramos que la otra parte pudiera estar mencionando argumentos a tener en cuenta, sino que “está totalmente equivocada”; y nunca decimos que nosotros estamos viendo con más claridad el asunto, sino que “tenemos toda la razón del mundo…”
Y al no poder hablarle a quienes toman las decisiones trascendentes, o no lograr que nos escuchen, o si nos escuchan pero no convencemos, en muchas ocasiones tendemos al desgaste endógeno y la querella fraticida, perdemos el rumbo y terminamos enajenados de la realidad que nos circunda, recurriendo a descalificaciones personales más que a razones. Es interesante que mientras en el mundo musulmán y el latinoamericano abundan las acusaciones de “traición”, en toda la historia de Estados Unidos han existido solamente cuatro condenas por “traición”.
DEFINIENDO AL ENEMIGO
En las fuerzas armadas cubanas, formadas bajo la doctrina militar soviética, lo primero que se define es quién es el enemigo y cuales son sus posibles ideas de maniobra, y así es como razona, como siempre ha razonado el gobierno cubano. Y cuando la definición está clara, toda la planificación posterior de estrategias y acciones se basa en esa definición primaria.
No necesariamente todos sus adversarios razonamos siempre así. Sería muy saludable entonces preguntarse: ¿quién es “el enemigo” del exilio cubano y de la población cubana? ¿Barack Obama, los disidentes, o el régimen cubano? ¿Quién es “el enemigo” de los disidentes y la población cubana? ¿Barack Obama, el exilio, o el régimen cubano?
La respuesta es evidente. Pero la conducta y las estrategias subsecuentes que se asumen y se hacen públicas muchas veces no son tan evidentes: en ocasiones concentran innecesariamente toda o buena parte de la artillería pesada en el enemigo equivocado, provocando víctimas y bajas por “fuego amigo”. Y, de paso, haciéndole un favor al verdadero enemigo.
No se hable ahora de que quienes tienen puntos de vista diferentes “le hacen el juego al enemigo”: es una excusa pedestre. Y no caben en estos conceptos los asalariados del régimen en todo el mundo, o quienes apologizan mediante “trabajo voluntario”: esos son parte del “enemigo”, o por lo menos, del adversario. No se trata de ellos.
Ante la visita a Cuba de los congresistas del Caucus Negro, ha habido diversas reacciones de parte de los disidentes dentro de Cuba: aceptación, reserva, rechazo. Muy normal: esos seres humanos en la Isla tienen los mismos derechos que todos los demás a tener una opinión, aunque expresarla libremente en El Vedado o Centro Habana es mucho más peligroso que hacerlo en Hialeah o en el Paseo de la Castellana.
Del otro lado del estrecho de la Florida, los cubanos exiliados, emigrantes, de la diáspora, o como quiera que se llame cada uno a sí mismo, han manifestado las mismas reacciones: aceptación, reserva, rechazo. La diferencia radica en que fuera de Cuba realmente existe la posibilidad de expresarse libremente, ya sea en una esquina del downtown o en una página digital.
DIVERSIDAD DE CRITERIOS Y UNANIMIDAD
Es lógico que ninguna política o estrategia reciba aceptación unánime. Lo saben hasta los más furibundos del régimen, aunque públicamente no se den por enterados. Y es lógico entonces que, donde las opiniones pueden expresarse libremente, surjan y se puedan conocer con más facilidad distintos puntos de vista y criterios encontrados. Lo cual no establece el derecho de considerar enemigos a quienes piensen diferente.
Un enfoque del que no se ha hablado hasta ahora, y que quede muy claro que no reclamo para nada la autoría de esta opinión, pues la escuché de una persona inteligente, tiene que ver con lo siguiente:
Todos saben perfectamente que la población negra residente en Cuba es la que menos acceso tiene a la moneda fuerte, con la que se pueden obtener productos de primera necesidad, dada la casi ausencia de remesas para ellos por la escasa cantidad de negros cubanos residentes en el exterior (afortunadamente, entre cubanos, no tenemos que decir “afro-americanos” para ser políticamente correctos, pues la mención al color de la piel es descriptiva, y casi nadie la entiende como discriminatoria). Por otra parte, esa población negra tiene vedados o muy cerrados los accesos a los trabajos y negocios que pueden generar ingresos (legales y casi-legales) en dólares o CUC.
Con un aumento en flecha de turistas estadounidenses a la Isla, independientemente que el destino final de los dólares que gasten sean las arcas del régimen, una gran cantidad de dinero se movería por las manos de los cubanos en la calle, tanto a través de la economía formal como de la informal, y de esa manera esa población negra marginada podría tener acceso a dólares que en las circunstancias actuales le están prácticamente vedados.
Decir que no pasa lo mismo con los más de dos millones de turistas que visitan Cuba cada año es una verdad muy porosa: en cierto sentido, parte de esos dólares sí llega a la población negra por las vías referidas, y tampoco es exacto considerar que los europeos y latinoamericanos que van a Cuba buscando turismo barato pueden tener el mismo nivel de consumo y gastos que normalmente tienen los turistas estadounidenses en cualquier lugar del mundo.
No hay que estar de acuerdo con el razonamiento anterior, pero tampoco hay que sorprenderse si esa idea estuviera latente entre los congresistas del Caucus Negro que visitaron Cuba. Podrán ser considerados ingenuos por algunos, por muchos, o por todos, (“naives”, como se dice en inglés), oportunistas políticos si se desea, pero automáticamente no califican como “enemigos” ni hay derecho, razonablemente, a descalificarlos, simplemente porque no nos gusten sus puntos de vista.
Algo se está “cocinando” entre el establishment norteamericano y el régimen cubano, cada parte con sus objetivos, agendas y estrategias. Y lo peor de todo, para los cubanos, sería quedarse fuera y lejos de esa realidad que se nos viene encima.
Cuando alguien no está de acuerdo con la dirección que lleva un tren democrático lo más práctico y saludable no puede ser acostarse en las vías para tratar de detenerlo; tampoco pretender descarrilarlo con violencia, pues se trata de un tren democrático. Y nada de todo lo anterior debe verse tampoco como una invitación para subir al tren y disfrutar el paseo, aunque no nos guste su destino.
Es una invitación a pensar, a razonar, de qué manera algo que es inevitable por estar fuera del alcance de casi todos los cubanos puede hacerse llegar a un final que, aunque no sea el más feliz, sea por lo menos lo más aceptable que se pueda lograr.
En otras palabras, pensar realistamente, sin patalear como ahorcado, en cómo lograr que ese tren Washington-La Habana, que ya ha comenzado a moverse, pueda de alguna manera tener que hacer escala en Miami, y sin que Penélope tenga que deshacer su tejido continuamente.
Es decir, ahora. Porque después sería muy tarde. O, peor aún, innecesario.
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