Huber Matos Araluce/Cubanálisis-El Think-Tank
La reciente Cumbre de la Américas fue una emboscada contra el presidente estadounidense. Presentarle a Barack Obama, en su primer encuentro con la dirigencia latinoamericana, un frente unido respaldando a una dictadura fue contradictorio y descortés. Aun peor, fue una oportunidad perdida. El plan de Castro y Chávez, respaldado por sus incondicionales, más Lula y otros mandatarios, no pudo poner en aprietos a Obama. Por el contrario, el nuevo presidente resultó la estrella del evento. Los demás quedaron en ridículo.
No fue difícil organizar la emboscada, Hugo y Fidel podían cobrar favores, entre otros, por dineros clandestinos que financiaron más de una campaña presidencial. Algunos presidentes, además de no poder negarse, dejaron la puerta del arca venezolana abierta. Tampoco fue difícil vender la idea de que el régimen castrista había entrado en una etapa de comportamiento civilizado; eso reflejan las declaraciones del canciller chileno Alejandro Foxley cuando a finales de enero declaró: ''Si [Cuba] se va a incorporar de verdad a la comunidad latinoamericana, van a surgir muchos temas en los cuales queremos tener una voz [Cuba] que se escuche''. Fue un “sí” demasiado condicionado como para pasarse por alto, pero el gobierno chileno prefirió creérselo y participó en el plan.
El primer acto fue en La Habana, con un vergonzoso desfile de presidentes democráticamente elegidos, buscando una codiciada fotografía con Fidel Castro, el dictador más viejo del continente. Con sus visitas le daban a él y a su dinásticamente escogido sucesor la legitimidad necesaria para defenderlos en La Cumbre como los auténticos representantes del pueblo cubano. Fue un espectáculo que recordaba el apoyo de los Estados Unidos a las dictaduras asesinas y corruptas de Somoza, Batista, Trujillo, Pérez Jiménez, etc. No pueden estos presidentes justificar esa conducta contradictoria. Son nuevas realidades, muy diferentes a aquella escenificada por José Figueres, entonces presidente de Costa Rica, cuando se negó a estrechar la mano del dictador Fulgencio Batista en una reunión de mandatarios latinoamericanos.
El primer tropezón de los estrategas de la emboscada fue la purga llevada a cabo por Raúl Castro y sus asociados contra varios funcionarios del gobierno que representaban la remota posibilidad de encabezar reformas económicas en Cuba. El escenario de los viejos ortodoxos de la línea dura del comunismo castrista aplastando la representación de los más jóvenes del gobierno, se reflejó en críticas y comentarios editoriales en el exterior. Esto abrió los ojos a muchos que de buena fe podían haber creído que el regreso del gobierno cubano a la OEA y el fin del embargo debían ser medidas incondicionales. La señal no pasó desapercibida para el gobierno norteamericano. Obama había sido advertido que debajo del guante de seda castrista había una garra, que quedó al descubierto.
El grupo de charlatanes creyó que pondrían en aprietos a Obama porque subestimaron su inteligencia. No entendieron las encuestas en las cuales el presidente de los Estados Unidos resultaba el líder más admirado por los latinoamericanos. En esa escala de popularidad, Chávez y Castro se encuentran en los niveles más bajos. No tuvieron en cuenta que ante una crisis económica mundial, lo que realmente podía captar la atención de los pueblos latinoamericanos y el interés en los Estados Unidos, era una reunión en que se aprovechara la presencia y la disposición de Obama para presentarle un proyecto concreto de una nueva relación con Latinoamérica que superara los errores y prejuicios del pasado, en ambas direcciones.
El plan también pasó por alto, como lo ha hecho la prensa internacional por mucho tiempo, que el embargo norteamericano a la dictadura castrista no es un invento revanchista de Washington, sino el producto de la presión política ejercida por la mayoría de los tres millones de exilados cubanos en los Estados Unidos, representados por dos senadores y cuatro congresista cubanoamericanos en el congreso estadounidense. Es más demagógico (popular) acusar a Washington del embargo, sin tener en cuenta que en una democracia los votos cuentan. En este caso el de los cubanos y los millones de sus aliados norteamericanos que creen que no se debe levantar el embargo sin un compromiso de respeto a los derechos humanos en Cuba.
Antes de llegar a Trinidad y Tobago, Obama viajó a México donde fue recibido con respeto y admiración. También levantó las restricciones del envío de remesas y los viajes de familiares a Cuba. El mensaje fue claro, ahora tocaba al régimen de Cuba responder a su apertura. El embargo se levantaría cuando se diera libertad a los presos políticos en la isla y se permitiera la libertad de prensa. Irónicamente, fue el único jefe de estado que defendió la democracia para el pueblo cubano.
Los presidentes de Latinoamérica no se pusieron de acuerdo en firmar una declaración final en la que se había trabajado durante meses. A los conspiradores de la emboscada les salió el tiro por la culata y es posible que hasta Raúl Castro tardíamente pueda haber intentado torpedearla. Después de ver de cerca a Latinoamérica hundida en el pantano de la demagogia por sus propios líderes políticos, Obama debe de haber regresado a Washington bastante escéptico.
Las respuestas desde Cuba son contradictorias. Mientras Raúl respondía que estaba dispuesto a conversar con los Estados Unidos sobre cualquier tema; su hermano lo contradice explicándole al mundo “lo que en realidad” quiso decir Raúl. La secretaria de estado Hillary Clinton reaccionó señalando la contradicción: ese régimen está finalizando y debemos estar preparados.
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