Si África ha sido el continente del tribalismo, y Europa el de la “partidocracia”, América Latina sería fábrica de revoluciones y del caudillismo. Este continente abrumado por la violencia acunaría apóstoles y líderes providenciales, partidos políticos alzados en torno a un hombre, y masas populares cautivadas por el don de la palabra.
La nueva izquierda latinoamericana surgiría al calor de la estrategia de liberación nacional del aprismo, y se caracterizaría por su virulento antiimperialismo, salpicada de peronismo y de revolución mexicana. Esta siniestra se presentó con furia exterminadora; de ella nace la vocación revolucionaria del continente. El uní partidismo se oficiaba en ciertos países: no sólo había sido la bandera de las pequeñas capillas comunistas del continente, sino también estaba implícito en el partido PRI mejicano, en el APRA peruano, y solapadamente en el justicialismo peronista. De ahí surgen también la vocación totalitaria del continente y los regímenes de draconianas restricciones.
En los primeros días del triunfo de la revolución cubana, en enero de 1959, los jefes guerrilleros de Castro concibieron la idea de fomentar la guerra de guerrillas en aquellos lugares del continente donde fuera posible. ¿Por qué en una fecha tan temprana Castro había decidido enarbolar el mensaje de que Cuba debía diseminar su revolución por toda América Latina? Embriagado de victoria, Castro ya soñaba con un protagonismo continental y mundial como la mejor forma de la permanencia de su dominación sobre Cuba, puesto que estaba determinado a destruir la influencia de Estados Unidos en el continente.
Algunos han visto la estrategia de la exportación de la revolución, por parte de Castro como una reacción defensiva ante la alegada hostilidad de Washington hacia el nuevo régimen cubano de 1959. Estos observadores consideran que tal animosidad norteamericana forzó a que Castro se lanzara como actor internacional para ubicar a sus aliados revolucionarios en el poder en cualquier país donde se proclamasen, buscando una unidad hemisférica contra los Estados Unidos.
Un cuidadoso examen de los hechos revela que Castro, mucho antes del choque con Estados Unidos, desde los primeros días del triunfo revolucionario, había acelerado de manera singular el proceso de la subversión continental, promoviendo la lucha armada. Empujado por su ego insaciable, Castro consideró la exportación revolucionaria como un medio para extender su influencia personal a través de América Latina. Posteriormente, en la medida que Moscú mostró su aquiescencia a ayudarle y nuevas oportunidades se abrieron en África, Castro, con un deseo casi evangélico, expandió sus operaciones desarrollando una estatura política mundial.
Las colonias de exilados latinoamericanos en los Estados Unidos y Méjico se dieron cuenta pronto de que el gobierno de Castro estaba en disposición de ofrecer sus quijotescos impulsos para liquidar el yugo de la banda de déspotas locales. Castro, su hermano Raúl, Che Guevara y Camilo Cienfuegos1 eran los portavoces y contactos de las delegaciones. El 17 de enero de 1959 en un discurso en La Habana, el Che Guevara se daría a conocer como uno de los apóstoles de la revolución; con la serenidad de un buda expresó ante las cámaras de televisión lo que sería luego el nódulo central de su teoría de la violencia2: "un grupo pequeño de hombres decididos, apoyados por el pueblo y sin miedo a morir si fuera necesario, puede llegar a imponerse a un ejército regular disciplinado y derrotarlo definitivamente... a revolución no está limitada a la nación cubana, sea este el primer paso hacia la victoria de América”.
En su visita a Venezuela a fines de ese mes, Castro adelantó la idea de crear una organización con la finalidad de lanzar la lucha por todo el Caribe. Así comenzó a llegar a La Habana una ola de latinoamericanos. De inmediato se organizó un plan entre Castro y el Che Guevara para principiar la hostilidad en la República Dominicana, Haití, Nicaragua, Paraguay y Panamá. Para febrero de 1959 se asentaron lazos con aquellos elementos que habían ayudado desde diversos países a los combates de Castro en Cuba. Por intermedio del Che Guevara se entabló contacto con los partidos comunistas locales para instituir la red clandestina de aprovisionamiento y finanzas.
EL CASO PANAMÁ
La vinculación histórica de Cuba con Panamá es uno de los casos especiales del continente. Incluso, el partido comunista de Panamá, estaba subordinado al de Cuba durante la época anterior a Castro. La decisión de promover un régimen estilo cubano en Panamá, precipitó la primera gesta subversiva de Castro en América Latina. El 16 de abril de 1959, el diario La Estrella de Panamá publicó alarmado que se avecinaba una invasión de Panamá por extranjeros mercenarios y con el condominio de algunos panameños que se encontraban en Cuba. La primera agresión del castrismo se lanzaba contra este Istmo anclado en pleno corazón continental.
El entrenamiento de 200 hombres en Pinar del Río estuvo a cargo del jefe guerrillero Dermidio Escalona. La expedición armada, integrada por unos 82 cubanos, dos panameños y un norteamericano, estaba dirigida por el cubano César Vega, un viejo compañero universitario de Castro y expedicionario de cayo Confite, que llamaba la atención con sus pómulos salientes y su mirada de poseso. A bordo de la motonave cubana Mayarí, partió el grupo desde el surgidero de Batabanó, al sur de La Habana, hacia Panamá el 19 de abril, y desembarcó en un lugar conocido como Playa Colorada, para secundar un alzamiento armado que se había originado en el cerro Tute. El día 22, la guardia panameña hizo prisioneros a dos integrantes del contingente, un estudiante panameño de apellido Picans y un cubano de nombre Gilberto Betancourt, que había sido capitán de las células de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio en La Habana, y que posteriormente fue fusilado en Cuba por oponerse al gobierno de Castro.
Para zanjar el diferendo, el gobierno de Cuba cooperó con la Organización de Estados Americanos al remitir a dos miembros del departamento de inteligencia del ejército, el capitán Armando Torres y el teniente Fernando Ruiz3, para que instasen la rendición de los expedicionarios, y el esfuerzo se vio coronado por el éxito cuando Vega se reunió en la zona del Canal de Panamá con la delegación de la OEA.
La invasión fue un fracaso desde el primer instante, al naufragar las barcazas en las marismas y riscos de Nombre de Dios, donde hubo la única baja de la acción, un cubano que se enamoró y caso con una bella panameña del lugar; los invasores, por otra parte, escogieron una zona demasiado desolada para la guerra de guerrillas, y al final tuvieron que ser rescatados por buques de la marina de los Estados Unidos.
El primero de mayo, Vega capitulaba ante una comisión de la OEA. Esta intrusión para derribar al gobierno del presidente Ernesto de la Guardia, fue el fruto de una compleja intriga latinoamericana, donde se complotaron varios personajes, entre ellos el pro castrista Rubén Miró, el doctor Roberto Arias, y un gigoló panameño casado con la bailarina británica Margot Fonteyn.
A la sazón, Castro se hallaba en un viaje a los Estados Unidos y Canadá, y este fracaso se transformó en un punto de fricción para el cubano en la prensa y los círculos políticos de muchos países. Castro se reunió con Raúl en Tejas, para que éste le notificase los pormenores del fiasco panameño; sería la primera y última vez que ambos hermanos se hallarían simultáneamente fuera del país.
TRUJILLO "CHAPITAS"
Castro siempre había tenido en la mirilla al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, hombre de voluntad de hierro que mantenía celosamente en su puño las riendas del poder en Quisqueya. En 1948, un Castro enardecido por las cruzadas y las lecturas del fascista español Primo de Rivera, había formado parte de una expedición organizada en Cuba para invadir la República Dominicana y derribar a Trujillo.
La poderosa sombra de Trujillo se inmiscuía constantemente en la problemática cubana; existen incluso evidencias de un vínculo entre Trujillo y el movimiento insurgente de Castro para derribar al general Batista4: "las armas utilizadas por Frank País en los motines de Santiago de Cuba han sido suministradas por el dictador de Santo Domingo, Trujillo, quien está empeñado en derribar a Batista. Prío se ha entrevistado con Trujillo en un yate en las costas de la Florida y algunos de sus amigos recibieron entrenamiento militar en Santo Domingo. Emisarios de Trujillo habían conversado con Fidel en México y aportado algunas armas y dinero para la expedición del Granma".
Desde las primeras semanas del triunfo de la revolución, Castro, el nuevo ídolo continental, había iniciado el entrenamiento en las montañas cubanas a un grupo de dominicanos que en su mayoría fueron reclutados en los Estados Unidos, mientras la emisora oficial habanera, Radio Rebelde, desencadenó un barraje de trasmisiones hacia Haití y Santo Domingo llamando a la rebelión.
El 14 de junio de 1959 todo estaba consumado; varios yates artillados, un guardacostas y tres fragatas, conjuntamente con tres C-46, un B-26 y un P-51, del ejército cubano, secundaron desde la provincia oriental el lanzamiento de la “operación domeñar”, que comprendía un desembarco combinado de 200 cubanos y dominicanos en las playas de Constanza y Puerto Plata bajo el mando de los oficiales de Castro: comandante Delio Gómez Ochoa y capitán Enrique Jiménez Moya. Este último, compañero de Castro en la malograda correría de cayo Confite.
Castro envió a Caracas, a quien en aquel entonces era su ministro de defensa, Augusto Martínez Sánchez, para recabar el apoyo a esta invasión del presidente venezolano Rómulo Betancourt, enemigo histórico de Trujillo; pero el mandatario venezolano no ofreció su beneplácito público a la expedición armada, contrariando al cubano. Los servicios secretos de Trujillo no tuvieron que realizar un gran esfuerzo para conocer los planes de Castro carente de bizantinas sutilezas, y el dictador, con la pechera llena de condecoraciones y engastado en su bicornio napoleónico, esperaba con todo su ejército movilizado. Los invasores, abrumados por calamidades naturales, fueron rodeados y aniquilados y el comandante Gómez Ochoa fue capturado en los arrabales costeros.
Trujillo ordenó que no se hicieran prisioneros entre los apresados en Constanza y Maimón; su ejército privado entró en el cerco, armado con machetes, y con ferocidad persiguió a los invasores en medio de mangles y charcas, cortándoles las manos a los prisioneros cubanos y dominicanos, que morían desangrados. El saldo de esta matanza de crueldad sin par sería de 217 muertos, ningún herido y 7 prisioneros; entre los cadáveres se hallaban los jefes cubanos Jiménez Moya y Horacio Rodríguez.
El exiguo apoyo que tuvo en el consternado continente esta invasión dominicana, impidió que Castro lanzará un segundo contingente que esperaba sus órdenes en el poblado oriental de Baracoa. El delegado dominicano ante la OEA, embajador Virgilio Díaz Ordóñez, solicitó a esta organización que pusiera en práctica el procedimiento de consulta previsto en el Tratado de Río de Janeiro, pero el consejo no accedió por encontrarse República Dominicana bajo una dictadura rechazada en el continente. En su lugar, convocó a una reunión de consulta de cancilleres en Santiago de Chile5.
OPERACIÓN "TONTON MACOUTES"
Así comenzó la correría de Castro por Haití; era el 14 de agosto de 1959, un mes después de la fracasada intentona en la República Dominicana. El nuevo ciclo de violencia, la “operación Haití”, había cobrado forma el mismo día que Castro llevó a cabo su apoteósica entrada triunfal en La Habana, el 8 de enero de 1959. El delegado de Castro en Haití durante la insurrección, Antonio Rodríguez Echazabal, casado con una escultural haitiana y vinculado a la oposición duvalierista, sostuvo una larga entrevista con el nuevo hombre fuerte de Cuba, donde se estableció el pacto para lanzar una segunda versión de la revolución cubana en las montañas occidentales de la isla La Española.
Rápidamente se conformó el mando político-militar con Louis Dejoie, Daniel Fignole, el coronel Pierre Armand y Augusto Mamperás Dejoie. Se desató un frenético reclutamiento en las colonias haitianas en Nueva York, Méjico, las Bahamas, Caracas y en la propia Cuba. En La Habana no se hablaba de otra cosa, y los curtidos guerrilleros de Castro y el Che Guevara se disputaban el figurar en la aventura. Era difícil conservar la lucidez en una isla enloquecida; así, el campamento militar fue levantado en el poblado de Jamaica, cerca de La Habana, y la oficina central de alistamiento funcionaba a la luz del día, a pocos metros del céntrico Paseo del Prado.
Por ese lugar pasaron más de 500 voluntarios; la organización Triple-A, dirigida por Aureliano Sánchez Arango, que igualmente luchó con sus guerrillas contra Batista, ofreció las embarcaciones necesarias. La emisora cubana, Radio Progreso, comenzó a trasmitir una programación en francés, dirigida a los conspiradores dentro de Haití. Los cubanos aumentaron la parada y el esbozo original incluyó una segunda fase para asaltar inmediatamente la República Dominicana; Castro no perdonaba la reciente derrota que había encajado a manos de Trujillo.
Pese a las inexistentes medidas de seguridad, alrededor de este hervidero conspirativo y de las denuncias de un nervioso Francois Duvalier, Washington no lo tomó en serio ni tampoco los servicios franceses, ni el receloso dictador dominicano Trujillo. Un contingente de cubanos secundado por varios haitianos, acaudillados por los oficiales del ejército de Castro, comandante Henry Fuentes y el capitán Ringal Guerrero, desembarcó en Les Irois, el 14 de agosto, para derrocar a Duvalier. Fuentes, argelino de padres españoles, había servido en el ejército francés, participando en las insurrecciones argelinas encabezadas por Ben Khedda; además de integrar la contienda guerrillera cubana contra Batista en la sierra del Escambray. El primer grupo estaba formado por 18 cubanos, 10 haitianos y 2 venezolanos, el cual debía sumarse a una columna del ejército haitiano, que supuestamente se amotinaría. Tres días después, el canciller haitiano, Louis Maré, acusaba de agresión a Cuba ante una estupefacta conferencia de cancilleres del continente reunida en Chile, que se desayunaba con la noticia asombrosa de la invasión cubana a Haití.
La reacción militar haitiana, encabezada por el general Mercerón fue de íntegro apoyo a Duvalier, quien concentró toda su soldadesca en las montañas de Caracausse y el día 20 de agosto estalló el conflicto que concluyó desfavorablemente para las armas cubanas. Muy pocos de los invasores lograron escapar a esta breve y monstruosa matanza. Los periodistas eran llevados al teatro de los acontecimientos donde apreciaban aterrados la hilera de cadáveres.
El gobierno haitiano denunció la intromisión cubana en la reunión de consulta de cancilleres, en Santiago de Chile, convocada tras la protesta dominicana en junio, reiterada en la comisión interamericana de paz, ante la cual se definió la acción dirigida desde La Habana como un caso típico de intervención, violatorio de la convención sobre deberes y derechos de los estados en caso de luchas civiles, suscrita en la capital de Cuba en 1928.
La subcomisión del organismo regional visitó Haití y entrevistó a cinco prisioneros cubanos supervivientes de la referida expedición, entre ellos, Manuel Rodríguez, Santiago Torres, Antonio Panseca, Osmani Escalante6. Haití rompió relaciones con Cuba, y el líder rebelde haitiano, Louis Dejoie, escapó de La Habana hacia Miami, donde fue arrestado7.
EL INTENTO NICARAGÜENSE
La vida política y económica nicaragüense ha estado polarizada por dos facciones tradicionales que a su vez han comparecido con el sandinismo: los liberales anti-clericales de León, y los conservadores tradicionalistas de Granada. Asimismo, han sido dominados por focos dinámicos de familias patriarcales del país, entre las que resaltan los apellidos Debayle, Lacayo, Sacasa, Agüero, Baltodano, Cardenal, Carrión, Chamorro, Cuadra, entre otros. La lucha de los grupos que integraron el Frente Sandinista contra el dictador Anastasio Somoza reflejó, en última instancia, la rebeldía de varias de estas familias contra el dominio generacional de la vieja oligarquía socioeconómica.
Carlos Fonseca Amador, quien será el principal líder sandinista hasta su muerte en 1976, había entrado en relación con los cubanos desde muy temprano, a través de Raúl Castro, durante el sexto festival mundial de la juventud celebrado en Moscú en 1952. En ese mismo año, dos antes de tomar el poder, un Castro guarecido en México sostenía vínculos con los coroneles nicaragüenses Manuel Gómez Flores, Carlos Pasos, Francisco Frixione y Enrique Lacayo, exilados a su vez. Castro y los nicaragüenses sellarían un pacto donde prometían ayudarse mutuamente en caso de que alguno ascendiera primero al poder. En los meses iniciales del triunfo de la rebelión cubana, dos conjuntos nicaragüenses fueron atendidos en La Habana. Por un lado, el conglomerado de los juramentados con Castro en Méjico, compuesto por elementos anticomunistas entre los que despuntaba Pedro Joaquín Chamorro, y que era atendido directamente por el jefe guerrillero cubano Camilo Cienfuegos. El otro círculo, encabezado por Fonseca Amador y de clara inclinación izquierdista, se hallaba bajo la sombra protectora del Che Guevara.
El régimen de Castro adquirió las armas, clandestinamente, en los Estados Unidos. La intrusión fue lanzada por partes, durante los días 31 de mayo y 1 de junio de 1959, empleando aviones cubanos y el yate Nola. El 28 de mayo de 1959 un transporte de las fuerzas armadas cubanas condujo hacia Centroamérica un importante alijo de armas que fue recibido por el comunista Marcial Eguiluz para las presuntas guerrillas nicaragüenses. En esa oportunidad, Joaquín Chamorro viajó a La Habana para solicitar el sostén de Castro a las incursiones de Olama y Mollejones en mayo-junio de 1959; pero tanto Fidel como el Che Guevara decidieron conceder un amparo menor a este proyecto y fomentar los planes del marxista Fonseca Amador.
En una temprana maniobra planificada en Cuba, Chester Lacayo y otros cabecillas de los que realizaron con Castro el pacto de Méjico fueron detenidos por órdenes del Che Guevara y enviados a la cárcel, a la vez que se anulaba la invasión del comandante César Roca que había logrado reunir 35 hombres. Apoyado por el Che Guevara, Castro había decidido que una invasión de Nicaragua sería efectuada por elementos de izquierda.
El 1 de junio el comando de nicaragüenses zarpaba del sur de La Habana bajo el liderazgo de Joaquín Chamorro consumaba la correría hacia el departamento de Chontales. Tras su captura, Joaquín Chamorro admitiría que se había entrevistado con Castro y el Che para gestionarse la asistencia bélica. En junio, Castro envió un transporte de su fuerza aérea a Punta Llorona, una playa de Costa Rica, con 13,500 libras de armas y municiones a bordo. Los pasajeros del avión eran seis exilados nicaragüenses, un costarricense naturalizado y un grupo de cubanos. El plan era irrumpir en Nicaragua y auxiliar al levantamiento ya en marcha contra el régimen de los Somoza.
La unidad armada que estaba comandada por Fonseca Amador, se introdujo en territorio nicaragüense bajo el nombre de columna Rigoberto López Pérez. En este intento de invasión figuraba también Rafael Somarriba, un teniente de la Guardia Nacional nicaragüense, que se había encargado del entrenamiento en Cuba. Los 75 asaltantes, divididos en 4 columnas, se encaminaron hacia Chontales y Matagalpa.
Los encuentros bélicos se suceden en Matagalpa, Chontales y Blue Fields. Esta operación se malograría en pocos meses ante la sorprendente apatía de la población local8. Ya para agosto, la Guardia Nacional del dictador Somoza había dado cuenta de tales cuadrillas. Entre los caídos se encontraban varios soldados cubanos. El refuerzo, que esperaba en Cuba, no se pudo embarcar; asimismo, un grupo cubano que viajaba en el navío Nuevitas fue detenido en el puerto mejicano de Yucatán.
La aventura de Castro en Centroamérica, fue denunciada al consejo de la OEA por Nicaragua. Después, el gobierno nicaragüense indicaría que, de las tres goletas que habían zarpado de Cuba, una navegaba a Cozumel, Méjico, y las otras dos derivaban a Puerto Cortés, Honduras. Otro intento serio de irrupción originado en Cuba tuvo lugar en 1960; esta vez utilizándose el territorio hondureño. Es allí donde Fonseca Amador, Tomás Borge, un puñado de instructores cubanos y 55 reclutas, entre ellos Silvio Mayorga y Humberto Ortega, crearon el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En la formación de los sandinistas participaron el coronel Santos López, de la guardia de Somoza y ex compañero de Augusto César Sandino. Quintín Pino Machado, el entonces embajador cubano en Managua y hombre de confianza de Fidel y de Raúl Castro, ayudó a la constitución del FSLN y seleccionó personalmente a sus dirigentes.
El 23 de junio, una compañía del ejército de Honduras cercó y destruyó las fuerzas de Fonseca Amador en El Chaparral, capturando documentación que incriminaba directamente a Cuba en la expedición. Fonseca Amador resultó gravemente herido; él y Borge se refugiaron en La Habana donde trabaron relación directa con el Che Guevara y con Castro. A la sazón, Fonseca Amador también contaba con la asesoría del marxista mexicano Víctor Tirado López.
Posterior al triunfo sandinista, y desde su cargo de Ministro del Interior, Borge revela la temprana conexión con Cuba9: "De Costa Rica yo fui a Cuba. Participé en el Congreso de Juventudes Latinoamericanas. Eso fue cuando conocí al Che Guevara. Me llevaron a su oficina. Le expliqué con gran entusiasmo que le traía saludos de la juventud de Nicaragua. (El) estuvo de acuerdo con darnos la asistencia económica que le había pedido; eso fue en 1961"
El Salvador resultaba un país con tensos problemas agrarios debido a su densidad demográfica y a la concentración de la propiedad rural en una reducida oligarquía. Todos los detonantes para el estallido de la situación social se recogían en El Salvador, incluso con más agudeza que en Nicaragua. Una élite militar-terrateniente señoreaba el país, manteniendo la polarización social y la pobreza urbana. La diplomacia e inteligencia habanera siempre consideró a El Salvador como un sitio de alta vulnerabilidad.
En diciembre de 1960, el gobierno salvadoreño se hizo de documentación confidencial de La Habana donde se incriminaba al diplomático cubano Roberto Lasalle por financiar actividades subversivas en el país. Se demostró que los cubanos habían entregado $600 000 al salvadoreño Roberto Carias para desencadenar acciones violentas en territorio nacional. El gobierno expulsó a Lasalle, junto a René Rayneri, Armando Velázquez y José M. Valdés, los otros representantes cubanos implicados en tal designio.
El informe detallaba las orientaciones de Raúl Castro sobre la necesidad de proveer instrucción bélica a naturales salvadoreños, el uso de dicho país centroamericano como un puente para los sediciosos nicaragüenses, y el atizar los problemas fronterizos con Guatemala. Uno de los borradores mencionados detallaba cómo los servicios cubanos buscaban afanosamente toda la información posible sobre las familias más poderosas del país.
El 17 de julio de 1961, el director de la Guardia Civil de Costa Rica, coronel Sidney Ross, da la noticia del descubrimiento de un complot de Castro para fomentar actos subversivos en Costa Rica, Nicaragua y Panamá que propiciarán el derrocamiento de los respectivos gobiernos de esos tres países. El coronel Ross hizo pública la existencia de pistas de aterrizaje clandestinas al norte del país que Cuba había estado aprovechando para despacharle armas a los insurgentes nicaragüenses10. Costa Rica decidió suspender las relaciones con Cuba, pero algunas semanas después
"El 12 de noviembre, apenas el gobierno (de Costa Rica) acabó de anunciar la violación del espacio aéreo por aparatos cubanos que volaron sobre la zona de operaciones para llevarles armas y provisiones a los insurrectos nicaragüenses, cuando San José se estremeció con la noticia de que el comandante de la Guardia Civil, Alfonso Monge, y tres de sus subordinados, había sido muertos durante un encuentro con un grupo de expedicionarios que se disponía a invadir Nicaragua11”.
Con más detalles a la vista, el ministro de gobernación costarricense, Joaquín Vargas, expidió una nota esa misma noche dando cuenta de un número indeterminado de bajas por ambas partes y de la captura de seis rebeldes. Subrayó que en las guerrillas había varios cubanos. Apenas una semana después, el rotativo Últimas Noticias enteraba que el gobierno de Costa Rica estaba al tanto de las intenciones para derrocar al presidente Mario Echandi para cuya consumación el régimen de Castro había suministrado un cargamento de pertrechos por la zona bananera12. En 1962, Fonseca Amador y el coronel Santos López, establecieron con subsidio cubano un campamento en Honduras, en el rió Putaca, con miras a preparar otra invasión de Nicaragua.
No sería hasta mediados de 1963 que el preliminar foco guerrillero sandinista lograría aposentarse en la faja del Río Coco, cuando Santos López, Borge y Modesto Duarte encabezan un contingente de 60 hombres adiestrados por La Habana, que entre junio y octubre se posesiona del poblado de Raití. El intento careció de éxito. La columna de Santos López experimentó un descalabro en el entronque de los ríos Coco y Bocay; Borge sería batido en Sang-Sang con numerosas bajas, por lo cual necesitará refugiarse en Matagalpa para recuperarse. El "foco guerrillero" también fracasó en su intento de procurarse el abrigo de los indios Miskito y de la población local. Ya para octubre, los restos de esta columna se habían desbandado hacia Honduras, donde la mayoría fue hecha prisionera.
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