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Santana/ solucioncuba.com |
Antonio Arencibia
[Publicado originalmente por Cubanalisis como "Mientras tanto este noviembre...EEUU y China"].
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Cada cierto número de años concurren aniversarios o eventos que llaman la atención de muchas personas en la mayor parte de las naciones del globo. En estos días, por ejemplo, se conmemoró la acción de Martín Lutero cuando en 1517 clavó en las puertas de la iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, Alemania, sus famosas Tesis que dieron inicio a la Reforma Protestante. Casi paralelamente en el tiempo, hace 500 años se inauguraban oficialmente los celebérrimos frescos pintados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina del Vaticano, para mayor gloria del arte y del Papado. Y no muy lejos de la Santa Sede, hace 90 años, concluía la marcha fascista sobre Roma con la implantación del régimen totalitario de Benito Mussolini en Italia, tras ser nombrado Primer Ministro por el rey. También hace pocos días, entre el 15 y el 18 de octubre, se recordaba en Cuba y en el mundo entero que 50 años atrás la Crisis de los Misiles colocó a la humanidad al borde del retorno a la edad de piedra. Aunque en el país donde se situaron los cohetes soviéticos, los que tendrían que responder ante el pueblo cubano por empujarlo a la primera línea del holocausto nuclear, viven sus últimos años como si fuera motivo de orgullo aquella decisión aventurera sin paralelo en la historia de la humanidad.
Pero olvidemos por ahora el pasado y centrémonos en el presente. Entre el 6 y el 8 noviembre se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos y un Congreso del Partido Comunista aprobará el cambio de guardia en el liderazgo de China para los próximos diez años. Sin dudas nos encontramos con sucesos políticos de trascendencia para todos, ya que las dos primeras potencias mundiales compiten por mantener o alcanzar la hegemonía planetaria en todos los campos, aunque la lección mejor aprendida de la crisis de los cohetes en la Isla ha sido descartar el empleo de armas nucleares en los conflictos, e impedir su proliferación fuera de un privilegiado grupo de países.
El último debate antes del 6 de noviembre
Por otra parte, ese consenso entre las grandes potencias no ha impedido, ni va a impedir, las guerras convencionales en el mundo, pero en una democracia como la norteamericana, esas guerras suponen grandes pérdidas en hombres, que conllevan tan alto costo político que Obama aprovechó el debate sobre política exterior para plantear: “Ni un solo soldado sobre el terreno”. Tal declaración del candidato demócrata a la reelección supone la promesa del cierre del ciclo de intervenciones militares de Estados Unidos en Afganistán y en Irak, que dura ya once años. Pero se trata, en esencia, que tanto el partido de Obama como el de Romney saben que la mayoría de sus conciudadanos ya no desean que el país siga siendo el “policía mundial”, y que prefieren mejorar la nación en la que viven en vez de gastar ingentes recursos en nation building en el extranjero.
Esa tendencia al aislacionismo de los norteamericanos no es nueva, ocurre esporádicamente, pero no resuelve la cuestión clave: que, gústele o no a los electores, el inquilino de la Casa Blanca tiene la obligación también de decidir en los problemas más candentes del barrio planetario. Por eso, no habrá grandes transformaciones en la política exterior de Estados Unidos, gane quien gane el 6 de noviembre, y tras el regreso de las tropas se evitará la participación directa en conflictos en zonas claves, mediante el incremento de la llamada proxy war, que es la guerra librada por terceros.
Donde deba llevarse a cabo la intervención directa norteamericana será de gran ayuda la revolución tecnológica militar del nuevo siglo. Ya lo apuntaba el actual mandatario en el último debate televisado con el ex gobernador Romney: “esta no es la época de las bayonetas y los caballos, esto no es un juego de barcos”. El mejor ejemplo de la modernización de las fuerzas armadas es el empleo creciente de drones, los aviones no tripulados.
Es decir, la guerra se está apeando de su caballo apocalíptico, y se dedica, mediante controles electrónicos, a eliminar blancos selectivos a gran distancia y sin riesgo. (Por cierto, que este tipo de medio ha estado proliferando, y desde el 2006 Irán ya construía drones modelo “Ababil”, que entregó a Hezbolá durante la guerra del Líbano, y que ahora ha perfeccionado para darle un alcance de hasta 2000 kilómetros, los que ha empezado a entregar al régimen de Al Assad).
En lo que Mitt Romney y Barack Obama no coinciden es en definir algunas prioridades estratégicas. Por ejemplo, en marzo el republicano dijo que Rusia es “el principal enemigo geopolítico” de Estados Unidos, mientras que el mandatario demócrata ha priorizado el incremento del potencial económico y militar del país dirigido a países de la zona Asia-Pacífico, en lo que se conoce como “el giro al Asia”, política cuyo propósito no declarado, pero evidente, es impedir la expansión de China.
Respecto al gigante asiático el candidato republicano ha estado enarbolando la misma posición que la mayoría de los senadores de su partido, que lograron aprobar sanciones a Beijing con mayores aranceles por mantener artificialmente infravalorada su moneda, el yuan. Tal medida, de ser convertida en ley, iniciaría una guerra comercial entre China y Estados Unidos, a la que se oponen no solo grandes intereses económicos norteamericanos, sino muchos republicanos, entre ellos el senador cubano-americano Marco Rubio, que votó en contra de la propuesta.
Pero Romney exageró la nota al declarar que de ser electo se propone favorecer más el comercio con América Latina que con China. Como se ha comentado, se trata de un guiño electoral a los votantes “hispanos”, pues América Latina exporta principalmente materias primas y su industria ligera no puede competir con la de los chinos. No obstante lo anterior, hay que reconocer que no es coherente que Estados Unidos aumente su proyección estratégica en Asia y el Pacífico, en detrimento de los países del continente americano, en los que China invierte y comercia cada vez más. Como política norteamericana de contención, lo mejor, aunque tardío, sería que garantizase primero el bastante rebelde “vecindario”, y dedicara menos recursos a crear una presencia militar y económica fuerte en el otro extremo del mundo.
Como bien saben los castristas, Rusia no es el primer enemigo de Estados Unidos porque Romney lo diga. De ser cierto, ya les habría resuelto el problema de la vieja deuda, como ha hecho Moscú con la de once mil millones de dólares que les debía Corea del Norte. A la deuda de Pyongyang los rusos le aplicaron un descuento inicial y el resto se empleará en las llamadas “operaciones de deuda por ayuda”, principalmente para la construcción de un oleoducto entre ambos países.
Pero ya no son los tiempos en que los “camaradas cubanos” viajaban cómodamente en la grupa del oso soviético. La deuda de Cuba -que es muy superior a la coreana- sigue por ahora congelada, hasta que Raúl Castro se decida a convertirla, como desea Putin, en “bonos” para inversiones rusas en la Isla.
Eso sí, La Habana calcula que Romney en la Casa Blanca podría significar la eliminación de las ventajas que el presidente demócrata ha dado a los cubano-americanos en materia de viajes y remesas. El conocimiento de la opinión de su padre sobre este asunto, explicaría las torpes palabras de Mariela Castro en New York de que “como ciudadana del mundo” votaría por Obama, lo que ha servido para una campaña republicana de descrédito en Florida sobre la base de este apoyo y el que diera Hugo Chávez al mandatario.
Parece que Raúl Castro se ha percatado de que las opiniones de la familia no se deben divulgar, y ha enviado a su hijo Alejandro a Moscú con un mensaje diferente. El coronel Castro Espín ha declarado a la televisión rusa que la sustitución de su tío por su padre en Cuba significan que el país “ha cambiado lo mismo que cambiaría si en las elecciones la semana que viene en Estados Unidos saliera electo Romney y no Obama”.
Mientras tanto, en La Habana, el MINREX publicaba una declaración atacando a la Sección de Intereses de los Estados Unidos (SINA), por seguir “fungiendo como cuartel general de la política de subversión del gobierno norteamericano contra Cuba”. De todos modos, los apoyos, inconvenientes y no solicitados por el presidente Obama, han sido neutralizados por su rápida movilización ante la destrucción del huracán Sandy en la costa Este del país, lo que le ha ganado las simpatías tanto del gobernador republicano de New Jersey como de Michael Bloomberg, el poderoso alcalde de Nueva York.
Por otra parte, como el régimen tiene gran dependencia de Beijing, su nuevo gran acreedor, no va a perder pie ni pisada de los preparativos y desarrollo del XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, que se iniciará el 8 de noviembre, para ver como repercuten en las relaciones comerciales, los créditos y las inversiones.
China, ¿dragón o panda?
Como establecen los programas del comunismo chino, fuerza dirigente de la segunda economía mundial, ese congreso aprobará el ascenso al poder de la llamada “quinta generación de líderes”, que ocuparán los principales cargos del partido y, por lo tanto, del estado, de las fuerzas armadas y del gobierno en la República Popular China.
Para los estudiosos del panorama político chino, tras el retiro de Hu Jintao como Secretario General ya estaba decidida su sucesión por Xi Jinping desde octubre del 2010, porque de acuerdo al escalafón establecido para acceder al mandarinato supremo éste último fue nombrado en esa fecha vicepresidente de la Comisión Militar Central del Partido.
Los especialistas en el tema chino advierten que lo que tendrá en sus manos esa quinta camada de dirigentes es seguir actualizando -con medidas acordes al capitalismo autoritario de estado- la vía china que Deng Xiaoping inició hace 34 años. Para empezar, se debería reducir la intervención del estado en la economía, reduciendo los privilegios de que gozan las empresas estatales, y cambiar la política del estado de priorizar la inversión por impulsar el consumo.
Otra medida impostergable sería la autorización a las masas de emigrantes rurales de permanencia en las ciudades donde trabajan y viven en pésimas condiciones sin derecho a residencia y reunión con sus familias. Estas no son, -como gusta de decir la izquierda rabiosa-, “elucubraciones de medios occidentales”. Se trata de análisis sobre el desarrollo del país que no solo plantean muchos economistas chinos, sino incluso algunos cuadros de las escuelas del partido único.
El liderazgo de diez años de Hu Jintao permitió consolidar los cambios impulsados por su predecesor Jiang Zeming en la década anterior, cuando le otorgó gran autonomía a las empresas propiedad del estado. En la actualidad, para seguir avanzando se requiere el freno del favoritismo de que gozan las entidades estatales, que han recibido el máximo apoyo del plan de estímulo del gobierno chino para salir de la crisis financiera del 2008, y hoy actúan como monopolios que excluyen a las demás empresas del mercado.
El “modelo chino” ha logrado por décadas el crecimiento sostenido de la economía del país a altísimos niveles, que aún en estos momentos, en que se está ralentizando, alcanza una tasa de más del 7 por ciento del PIB, mucho más alta que la de otros países desarrollados como Estados Unidos o Alemania.
El ambicioso propósito anunciado para la próxima década por el partido comunista es que China deje de ser “la fábrica del mundo” y se convierta en “la innovadora del mundo”. Pero ese plan está lastrado por dos problemas muy graves: primero, una desigualdad endémica, que se ejemplifica con la falta de derechos para los campesinos que emigran a trabajar a las ciudades y los que pierden sus tierras usurpadas por funcionarios y empresarios, y segundo, una corrupción muy generalizada, no solo entre los cuadros intermedios, sino a muy alto nivel del gobierno y el partido comunista chino.
En términos de poder real, la lucha de facciones dentro del partido único se decidió -una vez más- a favor de los elementos reformistas, y los perdedores son aquellos como Bo Xilai, el defenestrado miembro del Buró Político, que favorecía retomar elementos culturales y políticos propios del maoísmo.
Aparte de esto, hay otra grave cuestión, ya que la esposa de Bo está acusada de envenenar a un hombre de negocios británico que tenía conflictos financieros con el hijo de la pareja. En este caso no se trata de corrupción abierta, sino de que la mujer, amparada en los altos cargos de su marido, logró implicar a funcionarios policiales en el encubrimiento del crimen.
Pero el asunto de las influencias familiares de los grandes dirigentes se ha destapado recientemente con un artículo del The New York Times, que calcula la riqueza de la familia de otro intocable, el Primer Ministro Wen Jiabao, en 2,700 millones de dólares. A fines de junio de este año, la publicación Bloomberg había revelado que la familia del futuro Número Uno, Xi Jingpin, incluía valores multimillonarios producto de negocios en empresas de telefonía, de minerales e inmobiliarias.
La reacción oficial inmediata de Beijing ha sido bloquear en la Internet de China al diario newyorkino, tal como hizo anteriormente con el sitio del grupo Bloomberg. La cuestión clave no es el enriquecimiento directo de esos miembros de la cúpula, sino cómo pueden haber canalizado, a favor de negocios familiares, el conocimiento privilegiado que tienen sobre decisiones económicas estratégicas del gobierno chino.
Por ahora no hay peligro de confrontación militar entre las dos primeras potencias, y China insiste en que no aspira a la hegemonía mundial: quiere aparentar que es un simpático panda, no un peligroso dragón. Pero ha empezado a ampliar considerablemente su esfera de influencia. En cuanto se produzca la salida de las tropas de la Alianza de Afganistán, pondrá el pié en ese importante corredor asiático.
Las empresas chinas han estado controlando tierras cultivables en África, hacia donde se dirige una creciente migración. En busca de recursos energéticos se ha movido por todo el planeta y ha llegado hasta Canadá. Allí, el consorcio estatal petrolero chino CNOOC ha ofrecido 15,100 millones de dólares por la adquisición de la canadiense Nexen, que explota grandes reservas en Columbia Británica, Golfo de México, Reino Unido, Polonia, Yemen, África Occidental y Colombia. En el terreno financiero, China se ha lanzado a la compra de bonos del Tesoro de Estados Unidos, y en estos momentos controla más de un billón de dólares de su deuda, lo que lo convierte en el primer país acreedor.
La China actual se empezó a fraguar durante la presidencia de Richard Nixon, mediante la astucia de Henry Kissinger. Era una alianza política contra la Unión Soviética, que cuarenta años más tarde los coloca indefectiblemente como rivales. Si la historia nos da lecciones provechosas, no se puede olvidar que las alianzas y el impulso por décadas de europeos y norteamericanos a la revolución industrial en Japón, recibió como pago la conquista a sangre y fuego de sus colonias tras el ataque a Pearl Harbor.
El neocastrismo mira hoy hacia China, que actúa como potencia imperialista (dragón) a pesar de su disfraz ideológico proletario y solidario (panda). Debido a lo titubeante de las reformas “raulistas” no entregaron a los chinos la explotación de la industria del níquel, que era de su interés. Como no tienen nada que ofrecerle a los chinos, son un aliado de segunda categoría, cuyo único valor es simbólico, ya que fueron los primeros en América Latina en reconocer diplomáticamente la República Popular China. Actualmente solo reciben escasos créditos de Beijing y se hacen la ilusión de que llegará el levantamiento del embargo norteamericano y podrán convertir el Mariel en factoría de mercancías chinas camino a la costa Este de Estados Unidos.
Mientras tanto, ansían ver un guiño cómplice en cualquier parte, que les dé ventajas, ya sea Moscú, Teherán, Damasco o Dubai. Cuba ha llegado a ser ese país en bancarrota, que además de sufrir repetidas catástrofes naturales, está lastrado por una dictadura ineficiente que sigue atrapada en dogmas socialistas obsoletos que no permiten liberar las fuerzas creadoras de los ciudadanos.
Una Isla, antaño floreciente, que compite ya con otras naciones menesterosas por ayuda humanitaria.
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