Emilio Ichikawa
El tipo de corrupción en un intelectual o académico cubano, que un contralor o auditor pudiera presentar a la opinión pública carecería, en general, de atractivo. Porque como todo en la vida, para corromperse hay que saber, entrenarse y de paso estar ubicado en una altura para poder efectivamente “caer”. Es decir, tener desenfrenos, alevosías, ganas, gustos caros y licenciosos. Pero dada la presión ideológica y la fragilidad política con que un intelectual revolucionario (orgánico) se ubica en la estructura social cubana, suele ser más bien una criatura menguada, grave, arisca y sigilosa; incluso solemne, obligada a un rol de trascendencia y estoicismo sacrificial en la representación de los pobres del mundo. Por demás, y quizás es por aquí por donde debió empezarse, el área socioeconómica en que el intelectual cubano se desarrolla, y en correspondencia el sector social internacional (los extranjeros) con que está relacionado, tampoco tiene la solvencia que hace falta para una “corrupción de altura”, noticiable. Estos casos son más vistosos, por ejemplo, entre oficiales del MININT o de las FAR, el empresariado, o quizás en grupos artísticos muy bien remunerados.
Claro que comparado con los sectores más humildes de la escala social cubana cualquier lujo puede ser escandaloso, pero una “corrupción” de baja escala más bien puede mover a la burla o la compasión de la opinión, como sucedió en Miami con las toronjas en la mesa de Fidel Castro y las lechugas orgánicas de Dalia Soto, que se presentaron como denuncias de “corrupción” en la televisión del sur de Florida. De modo que cuando se habla de “corrupción” en el caso de Mercedes Arce me compruebo y confieso haciendo un poco de resistencia o restándole interés. Como si me hablaran de “corrupción” de Carlos Alzugaray, Rafael Hernández o gente así: no, de ningún modo creo que sean corruptos. Lo digo con todos los riesgos, como cuando dije que tampoco creía que Frank Calzón fuera corrupto.
Respecto al caso de Mercedes Arce me inclino a pensar que tiene que ver con un asunto vinculado a su actuar político, y no porque haya asesorado en una elección a un candidato crítico de Castro o que favorece el embargo, sino porque cruzó algún límite en esos menesteres filo-agentosos con que se le está asociando. Ahora bien, aquí me sucede lo mismo que con el asunto de la “corrupción”: el servicio de inteligencia que un intelectual cubano puede prestar desde los círculos que frecuenta en su profesión es muy modesto. Los académicos cubanos que visitan EEUU son tenidos en los elitistas círculos de la agentura más como chismosos que como agentes. ¿Qué puede haber representado la “académica” Mercedes Arce como agente cuando al propio Gerardo Hernández la prensa cubana lo está tratando en términos de “agente de nivel medio”?; como muestra el reciente artículo de Landau y Glover en CUBADEBATE sobre la visita a la cárcel: “Es más, la evidencia demuestra un cuadro muy diferente de lo que Gerardo Hernández sabía en realidad. Difícilmente la Seguridad cubana fuera a informar a un agente de nivel medio de una decisión tomada por los líderes cubanos…”
El asunto de la detención de Mercedes Arce no resulta muy interesante desde el ángulo del monto de la “corrupción” o del nivel de la “agentura” (si es que accedió); lo que me interesa aquí son más bien estos dos temas, en particular el segundo:
1-El perfil de académico por el que se inclinan los servicios de inteligencia; del país que sean.
2-Los campos de estudio, epistémicos, que pudieran trazarse y avalarse en virtud del interés de los servicios de inteligencia y no de la lógica académica; ya sea institucional o esa más interna vinculada a las disciplinas. Como puede comprobarse, muchos de estos académicos de interés extra-académico suelen moverse en el eclecticismo teórico y evitan, por subordinación primaria a las agencias o mediocridad científica, la postulación de verdades demasiado polémicas. Con lo que nos desplazaríamos del tema del “intelectual corrupto” para entrar en otro más grave: el de la “corrupción de lo intelectual”.
Como quiera que sea, este affaire en torno a Mercedes Arce arroja un poco de luz sobre el “embaraje” de la negativa de visa de entrada a Cuba a Juan Antonio Blanco; separando la decisión de un asunto meramente migratorio o presuntamente científico. Como quedó un poco más explicada aquella negativa de permiso de entrada a Cuba a la editora Patricia Gutiérrez Menoyo para la Feria del Libro de La Habana, cuando se dio a conocer que uno de sus escritores, Raúl Capote (Agente Daniel), era agente de la Seguridad del Estado tenido por agente del otro lado. Probablemente fueron los informes de Capote y no la calentura de la novela de Luis Manuel García lo que le hizo caer en desgracia con las autoridades cubanas.
-FOTO: Mercedes Arce, entonces directora ejecutiva del Centro de Estudios de Alternativas Políticas (CEAP) de la Universidad de La Habana, junto al “diplomático” Manuel Davis —a punto e caer en desgracia en el affaire de Andrés Openheimer y su libro La hora final de Castro (1992)— y el periodista Félix Pita Astudillo, en el seminario «La diáspora cubana y los medios». Esta foto es significativa, porque en ella aparece Davis, expulsado de la DI por haber fallado en el caso Oppenheimer. Lo dejaron incursionar en el turismo, con una empresa que se llamaba Cuba Top Travel (empezó trayendo a bahamenses, toda una pantalla). Davis estaba casado con una de las “delegadas” de Cuba en Washington e incluso prestó servicio allí como primer secretario de Arbesu. Las comillas en diplomático no son gratuitas. En “delegada” tampoco. (Villa Universitaria de Machurrucuto, Bauta, 1991) © IEC (CRI)
No hay comentarios:
Publicar un comentario