Diario de las Americas.com
¿Quién mató a Sebastián Arcos Bergnes? El líder opositor que desde su celda de prisionero de conciencia se quejó durante al menos dos años de un dolor punzante que le bajaba por toda la pierna y no le dejaba dormir. El régimen dictaminó que estaba fingiendo; hicieron un diagnóstico político en vez de clínico.
Cuando cumplió la sentencia, ya era demasiado tarde: a un médico amigo, contra el que luego aplicaron todo el peso de las represalias, le bastó un simple examen físico para encontrar el enorme tumor canceroso (del tamaño de una naranja) que ya había empezado su irreversible metástasis. ¿Quién mató a José Abrantes? ¡Fue tan oportuno ese infarto que cuesta creer en otra cosa! Yo, sin embargo, les daba el beneficio de la duda, pero un día, cuando las autoridades estadounidenses arrestaron a Posada Carriles, Fidel Castro me sorprendió con una declaración reveladora: “Ahora que no le provoquen un infarto”, dijo Castro, al parecer convencido de que Posada Carriles poseía secretos a los que Washington temía. Y yo me pregunté: ¿Pero cómo es eso? ¿Así que se provocan infartos?
Me gustaría saber qué conocimientos profundos sobre la materia tiene el comandante que le lanza a los Estados Unidos semejante advertencia.
Y es que los muchachos de la KGB les enseñaron algunos buenos truquitos a sus discípulos de La Habana. Los mismos que, aun después de desaparecida la URSS, le pusieron un talio radioactivo en el sushi al ex- espía ruso Alexander Livinenko, una suerte de mini bomba atómica para la cena. Los mismos que en el 2004 le habían desfigurado el rostro al líder ucraniano Vicktor Yúshchenko, con una potente dosis de dioxina, que aun no tiene idea clara de cómo se la suministraron, y que no lo mató de puro milagro.
La misma camada que unos años antes eliminó al disidente búlgaro Georgi Markov, pinchándolo con la punta de un paraguas cargada con una sofisticada cápsula de ricina. Por cierto, el mismo día del cumpleaños de Todor Zhivkov, el presidente de la Bulgaria comunista de entonces, a quien los servicios de inteligencia de su país, asesorados por Moscú, le quisieron hacer un regalo muy deseado. Como vemos son muchos los recursos, la imaginación y la falta de escrúpulos de los camaradas.
Pero al margen de estas especulaciones más o menos novelescas, hay un peligro que salta a la vista: el de que todo el sistema médico de un país esté controlado por el Estado. El tan elogiado sistema de salud cubano no es más que un monopolio que impide la medicina alternativa privada, por lo que a los opositores, cuando se enferman, no les queda más remedio que ponerse en manos del enemigo. Luego, como el sistema judicial también es un monopolio del partido único, no existe la menor posibilidad de investigar una posible negligencia. Cuando se piensa en pormenores de esta naturaleza, salta la dimensión heroica de quienes hacen oposición abierta dentro de Cuba.
De todos modos a Laura Pollán la mataron en vida: con el encarcelamiento de su esposo, con los actos de repudio, los insultos, los golpes, las descalificaciones desde los medios de difusión (otra exclusividad estatal), el acecho permanente y el chantaje moral. Y como no pudieron doblegarla en esa vida triste que le tocó y contra la que se rebelaba, su muerte resulta sospechosamente conveniente para el régimen. Un régimen que se ha quejado amargamente de que tras la liberación de los setenta y cinco las Damas de Blanco no se hayan disuelto.
Cuando uno repasa y sopesa todos estos precedentes, no suena tan descabellado preguntarse: ¿Quién mató a Laura Pollán?
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*El autor es periodista y presentador del Canal 41 America TV.
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