Miguel Cossio
El plan A consistía en vivir y morir en Libia; el B, vivir y morir en Libia; el C, vivir y morir en Libia.
Los dictadores cubanos Fidel y Raúl Castro deberían reflexionar en serio sobre el destino de los Kadafi. Aunque, como sabemos, no hay peor sordo que el que no quiere oír. Los Castro siguen empeñados en decir que todo lo que ocurre en el resto del mundo acerca de la búsqueda legítima de la democracia y el mejoramiento de los niveles de vida de la población es absolutamente inaplicable a la situación de Cuba, que para ellos se encuentra en otro planeta.
El violento final del rumano Nicolae Ceausescu, el iraquí Saddam Hussein y el libio Moammar Kadafi, entre otros dictadores, así como el ímpetu del movimiento de los indignados en varios países del globo, no inmuta a los hermanos Castro, ni parece decirles nada.
Por el contrario, su régimen afirma que en Cuba ya hubo un movimiento de los indignados en 1959, es decir, en el siglo pasado, interpretación histórica que podríamos aplicar también a los independentistas del siglo XIX que se indignaron contra el colonialismo español.
En efecto, todo eso ocurrió, pero en otra realidad borgiana. Porque, en ese estado de percepción y negación esquizoide en el que viven los Castro, lo que pasa en el mundo no les importa ni les toca ni con el pétalo de una flor.
Siguen ignorando el fenómeno político de mayor trascendencia de los últimos veinte años; esto es, el establecimiento de una agenda global de libertad, que comenzó con la caída del Muro de Berlín en 1989, resurgió en el 2009 con las protestas electorales en Irán y fraguó este año con la primavera árabe en Túnez, Yemen, Egipto y Libia.
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