cubanalisis
Diego Trinidad, PhD
¿Que es la Teología de la Liberación? En realidad, la pregunta debía
ser ¿que fue la Teología de la Liberación?
Pero gracias al nuevo Papa peronista, esa insidiosa doctrina ha sido
resucitada y está vigente de nuevo. Antes de proceder, debo prevenir
a los lectores que entrar en temas de teología es algo confuso y
hasta peligroso. Confuso porque, como he escrito en otras ocasiones,
estas cuestiones ni me interesan mucho ni tengo los conocimientos
necesarios para siquiera opinar sobre ellas. Peligroso porque, como
muchos bien saben, la religión es un tema divisivo y como involucra
la fe y las creencias, no se puede aplicar la razón y muchos
reaccionan emocionalmente. Pero como mi explicación estará basada
en la historia -y en eso si tengo competencia y conocimientos
suficientes- trataré de explicar algo sobre esta doctrina que ahora
otra vez surge para confundir y desinformar a los incautos.
Contrario a lo que escribe el ex-General Ion Pacepa, quien
fuera jefe de los servicios de inteligencia rumanos, en su magnífico
libro Disinformation (2013), la Teología de la Liberación (TL) NO
fue inventada por la KGB, aunque SÍ fue penetrada, influenciada y
utilizada no solo por la KGB, sino también por la DIE rumana y la
DGI cubana, para sus fines malvados en Centro y Sur América.
El
régimen castrista se benefició mucho gracias a esta falsa doctrina
porque la utilizó hábilmente para subvertir no solo a miles de curas
católicos y ministros protestantes en el mundo de habla española,
sino a quizás millones de sinceros creyentes para confundirlos y
malinformarlos.
La
Teología de la Liberación tiene en realidad su origen en el Segundo
Concilio Ecuménico Vaticano en 1962. El entonces nuevo Papa Juan
XXIII abrió las puertas a estas ideas cuando el Concilio llamó a la
Iglesia a involucrarse en las luchas de los pobres por la justicia
social. Unos años después, durante la Segunda Conferencia del
Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en Medellín, Colombia, en
1968, el cura dominico peruano Gustavo Gutiérrez (ahora profesor de
teología en la Universidad de Notre Dame, Indiana, EEUU), instó a la
Iglesia a enfatizar la lucha activa contra la pobreza en América
Latina.
Tres años después, Gutiérrez escribió el libro La Teología de la
Liberación, y es generalmente considerado como el padre de la
doctrina. Pero las ideas vienen de mucho antes, con el desarrollo de
la teología política de pensadores alemanes como Jurgen Moltmann,
Johann Metz y Dorothee Solle en los 1950s, todos profundamente
influenciados por el marxismo.
Gutiérrez además tuvo varios “colegas” desde el principio. Por
ejemplo, el educador brasileño Paulo Freire, quien escribió
Pedagogía de los Oprimidos en 1968, proponiendo la
“concientización” de los pobres y predicando que los oprimidos deben
liberarse por si mismos. Otros prominentes teólogos de la Liberación
incluyen al jesuita uruguayo Juan Luis Segundo, el franciscano
brasileño Leonardo Boff y el también jesuita salvadoreño de origen
español Jon Sobrino. Los arzobispos católicos Hélder Cámara, de
Recife, Brasil, y Oscar Romero, de San Salvador, fueron figuras
importantes. Algunos prominentes protestantes como el argentino José
Miguel Bonino (metodista) y el brasileño Rubem Alves (presbiteriano)
también han contribuido a la Teología de la Liberación.
Pero ¿que es la Teología de la liberación?
Recuerdo a los lectores que este ensayo es descriptivo, solamente
una narrativa histórica extremadamente breve de lo escrito por
Gustavo Gutiérrez y los demás. Pero de ninguna manera entraré en
debates teológicos. Para repetirlo, no me interesan.
Gutiérrez, según mi entendimiento de su doctrina, propone que el
desarrollo económico no ha funcionado para resolver las causas de la
pobreza y sus raíces, porque ha dejado intactas las estructuras de
la explotación. Gutiérrez entonces opta por el enfoque de la
“liberación” que llama a un cambio estructural radical de la
sociedad. Esto incluye el uso de la violencia para traer los
cambios necesarios, ya que los conceptos de violencia “buenos”
(ejercidos por los opresores) y los “malos (ejercidos por los
oprimidos contra los opresores), deben ser rechazados.
Gutiérrez también propone la acción en lugar de la fe para poder
eliminar la pobreza. Los fundamentos de toda su doctrina tienen un
fondo admitidamente marxista, como también lo tienen las
modificaciones de los varios autores y proponentes de la doctrina ya
citados. Esto debería ser suficiente para explicar la TL de una
manera muy básica, lo cual estoy seguro que será rechazado como
demasiado “simplista” por los defensores de la doctrina, y quizás
así sea. No soy experto ni me tomo atributos de serlo.
Ahora bien, tanto Gutiérrez como los demás proponentes de la
doctrina de la Liberación han cambiado y variado sus prédicas en las
últimas cuatro décadas. Es por esto que muchos defensores del Papa
peronista insisten en que hay otras (y muchas) corrientes de la TL
que son “democráticas”. De cierta manera puede ser verdad. Pero ¿y
que? El hecho sigue siendo que estas “corrientes” no marxistas de
la doctrina son de la izquierda, casi siempre de la extrema
izquierda.
Los
que apoyan esas “corrientes” generalmente se auto-describen como
“socialdemócratas”. Es decir, son socialistas. En la práctica, es lo
mismo. Mucho más importante, la TL ha sido enormemente dañina, sobre
todo en Iberoamérica, y ha contribuido a causar miles de muertes
innecesarias en todo el continente, mientras que difícilmente ha
contribuido a levantar a un solo pobre de sus condiciones de
miseria.
Ese
es el problema con la insidiosa y falsa doctrina: el daño que ha
hecho. Pero antes de continuar describiendo ese daño, que es lo
importante de este ensayo, es necesario regresar a lo que sucedió
después que Gutiérrez publicó su libro en 1971, especialmente cuál
fue la reacción del Vaticano a la Teología de la Liberación.
Como era de esperar, la reacción del Vaticano no tardó. En 1972,
después de la muerte de Juan XXIII, el nuevo Papa era Pablo VI y el
nuevo presidente de CELAM era el Obispo de Puebla, México, Alfonso
López Trujillo. Los dos trataron de frenar los avances de la TL en
Iberoamérica, pero no fue hasta la tercera reunión de CELAM en
Puebla, en 1979, que la posición oficial de la Iglesia cambió.
Gustavo Gutiérrez NO fue invitado a Puebla.
Juan Pablo
II y Benedicto XVI
El
nuevo Papa, Juan Pablo II, quien presidió la conferencia, aunque
expresó la preocupación de la Iglesia por la injusta condición de
los pobres en Iberoamérica, también mostró su preocupación creciente
(porque la TL nunca ha sido oficialmente condenada por la Iglesia, a
pesar de las censuras personales de los Papas Juan Pablo II y
Benedicto XVI) por el radicalismo de la TL, declarando que el
concepto de Cristo como una figura política, un revolucionario, el
subversivo de Nazaret, no concordaba con el catecismo de la Iglesia.
Pero un grupo de 80 teólogos seguidores de Gutiérrez, desde un
seminario cercano, produjeron un documento de 20 páginas refutando
al mismo Papa. Algunos críticos consideraron que quizás un 25% del
contenido de la declaración final de CELAM III fue escrito por el
grupo pro-Gutiérrez, endosando la idea de la preferencia de Dios por
los pobres como parte de la búsqueda de la justicia, y criticando a
las dictaduras de América Latina.
En
los próximos años tanto el Papa Juan Pablo II como Benedicto XVI
(cuando era el Cardenal Joseph Ratzinger), criticaron enérgicamente
la TL y específicamente a algunos de sus más destacados
patrocinadores, como el cura nicaragüense de la Orden Maryknoll
Miguel d’Escoto. D’Escoto, nacido en EEUU, fue uno de los
principales sandinistas (uno de los 12 comandantes originales) y
llegó a ser Ministro de Relaciones Exteriores en el régimen de
Daniel Ortega desde 1979 hasta 1990.
El
Papa Juan Pablo II lo requirió repetidamente por sus actividades
políticas, y en 1985 le ordenó, junto con los hermanos curas Ernesto
y Fernando Cardenal, quienes también trabajaban para el régimen
sandinista, que renunciaran a sus puestos. Cuando no obedecieron,
fueron suspendidos por el Vaticano (no excomulgados).
Todavía en diciembre del 2009, ya siendo Papa, Benedicto XVI, en una
visita a Brasil, hizo una de las críticas más severas a la TL, la
cual siempre fue muy fuerte en ese gran país de Suramérica.
Benedicto, además de enfatizar -una vez más- que algunos teólogos de
la Liberación se basaban mucho en conceptos marxistas, también
describió las ideas de la TL como “engañosas”.
La
posición oficial de la Iglesia hasta el 2013 fue de desaprobación a
la TL, aunque nunca la condenó. Pero en ese año el nuevo Papa
Francisco invitó a Gustavo Gutiérrez y a Miguel D’Escoto a Roma, y
ambos fueron agasajados. D’Escoto fue reintegrado a la Iglesia y a
sus funciones de sacerdote. Gutiérrez -y su TL- fueron celebrados
por el periódico semioficial del Vaticano, L’Osservatore Romano.
En un trabajo publicado tras la visita de Gutiérrez, el periódico
señaló que después de la elección de un Papa de América Latina, la
TL “no podía ya permanecer más en las sombras en las que había
quedado relegada por muchos años”. El Papa peronista había abrazado
oficialmente la Teología de la Liberación.
Después de CELAM II en 1968, y especialmente después de la
publicación del libro de Gutiérrez (y de otro similar escrito por
Paulo Freire), la TL se extendió rápidamente por Centro y
Suramérica.
Como había una escasez de curas en el interior de casi toda
Iberoamérica, se crearon las llamadas Comunidades Eclesiásticas de
Base (CEB), especialmente en Brasil, donde comenzaron desde los años
1950s. Las CEB son agrupaciones religiosas de barrios (en los
pueblos) y de aldeas (en el campo) que usualmente se reúnen en casas
particulares y son dirigidas por catequistas laicos. Se enfatiza la
participación y la igualdad de todos los miembros. Se predican los
“evangelios concientizadores”, se instruye a la comunidad en cómo
tomar el control de sus vidas y en resolver problemas locales. Se
adoctrina a la comunidad con ideas de la izquierda más radical y
extrema. Y se disemina la Teología de la Liberación.
Nada de esto en sí es particularmente peligroso o dañino. Es más, en
aquellos años, los enormes abusos, injusticias, depredaciones y
barbaries cometidas por muchos regímenes en Centro y Suramérica
contra la población campesina eran atroces, e indudablemente se
necesitaban reformas.
La
“obra
” de la Teología de la Liberación
Pero el “remedio” de la TL fue mucho peor que la enfermedad. Como
señaló el renombrado filósofo católico americano Michael Novak en
su libro Will It Liberate?, los proponentes de la Teología
eran “notoriamente ambiguos en sus propuestas para políticas
prácticas, las cuales, de ser adoptadas, llevarían las economías
nacionales al suelo más rápido que Fidel Castro”. El resultado de
esta proletarización fue que en muy pocos años cientos de curas y
catequistas laicos habían convertido a miles y miles de campesinos a
la Teología de la Liberación. La tierra había sido abonada para lo
que se avecinaba.
Lo
que se aproximaba eran dos décadas de lucha armada, guerrillas en
los campos y selvas, terrorismo urbano en ciudades grandes y
pequeñas, a través de todo el continente americano. Todas y cada una
de ellas planeadas, propiciadas, financiadas y armadas por el
régimen castrista cubano, con la ayuda y cooperación de la Unión
Soviética por medio de la KGB (y otros servicios secretos como la
Stassi de Alemania Oriental, la DIE rumana y agencias del gobiernos
checo, búlgaro y chino).
Todavía antes que Gustavo Gutiérrez escribiera su libro en 1971 y de
CELAM II en Medellín en 1968, el cura renegado comunista Camilo
Torres comenzó su prédica, que mezclaba el catolicismo y el
socialismo a las guerrillas del Ejército de Liberación Nacional en
las montañas de Colombia. Se unió a las guerrillas en 1965 y pidió
al Cardenal Luis Concha Córdoba, quien lo había criticado
fuertemente, que lo redujera al estado laico, lo cual se le
concedió. Un año después murió en uno de los primeros encuentros de
la guerrilla con tropas del ejército nacional colombiano.
Pero Colombia solo fue el inicio de las largas “guerras de
liberación nacional” en todo el continente (todavía las FARC siguen
la lucha en Colombia casi medio siglo después). Además, en Colombia
había una guerra civil desde mediados de los 1940s, que se
incrementó después del “Bogotazo” en 1948. Luego entonces es difícil
saber exactamente cuanta importancia tuvo la TL en los movimientos
guerrilleros. Torres y su proselitismo, al igual que el de otros
religiosos, contribuyeron a la guerrilla. Pero la ideología marxista
y la influencia del castrismo cubano fueron mucho más importantes.
Otros movimientos revolucionarios en Nicaragua (Sandinistas en los
1970s), Perú (Sendero Luminoso en los 1980s), y El Salvador (Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional en los 1980s), pronto
siguieron a la insurrección en Colombia, que tomó otro rumbo con el
surgimiento del narcotráfico y los carteles de Medellín, controlado
por Pablo Escobar, y de Cali, por los hermanos Rodríguez Orejuela.
Mientras tanto, grupos terroristas urbanos como los Tupamaros en
Uruguay, los Montoneros en Argentina, y Vanguardia Armada en Brasil,
azotaron a regímenes dictatoriales en esos países. Actuaron hasta
los Macheteros en Puerto Rico.
Sin
embargo, con las excepciones de Camilo Torres en Colombia y de
varios curas jesuitas, franciscanos y de la orden Marykoll en
Nicaragua, no se puede decir que ninguna de las demás citadas
guerrillas fueran influenciadas ni tuvieran vínculos con la TL, la
cual, como se ha explicado, junto con los CEBs, sirvieron mayormente
para preparar al campesinado y hacerlo receptivo a las actividades
de las guerrillas, además de brindarles apoyo y amparo. En verdad,
todos estos grupos guerrilleros no tenían creencias religiosas. Al
contrario, todos eran abiertamente marxistas y Cuba era su principal
patrocinador.
Pero la Teología de la Liberación se mezcló con la ideología
marxista y la influencia cubana para impulsar todas las “guerras de
liberación nacional” en Iberoamérica, desde mediados de los 1960s
hasta fines de los 1980s. Ese fue el daño tremendo que hizo la TL.
Entonces, antes de entrar en el caso del Papa peronista, y
regresando al principio de este trabajo, aunque no es correcto lo
que el General Pacepa escribe de que la KGB creó la TL, SÍ la
utilizó formidablemente junto con Cuba en su plan maestro para
subvertir este continente y ganar la Guerra Fría.
Es
más, en Nicaragua la KGB comenzó a trabajar muy temprano, poco
después del triunfo de la revolución cubana. Es verdad que desde
1959 Tomás Borge y otros líderes sandinistas viajaron a La Habana
buscando ayuda. Pero en aquel entonces Cuba solo pudo ofrecer
promesas. De manera que la KGB se involucró directamente, y en 1960
la rezidentura en Ciudad Mexico le entregó dinero a dos
nicaragüenses, Edelberto Torres y Manuel Andara y Ubela, para que
organizaran grupos terroristas de sabotaje y eventualmente
guerrillas en Nicaragua. Hacia 1964, habían recibido más de
$30,000. Pero el primer intento de establecer una guerrilla en las
selvas de Nicaragua fue un fracaso total en 1963.
En
1979, las condiciones habían cambiado drásticamente. A pesar de que
en casi 20 años la subversión auspiciada por el castrismo cubano
había fracasado mayormente en Iberoamérica debido a la brutal
represión de las fuerzas militares de las dictaduras en el poder, en
ese año fatídico de 1979 (cuando también ocurrió la revolución
islámica en Irán), en buena parte gracias a las erradas políticas de
la administración de Jimmy Carter y al fracaso y bancarrota de la
política de détente de EEUU hacia la Unión Soviética, la
revolución sandinista triunfó.
En
la década de los 1980s la violencia se extendió por Centroamérica, y
quizás medio millón de personas, casi todos civiles y campesinos
inocentes, murieron en el holocausto. La responsabilidad de la
Teología de la Liberación y su colaboración con los movimientos
revolucionarios de la época no pueden menospreciarse. Ese debe ser
el juicio final.
El Papa
Francisco
Ahora el Papa. ¿Por qué el Papa peronista? Bueno, hace varios meses,
una noche,
durante una reunión en casa de amigos argentinos, uno de
ellos se refirió al Papa como “peronista”. Para mi pareció
una broma.
Pero no, nada de eso. Conversando con él y con otros, algunos de los
cuales conocieron al entonces Cardenal Jorge Bergoglio personalmente
en Buenos Aires, me di cuenta que el mote era en serio. Y el asunto
es bien serio.
Ya
poco después de su elección, otro amigo argentino que también lo
conoció, me envió algunos de sus escritos, y casi enseguida el Papa
hizo varias declaraciones en defensa y alabanza de los pobres, y
atacando a los ricos y productores de riqueza; al “capitalismo
inmoral y salvaje”, esas frases que tanto deleitan a la Izquierda
Eterna. Naturalmente, encontré sus palabras alarmantes, pero a la
vez, decepcionantes, pues me había agradado la elección de este Papa
que al parecer era un hombre justo y lleno de buenas intenciones.
Debí haber visto una gran bandera roja. Seamos librados de los que
traen buenas intenciones y recordemos que el camino al infierno está
empedrado precisamente de buenas intenciones.
Entonces en diciembre del 2014 se conoció que el Papa había estado
íntimamente involucrado en las conversaciones secretas entre EEUU y
Cuba para resolver las diferencias históricas y renovar las
relaciones diplomáticas. El Papa luego recibió -y reivindicó
públicamente- a los curas Miguel D’Escoto y Gustavo Gutiérrez, ambos
plenamente identificados con la Teología de la Liberación, y
oficialmente acogió de nuevo en el seno de la Iglesia esa
“teología”.
Más
recientemente, el Papa ha anunciado su próximo viaje a Cuba, después
de recibir con honores al dictador cubano Raúl Castro en el Vaticano
y de anunciar su apoyo a un estado palestino.
Mi
última gota fue leer un importante artículo del prominente escritor
español César Vidal, que entre sus tres títulos, tiene un doctorado
en Teología. El Dr. Vidal publicó su artículo el 15 de mayo y es
realmente revelador.
Resulta que en 1998 se publicó el libro Diálogos entre Juan Pablo II
y Fidel Castro poco después de la visita de Juan Pablo a La Habana.
El prólogo del libro, de casi 50 páginas de largo, según César
Vidal, “achacaba los males de Cuba no a la dictadura comunista sino…
al bloqueo de Estados Unidos; cargaba… contra el sistema
capitalista… y, finalmente , afirmaba que el sistema político y
social más cercano a la doctrina social de la iglesia católica era
un socialismo como el cubano, siempre que se le añadiera la idea de
Dios”.
¿El
autor del prólogo? El Cardenal Jorge Bergoglio, ahora Papa
Francisco. Vidal concluye en su brillante artículo del 15 de mayo
pasado (que puede leerse al final de este ensayo) que
“poca duda podía haber de que su autor simpatizaba con la dictadura
cubana y no sentía un especial afecto por la democracia liberal”. El
reconocimiento del estado palestino siguió poco después.
Esperemos daños adicionales con la próxima Encíclica sobre el clima
mundial. Su tono será de aceptación completa, por ser “políticamente
correcto” de las falacias y mentiras de los “científicos” que
afirman que estos cambios climatológicos destruirán nuestro mundo -y
pronto- y que como son producidos por los humanos, solo enormes
gastos de dinero que únicamente EEUU puede producir (creado
artificialmente por la Reserva Federal, ya que ni aquí en EEUU
existen remotamente las cantidades requeridas para esas demenciales
políticas) pueden resolver.
¡Como si fuera posible hacer algo respecto al clima! Recordando lo
escrito hace más de un siglo por el gran escritor americano Mark
Twain, todos hablan del clima y nadie hace nada al respecto. Bueno,
quizás Dios. Y el Papa, siendo quien es, posiblemente deba pedirle a
Dios, y no a los contribuyentes americanos, que haga algo por
controlar el clima.
Pero en resumidas cuentas, uno se puede preguntar ¿que importa que
el Papa sea peronista? Me parece que miles de argentinos nos
recordarían que SÍ importa, y mucho. Después de todo, cuando Juan
Domingo Perón tomó el poder en Argentina en 1946, Argentina era una
de las naciones más prósperas del mundo, y aunque ya no ocupaba el
décimo lugar económicamente en el que estaba en los 1920s, todavía
era quizás la nación con la mejor economía en Iberoamérica (junto
con Uruguay y Cuba).
Desde que Perón, con sus políticas populistas, la destruyó, todos
sabemos la situación de Argentina en el último medio siglo. De
manera que SÍ importa mucho que el Papa sea peronista, y para mí lo
es. Las políticas que el Papa Francisco está promoviendo son
enormemente destructivas, han fracasado donde quiera que se han
implementado, y solo pueden traer más miseria y producir más pobres
en todo el mundo.
El
Papa peronista alaba a los pobres de tal manera que parece
considerar la pobreza una virtud. Pero tiene un problema muy serio
no solo con la humanidad, sino con Dios. Porque desafortunadamente
para el Papa peronista, según uno de los evangelios más importantes
en el Nuevo Testamento (Mateo 26:11), “Cuando los discípulos
increparon indignados a una mujer que le puso perfume a Jesús en la
cabeza diciendo ‘que desperdicio; ese perfume se podía vender a un
buen precio y con el dinero se podía ayudar a los pobres’. Pero
Jesús les respondió ¿Por qué están atacando a esta mujer? Ha hecho
algo bueno por mí. Los pobres siempre estarán con ustedes, pero no
siempre me tendrán a mi”. Si el mismo Jesús que poco después, al
resucitar como Jesucristo, dijo esto de los pobres ¿quien es el Papa
peronista para contradecirlo?
Muy
desgraciadamente, las palabras, pero peor, las acciones de este
Papa, no traerán buenas consecuencias para nadie, mucho menos para
los pobres a quien tanto quiere ayudar.
Quizás sea mejor idea algo que me contó un amigo hace poco. Años
atrás, cuando su compañía tenía negocios en Argentina, había un
Cardenal (no recuerda su nombre, pero puede haber sido el que fungía
antes de Bergoglio) que aparentemente estaba asociado con el grupo
Opus Dei. En lugar de pedir limosnas, el grupo recogía
contribuciones y las invertía en diversos negocios, todos los cuales
beneficiaban a los pobres. Ignoro si eso es verdad, pero no tengo
por qué dudar lo que me cuenta mi amigo.
Pero ¡que diferencia a las políticas que el Papa peronista favorece!
Otra buena idea, además de reformar la burocracia en el Vaticano (lo
cual el Papa Francisco está tratando de hacer), puede ser vender o
subastar al mejor postor una buena parte de las riquezas del
Vaticano. De cualquiera de esas maneras indudablemente se podría
ayudar mucho a los pobres del mundo, aunque mejor sería promover las
políticas que crean riquezas.
Después de todo, no importa lo que diga o piense el Papa peronista
(si es por ignorancia es malo, si es porque en verdad cree en esas
demenciales ideas, mucho peor), el hecho es que la pobreza en el
mundo ha disminuido notablemente en las dos últimas décadas, a pesar
de la crisis económica mundial (de acuerdo con datos del Banco
Mundial, la pobreza, expresada en términos relativos de ganar el
equivalente a $1.25 diario, ha disminuido del 50% al 20% desde
1980). ¿Por qué ha ocurrido esto? Porque se han adoptado cada vez
más en todo el mundo las ideas de libertad económica que producen
riqueza.
Eso
es lo único que funciona.
ANEXO:
EL PAPA,
EL DICTADOR Y EL PRESIDENTE PALESTINO
César Vidal, Interamerican Institute for
Democracy, Miami
Esta semana pasada ha estado rezumante de noticias de interés que,
de manera bien destacada, pasaban por los últimos pasos dados por la
diplomacia vaticana. Si la semana comenzó con el encuentro del papa
Francisco con el dictador cubano Raúl Castro concluyó con el anuncio
del reconocimiento del estado palestino. No hay que ser un avezado
analista para captar el desconcierto, incluso malestar, que
semejantes acciones han provocado en amplios sectores de la
población mundial. Ese desconcierto ha sido mayor si cabe entre los
católicos. En el curso de las líneas siguientes, desearía señalar
que, en contra de lo que se pueda pensar, ambas acciones son
notablemente coherentes, no guardan una relación especial con el
presente pontífice y, lejos de causar confusión, deberían llevarnos
a afinar nuestra percepción de la realidad mundial.
Aunque para muchos, la iglesia católica es simplemente una religión
- la única verdadera para centenares de millones de habitantes de
este planeta - la realidad es diferente y más compleja. En
realidad, la iglesia católica es imposible de desvincular de la
existencia de un estado concreto reconocido como tal por el derecho
internacional, el así llamado Estado Vaticano. A decir verdad, la
cabeza de la iglesia católica - el papa - es, a la vez y
comprensiblemente, jefe del Estado Vaticano. Este estado presenta
características muy específicas. Por ejemplo, es, junto a la
república islámica de Irán, una de las pocas teocracias que siguen
existiendo en el globo. Por añadidura, su forma política es la de
una monarquía electiva, como antaño lo fue la visigótica en España o
la polaca, donde sólo la aristocracia participa en la elección del
nuevo monarca. La legitimación de tan peculiar - y arcaica - forma
de estado es espiritual, pero semejante forma de legitimación estuvo
muy extendida hasta bien entrado el siglo XIX. De manera que sólo
puede calificarse como natural, ese estado Vaticano, como todos los
estados por otra parte, tiene intereses muy concretos y, a pesar de
las declaraciones de principios, esos intereses no son espirituales
sino, fundamentalmente, políticos, sociales y económicos. Quien
comprenda esta sencilla circunstancia captará sin problemas los
caminos de la diplomacia vaticana mientras que quien se aferre a la
idea de que la Santa Sede no se mueve más que por principios de
carácter espiritual estará condenado a la perplejidad perpetua.
Enunciado este punto de partida permítaseme entrar en los dos
episodios concretos a los que me refería al inicio de este artículo.
Comencemos por el cubano.
Corría el año 1998 cuando se publicó un libro titulado Diálogos
entre Juan Pablo II y Fidel Castro. La obra consistía en realidad en
una recopilación de las homilías pronunciadas por el papa durante su
visita a Cuba y de los discursos que, en respuesta, había
pronunciado el dictador caribeño. Partiendo de esa base, el libro no
presentaba mayor interés en la medida en que se limitaba a recoger
textos de circunstancias. Sin embargo, sí resultaba más que
llamativo su prólogo. A lo largo de casi medio centenar de páginas,
aquel preámbulo presentaba una visión de Cuba ciertamente notable.
Achacaba sus males no a la dictadura comunista sino a lo que
denominaba el bloqueo de Estados Unidos; cargaba después contra el
sistema capitalista basándose incluso en algunos de los textos
pontificios de Juan Pablo II y, finalmente, afirmaba que el sistema
político y social más cercano a la doctrina social de la iglesia
católica era un socialismo como el cubano siempre que se le añadiera
la idea de Dios. Al concluir la lectura del prólogo, poca duda podía
haber de que su autor simpatizaba con la dictadura cubana y no
sentía un especial afecto por la democracia liberal. El autor de
aquel prólogo, por añadidura, no era Leonardo Boff, Gustavo
Gutiérrez, Jon Sobrino o algún otro de los teólogos de la
Liberación. Se llamaba, en realidad, Jorge Mario Bergoglio y era
arzobispo de Buenos Aires. Hoy todo el mundo lo conoce como el papa
Francisco.
Más
de un católico bienintencionado se preguntará cómo ha sido posible
que un prelado con semejantes antecedentes haya sido elegido papa y
cederá al impulso de alguna teoría conspirativa. A decir verdad, hay
que responderle que Bergoglio fue elegido por sus pares como cabeza
de la iglesia católica por la sencilla razón de que fue contemplado
como el personaje más adecuado para hacer avanzar sus intereses
internacionales.
La
elección del papa Francisco estuvo vinculada a dos objetivos bien
definidos. El primero es contener el avance extraordinario de las
iglesias evangélicas en Hispanoamérica, un avance que ha resultado
imparable en los últimos cuarenta años y que amenaza con convertir a
la iglesia católica en la segunda confesión del continente en tan
sólo un par de generaciones socavando así las bases de un poder que
sigue siendo extraordinario en ámbitos como el social, político y
económico. Ese retroceso resultaría especialmente perjudicial en la
medida en que el subcontinente hispanoamericano es el único lugar
del mundo en que la iglesia católica no es testimonial, como en
África o Asia, o se ve sometida a un abandono masivo de la sociedad
sobre la base de la secularización, como en Europa.
El
segundo objetivo - muy relacionado con el anterior - es mantener
buenas relaciones con las dictaduras del denominado socialismo del
siglo XXI acerca de las cuales el Vaticano considera que durarán
décadas. Finalmente, a esos dos objetivos se suma el deseo de
mantener unas relaciones lo más cordiales posibles con el mundo
islámico en la medida en que se aprecia su pujanza agresiva y en que
su presencia en Europa es creciente. El papa que sucediera a
Benedicto XVI tenía que ser una persona idónea para enfrentarse con
esos desafíos y no, por ejemplo, como cabría esperar, con
legislaciones cada vez más laxas en materia de aborto o eutanasia o
con la extensión de la influencia del lobby gay.
Pasar por alto la existencia de esa agenda vaticana, ha dado lugar a
anécdotas no exentas de comicidad. Por ejemplo, apenas unas horas
antes de la elección de Bergoglio como pontífice, el bloguero
católico español más relevante, Francisco José de la Cigoña, se
permitió escribir un artículo abiertamente injurioso contra el
entonces cardenal acusándole de numerosas vilezas e incluso
calificando su mirada como torva. De la Cigoña - que,
ocasionalmente, se presenta crítico con la labor de algún prelado -
no podía entender que el Espíritu Santo bendijera a semejante sujeto
con la elección papal. Quizá no fue el Espíritu Santo a fin de
cuentas, pero Bergoglio fue elegido y De la Cigoña volvió a publicar
al día siguiente su injurioso artículo aunque añadiendo una
coletilla afirmando que el Espíritu Santo había hablado y lanzando
vivas al mismo personaje al que había vilipendiado apenas unas horas
antes.
El
autor de las líneas que leen ustedes ahora partió para analizar la
futura elección papal de un punto de partida totalmente distinto del
expresado por De la Cigoña o la mayoría de los católicos. Fue el de
los intereses reales del estado Vaticano. Así, en un artículo
publicado, antes de la elección del actual papa, publicó un retrato
robot del futuro pontífice que sólo permitía dos opciones o un papa
de transición que permitiera encajar la salida de Benedicto XVI o un
cardenal que encajara a la perfección con esos intereses ya
señalados. El perfil que dio entonces encajaba como un guante en el
actual papa Francisco: un papa hispano - pero no étnico sino de
aspecto europeo - que pudiera neutralizar el avance de las iglesias
evangélicas y llevarse bien con las denominadas dictaduras del
socialismo del siglo XXI. No deseo jactarme lo más mínimo, pero creo
que los hechos han demostrado que no me equivoqué un ápice en mi
análisis. A decir verdad, desde su llegada al trono pontificio, el
papa Francisco ha intentado neutralizar el avance evangélico
recurriendo a la adulación de determinados personajes de relevancia
y, en paralelo, es el gran valedor secreto y eficaz de las
dictaduras de izquierdas en Hispanoamérica. De hecho, uno de los
resultados más relevantes de la ayuda brindada a los dictadores que
oprimen a millones de hispanoamericanos ha sido la aceptación por
parte de la Casa Blanca de las conversaciones con la dictadura
cubana. A su vez, el resultado más decepcionante para la Santa Sede
ha sido que la Casa Blanca no haya sido igual de receptiva a los
consejos del papa Francisco de que se siente a dialogar con Maduro.
Sin embargo, la agenda papa es obvia hasta el punto de que, como le
dijo a Raúl Castro, sus encíclicas provocan la satisfacción de los
dictadores siempre, eso sí, que sean de izquierdas. No resulta,
pues, casual que en Cuba, la nación con normativa más represiva en
términos de libertad de expresión, los medios únicos que no
pertenecen al Partido Comunista sean de la dictadura chavista y de
la iglesia católica. La horrenda dictadura caribeña sabe a la
perfección quiénes son sus amigos y valedores. De hecho, en el
futuro, la Santa Sede no dejará de dar pasos en favor de esas
dictaduras en la convicción de que obedece a los intereses no de
sus fieles, pero si del estado Vaticano.
Pasemos ahora al reconocimiento del estado palestino. Como en el
caso del prólogo, poco conocido, pero iluminador, de Bergoglio, la
referencia histórica vuelve a ser obligada. En este caso el año que
corría era el 1904. En esa fecha, el papa Pío X concedió una
audiencia al judío Theodor Herzl, fundador del sionismo moderno. La
intención de Herzl era conseguir el respaldo de la Santa Sede para
la creación de un estado judío. Sin embargo, el papa Pío X, tras
escuchar a Herzl, le dijo, de manera tajante, que la iglesia
católica no podía reconocer al pueblo judío ni sus pretensiones de
establecer un estado en Palestina puesto que, literalmente, los
"judíos no han reconocido a nuestro Señor". La actitud del Vaticano
en contra del establecimiento, primero, y del reconocimiento después
del estado de Israel se mantuvo firme en el curso de las décadas
siguientes. En 1917, la Santa Sede se manifestó contraria a la
Declaración Balfour que reconocía el derecho de los judíos a un
hogar nacional en el mandato de Palestina alegando que era
inaceptable que los "Santos lugares" pudieran encontrarse bajo
gobierno judío. Voy a pasar por alto la actitud más que discutible
de Pío XII ante el nazismo y el trágico periodo del Holocausto, pero
sí debo hacer hincapié en que, al decidir la ONU la división del
mandato británico de Palestina en 1947 en dos estados, uno judío y
otro árabe, el Vaticano insistió en que Jerusalén no estuviera
situado en ninguno de los dos sino que fuera una zona libre.
Israel estaba ciertamente interesado en el reconocimiento por parte
del Vaticano, pero todavía en 1964, cuando el papa Pablo VI visitó
Tierra Santa no pronunció ni una sola vez la palabra Israel en sus
discursos subrayando la negativa de la Santa Sede al reconocimiento
del estado judío. La razón fundamental de esta conducta que chocaba
con el derecho y la realidad internacionales era el deseo del
Vaticano de mantener buenas relaciones con los países árabes. Ni
siquiera la aprobación durante el concilio Vaticano II de la
Declaración Nostra Aetate en la que, por primera vez en la Historia,
la iglesia católica afirmaba que no se podía culpar a todos los
judíos del pasado ni tampoco a los de hoy de la crucifixión de Jesús
cambió esa situación diplomática. A decir verdad, la Santa Sede no
comenzó a modificar su posición hasta que, después de la primera
guerra del Golfo en 1991, la OLP reconoció al estado de Israel al
igual que lo hicieron potencias como China o India. Semejantes
cambios en el tablero internacional amenazaban con dejar aislada en
tan delicada situación a la Santa Sede y Juan Pablo II dio órdenes
para iniciar negociaciones que permitieran el reconocimiento del
estado de Israel. En 1994, efectivamente, el Vaticano reconoció al
estado de Israel, pero también a la Organización para la Liberación
de Palestina (OLP) como representante de los palestinos y, de hecho,
estableció relaciones diplomáticas con las dos instancias a pesar de
su disparidad jurídica. De manera bien significativa, la Santa Sede
había dado semejante paso después de naciones como España que se
negaron durante décadas a no reconocer al estado de Israel por
influjo vaticano, después de China e India e incluso después de
naciones árabes. Por añadidura, lo había hecho a la vez que
reconocía a la OLP.
Partiendo de ese contexto histórico no puede sorprender que, apenas
unas horas después del encuentro entre el papa Francisco y Raúl
Castro, el Vaticano anunciara su intención de reconocer el estado
palestino. De hecho, la Santa Sede ha anunciado la próxima firma de
un tratado bilateral que define a Palestina como Estado. La noticia
no puede considerarse una sorpresa ya que durante su visita a Tierra
Santa, el papa Francisco siempre se refirió al "Estado palestino",
aun a sabiendas de que la expresión implicaba un desaire diplomático
para Israel. El anuncio del acuerdo, que se firmará en un "futuro
próximo", coincide además con la confirmación de que el presidente
de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, sería recibido por
el papa Francisco el sábado coincidiendo con la canonización de dos
monjas nacidas en territorio palestino.
No
cabe, sin embargo, engañarse. El tratado implica un intercambio de
beneficios ya que, si bien implica el reconocimiento del estado
palestino, también regulará "aspectos esenciales de la vida y la
actividad de la Iglesia católica en Palestina". Por añadidura,
tampoco es consecuencia de un papa Francisco supuestamente
trastornado sino directamente de un acuerdo suscrito ya en febrero
de 2000 entre la Santa Sede y la OLP.
El
que la diplomacia vaticana se rija no de acuerdo a unos principios
morales impuestos sobre sus fieles sino por intereses muy concretos
además humanos explica que la Santa Sede rechazara durante décadas
el reconocimiento del estado de Israel por considerar intolerable
que algunos santos lugares estuvieran bajo administración judía y,
sin embargo, en estos momentos, no tenga ningún inconveniente en que
eso suceda si la administración es palestina y, presumiblemente,
musulmana. No se trata, por otro lado, de una postura nueva ya que
la Santa Sede reconoció, de manera muy discutible jurídicamente
hablando, representación diplomática a la OLP al mismo tiempo que al
estado de Israel.
La
solución de los dos estados es la única que respetaría la Resolución
181 de las Naciones Unidas que establecía la fundación del estado de
Israel y también la de un estado árabe. Sin embargo y no cabe
engañarse al respecto, no da la sensación de que la Santa Sede se
abrace ahora a esa posibilidad movida por principios morales. De
hecho, durante décadas, el Vaticano distó mucho de mantener una
posición imparcial ya que se mostró absolutamente contrario al
reconocimiento del estado de Israel a la vez que asumía posiciones
favorables a los estados árabes. Sólo el temor a quedar aislado en
el plano internacional lo arrastró al reconocimiento del estado de
Israel unido, eso sí, al de la OLP que ya había dado ese mismo paso.
Ahora, tras la última maniobra de la diplomacia vaticana, se
encuentra más bien un intento de sintonía con algunas naciones
europeas y, por encima de todo, un guiño claro al islam que ha sido
definido por el papa Francis de manera no poco discutible como "una
religión de paz". Al final, como siempre, este nuevo paso
diplomático de la Santa Sede es fácil, muy fácil de comprender si se
tiene en cuenta un sencillo planteamiento: la iglesia católica
pregona determinados principios, pero actúa siempre de acuerdo a sus
intereses como estado.
A
nadie que conozca la Historia debería sorprenderle esta situación. A
fin de cuentas, en 1929, el Vaticano firmó con el dictador fascista
Mussolini los pactos de Letrán que le concedían unos privilegios de
los que sigue disfrutando a día de hoy; en 1933, la Santa Sede
suscribió un concordato con el dictador nacional-socialista Hitler
que proporcionó a éste una notable legitimidad en el plano
internacional y en 1945, esa misma Santa Sede puso en funcionamiento
la denominada popularmente Ruta de las ratas que permitió escapar a
numeroso criminales de guerra nazis hacia Hispanoamérica. En todos
y cada uno de los casos, el Vaticano no dudó en tener como
interlocutor a dictadores terribles e incluso en ayudarlos de manera
más que dudosa moralmente en la medida en que, aunque no defendía
principio moral alguno, sí avanzaba sus intereses económicos y
políticos. El papa Francisco no es, pues, un innovador sino un
continuador de una asentada tradición de siglos. La única
diferencia es que ahora los dictadores no se llaman Mussolini y
Hitler sino Castro y Maduro. Pero no debería extrañarnos.
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