El boxeo castrista no podía asimilar la derrota ante ningún boxeador hispanoamericano, sencillamente, no estaban preparados, porque se auto-consideraban, fraudulentamente, como en el beisbol, “los mejores del mundo”, pero nunca aclaraban que en los amateurs, porque los mexicanos, los boricuas, los argentinos… o no permanecían mucho tiempo en el circuito, o nunca alcanzaban a asistir a un evento aficionado notable, o tenían muy poca edad y menos experiencia cuando lo hacían.
En 1972, con 27 años de edad, el abuelo habanero Orlandito Martínez le ganó 3-2 (votación numérica de 5 jueces) al casi niño de 17 Alfonso Zamora, la medalla de oro olímpica en Munich. Fue un pleito que hubiera podido dársele al azteca por lo apretado.
Zamora saltó y se hizo campeón mundial y el cubano siguió allí, en la misma “bobería”.
Entonces Puerto Rico se apareció con un bantam que, para el amateurismo en aquellos años, nadie podría ganarle: fuerte, resistente, más aporreador que pegador de nocao punch, con cierta debilidad técnica al atacar de frente y con 18 años en 1973, Gómez le dio un saco de patadas a Orlandito en el 3ero del primer pleito del Campeonato Centroamericano de boxeo y otra en Dominicana Juegos Centroamericanos-74, todo el mundo sabía que el oro en el 1er Campeonato Mundial Habana-74, si no aparecía un contrincante fuerte de otro país, ningún cubano podría quitárselo al boricua.
Entonces seleccionaron a Jorge Luis Romero para la división gallo en el Campeonato Mundial, un boxeador blanco, de 29 años, luego de que apareciera una sospechosa fractura de la víctima de Gómez (Orlandito), en su mano izquierda
Un detalle de los años del Pacto de Varsovia: los jueces y referís robaban las peleas para el campo comunista, porque les ofrecían prebendas como vacaciones y apoyo (voto influencial) para que asistieran a torneos de interés.
Cuando Gómez llegó a La Habana, un periodista extranjero le preguntó si no temía las decisiones arregladas a favor del campo comunista y el joven declaró: “yo vine a noquear a todo el que suba contra mi” y destruyó a 5, entre ellos a Aldo Consentino, un francés al que le dieron mucho bombo y el puertorriqueño lo desinfló en un intercambio de golpes en el primero.
A Romero, por el oro, con el tirano presente y luego de que Gómez lo tumbara varias veces y le preguntara a Hamilton, referí americano, que si quería que lo matara, lo derrumbó definitivamente en el 3ro. Una ofensa meridiana del tirano: no le aceptó la medalla de plata que, como todos los cubanos esa noche, Romero se la ofreció también, pese a todo, dio una muestra de valor espartano en total indefensión.
Cuando Wilfredo Gómez inició el aporreo de sus víctimas conquistando a muchos por anestesia general, a las que sometía brutalmente por su fortaleza, por el poder de golpes de quien estaba físicamente mejor armado que el resto y porque, nadie lo dude, sospechosamente, le permitían muchísimas suciedades sin consecuencias, el legendario cronista cubano Rai García, residente en Puerto Rico desde 1962, lo bautizó como Bazooka, hobby de Rai desde la era de “Cuando Cuba Reía” que no terminó ahí, porque también apodó a Benítez El Radar.
Para hacer más fuerte las campañas previas de Gómez, contrataron a uno de los mejores cronistas cubanos de todos los tiempos, René Molina, exiliado desde 1962 también, como su Jefe de Prensa.
Y el boricua continuó haciendo su controversial historia por su estilo amañado, hasta que se le ocurrió enfrentar a Salvador Sánchez, una máquina de boxear y matar, no solo más fuerte que Gómez, sino mejor en todo que, viéndolo bien, posiblemente hubiera sido el mejor boxeador mexicano si no fallece trágicamente, lo que significa que estaba preparado para ser el mejor entre hispanos de todos los tiempos.
Gómez, según me contó mi amigo René Molina, fallecido hace 6 años, tomó el pleito porque desconsideró la clase del contrario, basado en que un par de sus víctimas llegaron al límite contra el azteca, mientras él los había noqueado.
El error trágico y colosal de Gómez incluyó que no tuvo en cuenta que Sánchez noqueaba después del 10mo round con tanta facilidad como lo hacía en los 8 primeros, advertencia obligada de que, cuando se encuentra un pegador así, por la fortaleza y la resistencia que demuestra semejante condición, capaz de ganar cuando los guantes pesan el doble, pues su clase se multiplica.
¿Quiénes creían que Gómez podía contra Sánchez? Sus fanáticos, que, por la pasión enfermiza que arrastra el nacionalismo, se cegaron ante evidencias que conducían a una categorización: Salvador Sánchez no podía perder contra Wilfredo Gómez porque lo superaba en todo, por eso el ahijado de Plomo nunca se recuperó de un golpe casi mortal y continuó más por instinto que por aptitud, porque no le estaba pegando un boxeador cualquiera, sino el mejor peleador de divisiones pequeñas de la historia en categoría de noqueador.
Algunos quisieron justificar la derrota con que Gómez, por exceso de confianza, había abandonado el training varias veces para actividades de promoción del pleito, mientras Salvador permanecía sin sobresaltos mediáticos en el suyo.
Yo no creo nada de eso, sencillamente, Wilfredo Gómez no pudo hacer más, porque estuvo frente a un verdadero fuera de grupo.
¿Si Salvador no muere como ocurrió? Tal vez se hubiera producido una revancha para que el mexicano le hubiera propinado otro nocao al de Las Monjas, después de esa pelea, Gómez no volvió a ser el mismo...
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