siendo sustantivas las consideraciones de ichikawa, su base datos sobre las elecciones generales del pasado 3 de febrero no se corresponden a la baja con las cifras preliminares ofrecidas por la comision electoral nacional aqui>>
por ello el factor oposicion obtiene un 15.55% y no el 13.9% que refiere ichikawa. sobre el asunto me he referido aqui >>
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Eichikawa
Dos décadas de elecciones generales [diputados a la Asamblea Nacional] arrojan porcentajes de oposición (con respecto a electores registrados) que acreditan la tiranía castrista de los números:
- 24 de febrero de 1993: No votaron 34 mil electores registrados y 552 mil votantes anularon o dejaron en blanco sus boletas (7.4% de oposición).
- 11 de enero de 1998: No votaron 133 mil electores registrados y 398 mil votantes anularon o dejaron en blanco sus boletas (6.7% de oposición).
- 19 de enero de 2003: No votaron 197 mil electores registrados y 313 mil votantes anularon o dejaron en blanco sus boletas (6.1% de oposición).
- 20 de enero de 2008: No votaron 264 mil electores registrados y 392 mil votantes anularon o dejaron en blanco sus boletas (7.7% de oposición).
- 3 de febrero de 2013: Según el parte preliminar de la Comisión Electoral Nacional, de 8 631 836 electores registrados, 754 mil no fueron a votar y 444 mil anularon o dejaron en blanco sus boletas (13.9 % de oposición).
Desde la perspectiva de Albert Otto Hirschman sobre la disidencia: Exit, Voice, and Loyalty (Harvard University Press, 1970), la pertinaz dinámica migratoria (exit del contexto sociopolítico: más de 30 mil emigrantes anuales como promedio entre 1993 y 2010, id est: un Mariel cada cuatro años) y la dinámica electoral (6.2% de incremento en voice opositora —sobre todo en la abstención— contra tesitura de loyalty) indican que —sin cambio esencial de circunstancias— ese fenómeno histórico denominado nación cubana tardaría medio siglo en lograr mayoría anticastrista.
Y las circunstancias no cambiarán mientras se prosiga incurriendo en el error categorial de confundir minorías que luchan por sus derechos humanos —plano horizontal de la democracia— con minorías que luchan por el poder —plano vertical— y manejar así como líderes opositores a quienes no tienen masas dentro, sino que se concentran en ganar reconocimiento fuera.
La oposición viene guiándose por el instinto de supervivencia de quienes ya no saben cómo desaparecer, luego de pasar dos décadas sin capitalizar los votos contra el castrismo ni gozar de ningún otro favor popular. Al parecer llegó al punto muerto del «pluralismo impactado» que advirtió Samuel Hutchison Beer en Britain against Itself (Norton, 1982): si muchos grupúsculos con intereses variados compiten por un liderazgo ficticio y recursos tangibles, la política se estanca y no se realizan ni el interés nacional ni los intereses grupales.
Esta situación ha desembocado en parapraxis: ya se perdió conciencia de los errores políticos y de sus causas e incluso de las intenciones políticas mismas, a la vez que aumenta la reticencia a reconocer la crisis opositora. Y lejos de emplearse como energías para terapia psicosocial, la ansiedad y la frustración se encauzan hacia gratificaciones inútiles: desde falsos héroes y mártires, pasando por falsas trascendencias históricas, hasta las más diversas críticas y acciones fútiles.
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