Que dos dictadores como Gerardo Machado y Fulgencio Batista sean llamados dictadores es comprensible, aunque no lo es tanto que sus breves periodos de gobierno solo representen miserias para Cuba. Pero que líderes civiles, democráticamente electos, como Alfredo Zayas, Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, sean reducidos a "presidentes de la república neocolonial cubana", que promovieron la "corrupción, la injerencia, el soborno y el gansterismo", no es contribuir al conocimiento histórico de un país sino a propagar caricaturas y estereotipos.
La categoría Personajes históricos de Cuba responde a un criterio tan caprichoso y, con frecuencia, tan injusto de selección que ningún historiador medianamente serio podría admitir. ¿Por qué en la misma aparecen José Antonio Saco y Enrique José Varona y no Jorge Mañach o Fernando Ortiz? ¿Por qué se juzga subjetivamente y sin el menor respaldo documental la "falta de tacto", el "oportunismo", "el conservadurismo" o la "confusa actuación" de Manuel Urrutia Lleó, primer jefe de Estado de la Revolución en 1959?
¿Por qué figuras importantes del movimiento autonomista del siglo XIX, como Rafael Montoro y Eliseo Giberga, o del anexionista, como José Ignacio Rodríguez y Néstor Ponce de León, no son "personajes de la historia de Cuba"? ¿Por qué seborran, incluso, líderes de la Revolución de 1959, como los comandantes Huber Matos y Humberto Sorí Marín, del Movimiento 26 de Julio, y Rolando Cubelas, del Directorio Estudiantil Revolucionario? ¿Por qué sigue viviendo en el limbo de la historia oficial una personalidad tan influyente en la vida política cubana entre 1940 y 1959 como Carlos Márquez Sterling, presidente de la Asamblea Constituyente de 1940 y opositor pacífico a la dictadura de Batista?
¿Por qué cuando se lee la exigua entrada dedicada a José Miró Cardona, primer ministro del primer Gobierno revolucionario, en 1959, solo aparecen los datos de que nació en Cuba en 1903 y "se marchó a los Estados Unidos de América"? ¿Por qué la única noticia de la intensa trayectoria pública de ese abogado cubano que da EcuRed es el "vínculo con la CIA" o el "terrorismo de Estado"? ¿Por qué a Dariel Alarcón Ramírez (Benigno), miembro del Ejército Rebelde que derrocó a Batista y de las guerrillas del Che Guevara en Bolivia, que se exilió ¡en 1996!, se le llama "traidor a la Revolución"?
¿Por qué un "héroe de la Revolución", luego fusilado por "traición a la patria", como Arnaldo Ochoa Méndez, no figura entre los casi 1.000 "personajes de la historia de Cuba" que reconoce EcuRed? Ochoa que, en todo caso, sería un personaje histórico por partida doble, como héroe y como traidor. ¿Por qué Eduardo Chibás sí y su histórico rival, Aureliano Sánchez Arango, líder de la Revolución de 1933 y opositor a la dictadura de Batista, no? ¿Por qué se sigue validando, sin pruebas documentales, la acusación de corrupción que el primero hizo al segundo cuando este era ministro de Educación de Carlos Prío Socarrás?
Las respuestas son simples: EcuRed no es una enciclopedia ecuménica ni siquiera para abordar la historia de Cuba. El pasado de la isla sigue siendo imaginado, por esos burócratas electrónicos, como un campo de batalla donde se enfrentan las fuerzas del bien y del mal.
Todos aquellos sujetos con discursos o prácticas discordantes, ya no con la Revolución de 1959, sino con la idea de la misma impuesta por Fidel y Raúl Castro desde hace más de medio siglo, deben ser purgados de la memoria de la ciudadanía y clasificados rígidamente como enemigos, no como constructores de una nación.
Fidel Castro lo deja claro en su reciente libro La contraofensiva estratégica (2010) cuando afirma, a propósito de Gran San Martín, Márquez Sterling y otros opositores pacíficos a la dictadura de Batista, que intervinieron en las elecciones de 1954 o 1958: "Poco tiempo después de la derrota batistiana, en diciembre de 1958, nadie más se acordó de ellos. Las nuevas generaciones no han oído mencionar nunca sus nombres". Como si la tachadura de esos nombres de la historia cubana respondiera a un proceso de selección natural y no se debiera a la compulsiva y paralela fabricación de un panteón para héroes y otro para traidores.
La formidable impugnación intelectual de ese discurso hegemónico que, en las dos últimas décadas, ha hecho la nueva historiografía crítica, en la isla y en la diáspora, llega a reflejarse, incluso, en EcuRed. Aunque el enfoque oficial predomina en los temas históricos, en la literatura las entradas admiten una mayor pluralidad. Varios escritores exiliados, desaparecidos del Diccionario de la literatura cubana (1984), como Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo, Lorenzo García Vega o Guillermo Cabrera Infante, son reconocidos sin los habituales epigramas de descalificación. Siguen sin aparecer Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y, sobre todo, los exiliados de las últimas décadas, pero es notable el amago de recomponer lo fracturado.
El contradictorio tratamiento de los actores del pasado cultural y político de Cuba es buena muestra de la visión policiaca del recuerdo que predomina entre las élites habaneras. La legitimidad de Lino Novás Calvo o Guillermo Cabrera Infante como "exiliados" cubanos es reconocida en una publicación oficial, pero a Huber Matos o a José Miró Cardona se les sigue presentando como "traidores" y "terroristas". La pluralidad, aun incompleta, está bien para la cultura, pero mal para la política; la nación es culturalmente diversa, pero políticamente homogénea. Esta ambivalencia responde al proyecto deliberado de flexibilizar los controles de la memoria cultural a la vez que se decreta el olvido y silencio de la rica tradición política cubana anterior a 1959 o posterior a ese año, que aún sigue viva, en la oposición o el exilio.
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