Cuando un gobernante no tiene nada que brindar a su pueblo. Y siente miedo. Cuando un bronco rumor, ininteligible para él, pero audible para todos, viaja en los rostros hoscos y las miradas torvas, el gobernante se inquieta, se atemoriza. Y entonces trata de canalizar esas brumosas energías a su favor. Da permiso para las quejas y usa las trácalas necesarias para que una explosión inesperada no le desgaje el poder.
En un país enfermo, arruinado, poco tiene Raúl Castro que brindar. En una tierra hastiada de promesas incumplidas, poco tiene Raúl Castro que augurar. En una nación desdibujada por la incuria interior y el desarraigo exterior, poco tiene Raúl Castro que conciliar. La suerte está echada. Ese erial, económico y moral, que es ahora mismo Cuba no admite promisiones, plazos ni explicaciones. No es con parches ni cataplasmas que sanará el desgarrón. Se impone la cirugía a fondo, la amputación de las partes gangrenadas.
Y Raúl Castro no es el cirujano para tamaña operación. El tiene algunos conjuros. Sabe algunos rituales de brujo menor. Conoce algunos hechizos populares entre practicantes inexpertos. Pero su mano inhábil, envejecida y torpe no alcanza para la incisión certera, la sutura precisa. Guarda, eso sí, y con mucho celo, el cetro transferido. Que si bien no sabrá usar para el bien, está dispuesto a enarbolarlo para reprimir con fiereza.
Los que esperan de él una reestructuración que se avenga con los intereses nacionales, más que soñar, deliran. Es demasiado pragmático, demasiado familiar. Intuye, o alguien se lo dijo en ese largo camino del permanentismo político, que si mueve una vértebra se le derrumba el esqueleto. Y no dejará en la inopia a sus herederos y a sus fieles.
Sus generales o sus ujieres aguardan socarronamente, con frasecitas ambiguas y poses de meritorios incomprendidos, ser convocados para acompañarlo nuevamente y emprender el nuevo reto, olvidan que el tiempo es un bicho voraz y sin partido y que sus antiguos peldaños ya están ocupados por otras alimañas tan leales como ellos. Es triste. Lo siento. Pero las añoranzas, a veces, enceguecen y hacen creer que el cartero llamará dos veces. Uno es el tiempo de la siembra y otro es el tiempo de la siega. No volverán las oscuras golondrinas. Hay un pueblo entero esperando cosechar aunque sea un sitio digno donde caerse muerto.
Los que aspiran a un gesto de nobleza por parte del uterino (perdón, quise decir interino, pero como los dos son hijos de la propia Lina y solo en las monarquías se transfiere el poder por vía sanguínea, pues me equivoqué) hacen tabula rasa del pasado. Suspendieron historia desde la escuela primaria. Nadie renuncia al poder sin batallar. Los dictadores mucho menos. Para sofrenar esos instintos es que las democracias instituyen la reelección y limitan su número. Raúl Castro no pasará de ese permiso para quejarse que acaba de otorgar.
El pueblo, aunque algo suspicaz, descreído, le ha seguido la corriente, como lo hizo en la década de los 90, y, como en el diván de un invisible Sigmund Freud, hace catarsis colectiva de todo lo que lo agobia. Habla sobre la manquedad de la moneda nacional. Reprocha la insuficiencia de los salarios en relación con el coste de la vida. Critica el incumplimiento de los planes de construcción de viviendas. Despotrica contra el deterioro de los servicios médicos internos en pos de compromisos externos contraídos por el gobierno. Machaca sobre la escasez del transporte público. Puja contra el apartheid turístico y social que padecen los nacionales frente a los extranjeros. Solicita un mínimo de libertades para la creación de pequeñas empresas privadas que suplan la incapacidad productiva y de satisfacción de servicios de la economía centralizada. Todo muy a la manera raulista: en el marco apropiado, el momento indicado y desde una posición revolucionaria.
En estas terapias de grupo no participan, por supuesto, los representantes de la disidencia interna, la prensa independiente y los grupos de derechos humanos porque esos ya están totalmente locos, no tienen remedio y se pondrían a pedir la libertad de los presos políticos y de conciencia, libertad de asociación, libertad de prensa, elecciones libres y pluripartidistas. Y ese no es el sentido que se le quiere dar a estas consultas populares propiciadas por las autoridades cubanas para expresar ''libremente'' cualquier preocupación o sugerencia. Hasta ahí no llegan los cambios ''estructurales'' y de ''conceptos'' de que hablara el uterino en su discurso del 26 de julio pasado. Esto es nada más que para medios locos: militantes, cederistas, federadas y otros casos menos graves.
Y para que no quede dudas del alcance de estos debates para los cuales el propio Raúl ha dado su consentimiento, ya los heraldos oficiales como el ministro de Cultura, Abel Prieto, andan diciendo por España que la gente está pensando en términos socialistas y que la revolución cubana tiene una gran capacidad para renovarse. Ha de ser por eso que en su séptima infancia Fidel Castro se postulará otra vez para las próximas elecciones del Poder Popular.
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