Hay gente de carne y hueso que deciden —antes de ponerse a construir
en el aire “caminos de estabilidad y progreso”, como Roberto Veiga, o
plantearse “dilemas de la lealtad”, como Lenier González— entrar al
debate político por la única puerta desprovista de “los candados de la
lealtad” que, como bien señala Armando Chaguaceda, cierran el paso a
toda oposición legal.
Esa única puerta es el voto libre, igual y
secreto que la Constitución y la Ley Electoral refrendan. Tal como
explica Rafael Rojas, la oposición leal entraña lealtad a la
Constitución, incluso para reformarla o abandonarla. Solo que no tiene
que construirse, porque preexiste al juego lingüístico que viene
dándosele en el espacio laical. Para comprobarlo basta ejemplificar con
las cinco elecciones directas de diputados a la Asamblea Nacional del
Poder Popular (AN).
Opositores le(g)ales
El
gobierno hace campaña para que los electores voten por todos, algunos o
al menos uno de los candidatos en lista única. Quienes anulan o dejan
en blanco sus boletas manifiestan claramente su oposición de acuerdo con
el voto libre, igual y secreto prescrito constitucionalmente. Hay
también opositores entre quienes se abstienen de ir a votar, pero como
no serían todos, al solo efecto del ejemplo se contarán todos para
calcular el porcentaje de la oposición con respecto a los electores
registrados y se indicará que en todo caso ese porcentaje sería menor.
- 24 de febrero de 1993: No votaron 34 mil y 552 mil anularon o dejaron en blanco sus boletas (menos del 7,4 % de oposición).
- 11 de enero de 1998: No votaron 133 mil y 398 mil anularon o dejaron en blanco sus boletas (menos del 6,7 % de oposición).
- 19 de enero de 2003: No votaron 197 mil y 313 mil anularon o dejaron en blanco sus boletas (menos del 6,1 % de oposición).
- 20 de enero de 2008: No votaron 264 mil y 392 mil anularon o dejaron en blanco sus boletas (menos del 7,7 % de oposición).
- 3 de febrero de 2013: No votaron 754 mil y 444 mil anularon o dejaron en blanco sus boletas (menos del 13,9 % de oposición).
Haroldo Dilla trata con guantes de seda los juegos lingüísticos de
oposición leal, nacionalismo revolucionario y otros que Veiga y González
vienen manejando desde que el finado monseñor Carlos Manuel de Céspedes
y García-Menocal abrió el frente del saber laical en el Arzobispado de
La Habana. Su tesitura opositora, como advirtió el filósofo Emilio
Ichikawa, no se orienta hacia la democracia, sino al despotismo
ilustrado. Su clave sociopolítica no son ni los opositores le(g)ales
entre los electores ni muchos menos los feligreses católicos, que amén
de ser pocos suelen acordarse del Papa y Jesucristo al unísono con Santa
Bárbara.
Bullshit
Dilla llama
respetuosamente “acompañamiento crítico sistémico” a las tentativas de
Veiga y González para comunicar impresiones favorables a un mandón con
orejas (Ichikawa) o un tirano receptivo (Rojas). Esas tentativas de
ilustrar al gobernante parecen encajar mejor en la noción de bullshit que pergeñó Harry G. Frankfurt (On Bullshit, Princeton University Press, 2005).
Bullshit
es peor enemigo de la verdad que la propia mentira. El gobernante
mentiroso, por ejemplo, tiene que saber más o menos cuál es la verdad
para esconderla mejor al engañar a los gobernados; por el contrario, el
practicante de bullshit no tiene interés alguno por la verdad, sino por adelantar determinada agenda impresionista.
Son bullshiters
todos los disidentes a quienes el jefe de la SINA Jonathan Farrar
preguntó sobre sus programas políticos y no tenían “plataformas
diseñadas para llegar a un amplio sector de la sociedad”, sino agendas
para conseguir recursos fuera y ripiarse entre ellos dentro.
Frankfurt subraya que los bullshiters se desfogan en juegos lingüísticos para impresionar a las audiencias y así es pura bullshit proferir
que la oposición no es pacífica, sino cívica, o presentar como
“iniciativa por la libertad en Cuba” el reciclaje del viejo disparate de
hacer campaña por un plebiscito sin tener un solo diputado a favor en
la AN, que es la única autoridad facultada por la Constitución para
“disponer la convocatoria” de aquel (Artículo 75.u).
Así mismo es bullshit el
intento de comunicar por cualquier medio la impresión de hacer política
sin haberse atenido jamás a que una minoría activa tiene que movilizar a
la mayoría indiferente. Ningún debate dentro ni alrededor del espacio
laical podrá subsanar que es mucho más fácil cocinarse en salsa propia
que meterle el coco a la situación política en la Isla para dar alguna
salida práctica hacia otra Cuba mejor.
Mecánica popular
Como
bien afirmó Rojas, la oposición leal a la Constitución tiene que serlo
realmente con ánimo de reformarla y aun desecharla. La salida práctica
sería entonces tomar el poder por vía electoral. Frente a la cruel
dictadura y en medio de la crisis permanente de la economía, el pueblo
de Cuba, amante de la libertad y la democracia, parece ser electorado
propicio para que los líderes de la oposición legal concluyan en las
urnas el exorcismo contra el miedo, la autoridad y el misterio.
- En cada circunscripción, los electores postularían y elegirían a
opositores le(g)ales como delegados a las Asambleas Municipales (AM)
- En cada AM, los opositores le(g)ales electos como delegados serían
mayoría para rechazar a los precandidatos a diputados propuestos por la
Comisión de Candidaturas hasta lograr que la mayoría de los nominados
sean también opositores le(g)ales
- En la AN, los opositores le(g)ales electos como diputados tendría la
mayoría de dos tercios para reformar la Constitución por votación
nominal y convocar a referendo en confirmación de las reformas
sustanciales, que pudieran llegar, como admitió Castro, a revocar el
socialismo irrevocable (Biografía a dos voces, Debate, 2006, página 555).
La disidencia, oposición o resistencia elude esto como misión
imposible y se excusa con la misma represión que enfrenta en nombre del
pueblo de Cuba. Así desembocamos en la bullshit de líderes
opositores sin masa, proyectos fútiles, organizaciones postalitas y
alardes mediáticos que jamás conducirán a la otra salida posible: la
revuelta popular. La gente en Cuba y en el exilio no se deja matar ya
por ninguna idea ni llegaría hasta la muerte por ninguna pasión
política.
Coda
Al concurrir al colegio
electoral, cada elector registrado recibe una boleta de papel y entra a
una cabina opaca para hacer con ellas lo que le dé la gana: marcar
alguna casilla para votar por todos, algunos o al menos un candidato;
dejar la boleta en blanco o anularla de algún modo, desde hacer un
garabato hasta escribir un improperio contra Castro. Enseguida sale de
la cabina con su boleta doblada para colarla por la hendija de un cajón
también opaco y salir andando. Terminada la votación se abren las urnas
para ver si la lista (de electores) coincide con el billete (electoral).
Al contarse las boletas se van separando aquellas en blanco o nulas.
Todo elector tiene derecho a presenciar los escrutinios y a dar tángana
si nota fraude.
No hay que andarse con bullshit. Luego de
casi dos décadas sin concurrir a elecciones, los cubanos dentro de la
Isla se pasaron casi dos más votando solo por delegados locales, pero
llevan ya dos décadas más votando en directo también por los diputados a
la AN. Así que en las últimas cuatro décadas han tenido alrededor de 17
instantes de una primavera a lo Rousseau: ser libre al menos en el
instante de depositar el voto. Si los cubanos no lo son ni siquiera en
ese instante, tal como alega la oposición ante las votaciones
abrumadoras a favor del gobierno, ¿cómo van a ser libres si no se alzan?