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1959, cincuenta y cuatro años transcurridos, es tiempo más que suficiente para reflexionar sobre la extrema facilidad con la que un amplio sector de la ciudadanía fue seducido y posteriormente voluntariamente sometido, a un liderazgo que generaba conflictos sociales, sectarismo y victimización.
Controlar la conciencia individual y colectiva de un sector importante de la nación cubana y lograr una adhesión total de una parte significativa de la ciudadanía, incluidos la mayoría de los dirigentes de la época, a la persona de Fidel Castro y el proyecto que este personificó, fue un objetivo alcanzado que estableció las bases para la destrucción de la nación cubana.
Quizá la idea de que lo que estaba ocurriendo era providencial, fue debido a que el ciudadano promedio estaba desalentado, frustrado en sus proyectos como individuo y nación, consecuencia de los malos manejos gubernamentales y por lo tanto eran receptivos para un Mesías redentor, que purgara los errores y horrores de los que con vileza habían mancillado la República.
Pero el rasero con el que se analiza el pueblo llano y que podemos usar para excusarle en los excesos en que incurrió -eran quienes sufrían las arbitrariedades y tropelías del grupo que había regenteado la sociedad- no es válido para medir la conducta de aquellos que con responsabilidades en los asuntos nacionales, enceguecieron, prestaron, o facilitaron la mistificación de un individuo y su entorno en el que solo el Elegido decidía, mientras ellos, en una contemplación casi religiosa e indiferente ante el sufrimiento de las nuevas víctimas, le concedieron tiempo suficiente al Redentor para que éste afirmase y acrecentase el mito, mientras sus seguidores más fieles se apropiaban de la nación
Por iniquidad, oportunismo o conversión sincera, fueron muchos los políticos, empresarios, intelectuales, profesionales y líderes que, junto a una mayoría ciudadana, prescindieron de sus capacidades críticas y acataron sin objeciones al mensajero de Pan con Libertad.