P. Boris Moreno(*)
La situación económica de Cuba se ha tornado bastante complicada y con visos de caer “en picada”, con “rizos” estremecedores como los acaecidos entre los años 1990 y 1994. La política económica del gobierno no ha sido capaz de remontar la cuesta del PIB del año 1989, un año que por demás no fue bueno. Dicha política ha estado marcada por una falta de definición tanto de perspectiva como de medios, secuestrada por la recen-tralización ideológica que quiere mantener a toda costa un orden de cosas que ahoga al país y que ahora, enfrentado a la severa crisis mundial, parece hacer aguas y sólo tiene como arsenal de respuesta las afirmaciones utópicas y el reajuste vía reducción fuerte de gastos que puede llevar a un colapso socioeconómico. | |
De esta probable situación ya han dado cuenta varios analistas económicos, tanto extranjeros como nacionales. Y para añadir un elemento más a la situación, el equipo económico del gobierno ha sido sustituido. Del nuevo no sabemos ni sus intenciones, ni propuestas, ni planes, quizá a tono con la prevalencia de lo ideológico que siempre ha primado sobre la racionalidad económica, a la cual sólo se le ha permitido dar algo de sí cuando el país ha naufragado en situaciones límites. Es muy llamativa esta situación cuando siempre se ha hablado de una pretendida ventaja de la economía centralizada en base a su poder de planificar. Pero ya von Mises y von Hayeck habían alertado que este poder podía llegar a ser un poder utópico, sin base en la realidad económica. La economía cubana, desde su frágil recuperación a partir de 1994, ha presentado una senda inestable de crecimiento del PIB, con retrocesos y ralentizaciones. Para el pasado año se esperaba un decrecimiento, lo cual alejaría aún más la posibilidad de alcanzar la cota de 1989 y hacía cercana una crisis que podría revertir los pocos logros de los últimos años. La política económica de estos años se ha fundado en los rubros del turismo, níquel, y en la promoción de los servicios, intentando poner coto al gravamen de unas importaciones que no pueden ser sostenidas por el crecimiento de las exportaciones. Unido a esto, se ha intentado fortalecer el mercado interno con el objetivo de revaluar la moneda nacional y animar la producción nacional. La entrada de remesas, que ha ido creciendo hasta ubicarse entre los dos primeros tipos de ingresos de divisas, ha sido otro elemento que ha caracterizado el desenvolvimiento económico cubano. Pero la decisión de mantener un sistema económico que se cree imprescindible para eludir otras opciones políticas, a pesar de su manifiesta ineficiencia, el aislamiento del mercado interno con respecto al llamado “mercado emergente” o en divisas, la dificultad de contar con recursos financieros frescos y de largo plazo, la postración del agro y la industria con niveles de eficiencia muy bajos, y la indisponibilidad a potenciar las capacidades empresariales con reformas sostenibles, han hecho del período especial, comenzado en nuestro país en el año 1990, el período normal de nuestras vidas. A pesar de ciertos logros y la capacidad de posponer graves cuellos de botella en el sistema, la economía cubana se ve ahora enfrentada, debido a sus desequilibrios internos, y atenazada por la difícil situación mundial, a un entorno muy preocupante. Esto se debe, entre otras causas, a la caída en el número de turistas. Esta situación ha afectado grandemente los ingresos por este rubro y la casi irrentabilidad en la explotación niquelífera con una caída del precio en un 80 por ciento. Tales afectaciones pondrán en una situación agobiante a la balanza de pagos, que lleva el peso del estancamiento de las exportaciones frente a unas importaciones que han crecido en un 43 por ciento. Se ha determinado restringir los permisos de importaciones, pero esto ha puesto casi en una parada técnica a varias industrias que se sostienen vía importaciones. Es conveniente recordar la estructura muy poco dinámica de las exportaciones cubanas, que siempre ha sido un cuello de botella para financiar la capacidad de importar del país. Por otro lado, los ingresos vía remesas, fundamentalmente provenientes de los Estados Unidos, se espera que caigan considerablemente debido a la crisis que experimenta con fuerza la economía estadounidense y que se resiente particularmente en los emigrantes recién llegados con trabajos poco remunerados y de gran precariedad. Estos factores han incidido en ubicar a Cuba en una delicada y explosiva exposición financiera, incrementando la deuda externa y la razón de la misma para ser financiada por las exportaciones (380 por ciento), a la vez que se le han cerrado varias líneas de crédito y encarecido otras, agravando la iliquidez y corriendo el riesgo de insolvencia debido a que la estructura crediticia de los bancos cubanos está anclada en créditos de corto plazo. A esto se une el cierre de varias empresas mixtas que no pueden sostener unos costos tan gravosos, y no pueden expatriar ganancias ni pagos a proveedores. Esta grave exposición financiera no puede ser compensada con créditos de organismos internacionales, ya que Cuba no pertenece a ellos. Un importante “salvavidas” para el gobierno cubano lo representa el acuerdo energético con Venezuela y los pagos por los servicios de colaboración, pero la disminución del precio del petróleo, por debajo de los 80 USD por barril, ha mermado esta puerta de ingresos frescos. Al interior, el elemento que como “lámpara de Aladino” ubicaba el gobierno para darle un vuelco a la situación de la producción y la eficiencia, a saber, el pago por resultados, no se ha extendido en el país y sus vaivenes parecen más el de un naufragio que el de una aplicación práctica. Sólo se favorece de este tipo de pago el 18 por ciento de la fuerza laboral. Por otra parte, no se puede olvidar que un elemento no hace una política económica; es imprescindible la concatenación de diversos elementos, coherentes entre sí y con los objetivos de política, para configurar el diseño económico. Diseño que debe estar orientado por una perspectiva, una dinámica y un tempo que le permitan a los agentes económicos ubicarse adecuadamente y extraer así los frutos esperados, sabiendo adaptar el mismo a las condiciones cambiantes del ambiente, mucho más en estos tiempos de globalización, donde la senda de cambio es muy rápida e incierta. A todo este cuadro hay que añadirle el hecho de que la liquidez en manos de la población ha crecido considerablemente, marcando los números en rojo, y el crecimiento del déficit presupuestario que ha rebasado la barrera del 3 por ciento. Estos puntos preocupan porque pueden destapar una situación inflacionaria grave, similar con aquella del año 93 cuando 1 USD se cotizó en el mercado negro a 130-150 pesos. Recortes vía gastos pueden llevar a fuertes conmociones sociales ya que a pesar de que el salario nominal ha crecido en los últimos años, el crecimiento del salario real, que es el que importa, es decir, la capacidad de consumir bienes y servicios con el salario que se devenga, no llega a cubrir la brecha de necesidades básicas. Para más preocupación, algunos analistas prevén una reducción del salario real. La connotación psicológica de esta situación debe ser tenida en cuenta. El remonte del foso de la crisis de los 90 entreabrió algunas esperanzas en la población de que se darían pasos que pondrían al país en una senda de sensatez y pragmatismo en la conducción económica. Ciertamente, estas expectativas no se vieron cumplimentadas, pero se estableció una tendencia inercial que, sin grandes avances, tampoco sin grandes retrocesos a partir de la situación de finales de los 90, permitía un mantenimiento de las grandes variables económicas. Con el cambio en el liderazgo del país y según los pronunciamientos del nuevo presidente, algunos auguraron la rápida implementación de ciertas políticas que, sin desmontar el andamiaje institucional existente, daría un respiro y quizá un viraje en el entorno económico de la nación. Pasados casi tres años de esos acontecimientos no se vislumbra ninguna señal de los prometidos cambios, la desesperanza se ha expandido y el horizonte de un agravamiento de la crisis, atenazada por el entorno internacional, pudiera romper la frágil cohesión social. Los llamados a trabajar duro y con eficiencia no lograrán cambiar la situación. Las condiciones socioeconómicas de un país no cambian por los discursos o por decretos. Son imprescindibles decisiones que, por un lado, administren la crisis que se nos encima y, por otro, preparen las condiciones para un cambio de entorno que permita la emergencia de fuerzas empresariales que le den un tono dinámico a la economía cubana. ¿Qué medidas pudieran tomarse en estos dos niveles, pero que están íntimamente relacionados? Aquí creo que hay medidas de “mínimo acceso”, llamémoslas así, que no implican grandes cambios en nuestra insti-tucionalidad, y otras medidas necesitadas de “anestesia general” para encarar el núcleo de la enfermedad. Soy consciente de que estas medidas pueden ser controvertidas, pero estamos necesitados de un debate nacional que ponga en público las posibles sendas de nuestro errante caminar. Entre las de “mínimo acceso” estarían las medidas que tienen que ver con la promoción del trabajo por cuenta propia, asegurando esto con una Ley que provea amparo jurídico a esta forma de trabajo con el objetivo de reducir la incertidumbre y la desconfianza que se ha instaurado entre esos agentes económicos. Debería regularizarse, reduciendo y sistematizando, las normas para supervisar el trabajo por cuenta propia. Creo que es necesario enviar una señal que exprese sin equívocos la aceptación del trabajo por cuenta propia en el entorno empresarial cubano. A futuro, una ley que ampare la pequeña y mediana empresa será necesaria. A esto debiera unírsele la aprobación y amparo de las actividades comerciales minoristas, fundamentalmente las que tienen que ver con los productos agrícolas. La implementación del pago por los resultados debería ampliarse rápidamente, permitiéndoles a las empresas actuar autónomamente en lo que se refiere a la escala salarial, a la vez que se les asegure trabajar bajo restricciones presupuestarias fuertes. A futuro, una ley de empresa, de quiebra y de desempleo, serán necesarias. La participación de la inversión extranjera debería contar con mayores seguridades en lo que se refiere a tiempo de participación, utilidades y su repatriación junto a otros pagos, regularización de los controles y la supervisión, entre otros. La realización del presupuesto debería seguir en la medida de lo posible el principio de subsidiariedad. En cuanto a la transparencia presupuestaria me parece importante exigir que aparezcan todos los subsidios que por diferentes causales se realizan, poniendo coto a la práctica de pasar los mismos off the line , según la expresión técnica. En este sentido la creación de la contraloría sería muy adecuada. Quisiera ahora perfilar algunas de las medidas de “anestesia general”. Creo que la primera y más importante, porque generaría un clima favorable al debate, sería el compromiso formal del gobierno en reconocer la capacidad de opinar de todos los ciudadanos sin que esto implique represalias de ningún tipo. Deberíamos eliminar de nuestro entorno los calificativos que restringen el intercambio de ideas y opiniones. El cambio de la política de sustitución de importaciones a otra de promoción de exportaciones se hace necesario. Sólo así pudiera hacérsele frente al peso que representan las importaciones en la balanza de pagos de nuestro país, sin cortar el flujo de las importaciones, de las cuales dependemos grandemente. Para esto sería recomendable hacerle espacio a la banca internacional con posibilidad de operar. La unificación de la moneda, con todo lo que ello implica, no debería retrasarse por más tiempo. Esto traería un mejor control contable, financiero y económico para las empresas y la economía en su conjunto, favoreciendo la toma eficiente de decisiones. Una reforma empresarial es imprescindible, potenciando formas complementarias a la empresa estatal. Nuestra institucionalidad debería experimentar un cambio de concepción, pasando los ministerios a ser centros de orientación y regulación de su rama. No se debería demorar la entrada de Cuba en los mecanismos internacionales para poder viabilizar el flujo de recursos financieros frescos. Quizá haya algunos puntos políticos de fricción, pero en el proceso de negociaciones pudieran ventilarse. La entrada de capitales debería privilegiarse con ofertas de inversión llamativas. Habría que tener en cuenta las experiencias de otros países, como Colombia y Chile, que han evitado los riesgos de salida imprevista de capitales. Debería constituirse el mercado financiero, insertándolo en el mecanismo global. Obviamente, estas medidas no son conclusivas ni abarcan todo el entorno económico, pero pueden dar una idea del manejo bien difícil pero necesario que exige nuestra economía, y el país en general, en aras de rebasar la crisis y desandar por una senda de crecimiento, estabilidad y desarrollo. (*) Presbítero y Máster en Ciencias Económicas. |