El fracaso de TV Martí (Parte 4)
Huber Matos Araluce/Cubanálisis-El Think-Tank
Robert Wilkinson acababa de irse de mi casa. Me había advertido que algo serio me podía pasar. Nunca le había hablado en detalle del proyecto de la Voz del CID ni de TeleCID, ni del fracaso de TV Martí, pero él siempre parecía saberlo todo.
Quedé preocupado. Cuando los agentes de inteligencia te quieren decir algo de lo que no pueden o no quieren hablar tienen su forma. El mensaje está en las preguntas o en los comentarios.
Los de Wilkinson implicaban que alguien había “plantado” la información en el gobierno norteamericano de que yo era un agente castrista.
Si me lo decía estaría traicionado al CIA y a su país, si no me alertaba, estaría traicionando a un amigo.
Esa desinformación tenía que haber sido cuidadosamente plantada para que no se dudara de su autenticidad. Me parecía una acusación estúpida, pero no podía subestimarla, es un mundo en el que la duda es el arma de la supervivencia y la confianza el mayor de los peligros.
La Fundación Cubana Americana podía ser el origen de esta patraña. Hasta ahora Mas Canosa nos había hecho la guerra acusándome con el FBI de que yo quería atentar en su contra; o, usando al representante Dante Fascell y quien sabe a quién más en Washington, para descarrilar nuestros proyectos de radio y televisión a Cuba.
Aunque ellos habían decidido sacarme del medio me inclinaba a pensar que era una operación de Seguridad del Estado. Tal vez usaron a alguien de la Fundación o un doble agente en el FBI.
No podría enterarme por el momento ni podía ponerme a divagar; quienquiera que fuera, era el enemigo y se encontraba muy cerca. Era una situación nueva en mi experiencia.
Meses atrás, de Washington me habían solicitado permiso para estudiar la seguridad de mi casa. No me explicaron mucho. Tendrían sus razones y en estos asuntos uno no anda preguntando, se agradece el interés por la seguridad de todos en la familia y se espera los resultados; al cabo de varios días me dieron sus recomendaciones.
También me dijeron que alguien entraba y salía por la noche de la casa. Me alarmé hasta que descubrimos que el infractor era Esteban, el mayor de los hijos, que había inventado una forma de escabullirse sin permiso y salir y entrar cuando estábamos dormidos.
Ahora las nuevas realidades eran el éxito de la Voz del CID, el potencial de TeleCID y el fracaso de TV Martí.
Yo no era el problema, era el estorbo.
El mayor peligro que afrontábamos era nuestro proyecto político, el esfuerzo y la esperanza de miles de personas.
Por primera vez en el exilio una organización, el CID, (Cuba Independiente y Democrática) había nucleado en forma organizada y disciplinada a miles de activistas cubanos, tanto en los Estados Unidos como en Latinoamérica, incluso en Europa.
Eran gente con nivel, dedicada, idealista, que admiraban a mi padre y compartían con él el ideal de una Cuba con progreso y justicia social, una Cuba amiga de los Estados Unidos, pero no sometida a Washington.
En 1979, al salir de la cárcel, mi padre había dicho que lo primero que teníamos que hacer era ganar la lucha ideológica, y que cuando llegara el momento las Fuerzas Armadas apoyarían al pueblo y el cambio vendría.
Su prestigio dentro de Cuba y las transmisiones de la Voz del CID motivaban a miles de cubanos en la isla. La audiencia crecía y teníamos noticias de personas interesadas en organizarse.
Pero preferíamos que la gente trabajara en pequeños grupos aislados o, simplemente, que fueran simpatizantes. Tenían que evitar la infiltración de la Seguridad del Estado porque en esos momentos lo importante era la siembra de ideas y de esperanza.
La voz del CID había comenzado a transmitir sus programas de radio desde Miami en 1981. Mi hermano Rogelio, un ingeniero eléctrico que se había especializado en el diseño de circuitos digitales, era quien la dirigía.
Con otros compañeros del CID usaban transmisores que movían con frecuencia de un lugar a otro, donde ya tenían antenas dirigidas hacia Cuba. Era un juego de gato y ratón con el FCC (la Comisión Federal de Comunicaciones).
Poco a poco el FCC iba cercando a Rogelio y a su grupo. El me iba comentando que el espacio de maniobra se les reducía.
Llegaron las notificaciones legales y Rogelio me dijo:
-Hay que salir de los Estados Unidos...
Me monté en un avión hacia un país latinoamericano sin la menor idea de lo que iba a pasar.
No teníamos el apoyo del gobierno estadounidense y hacia donde volaba solo conocía a algunas personas. Tenía el nombre de mi padre y eso abría las puertas mejor que nada.
Llegué temprano y un oficial me anunció por teléfono.
-Mi coronel, aquí está un señor que se llama Huber Matos y dice que quiere hablar con usted…
-Huber Matos…el cubano…
-Sí mi coronel, dice que es el hijo mayor y que se llama igual…
- Teniente, tráiganlo a mi oficina…