Cuba: no hay regreso al período especial... ni a la OEA
Eugenio Yáñez/Cubanálisis-El Think-Tank
Definitivamente. No puede haberlo. La historia no se puede repetir, ni siquiera en la versión parodia, como si medio siglo hubiera pasado por gusto. El inmovilismo timorato del general-presidente y su gerontocracia, junto a la intromisión permanente del Convaleciente en Jefe han cerrado demasiadas puertas a todas las esperanzas y las expectativas de los cubanos, desatadas a lo largo y ancho del país con el ahora tristemente célebre discurso de Raúl Castro el 26 de Julio del 2007, para creer seriamente que la solución a la presente crisis, crisis dentro de la crisis, sea con un regreso al período especial.
Es casi un morbo patológico de buscar segundas ediciones en todo: otra Crisis de Octubre, otra oleada de balseros, otro período especial. Se ha repetido en mucha prensa despistada, y entre los tremendistas que gustan de las versiones amarillas de la información, que Cuba podría regresar otra vez al período especial, porque identifican tal período con la carencia casi total de energía eléctrica, los “apagones”, y las reformas del ahora “indigno” en vez de “arquitecto” Carlos Lage.
No saben, o no quieren saber quienes insisten en esa posición, de los tiempos de los cocimientos de hojas de plátano como desayuno para los cubanos, del incesante pedaleo de la población sobre las pesadas bicicletas chinas, de farmacias sin aspirinas o almohadillas sanitarias femeninas, de años sin comer carne de res o sin poder comprar zapatos, de los cumpleaños de los hijos sin poderse celebrar por la carencia de casi todos los artículos de primera necesidad, de las enfermedades provocadas por falta de vitaminas producto de la alimentación deficiente; o de todos los discursos de cuatro y cinco horas prometiendo el futuro cuando el país se enterraba irremediablemente en el pasado.
Hubo un innecesario “período especial” por circunstancias tan especiales como el propio nombre del período, que se pudo haber evitado, simplemente, con aplicar reformas económicas fundamentales, permitir la libre iniciativa de la población, pero verdadera libre iniciativa y no “cuentapropistas” con más inspectores corruptos e impuestos encima de ellos que clientes; con apoyar con recursos a los campesinos y cooperativistas en vez de despilfarrar los escasos talentos y capitales disponibles en empresas estatales con un bochornoso resultado permanente; dando entrada en el país, bajo control, pero honesta y limpiamente, a capitales extranjeros sin coyundas ni triquiñuelas, para aprovechar las tecnologías de avanzada y los sistemas de gestión contemporáneos en la creación de riquezas para el país y elevar las condiciones de vida de la población.
Y todo se hubiera podido hacer sin renegar ni tener que hacer concesiones a la supuesta ideología y los principios de una revolución que ya no lo era, si hubiera habido por la máxima dirección del país el más mínimo interés de preocuparse por las necesidades y el nivel de vida de la población y no por disfrutar las verdaderas “mieles del poder”, como se había venido haciendo en los últimos treinta años, cuando todavía los hombres nuevos promovidos por el Comandante no podían entrar al Palacio de la Revolución.
Ni siquiera el argumento silencioso y cobarde de que las reformas pondrían en peligro el poder dictatorial es ya válido en estos momentos: China y Vietnam han demostrado que esto no es más que una falacia, otra más. El campo socialista este-europeo desapareció no porque se intentaran reformas económicas, sino porque al ordenarse al Ejército Rojo soviético no participar en la represión de los clamores populares, el sustento de tales dictaduras del proletariado en el socialismo real simplemente desapareció. Y la Unión Soviética nunca constituyó el primer fruto de una nueva era en la historia de la humanidad, como rezaba la propaganda oficial, sino la repetición del mismo imperio de los zares de siempre, pero dirigido por belicosos e ineficientes camaradas.
Todo eso fue hace veinte años, pero ahora ya no hay espacio ni tiempo en el país para un segundo macabro, condenable y muy desagradable brutal experimento de ingeniería social, disfrazado bajo la letanía de resistencia heroica numantina, solamente comparable a la Reconcentración de Valeriano Weyler durante la Guerra de Independencia a finales del siglo XIX. Pero Weyler era “el enemigo” español en plena guerra, no “el liderazgo histórico” de los cubanos.
El régimen, no importa cual de los dos hermanos Castro da la cara, siempre se ha mostrado ambiguo para definir si el período especial ha terminado o no. No es un problema conceptual, sino político. A la hora de resaltar los triunfos el período especial parece haber quedado atrás, pero cuando hay que pedir más sacrificios a la población se recuerda que aún no se ha salido del período especial. Palo porque bogas, palo porque no bogas. Pero todo tiene un límite.
En los años noventa del siglo pasado, a pesar de las dificultades a partir de 1986, que fueron provocadas por el “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” desatado por Fidel Castro contra la voluntad del tercer congreso del Partido Comunista, la Isla tenía determinada cantidad de reservas materiales y monetarias; una infraestructura productiva en mucho mejores condiciones que las actuales; un fondo de viviendas sobre el que ahora han caído veinte años más de abandono y desidia gubernamental; un nivel de crédito deteriorado, pero no a los extremos de la actualidad; no había sufrido los embates de tres terribles huracanes en un mismo año; había una población que, entre asustada y confusa, temía un “retorno al capitalismo” por desconocer las realidades de la historia y del mundo contemporáneo; un líder carismático capaz de recibir a Leonid Brezhnev o al Papa Juan Pablo II en la misma Plaza de la Revolución sin sonrojarse en lo más mínimo; y un enemigo a quien culpar de todas las tragedias y miserias del país.
Han pasado casi veinte años de la caída del Muro de Berlín. En 1989, buena parte de la población cubana se recordaba a sí misma vinculada a Playa Girón, la campaña de Alfabetización, la Crisis de Octubre, los combates en El Escambray, las guerrillas en América Latina, las misiones internacionalistas, y a todas las epopeyas, fueran reales o inventadas, que la historia oficial utilizaba para abonar los llamados a la intransigencia inmovilista, la eterna continuidad del poder dictatorial y unipersonal, la “revolución” como única alternativa, y la “Santísima Trinidad” de Fidel Castro, la Patria y la Revolución como fundamento seminal de todos y cada uno de los desmanes, antojos, ineficiencia, arbitrariedades e inconsecuencias del régimen.
Y estaban además, para quienes dudaran, o pudieran vacilar, los muy “educativos” fusilamientos del general Arnaldo Ochoa, Tony LaGuardia, Amado Padrón, y Martínez, y todos los condenados a prisión en la “Causa Número Uno” de 1989, (a quienes algunos “analistas” han querido inventarle una historia de conspiración sin evidencias); estaban, también, casi al mismo tiempo, los procesos y condenas contra el general José Abrantes y toda la cúpula del Ministerio del Interior (la “Causa Número Dos”), y la condena a Diocles Torralbas, general y Viceprimer ministro del gobierno.
A lo que se sumaba la fantasía, las falsedades y las ilusiones del Comandante, asegurando diariamente a su paralizada nomenklatura y a todos los cubanos que la biotecnología, los productos farmacéuticos, el turismo, las exportaciones, y las producciones “cooperadas”, darían al país todos los recursos que ya no llegarían como subsidios disfrazados de “comercio internacional ejemplar” que hacían llegar al país cada año la URSS y el campo socialista; que China podría sustituir a la Unión Soviética con la colaboración y la ayuda necesaria para evitar la bancarrota cubana; y que la capacidad exportadora del talento cubano podría equivaler a los once millones de toneladas de petróleo que se llegaron a recibir de los soviéticos en la década de los ochenta.
Ahora, esos cuentos ya no se los creen, ni se los pueden creer, ni siquiera Lázaro Barredo o Randy Alonso, los ilustres directores de los oficialistas periódico “Granma” y la página digital “Cubadebate”, donde el Comandante acostumbra escribir sus reflexiones desde el mismo momento que le prohibieron hacerlo directamente en el periódico “Granma”, cuando Raúl Castro pensaba que su hermano estaba casi al fallecer, y decidió convocar al congreso del partido comunista para finales del 2009, aunque ahora nadie sepa como salir del atolladero partidista.
Tal vez la gerontocracia inmovilista que trata de gobernar un estado que hoy es ya casi fallido, y que se identifica con eso que eufemísticamente todavía se le llama la revolución cubana, pueda soñar o pensar que los ciudadanos de a pie estarían dispuestos a otra ofrenda similar a la tragedia del llamado período especial, con toda su secuela de desnutrición, enfermedades, carencias, miserias y humillaciones que les acarrearía a ellos, no a los jerarcas de la nomenklatura.
Porque, si en aquel 1989, la obcecación apocalíptica del Comandante podía aspirar a cierta admiración por parte de los amanuenses de la izquierda cavernícola, o a un determinado reconocimiento internacional, hoy por hoy todo el mundo sabe perfectamente que las cosas han cambiado y que el mundo no es lo mismo que hace veinte años.
Está muy claro para todos que actualmente los Estados Unidos presididos por Barack Obama, la Unión Europea, Latinoamérica y el Caribe, no desean ni mucho menos destruir ni desangrar a la nación cubana sino, por el contrario, ayudarla a salir del atolladero y del abismo en que se encuentra, a causa de la testarudez, el inmovilismo, y la deficiencia hormonal de su así llamado liderazgo “histórico”, y que el camino de las reformas liberalizadoras en la economía, aunque no incluyan cambios democráticos, traería a los cubanos la plena aceptación del país en los mecanismos interamericanos y las perspectivas reales de la elevación de las condiciones de vida de la sufrida y martirizada población, el desarrollo de mecanismos de cooperación, el progreso y la prosperidad, sin tener que compararse con Haití para decir que no estamos tan mal.
La reciente decisión de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos de dejar sin efecto la suspensión del gobierno cubano establecida en 1962 demuestra que ahora se vive en un mundo diferente, y se recibió con agrado y beneplácito por la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo, aunque con diferentes interpretaciones, desde los más democráticos hasta la izquierda enferma latinoamericana de los caudillos bolivarianos y sandinistas.
Aunque el régimen y sus voceros declararon la resolución como una “contundente victoria”, teniendo en cuenta solamente la derogación de la suspensión establecida en 1962, se cuidaron mucho de comentar los requisitos de una re-incorporación que se señalan en la misma resolución. “Granma” señala desde La Habana que “esa decisión se adopta en contra de la voluntad de Washington y frente a las intensas gestiones y presiones ejercidas sobre los Gobiernos de la región. Se propina así al imperialismo una derrota utilizando su propio instrumento”.
Pero Dan Restrepo, asesor en la Casa Blanca, declaró tras la aprobación de la resolución: “La OEA es un lugar muy incómodo para Cuba, porque es un instrumento que defiende palabras como democracia y derechos humanos” … “Eso es un ambiente incómodo para el gobierno cubano. Así que a ellos les corresponde tomar una decisión” … “¿Quieren realmente ser parte de un sistema que defiende y promueve esos valores?”
Sin decirlo por las claras, la administración de Barack Obama ha puesto la bola en el campo cubano una vez más: desde el 3 de junio del 2009 Cuba no pertenece a la OEA no porque Estados Unidos se oponga o porque la Isla estaba suspendida de la organización, sino porque el régimen cubano no está interesado en participar, o no presenta la solicitud para la readmisión.
Tratando de curarse en salud, una Declaración del Gobierno cubano ha señalado: “Cuba acoge con satisfacción esta expresión de soberanía y civismo, a la vez que agradece a los Gobiernos que, con espíritu de solidaridad, independencia y justicia, han defendido el derecho de Cuba a regresar a la Organización. También comprende el deseo de librar a la OEA de un estigma que había perdurado como símbolo del servilismo de la institución. Cuba, sin embargo, ratifica una vez más que no regresará a la OEA”.
No puede hacerlo, naturalmente, y por eso pretende destruirla con la torpe (e involuntaria) colaboración de los legisladores cubano-americanos que desearían retirarle los fondos de funcionamiento a la organización, que aporta mayormente Estados Unidos.
Cuba no puede ingresar a la OEA porque el diálogo que ha sido autorizado con la Isla para su eventual reincorporación tiene que estar basado en los principios y propósitos de la institución, lo que significa que hay que regirse por los principios de que “[l]os pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”, y se entiende por democracia no lo que digan Fidel Castro, su hermano, o Ricardo Alarcón, sino lo siguiente:
“Son elementos esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos”.
Lamentablemente, a pesar de la maestría con que el gobierno de Estados Unidos manejó la situación, impidiendo que el grupo de los “duros” del continente, teledirigidos desde un cuarto de convaleciente en La Habana, pudieran hacer fracasar la reunión, desacreditar a la OEA, atacar a la administración de Barack Obama como “más de lo mismo”, y aislar a ese gran país del resto del continente, como en los tiempos de George W Bush, parte de los cubanos en el exterior y disidentes dentro de Cuba han visto la resolución lograda días atrás solo en su primer acápite de derogación de la suspensión de 1962. Y parece que no pueden entender, o siquiera leer, el segundo, relativo a que en el eventual –y muy poco probable caso mientras Fidel Castro respire- de que Cuba pretendiera regresar, deberá establecer un proceso de diálogo y demostrar que se apega a las normas y principios de la organización interamericana. En otras palabras, transitar por el sendero democrático, tal como se define, muy claramente, en la Carta Interamericana aprobada por la OEA en el 2001.
Paradójicamente, tanto el castrismo terminal como la izquierda patológica de América Latina, así como los congresistas cubano-americanos y una parte del “exilio duro”, aunque con argumentos, fundamentos y consideraciones morales muy diferentes, han coincidido en un emocional ataque demoledor contra la OEA, su secretario general, los gobiernos del continente y el gobierno de Estados Unidos, y no han escatimado epítetos, improperios e insultos para calificar la situación. Fidel Castro, en tiempos recientes, ha llamado a la OEA “podrida”, “desvergonzada”, “infame”, “encarnación de la traición”, pero en Miami se escucharon calificativos equivalentes.
Pocas declaraciones en Miami, a favor o en contra, fueron mesuradas. Jorge Mas Santos, presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), expresó: “Felicitamos al presidente Obama y a la secretaria Clinton por una valiente posición frente a una enorme presión diplomática”. Y señaló a continuación: “Si Cuba quiere regresar a la OEA debe cumplir plenamente los principios de su carta. De otra forma, permitir la readmisión de Cuba es traicionar los ideales democráticos sobre los que se fundó la OEA”. Orlando Gutiérrez, del Directorio Democrático Cubano, consideró el lenguaje de la resolución “ideológicamente impreciso”, destacando que “no deberíamos perder de vista el hecho de que hay un intenso esfuerzo por parte del bloque de Chávez para redefinir la democracia en la región y para definir a Cuba como una democracia diferente, y no la dictadura violadora de los derechos humanos que es”. Carlos Saladrigas, del Grupo de Estudios Cubanos, consideró la resolución “estratégica”, y señaló que “desde el punto de vista de la OEA, el próximo paso es la espera”, agregando que “todo esto está ejerciendo presiones internas, y eso es el tipo de presión... que puede obligar al cambio” en Cuba.
Por su parte, los congresistas cubanoamericanos, Republicanos de Florida, no tuvieron demasiados límites en sus expresiones. En una declaración conjunta, Lincoln y Mario Díaz Balart definieron a la OEA como “un bochorno putrefacto”, y llevaron las cosas al extremo, calificando el documento como muestra de la “absoluta incompetencia diplomática” del gobierno de Obama, y que “esta decisión es una inmerecida y grotesca traición al oprimido pueblo de Cuba”. La congresista Ileana Ros-Lehtinen, por su parte, declaró que “lejos de fortalecer la OEA, la resolución es una afrenta a la carta de la organización”, y fue absoluta en su criterio: “el dinero de ningún contribuyente estadounidense debe respaldar esta lamentable organización que en su momento se enorgulleció de su compromiso histórico con la democracia y los derechos humanos”.
Sin embargo, el senador Bob Menéndez, Demócrata por New Jersey, aunque consideró el acuerdo “débil ” y “absurdamente vago”, atemperó su posición anterior: antes de aprobarse la resolución se preguntaba “en qué medida estamos dispuestos a apoyar la OEA como institución”, pero tras la aprobación del documento final acotó su declaración no a términos absolutos, sino condicionales: “yo tendría que cuestionarme seriamente por qué el gobierno de EEUU querría pagar el 60 por ciento de una organización que no se compromete con la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho”.
La nota patética, ante la falta de argumentos, correspondió al senador Mel Martínez, Republicano por Florida, quien llevó las cosas hasta extremos difíciles de imaginar. Dos días después de la aprobación de la resolución de la OEA, al conocerse la noticia de la captura de dos espías norteamericanos de larga data al servicio de la inteligencia cubana, propuso al presidente Obama poner fin a todos los acercamientos: “La detención hoy de dos estadounidenses acusados de haber espiado para Cuba, es motivo suficiente para que la Administración ponga fin a cualquier negociación diplomática con el régimen, incluido el aplazamiento de las conversaciones migratorias”, señaló en su página digital. Verdaderamente “duro”, pero sin posibilidad de resultados prácticos.
Mientras las emociones o la necesidad de satisfacer a os votantes se sigan imponiendo a los razonamientos de la realpolitik, no importa con que argumentos de patriotismo, decoro o moral se defiendan esas emociones, habrá que seguir tropezando con la misma piedra, una vez más.
El congresista norteamericano Connie Mack, republicano por Cape Coral, [Florida] presentó un proyecto de legislación para eliminar el financiamiento estadounidense de la OEA si ésta acepta a Cuba sin poner como condición cambios en la isla, diciendo: “si ellos quieren el regreso de Cuba pueden hacerlo, pero sin la ayuda ni el apoyo de EEUU”.
Sin embargo, Lincoln Diaz-Balart, copatrocinador de la legislación, con mucho más realismo que en otras declaraciones, admitió que la medida es difícil de aprobar. “Aunque yo la apoyo, no voy a prometer mucho en cuanto a sus resultados”.
No se trata de cinismo: son las nuevas realidades. Las relaciones políticas internacionales no funcionan de la misma manera que la conducta de los enamorados, y sin análisis objetivo y profundo se puede formar escándalo, o ganar votos, pero no obtener resultados. El problema no es la OEA, sino el régimen cubano.
En estos momentos ya al régimen se le escapa de las manos el manido mito del enemigo externo contra la plaza sitiada; está en medio de una crisis que requiere aquellos cambios estructurales y de concepto que se prometieron y quedaron en agua de borrajas y retórica. Ni siquiera la reforma salarial y el reparto de tierras ociosas, programas iniciados por Raúl Castro y no por el Comandante en Jefe, funcionan ni dan resultados.
Se sabe que el petróleo ha comenzado a escasear por el descenso silencioso de la producción nacional (o quizás por la formación de reservas estratégicas, agotadas cuando los huracanes simultáneos; y se sabe también que las arcas bolivarianas de Hugo Chávez están exhaustas con el gran descenso en los precios del petróleo y la festinada e irresponsable dilapidación de los fondos y riquezas de la nación venezolana.
Se sabe que la producción de la agricultura descendió en un 7% en un país sin créditos, con más del 50% de las tierras agrícolas cundidas de marabú, al que no le alcanza el escaso dinero disponible para comprar los alimentos que necesita la población para sobrevivir, y hasta la prensa oficial se refiere a los miles de toneladas de alimentos que se pudren en el suelo sin que las muy centralizadas instituciones de acopio y transporte sean capaces de recoger las cosechas, pero a nadie le alcanza el corazón para ordenar que permitan a particulares distribuirlas y comercializarlas.
¿Bloqueo? ¿Mafia de Miami? ¿Imperialismo? ¿Huracanes? ¿Sequía? ¿Crisis económica mundial? ¿Calentamiento global? Nada de eso: en medio del gigantesco caos y carencias, basten dos muestras publicadas ayer domingo en el oficialista “Juventud Rebelde”:
Un cooperativista dice a los periodistas: “Hemos tenido picos de producción de zanahoria, remolacha y boniato y por la ausencia de un mecanismo legal que permita vender directamente, por ejemplo a un organismo que ha acudido a nuestra cooperativa, y estar fuera de la contratación de Acopio, se ha perdido parte de esos alimentos”
Un trabajador agrícola dice claramente: “Ya se nos perdió casi todo el tomate, y ahora ando con miedo en esta bicicleta vendiendo quimbombó, porque no vienen a recogerlo de la granja y se está poniendo grande y duro, como a la gente no le gusta”. Explica que no están autorizados a vender directamente a la población. “Pero prefiero hacerlo, aunque me arriesgue a perder mi puesto, antes de haber trabajado por gusto”. [El subrayado es mío.- EY]
Inmovilismo puro y duro, nada más. Y lo anterior lo cuenta la prensa oficialista, obligada a edulcorar la realidad, que nadie se atreve a contar, y mucho menos a explicar. El régimen que todavía algunos ven como haciendo reformas económicas prefiere que se pudran los productos alimenticios y no lleguen a la población, antes que permitir que alguien haga algo por su cuenta para hacer llegar comida a los cubanos. Obliga a los cubanos a incumplir leyes absurdas, a resolver, manteniendo una absurda maquinaria contra natura, porque cualquier actividad humana que escape al control totalitario es vista como una amenaza a la seguridad del estado.
Por eso el deterioro es imparable, y las cosas se ponen peor cada día: porque lo único importante es mantenerse en el poder, no importan los sacrificios y ofrendas que haya que exigir a los cubanos.
Pero ya, en estos momentos, el problema no es que los cubanos no quieren continuar así, sino que no pueden continuar así. En Cuba se ha creado lo que el camarada Vladimir Ilich definiría como una situación revolucionaria. Ni más ni menos.
Para decirlo en términos beisboleros, una vez más, pero peor que nunca, el régimen está en el noveno inning, con dos “outs” y perdiendo el juego. Todavía pueden ocurrir milagros: uno similar al mencionando ocurrió hace solamente unos días en la final de la Serie Nacional cubana de béisbol, y hubo que jugar al día siguiente. El problema es que, para el régimen, es el último juego, no hay ninguno más para después.
Del general-presidente Raúl Castro dependerá si le alcanza el corazón para hacer lo que debe hacer y sabe que tiene que hacer, o si se aferrará, entre el miedo a su moribundo hermano y el mito de los “históricos”, a tratar de mantener un sistema que ni funciona, ni sirve, ni puede llevar a otro lugar que al caos y al total desastre, sin poder cubrirse con el pretexto ilusorio de la historia me absolverá.
En medio de la crisis económica, política, social y de valores más profunda que haya padecido la nación cubana, temiendo perder el control o el poder si se producen reformas económicas –pues en la situación que enfrentan en estos momentos ni siquiera tendrían que mencionar de inmediato reformas democráticas- la envejecida cúpula castrista se dedica a producir fantasmas y demonios, en un ejercicio que les puede llevar a perder mucho más de lo que perderían si actuaran con sentido común, coraje y responsabilidad.
Porque en Cuba no puede haber ni otro período especial ni un regreso a la OEA, aunque pueda parecer que lo primero se lo crean el general-presidente y su gerontocracia, el Buró Político del partido, los privilegiados de la nomenklatura, y cierta prensa extranjera de segunda categoría, y lo segundo lo declaren sonrientes los gobernantes latinoamericanos.