En la realpolitik los cheques en blanco no abundan, y en las escasas situaciones en que se firman, no hay demasiado tiempo para convertirlos en capital político. Raúl Castro debería saberlo: su discurso del 26 de julio del 2007 desató expectativas y esperanzas sobre eventuales “cambios estructurales y de conceptos”, pero por lo que haya sido, quedó solamente en eso, y hoy no es más que una historia frustrante y un testimonio patético de la conducta pusilánime y la dependencia incondicional del general-presidente hacia su hermano enfermo.
La independencia de criterios de Raúl Castro es inversamente proporcional a la salud del Comandante. Sin dudas, cuando habló de cambios estructurales en el 2007 se habría considerado, de acuerdo a los reportes médicos, que la salud del viejo dictador se estaba deteriorando, y de ahí la aparente disposición a los imprescindibles cambios que reclama la realidad del país para poder mantener el barco a flote.
Sin embargo, aparentemente superadas, al menos temporalmente, las etapas más complicadas de la salud de Fidel Castro, el general volvió a esconderse en su caracol, y en febrero del 2008, al ser designado “presidente”, pidió a la siempre unánime Asamblea del Poder Popular la “autorización” para consultar al “compañero Fidel” sobre los temas estratégicos.
Por ello, el 26 de julio del 2008, un año después del “discurso de la leche” y de los cambios estructurales, regresó al grisáceo recuento de los “logros de la revolución” y no mencionó más nada sobre los cambios prometidos.
Las altas y bajas en la salud de Fidel Castro se evidenciaban en las apariciones más o menos destacadas de los entonces estelares Carlos Lage y Felipe Pérez Roque en la prensa y en diversos eventos nacionales o internacionales, en el manifiesto acercamiento al venezolano Hugo Chávez cuando el Comandante mejoraba, y en el discreto ninguneo del teniente-coronel cuando las cosas andaban mal en las salas médicas al servicio del “líder de la revolución”.
El encontronazo visible más fuerte entre los hermanos Castro se produjo en ocasión de que la Unión Europea, espoleada por la España de Rodríguez Zapatero, decidió levantar unilateralmente y a cambio de nada las débiles sanciones impuestas en ocasión de la ola represiva de la Primavera Negra del 2003: las “reflexiones” de entonces insultando y atacando a la Unión Europea no fueron publicadas en el órgano oficial del partido comunista, y desde ese momento el líder debió conformarse con publicar en Cubadebate, un blog de segunda categoría, dirigido por un periodista de tercera. Aunque es cierto que automáticamente sus escritos son reproducidos en todos los órganos de prensa escrita, radial y televisiva del régimen, el mensaje es claro: no representan la opinión del gobierno, sino la suya personal.
Esta sutileza no pasó inadvertida a las cancillerías: el gobierno de Michelle Bachelet dejó claro que lo que dijo Fidel Castro sobre Chile y el derecho de Bolivia a una salida al mar, arrebatada por la “oligarquía” chilena, era el criterio de un “ex-gobernante” que no sería oficialmente respondido, y el gobierno de Raúl Castro guardó silencio sin desmentir a los chilenos. Recientemente, el canciller español Miguel Ángel Moratinos respondió a una pregunta de la prensa diciendo “yo no comento las declaraciones de Fidel Castro”.
En lo que va del año 2009, sin embargo, hay una situación muy peculiar: después de un silencio sepulcral en la primera quincena del mes de enero, es evidente que la salud de Fidel Castro ha experimentado una sensible mejoría, y Raúl Castro no tiene el más mínimo interés en un choque frontal con el convaleciente, pero se siente demasiado presionado por las interferencias de su hermano mayor, que le ata de piernas y brazos y le dificulta enormemente tratar de mantener a flote un Titanic revolucionario que hace agua por todas partes, sin brújula y sin recursos.
Raúl Castro no tiene ni vocación democrática ni preocupación por los destinos de los cubanos, pero pretende reparar la ergástula para mantener el régimen como un manicomio más “racional”, si cabe este concepto, pues sabe perfectamente que carece del carisma y la audacia irresponsable de su hermano, y que en cualquier instante el tornillo puede pasarse de rosca, por cualquiera de estos factores:
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falta de liquidez monetaria,
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sin recursos para importar alimentos, mientras las tierras agrícolas están cubiertas de marabú,
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con un insoluble problema de viviendas,
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en medio de la crisis económica mundial y la caída de los precios del níquel,
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tras los colosales daños provocados por los tres huracanes del 2008,
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frente a la desmotivación y el desinterés de los trabajadores a cambio de salarios de miseria,
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cuando la represión sofisticada es cada vez más visible,
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y crece por días el descontento no solamente entre la población, sino también en el seno de la nomenklatura.
Con la llegada a la presidencia de Barack Obama se vislumbró la posibilidad de una mejoría en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y cuando en marzo pasado Raúl Castro defenestró a los favoritos de su hermano parecía que estaban dadas las condiciones para un acercamiento mínimo y un deshielo en el enfrentamiento de medio siglo.
El compañero Fidel mantenía, a pesar de haber prometido anteriormente que este año escribiría menos, “para no interferir”, una continua publicación de “reflexiones” sobre la figura de Barack Obama, aunque sin atacarlo directamente, pero el silencio de Raúl Castro indicaba a las cancillerías que esa no era la opinión del régimen, sino la del ex-gobernante.
Así las cosas, el presidente Barack Obama tuvo en una misma semana un éxito sustancial y un peligroso desliz en el tema de Cuba, en ocasión de la Cumbre de las Américas en Trinidad-Tobago: después de haber anunciado el levantamiento de las sanciones establecidas por la administración Bush y restablecido el derecho de los cubanos que residen en Estados Unidos a visitar a sus familiares cuando lo deseen, y enviarles el dinero que estimen conveniente, llegó a la cumbre en Puerto España con todo a su favor.
El día anterior, Raúl Castro había perdido los estribos en Caracas, aparentemente abrumado por las tonterías que se hablaban en la Cumbre del ALBA chavista, a dónde debió asistir, sin desearlo, por las presiones de Hugo Chávez con Fidel Castro. Si se compara su discurso escrito del día anterior con el exabrupto del día siguiente, la diferencia es notable: visiblemente molesto, arrebató el turno de Daniel Ortiga para hablar, y declaró tajantemente: “Le hemos mandado a decir al gobierno norteamericano, en privado y en público, que estamos abiertos cuando ellos quieran a discutirlo todo, derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos, todo lo que quieran discutir”. [El subrayado es de Cubanálisis-El Think-Tank].
Inmediatamente, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, respondió: Hemos visto los comentarios del presidente Raúl Castro y acogemos con beneplácito esa declaración”, añadiendo: “Lo tomaremos muy seriamente y vamos a considerar esa respuesta”, basados en que “el diálogo es un herramienta útil para alanzar la paz, la prosperidad y el progreso”.
Así las cosas, Barack Obama llegó a Trinidad-Tobago y desde sus primeras palabras desarmó a los “duros” de la izquierda al señalar: “En los dos últimos años he indicado, y repito hoy, que estoy preparado para que mi Administración se involucre con el Gobierno de Cuba en una amplia gama de asuntos, desde los derechos humanos a la libertad de expresión, las reformas democráticas, las drogas y los asuntos económicos”. (…) "Quiero aclarar que no estoy interesado en hablar por hablar. Pero sí creo que podemos mover las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en una nueva dirección'' (…) “Sé que hay un largo camino por delante para acabar con décadas de desconfianza, pero hay pasos decisivos que podemos tomar hacia un nuevo día”.
Dicho esto, escuchó sin inmutarse a casi todos los gobernantes latinoamericanos y caribeños pedir continuamente el levantamiento incondicional del “bloqueo” a Cuba, sin mencionar para nada la falta de democracia en la Isla, los prisioneros de conciencia, ni el tema de las libertades individuales y los derechos humanos, para al final recordarles a esos mandatarios que todos ellos habían sido “democráticamente elegidos, y que la democracia y el imperio de la ley en Cuba debería también ser una preocupación para ellos”.
Estaba claro: las medidas humanitarias hacia los cubanos de ambos lados del Estrecho de la Florida, prometidas durante la campaña electoral, se cumplieron, pero el levantamiento del embargo, a pesar del pataleo latinoamericano y caribeño, no sería regalado al régimen, y habría que negociarlo, exigiendo a cambio medidas concretas en la democratización de la Isla, lo que no excluía conversaciones inmediatas sobre temas de mutuo interés.
Obama cerraba la Cumbre con un éxito absoluto en el tema de Cuba, desarmando a los durísimos, y haciendo expresar al presidente brasileño Lula da Silva: “La batalla campal que se había anticipado para la V Cumbre de las Américas no se produjo y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se dio un "baño de América Latina" abriendo una nueva etapa en las relaciones entre Washington y la región”.
Entonces se produjo lo que podría ser un desliz en la conferencia de prensa al aire libre, después de terminada la Cumbre. Obama, aparentemente mal aconsejado desde el comienzo, o por iniciativa propia, volvió a pedir al régimen dos pasos concretos, que ya se mencionaban anteriormente en la información que dio a conocer el levantamiento de las sanciones que limitaban o impedían los viajes de cubanos y el envío de remesas: la eliminación de la abusiva “gabela” del 20% en el cambio de los dólares recibidos vía remesas o entregas personales, y la eliminación de las restricciones a los cubanos para salir libremente del país o para regresar a él sin los humillantes “visados” y abusivos precios de los trámites migratorios.
Ambas medidas, sin dudas, son el estándar de los países civilizados y democráticos, pero basta conocer un mínimo de la psicología del régimen totalitario cubano para comprender que, precisamente por haberlo pedido el presidente de los Estados Unidos, no solamente no le sería concedido, sino que sería presentado como una grosera intromisión en los asuntos internos de Cuba.
De no haber insistido nuevamente en esos puntos en la conferencia de prensa o haber reclamado nuevamente esas acciones, ciertamente que la bola estaba del lado de La Habana, pero tras la conferencia de prensa y la inmediata respuesta del régimen ya era discutible (no en las realidades, sino en las percepciones) dónde estaba esa pelota exactamente: de inmediato Fidel Castro señaló que la medida del levantamiento de las restricciones era “positiva, aunque mínima”, defendió el tributo del 20% con estilo Robin Hood, diciendo que era para redistribuir justicieramente a los que no reciben remesas, se escurrió en el tema de la libertad migratoria, y reiteró que la próxima jugada estaría en el lado norteamericano mientras no se levantara incondicionalmente “el bloqueo”.
Y si bien es cierto que las cancillerías no responden a Fidel Castro, el portentoso aparato propagandístico del régimen de inmediato reprodujo y multiplicó sus “reflexiones” por todos los confines del planeta, aprovechando el concepto de que “el que calla, otorga”, y contando con el silencio cómplice de Raúl Castro, quien había sido ridiculizado por su hermano cuando salió a enmendarle la plana por sus declaraciones en Venezuela, señalando que había sido “mal interpretado”: de haber sido así, correspondía al general-presidente, o a un vocero oficial suyo, aclarar el asunto, no a un Fidel Castro sin cargos oficiales de gobierno ni Estado.
Convencido de que la razón está de su lado, Estados Unidos continuó por el camino establecido, sin adaptarse rápidamente a los nuevos escenarios, y apostando a que el régimen “parece sentirse cada vez menos seguro” (Robert Gibbs), de que hay dos discursos diferentes y se trata de algo que “está finalizando” (Hillary Clinton): continúa insistiendo en que la bola está del lado cubano, lo cual es cierto, pero continuamente pierde corazones y mentes en la opinión pública internacional y muchos gobiernos ante la ofensiva de desinformación castrista y el mensaje reiterado de sus aliados, amigos y vergonzosos admiradores por el “levantamiento del bloqueo” sin hablar de democracia, prisioneros de conciencia, libertades y derechos humanos. Ya el presidente Lula señaló que Estados Unidos no debía “esperar gestos” de Cuba para continuar con un acercamiento.
Para complicar más las cosas con un nuevo paso, ahora la administración estadounidense se puede estar enfrentando a un fuerte choque con el Congreso: en momentos en que el órgano legislativo discute autorizar los viajes de norteamericanos a la Isla, el Departamento de Estado vuelve a incluir a Cuba en la lista de países que fomentan el terrorismo, junto a Siria, Irán y Sudán, después de haber retirado de la misma nada menos que a Corea del Norte.
La información del Departamento de Estado señala textualmente: “Cuba continuó defendiendo públicamente a las FARC y otorgando refugio seguro a algunos miembros de organizaciones terroristas, aunque algunos estaban en Cuba en conexión con negociaciones de paz con los gobiernos de España y Colombia”. Aparentemente, pocos elementos de evidencia para una acusación tan grave.
A pesar del anuncio de que el Ejecutivo estaba revisando la política hacia Cuba, hay que concluir que no ha terminado tal revisión, o que la hicieron muy superficialmente. No se trata de que el régimen de La Habana esté compuesto por arcángeles, pero los argumentos básicos del Departamento de Estado son inconsistentes: la presencia en Cuba de terroristas de la ETA vasca, y de las FARC y el ELN colombianos, es conocida desde hace tiempo, y es producto de respectivos acuerdos del régimen con los gobiernos de España y Colombia, que prefieren saber que tales terroristas están en Cuba antes que desperdigados por el mundo y sin conocerse su paradero. En buena técnica, con esos argumentos, los gobiernos de España y Colombia serían eventuales componentes del listado del Departamento de Estado.
Con tan débil fundamento para la inclusión de Cuba en ese listado, cuando ya incluso se había comentado que borrarla de tal denigrante relación sería un paso positivo en el camino del deshielo, y en medio de una reunión de cancilleres del Movimiento de Países No Alineados en La Habana, el régimen tenía ante sí una magnífica oportunidad para una respuesta inmediata y fulminante, regresando cómodamente al lenguaje de la guerra fría y la confrontación: tan fácil vieron la tarea en este escenario que primero le encomendaron al canciller responder de inmediato, evitando los Castro tener que lanzarse al ruedo desde el primer instante.
Lo que no significaba no entrar al tema en el momento que considerasen oportuno. Fidel Castro, que se imagina a sí mismo con todo el derecho del mundo a interferir y controlar el Ministerio de Relaciones Exteriores (como ya había hecho con el embajador cubano en La Paz en ocasión de la huelga de hambre de Evo Morales), sabía que tenía un as en la mano: “A solicitud nuestra, Bruno Rodríguez, Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, me envió las palabras textuales de la pregunta que le hizo un reportero de la France-Presse el 30 de abril y su contundente respuesta”.
Ya el domingo 4 de mayo aparecía la “reflexión” titulada “Cuba, “¿país terrorista?”, donde, aún manteniendo la hoja de parra en el ataque a Barack Obama, señalaba: “El jueves 30 de abril fue infortunado para Estados Unidos. Se le ocurrió ese día incluir a Cuba una vez más en la lista de países terroristas. Comprometidos como están con sus propios crímenes y mentiras, tal vez el propio Obama no podía deshacerse de ese enredo. Un hombre cuyo talento nadie niega, tiene que sentirse avergonzado de ese culto a las mentiras del imperio. Cincuenta años de terrorismo contra nuestra Patria salen a la luz en un instante”.
Como guapo de barrio, y para hacer evidente la versión de que el régimen está dispuesto a conversar, pero la administración norteamericana no, terminaba diciendo: “Si el Departamento de Estado desea discutir con Bruno, existen suficientes elementos de juicio para sepultarlo con sus propias mentiras”.
Hace dos semanas, en el análisis titulado “Los viejos Castro y los nuevos tiempos”, Cubanálisis-El Think-Tank había señalado lapidariamente que el presidente Obama, “enfrentado con gente como los Castro, que pueden tener entre ellos discrepancias de forma pero no de fondo, debe esperar una respuesta bien compleja a su jugada de apertura”.
Si a esto se añade que las jugadas del lado norteamericano parecen reflejar imprecisiones como las aquí señaladas, se corre el peligro de que en muchas partes se piense, como ya ha comenzado a pensarse, que tal vez es imposible una negociación con Cuba si no se le concede todo lo que exige, o mientras que los dos hermanos Castro dominen el escenario y el poder en la Isla.
Paradójico criterio que, está claro, favorece mucho más a los Castro que al presidente Barack Obama. Porque para prevalecer en un enfrentamiento violento o una negociación no basta con tener la razón: hay que saber utilizar la estrategia adecuada.
Es evidente que no se puede perder la batalla, pero: tampoco se pueden perder las oportunidades.