El pueblo cubano se dejó seducir por un ogro travestido de mesías, las fuerzas políticas cubanas cometieron la torpeza de creer que cumpliría las promesas con que las reclutó. Fue un craso error. Los tiranos no son servidores públicos, son megalómanos engreídos que ponen el pueblo a su servicio, y una vez instalados solamente la muerte los separa del cetro. Toda otra alternativa deviene entelequia cuando no puro onanismo teórico.
Durante cincuenta años los cubanos hemos sido incapaces de separar a los Castro del poder. Y no por dejar de intentarlo. Es doloroso admitirlo. En ello se nos ha ido la vida. Pero es una verdad irrefutable.
Confundimos la vía. Hidalguía. Entereza. Resistencia. Es el retrato de los que se han opuesto. Fusilamientos. Cárceles. Exilios. Ha sido el resultado. Todos los métodos han sido buenos. Ninguno más heroico que el otro. Pero todos fallidos hasta ahora. Y entonces la pregunta: ¿por qué?
Por falta de originalidad. Pudiera ser la más lacónica de las respuestas. Nos ha faltado imaginación para enfrentar un contrincante de variantes insospechadas. Nos ha arruinado el mimetismo.
Hemos tratado de que las leyes del desarrollo sociopolítico se cumplan ad literam, hemos combatido a una dictadura con las armas de la democracia, sin darnos cuenta de que nos las veíamos con un improvisador empedernido dueño de una ductilidad sin escrúpulos.
Del reverso de las leyes y bondades de la democracia que le permitieron acceder al poder construyó su manual para permanecer en él. Sólo tuvo que ejecutar lo que proscribe el estado de derecho. Conculcar las libertades, gobernar sin oposición ni parlamento por medio de referendos de ágora ante una multitud hipnotizada por promesas, centralizar la economía, militarizar las instituciones, escarmentar por medio del terror disfrazado de justicia. Y a eso es a lo único que ha sido fiel.
Los otros textos, los otros manuales sólo han sido objeto de estudio para impedir que el adversario lo tomara por sorpresa. Frente a la guerra de guerrillas, oleadas de pueblo hechizado antes de que los focos insurrectos tomaran fuerza o el sortilegio del pueblo perdiera su eficacia. Frente a la penetración ideológica por medio de los contactos con el exterior, éxodo masivo que alivie las tensiones interiores y arrastre consigo el contagio inoculado.
Frente a la remodelación del bloque aliado, radicalización del más feroz conservadurismo, estatismo a toda costa y diatribas contra el aperturismo de quienes hasta ese momento fueron sus paradigmas. Frente a la presión internacional el invaluable escudo de plaza sitiada y el rentable recurso del intervensionismo exterior.
Frente a la oposición de corte civilista, infiltración de agentura policial que fisurara la unidad, entorpeciera la estrategia, abortara los resultados y descalificara a los líderes por supuestos lazos con el enemigo exterior.
En la ancianidad, fecalitroso e impresentable, traspaso del bastón al príncipe heredero. Y vuelve a empezar la historia. Se crean expectativas. Se vuelve a creer en las buenas intenciones. Se vuelve a tropezar con la misma piedra. Hijo de tirano no viene a servir al pueblo.
Entonces nacen las grandes estrategias. América Latina olvida las guerrillas, visita a la reliquia del siglo anterior, restablece relaciones diplomáticas; la Unión Europea olvida sus compromisos con la égalité, la fraternité, la liberté, envía emisarios especiales, suspende sanciones; la Casa Blanca olvida la crisis de los misiles, la guerra fría, la intromisión en las guerras de Africa y Medio Oriente, levanta restricciones, insinúa más coqueteos.
Mientras tanto, la ''oposición histórica interna'' se desgasta en bronquitas, en amargas congojas porque Latinoamérica y Europa los traiciona, en protagonismos de poca monta para que la prensa extranjera no vaya a olvidarlos también, y es cuando el mediocadáver, convencido de que se fragua un nuevo Tratado de Versailles, y para recordar que como buen adversario también se lee los manuales, hala por su estrambótica estilográfica y deja escrito: Nada han aprendido la superpotencia de los Estados Unidos y la minipotencia española de la heroica resistencia de Cuba a lo largo de más de medio siglo. Por ahí vienen los tiros. Prepárense los conciliadores, que los dictadores tampoco son muy originales.