LOS RETOS Y EL VERDADERO PODER DEL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS
Considerar al presidente de Estados Unidos como “el hombre más poderoso del mundo” es solo relativamente cierto, porque en cuanto a poder absoluto y sin control está siempre atado de pies y manos: los sistemas de balance del poder en las tres ramas, ejecutiva, legislativa y judicial, y los mecanismos de designación de puestos clave como el de presidente de la reserva federal, jefe de la junta de jefes de estado mayor de las fuerzas armadas, jueces de la corte suprema y jueces federales, garantizan permanentemente la existencia de contrapartes requeridas para coartar un poder desmedido o descontrolado, aún en el caso de que la mayoría en el congreso fuera del partido del presidente.
En ocasiones se menciona al “establishment”, ese algo muy abstracto y complejo que no radica ni en New York ni en Los Ángeles o Boston, pero que está en todas partes a la vez y determina el curso estratégico de los acontecimientos. Ese que sabe que Estados Unidos no tiene amigos o enemigos permanentes, sino aliados o adversarios circunstanciales; que lanza oleadas de aviones a bombardear Vietnam y más tarde normaliza las relaciones en dependencia de las circunstancias; que condena la masacre de Tien An Men pero que asiste sonriente a las Olimpiadas y compra gigantescas cantidades de productos a China; que sabe perfectamente de los abusos de derechos humanos por la brutal monarquía saudita, pero que está comprometido a su defensa para garantizar el petróleo que se necesita en este país; que apoya a determinados hijos de p… porque son “nuestros hijos de p…”.
El próximo presidente de Estados Unidos, quienquiera que sea, tiene que enfrentar una serie de problemas extraordinariamente complejos, independientemente de sus puntos de vista: sus percepciones y la retórica que utilice para exponerlas son una cosa, pero las realidades que tendrá en la Oficina Oval desde el primer día son muy diferentes; no se trata de que se mienta durante la campaña electoral, sino de que las realidades cotidianas de un mundo globalizado y en competencia determinan prioridades y necesidades que no se pueden desconocer, y es necesario subirse al carro presidencial que deja en movimiento el presidente saliente, que en este caso ha perdido la dirección tiempo atrás. No vale pensar que se puede comenzar de cero.
Cualquiera que sea el presidente tiene que enfrentarse con una crisis financiera de colosal magnitud, que no solamente afecta al país sino al mundo entero, y que no puede ignorarse ni resolverse de un día para otro. Independientemente de lo que haya sucedido en los últimos días, para bien o para mal, ninguna crisis económica de gran magnitud, como la actual, se resuelve en unos meses ni de espaldas al resto del mundo, y mucho menos volverá la economía a comportarse en crecimiento sostenido continuo antes de que pasen varios años.
Junto a ello, cada vez son más los norteamericanos que ingresan o se acercan a la edad de retiro, por lo que es imprescindible asegurar la consistencia y suficiencia del enorme sistema de seguridad social y los planes del Medicare y Medicaid. La magnitud de las cifras del dinero involucrado en estos programas irrenunciables del sistema de vida de los norteamericanos es superior al producto interno bruto de todos los países de América Latina en su conjunto.
Y la peligrosa dependencia de fuentes de energía extranjera es algo que debe comenzar a resolverse de manera definitiva lo más rápido posible. Sea perforando para buscar petróleo en territorio norteamericano, o desarrollando fuentes alternativas de energía, que no son pocas, la seguridad energética de Estados Unidos no puede continuar dependiendo de los caprichos o la voluntad de caudillos y dictadorzuelos tercermundistas.
Frente a estas realidades, los candidatos presidenciales expresan criterios y diseñan los “planes” económicos que prometen aplicar. Quítesele el nombre del autor a lo que dicen y se podrá comprobar cuan harto difícil resulta identificar lo que dicen los “liberales” de un partido o los “conservadores” del otro. En los temas del aborto o la posesión de armas puede haber más diferencias, pero ninguno de los dos grupos puede prescindir de propuestas para resolver la necesidad de seguros de salud o reducir la criminalidad, elevar la calidad de la educación o contribuir a generar fuentes de empleo.
Lo mismo sucede en política exterior: instituciones del “establishment” como el no partidista Council of Foreign Relations, por ejemplo, determinan las prioridades, a las que no tienen más remedio que adaptarse los presidentes. En este figuran cerebros demócratas y republicanos como Zbigniew Berzinsky y Henry Kissinger. Por cierto, tanto Barack Obama como John McCain son miembros: no se comenta mucho sobre esto, pero es así. No se trata, por supuesto, de que el presidente sea un prisionero de análisis y recomendaciones de estos equipos, sino de que no tiene sentido alguno pretender establecer una política exterior ignorando los criterios de las mentes más brillantes y experimentadas sobre el tema.
Cada uno de los candidatos se basa en equipos de trabajo que se crean con decenas o centenares de ex-funcionarios de la política exterior, académicos, investigadores, militares en retiro y analistas, reunidos todos en un think-tank temporal donde se presentan y analizan en grupos y colectivamente informes y estudios sobre las situaciones, peligros y prioridades del planeta, zona por zona y país por país, para elaborar las recomendaciones y prioridades que el candidato utiliza para decidir y exponer su proyecto de política exterior.
En política internacional hay temas que no puede desconocer la primera potencia mundial, independientemente de quien sea el presidente, y quizás el más importante desde el punto de vista estratégico sea Rusia y el petróleo del Cáucaso. Desde la caída del imperio soviético los presidentes Bill Clinton y George W Bush, ambos, cometieron el craso error de subestimar la Rusia resultante, basados en la fantasía entonces reinante del fin de la historia y el mundo unipolar.
En solo dos décadas Rusia levantó su maltrecha economía post-comunista con el apoyo de su abundante petróleo, y el resto de Europa depende ahora de sus suministros de petróleo y gas para existir. Mientras Estados Unidos trataba de estrechar el cerco a Rusia en Polonia y la República Checa con el escudo antimisiles, e incorporar a Ucrania y Georgia a la OTAN, Rusia respondió con fuerza en Osetia del Sur y Abjazia, asegurando el petróleo del Cáucaso y el camino de los oleoductos hacia el Mar Negro.
Daba risa leer las noticias que aseguraban que los europeos “presionaban a Rusia” por la guerra con Georgia: no podían quedarse sin el gas y el petróleo rusos, quienes además tienen en la actualidad un arsenal nuclear comparable al de los Estados Unidos en capacidad destructiva, y muy recientemente probaron con absoluto éxito nuevas generaciones de misiles de largo alcance, mientras sus barcos y aviones navegan por el Caribe, y sus especialistas preparan un centro espacial en Cuba. ¿Dónde está hoy ese mundo unipolar que muchos académicos y la prensa de segunda categoría refieren continuamente?
Además de Rusia, el próximo presidente de Estados Unidos tiene que lidiar con China, un gigante que vende desmesuradamente con criterio consumista occidental, pero que consume con criterio muy asiático, acumula colosales reservas de dinero fuerte y ya ha penetrado la economía norteamericana a su antojo, mientras construye una refinería de petróleo semanalmente y ni siquiera piensa detenerse. Según Parag Khanna, estrella del momento en geopolítica, Rusia enfrenta la posibilidad de terminar como “petro-estado vasallo de China”. El Sr. Khanna, que sirvió en el grupo asesor para política exterior de la campaña del senador Obama, dice que para evitarlo hay que hacer lo que Nixon y Kissinger hicieron en los 70, pero al revés: en vez de sacar a China de la órbita de Rusia hay que sacar a Rusia de la de China antes de que ésta se la “coma viva”.
A lo anterior ahora se suma la India del repunte, que junto a China representa la tercera parte de la población mundial, y que se perfila como la pareja de los chinos en el empuje estratégico del siglo XXI, donde el centro indispensable de la economía se desplaza del Mediterráneo y el Atlántico hacia el Pacífico y el Índico.
Siguen los graves problemas del terrorismo, dos guerras empantanadas y pendientes de solución, y los peligros de la proliferación nuclear, con Irán y Corea del Norte empeñados en crear un arsenal nuclear que no conviene a nadie, y un Pakistán ya nuclear demasiado inestable en la actualidad por sus problemas internos y el repunte talibán dentro de sus fronteras.
Hay que añadir también a toda Europa, que no puede desconocerse. Después de varios años de gobiernos no demasiado amistosos hacia los Estados Unidos en Alemania (Schroeder), Francia (Chirac) y España (Zapatero), más recientemente las relaciones han mejorado en perspectiva con Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy, pero por su proverbial torpeza y el aislacionismo latente, la actual administración no ha sabido aprovechar al máximo las nuevas circunstancias, y es necesario un amplio y delicado trabajo para restablecer las alianzas antes que el oso ruso termine con su pereza post-comunista, o China salga de atrás de la Gran Muralla, lo que no está muy lejano.
¿América Latina? No es, absolutamente, una prioridad en la agenda exterior del próximo presidente, como se ha podido ver perfectamente en la campaña electoral, y cuando comience a revisarse el área con el presidente electo saldrán a relucir con más fuerza México, Brasil, Argentina y Chile en el primer listado de prioridades, y Perú, Colombia, Venezuela, Costa Rica, Panamá, El Salvador en el segundo. Posiblemente Venezuela aparezca con señal de alarma por su producción petrolera exportada a Estados Unidos.
Cuba no aparecerá en los primeros listados de EEUU sobre países importantes de América Latina para la política exterior, región que por si misma tampoco aparece la lista de las áreas estratégicas para la política exterior de Estados Unidos. Este criterio quizás no resulta simpático en algunos lugares de Miami, Union City o Tampa, pero es la realidad.
ESCENARIOS PARA EL PRÓXIMO PRESIDENTE EN EL CASO CUBA
Teniendo en cuenta lo anterior, ¿qué puede hacer el próximo presidente de Estados Unidos, cualquiera que sea el elegido, en la política hacia Cuba? Hay que ver paso a paso las opciones. Y recordar siempre que, mientras un presidente norteamericano está obligado a consensos y ajustes de políticas con sus oponentes y aliados, cualquier gobierno totalitario tiene siempre plenos poderes y no está obligado a rendir cuentas a los gobernados.
En primer lugar, sería necesario preguntarse si Estados Unidos estaría realmente interesado o necesita mejorar sus relaciones con Cuba. Evidentemente, en un sentido general, cualquier descongelamiento de las actuales tensiones, que ya duran casi medio siglo, resultaría positivo para la parte norteamericana. Pero lo mismo no necesariamente es válido desde el punto de vista del régimen: Desde el punto de vista del régimen, si se levanta el embargo resultaría positivo en el plano económico, pero la hipótesis de mejorar las relaciones sería potencialmente problemático desde el punto de vista político y social, al perder en un instante un “enemigo” tan conveniente y a mano.
Ambos candidatos comenzarán la presidencia exactamente igual a todos los presidentes desde John F Kennedy a la fecha, con la única diferencia de que todos los demás tenían a Fidel Castro al frente del país y el nuevo presidente tendría ahora a Raúl Castro, el hermano menor, con el Castro mayor encamado con ropa deportiva y escribiendo cada vez más en los últimos tiempos, pero con un nivel más reducido de influencia real en las decisiones diarias.
Al presidente que resulte electo corresponderá decidir si enfrenta este problema que viene del siglo XX con políticas de ese mismo siglo, o del siglo XXI. Y, de paso, debería precisar a cuanto ascendió el aparentemente fallido Fondo de Fomento para la Democracia en Cuba, creado y patrocinado por el presidente Bush, y qué destino se daría a ese dinero en la nueva administración.
En este tipo de análisis siempre se supone que hay interés por el gobierno de La Habana para entablar conversaciones con Washington. En dos ocasiones ha sido Raúl Castro, en su mandato interino y en el oficial, quien ha mencionado el tema, pero más allá de declaraciones de consumo público hay que considerar cual escenario es más conveniente para el régimen cubano de acuerdo a sus intereses: confrontación y continua denuncia de inminente agresión imperialista, o enfriamiento de tensiones y avances en la negociación y acercamiento. La respuesta a esta interrogante, ni simple ni fácil, determinará las posibilidades reales de que se puedan lograr determinados avances paso a paso, o de que las eventuales "conversaciones" no pasen de ser solo un circo propagandístico sin resultados concretos.
Con su permanente enfoque militar de gobierno y administración, el régimen maneja el escenario del no levantamiento del embargo no solo como posible, sino también como probable, y no necesariamente como el menos conveniente: están diseñadas las estrategias para navegar en los próximos cuatro años en presencia del embargo, y si hubiera posibilidades de mejorar en condiciones diferentes a las actuales serían bienvenidas en La Habana, pero la no materialización de una détente entre Washington y La Habana no quita el sueño a Raúl Castro y sus generales.
La población cubana puede tener cierta ilusión por un levantamiento del embargo por parte del próximo presidente, como también la tuvo en ocasión de la visita de Brezhnev a La Habana, la integración al CAME o con la ayuda masiva de Hugo Chávez: no se trata de consideraciones de carácter político, sino de esperanzas de mejorar las ya muy precarias y siempre en deterioro condiciones de vida. Hablando con otras palabras, los problemas de la subsistencia no tienen signos ideológicos, y solamente después de resolver las impostergables calamidades actuales se pensaría en las justas necesidades políticas y sociales más allá del totalitarismo.
Por otra parte, aun en el caso de un verdadero interés negociador, el régimen no estaría dispuesto, razonablemente, a poner todos los huevos en una sola canasta, por muy idílicas y promisorias que parecieran las posibilidades con Estados Unidos. Otras potencias han jugado desde hace mucho al "engagement" (compromiso) y ya están adentro, nada dispuestas a ceder espacio a Estados Unidos. La precipitación con que la Unión Europea acaba de cerrar ojos y oídos a disidentes y prisioneros de conciencia, para que el régimen aceptara ayuda humanitaria, y entregarle más de 30 millones de euros en "cooperación", demuestra su interés en estar allí aún antes de las elecciones norteamericanas del 4 de noviembre. Canadá, China, Rusia, Brasil, Japón, Vietnam y la India apuestan a lo mismo y también están adentro ya.
La catástrofe creada por los huracanes, desde el punto de vista geopolítico, no afecta las estrategias de estas potencias. Los pilares fundamentales de la economía cubana no fueron seriamente afectados por el paso de los huracanes: turismo, níquel, petróleo, tabaco y productos farmacéuticos y biotecnológicos no recibieron grandes afectaciones, y están funcionando casi en situación normal pre-huracanes.
Y los daños a la infraestructura, más que una calamidad geopolítica, son una gran oportunidad para la llegada de inversiones extranjeras directas (IDE). Cumplidos los trámites rituales de entregar donaciones de emergencia, las conciencias de las potencias quedan tranquilas y se puede entrar de lleno en realpolitik. Escenarios donde la presencia norteamericana no sería conveniente: si pretendiera entrar en Cuba en algún momento, consideran los europeos, Estados Unidos deberá negociar con Europa para hacerlo.
A todo esto hay que sumar a Venezuela, que aunque no sea una potencia sostiene a Cuba con el imprescindible petróleo e infinidad de subsidios disfrazados de acuerdos de colaboración y empresas mixtas.
En los últimos meses el régimen ha desarrollado una política exterior inteligente y amplia, y ya logró "dejar atrás" el diferendo con México, ha mejorado sus relaciones con un Irán muy interesado en estar presente en Cuba, y desarrollado una amplia ofensiva diplomática en el Movimiento No Alineado, que preside. El 29 se octubre se votará en Naciones Unidas la resolución que condena "el bloqueo" de Estados Unidos contra Cuba, y el resultado esperado será una aplastante derrota para Estados Unidos, que quedaría aislado otra vez en su enfrentamiento con el régimen, como en los últimos catorce años.
Entonces, Estados Unidos no puede considerar que negociaría, si se lo propusiera, con un régimen acorralado y sin ningún apoyo internacional, como es el caso de la junta militar de Myanmar, sino con un gobierno al que cientos de países le agradecen la ayuda "internacionalista" en médicos, profesores y entrenadores deportivos, y decenas de países del mundo desarrollado quieren incorporar o mantener en la lista de futuros promisorios para la inversión extranjera directa, el comercio y la colaboración.
Estados Unidos, ya prácticamente aislado en su política cubana actual, cometería un gran error si considera que los cubanos estarían desesperados por negociar en cuanto se les ofrezca la posibilidad, o que no se opondrían vigorosa y públicamente a propuestas que consideren que menoscaban su soberanía o que resultan humillantes. En otras palabras, para poder negociar hace falta el interés de ambas partes involucradas, y la percepción de cada una de ellas de que, negociando, se pueden obtener resultados favorables a costos aceptables. Pretender imponer por la fuerza o arrogantemente una negociación, lejos de facilitarla, la demoraría o la haría imposible en el caso cubano. Además de una hipotética disposición a negociar, el nuevo presidente requeriría una estrategia y un enfoque perfectamente definidos para que la criatura no muera antes de nacer.
Por otra parte, cualquiera que sea el nuevo presidente, ambos candidatos han expresado no tener intención alguna de levantar inmediatamente el embargo si no se producen primero determinados cambios en Cuba. En cualquier caso, el embargo, a pesar de su discutible efectividad al cabo de casi medio siglo, sigue siendo una carta de negociación en manos del presidente que no tiene sentido regalar al adversario a cambio de nada. Si como garrote no logró sus objetivos, tal vez lo pueda hacer actuando como zanahoria a través de la oferta de su levantamiento a cambio de acciones concretas por la otra parte. Lo que significa que habrá dos opciones para el presidente: una será la de mantener el inmovilismo estilo brezhneviano de ocho años de administración Bush en cuanto a iniciativas efectivas, y no hacer nada antes de la rendición incondicional del régimen, lo que no ha logrado el más mínimo resultado; la otra, intentar algún acercamiento exploratorio comenzando por un muy bajo nivel, al menos para tratar de comprender las motivaciones, intereses y demandas de La Habana, si no en todos los temas de conflicto tal vez en algunos de ellos.
Hay que tener muy en cuenta que, a pesar de las apariencias, el "raulismo" no es un bloque ideológico monolítico dirigido por un comandante inapelable, como apareció durante 47 años de fidelismo.
En la actualidad existen tres tendencias en el segundo nivel de la nomenklatura: los llamados "talibanes", defensores de la línea fidelista-guevarista a ultranza, contra reformas de cualquier tipo, que han ido perdiendo protagonismo y protagonistas en los últimos tiempos, lo que parece indicar que aunque Fidel Castro haya experimentado mejoría en su salud, su supuesto regreso al gobierno día solo existe en la mente de algunos, muchos de ellos que hace poco ponían en duda que el viejo dictador estuviera vivo o escribiera las "reflexiones".
Una segunda tendencia sería el grupo de los raulistas "ortodoxos", que seguirían al general si este decide avanzar, pero que de igual manera se detendrían junto a él en cuanto fuera necesario, sin vacilar y sin preguntar por qué. Están concientes de que se necesitan cambios con urgencia, pero no desean asumir por ellos mismos la responsabilidad de proponerlos o implementarlos sin las "orientaciones" correspondientes, y dejan en el alto mando político la decisión de cuales cambio se introducirían y cuando.
La tercera tendencia son los reformistas dentro del país pero fuera del gobierno, o en posiciones menores dentro de la nomenklatura, aunque cuentan con el apoyo silente de grupos importantes dentro del poder. Saben que los cambios son imprescindibles, pero a diferencia de los ortodoxos, no solamente los proponen sino que hacen campaña por ellos, siempre dentro de "la línea" y pretendiendo que sean llevados a discusión en el Congreso del Partido. Sus posiciones no recuerdan la perestroika soviética, sino el modelo económico yugoslavo que implantó el Mariscal Tito, o el socialismo idílico de la Nueva Política Económica rusa en 1918, que suponen fueron las verdaderas intenciones bolcheviques antes de "desviarse".
Estados Unidos necesita recordar continuamente el monopolio casi absoluto de la información que ejerce el régimen sobre la población cubana. Sería ingenuo considerar que por esa vía los cubanos estarían informados de las posiciones y propuestas del gobierno norteamericano y del régimen: lo poco que se informe en Cuba será por las vías oficiales y, naturalmente, en interés del gobierno. Pero precisamente porque ese monopolio es "casi absoluto", tiene que buscar grietas y resquicios en la cortina oficial de desinformación para que los cubanos estén informados de lo que sucede o puede suceder. Creer que Radio y TV Martí podrían cumplir esa tarea es cándido: TV Martí no puede verse en Cuba, y el alcance de Radio Martí es limitado por interferencias sistemáticas. Si Estados Unidos no logra hacer llegar de forma sistemática información objetiva a los cubanos sobre el desarrollo de las hipotéticas negociaciones, el régimen ganará, una vez más, la batalla de la propaganda.
OPCIONES PARA EL NUEVO PRESIDENTE... Y PARA RAÚL CASTRO
Independientemente de los criterios y deseos del nuevo presidente, el embargo está codificado en leyes federales desde hace años, donde la ley Helms-Burton es fundamental, lo que significa que resulta potestad exclusiva del poder legislativo (senadores y representantes) producir una modificación parcial o levantamiento total del embargo, mediante una modificación de las leyes. Es factible modificar o eliminar leyes federales, y se hace muchas veces, pero para ello se requiere la aprobación mayoritaria de tales cambios, por votación, tanto en el senado como en la cámara de representantes (House), y posteriormente enviar la nueva ley al presidente, quien podría aprobarla o vetarla.
Si una eventual iniciativa de este tipo la propone un presidente que no tenga mayoría de su partido en la cámara y el senado, las posibilidades son mínimas, por no decir nulas, pero que la proponga el presidente cuyo partido es mayoritario en ambas salas tampoco garantiza su aprobación ni mucho menos. En Estados Unidos, a diferencia de Europa, la votación legislativa no se rige por una férrea disciplina partidaria, y no pocas veces los legisladores votan apegados a sus criterios y no necesariamente a los deseos del presidente o del partido: en el reciente primer intento de rescate financiero propuesto por el presidente Bush la mayoría de los votos en contra del proyecto provino de congresistas de su propio partido Republicano.
Entonces, un hipotético camino de levantamiento del embargo contra el régimen requeriría, además del interés del presidente, un trabajo de buscar apoyo y consenso entre senadores y representantes de ambos partidos, para lo cual ese presidente tendría que mostrar pasos concretos por parte del régimen que pudieran convencer a los legisladores de que una nueva etapa ha comenzado. Evidentemente, nada fácil, y mucho menos, rápido.
Aspecto diferentes son las restricciones adicionales establecidas en junio del 2004 por el presidente Bush, que muchos señalan se impusieron con fines electorales, y que limitan las visitas familiares a Cuba con plazos y destinatarios determinados con un sentido estrecho, así como las remesas monetarias, para las que solamente califican parientes en primer grado y que se limitan a 300 dólares trimestrales.
De la misma manera que el presidente Bush no necesitó la aprobación legislativa para establecer esas restricciones, por ser esas disposiciones ejecutivas privilegio del presidente, ni para autorizar venta de alimentos en el 2001 tras el huracán Michelle, o negarse a una ampliación de las ventas como alivio temporal tras el paso del Ike y el Gustav, el próximo presidente está facultado para dejar sin efecto inmediatamente cualquiera de ellas según su criterio. Uno de los dos candidatos ha prometido levantar rápidamente las limitaciones a viajes y remesas, el otro aseguró que no lo hará: pero en este caso, como decía el presidente Harry Truman, “the buck stops here”, en la Oficina Oval, es decir, es facultad exclusiva e individual del presidente correspondiente.
Ningún candidato que se convierta en el Presidente # 44 estará obligado a establecer negociaciones con el régimen, y mucho menos en una fecha fija. Como ya se ha señalado, acciones de este tipo deben enmarcarse en los intereses estratégicos de los Estados Unidos. Pero si por cualquier razón decide que se produzcan acercamientos exploratorios de bajo nivel, que es lo que constituye la práctica habitual en la diplomacia mundial, los primeros objetivos serían lograr conocimiento de ambas partes de los temas de interés a negociar y los que no: en algunos de interés común, como la lucha contra el narcotráfico o seguridad de navegación en aguas comunes o adyacentes, sería relativamente sencillo desarrollar algún tipo de negociación "soft", que pudiera conducir a resultados rápidos en puntos que no son vitales en el diferendo, pero que incrementarían la confianza mutua.
Otras cuestiones más sensibles requerirán tiempo y concesiones por ambas partes si realmente se desea avanzar, lo que no estaría totalmente garantizado por parte del régimen, al menos mientras Fidel Castro se mantenga con vida y “reflexionando” sobre temas estratégicos.
Entre estos puntos estarían, como peticiones por parte de EEUU, la extradición de los prófugos de la justicia norteamericana que residen en Cuba con protección oficial, las regulaciones y flexibilidades de las normas migratorias para los cubanos dentro y fuera del país, el reconocimiento y trato a los disidentes, y garantías absolutas para evitar una descontrolada oleada migratoria. La parte cubana de seguro exigirá la liberación de los espías de la Red Avispa conocidos como “Los cinco héroes prisioneros del imperio”, la extradición de Luis Posada Carriles a Cuba o Venezuela, acusado por acciones terroristas, la eliminación de las transmisiones de Radio y TV Martí, y la abolición de la “asesina” Ley de Ajuste Cubano.
Cuba podría dar plenas seguridades de que no permitirá oleadas migratorias, y tirar "bajo la guagua" a una parte de sus conflictivos huéspedes estadounidenses que Washington reclama, pero señalaría que "esos llamados disidentes no son más que mercenarios". La parte norteamericana podría ser flexible con relación a TV Martí, que en definitiva no logra ningún objetivo, y cuando más prometer estudiar una posible liberación de los cinco espías bajo perdón presidencial. Naturalmente, no podría aceptar compromisos ni hacer promesas con relación a la Ley de Ajuste, por ser facultad, también, del poder legislativo y no del ejecutivo. Y deberá dar una respuesta convincente a ambos lados del Estrecho de La Florida en el tema Posada Carriles.
De poderse llegar a un tercer escalón negociador, a Cuba se le pediría la liberación incondicional de todos los prisioneros de conciencia, aunque el canciller Pérez Roque asegure que no existen, la autorización del multipartidismo y la libertad de expresión, y la determinación de una posible fecha para celebración de elecciones libres, multipartidistas y supervisadas, mientras se le puede ofrecer a cambio el levantamiento del embargo, la eliminación de Radio Martí (si ya la TV no funcionara), y hasta la Base Naval de Guantánamo si fuera necesario como “cierre” de la negociación, aunque este último punto pudiera modificarse si la flota rusa continúa navegando en el Caribe para entonces. Pero aquí se llegaría al tema crucial del poder, que incluso sin Fidel Castro en el Cárcel de Boniato, Oriente mundo de los vivos, es tabú para la nomenklatura.
En el enfoque poco creativo de la administración Bush hacia Cuba lo que debería ser un paso posterior y casi final en las negociaciones se ha planteado durante ocho años como el primer paso, basado en la supuesta desesperación del régimen que teme no poder subsistir y mantenerse en el poder por mucho tiempo. Si el escenario real fuera ese, la política seguida hubiera sido apropiada, pero al no ser tal el escenario esa política se ha convertido exactamente en la solución correcta al problema equivocado, y ha resultado en un fracaso desde el punto de vista de los objetivos perseguidos, más el aislamiento internacional casi absoluto del gobierno de Estados Unidos en su política hacia Cuba.
Durante cualquiera de las fases mencionadas como posibles etapas de negociación, Estados Unidos deberá ser cuidadoso y guiarse por las sabias enseñanzas de la administración Nixon y la diplomacia de Kissinger, siempre ofreciendo a Cuba la posibilidad de “salvar la cara” y de que eventuales concesiones del régimen no aparezcan como humillantes o impuestas, aunque lo fueran. A la vez, el presidente de Estados Unidos deberá tratar de hacerlo todo de tal manera, que al final del eventual proceso pueda tomarse un café cubano en la Pequeña Habana sin temor a ser abucheado.
Las etapas mencionadas dibujan un escenario idílico que no necesariamente tendría que desarrollarse de esta manera o en ese orden hasta el final, o quizás podrían superponerse las etapas, y podría haber un resultado intermedio donde Estados Unidos aceptara un estatus para el régimen parecido al de Vietnam, en el que -sin llegar a una completa democracia, pero aceptando algunas concesiones- se podría flexibilizar ampliamente el embargo, en renglones de crédito y turismo, solicitando a cambio quizás preferencias en Zonas de Exclusividad Económica para explorar y perforar petróleo submarino al norte de Cuba.
Pueden saltar ahora mismo patricios y verticales de ambas orillas del Estrecho de La Florida, hablando del compromiso de Estados Unidos con la democracia, o del gobierno cubano con "los pueblos del mundo": pero la política internacional y los principios no necesariamente navegan en el mismo barco, ni hace falta que lo hagan, aunque sus ejecutores siempre se desgañiten asegurando lo contrario.
El alcance de lo que Cuba pudiera ceder en todo este proceso dependerá de su verdadero interés en normalizar o al menos mejorar sus relaciones con Estados Unidos, la duración de los latidos y suspiros “del compañero Fidel”, y del grado de fortaleza o debilidad con que emerja Raúl Castro después del Gran Funeral, pero como se ha apuntado anteriormente, hay que prever que incluso un levantamiento sustancial del embargo y algunas otras concesiones norteamericanas muy probablemente no garantizarían necesariamente una completa transición a la democracia en Cuba, al menos durante el próximo período presidencial que comienza en enero del 2009.
Además, malas noticias para algunos, ni la participación del exilio en una eventual transición ni el tema de las compensaciones a las propiedades confiscadas parecen tener mucho espacio disponible, de tener alguno, dentro de las primeras rondas de unas hipotéticas conversaciones entre el régimen y la administración norteamericana, de acuerdo a los temas que se han manejado hasta ahora como posibles para las primeras etapas de una eventual negociación, o exploración, que no necesariamente se producirá, al menos de inmediato.
Puede resultar frustrante todo lo anterior, pero matar al mensajero no resuelve nada, sobre todo en este siglo XXI de computadoras e internet en que la información viaja tan rápido. A manera de compensación, hay que comprender que este escenario sería una opción solamente si el presidente decide alguna acción proactiva hacia el régimen; además, se basa en que habrá una evolución estable de los gobiernos de ambas partes, y si bien esto puede resultar evidente si se mira hacia la parte norteamericana, no puede considerarse como absoluto que el régimen mantendrá permanentemente su estabilidad actual.
En caso de que se produjeran en Cuba nuevas catástrofes climatológicas, explosiones sociales o relevos generacionales por causas biológicas, en los próximos años las condiciones internas pueden evolucionar lo mismo hacia un atrincheramiento en posiciones de la más feroz intransigencia que hacia muy diversos grados de aperturas mentales que posibiliten y faciliten acomodos de convivencia y decisiones específicas más positivas.
Como puede verse, las opciones del “hombre más poderoso del mundo” frente al régimen raulista, que se debate hoy entre la crisis económica, el estancamiento y la frustración social, son, a pesar de todo, limitadas por las realidades y las circunstancias.
Podrá saltar un super-apasionado pidiendo a gritos que desembarque la 82 división y que varios regimientos de marines hagan el trabajo más rápido y mejor, y hasta se ofrezca para saltar con el primer paracaídas o abrir las compuertas de la primera barcaza en el desembarco, pero eso sería volar de la realpolitik a las aventuras de un thriller cinematográfico.
Abundarán quienes no resistieron seguir leyendo hasta aquí, los que ven los escenarios descritos como deseos y preferencias del autor, los que se vean sin argumentos para debatir estos conceptos, desde ambas orillas del Estrecho de la Florida, o los que no dispongan de la capacidad requerida para escribirlos coherentemente, y echarán mano al arsenal de insultos, ironías y descalificaciones del que han vivido durante muchos años y pretenden vivir muchos más todavía, pero no puede evitarse la virulenta reacción de todos aquellos que, en pleno siglo XXI, siguen amarrados al pensamiento, modelos y construcciones conceptuales del siglo XX, y algunos hasta del XIX.
Con el paso de los años, décadas después, el nuevo presidente de Estados Unidos, quien sea, con relación a Cuba, y los dirigentes del régimen cubano con relación a Estados Unidos, van a ser vistos históricamente como el resultado de la verdadera historia que se debatió, en pleno siglo XXI, entre el aferrarse al siglo XX para intentar resolver un diferendo de aquel siglo, o haber sido capaces de situar pies, corazones y mentes en este siglo XXI, en la era del conocimiento y la globalización, para resolver con pensamiento, modelos y construcciones conceptuales propios de este siglo XXI un problema del siglo XX, que terminó hace muchos años.