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lunes, julio 27, 2009

Raza y Nación ( 3, FINAL ) : ¿Es el mulato la raza cósmica?/ Juan Benemelis-Think Tank


Raza y Nación ( 3, FINAL ) : ¿Es el mulato la raza cósmica?
Juan Benemelis/ Cubanálisis-El Think-Tank

Cuando no se pudo utilizar más la inmigración europea para "blanquear" y "mejorar" las razas, las elites coloniales (ibérico-criollas) aceptarían la mezcla racial como un proceso de blanqueamiento del indio o del negro, que no “contaminaba” al blanco. El afro-hispano perdió control sobre su propio discurso racial y una parte importante de su memoria histórica, con implicaciones políticas y sociales muy importantes. En lo adelante resultaría muy difícil para la población de Cuba determinar quién es o no es negro o blanco, lo cual revelará un profundo conflicto cultural.

De ahí que el concepto “mulato” se halla demasiado cargado de ideología para retener la precisión necesaria en los estudios científicos. ¿Quién es un mulato y qué es la mulatez en realidad? Bajo el término mulato desaparecen los africanos y sus descendientes; también los chinos, los españoles, entre otros, ocultándose las enormes diferencias de clase y estrato social, y borrándose una multitud de culturas e identidades.

La dicotomía de lo blanco y lo negro permite que algunos intelectuales abanderen lo blanco como el camino más viable para la civilización, aunque otros vean en la mulatez el camino para crear algo que sea lo más parecido al concepto de nación que se hacía alusión en la Ilustración. La mulatez supuestamente supera las limitaciones de lo negro; pero en ojos de los defensores de la supremacía blanca, el mulato, mucho más que el mestizo de blanco e indio, se le presenta como el "monstruo apocalíptico" que amenaza a las "sociedades modernas" de América, centradas principalmente en las ciudades.

Pero la promoción de la mulatez se desvanece ante las oleadas migratorias ibéricas del siglo XX, quienes traen una nueva conciencia histórica que lleva a revalorar el pasado hispánico, el llamado "idealismo del 900", y que habrá de generar un nuevo americanismo que no excluye necesariamente la violencia. El problema de la forma será elaborado por los positivistas, entendido preferentemente como cuestión racial. Ella es la constante del hipócrita humanismo hispanoamericano, instado por los teóricos españoles, con la inserción del derecho de gentes dentro del natural, pero sin diluirlo en un horizonte de universalidad. Pero éste “derecho patrio” no reivindica al afrohispano y al ameríndio, sino que justifica las revoluciones, el uso de la brutalidad para propiciar el avance de la civilización sobre la barbarie del salvaje y anti-civilizado el cual debe desaparecer.

No se puede negar que el mestizaje ha sido un fenómeno de endogenación generalizado en toda América. Esta idea romántica de la América mestiza encarnada en José Martí, de Miguel Ángel Asturias en Hombres de maíz, de Pablo Neruda en su Canto General, en los muralistas Pedro Nel Ospina, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. El peligro reside cuando la mulatez y o el mestizaje deja de ser un fenómeno exclusivamente racial y pasa a ser un hecho cultural con la pérdida de lo "castizo".

El criollo, hijo de colonizadores europeos nacido en América, se sentía una "especie media", como lo afirmó Simón Bolívar: “no somos europeos, no somos indios, somos una especie media entre los aborígenes y los españoles”. El criollo, y los españoles de ultramar, siempre fueron indiferentes respecto a los esclavizados y sometidos. Este criollo, racista, ambivalente y positivista, se enfrentaba a dos polos: a la metrópoli y al esclavo, y para colmo, fue esta criollada la que capitalizó la independencia como estamento dominador. En su nuevo intento de república, este criollo, transformado en patriciado con un proyecto ideológico de supremacía blanca, importó entonces a “pieles blancas” europeas para regenerar la Isla, en un "lavado de sangre" para desbalancear demográficamente al “atrasado” afrohispano.

Su "voz" daría nacimiento a una historiografía que sólo tiene sentido para una minoría, dentro de una realidad escindida en dos porciones, una con el derecho de la palabras y otra, silenciosa. De ahí, el caudillo "populista", representante acabado de un grupo social americano que se considera elegido para derivar el progreso y la civilización, la del blanco "homo socio-histórico" hacedor de la historia cubana, y la del afrohispano condenado a ser "homo etno-antropológico", excluido de tal historia.

Su visión apocalíptica de América proviene de su "pecado original" ontológico, como sujeto escindido entre euro-dominado y ameri-dominador. Lo paradójico es que mientras afirma hallarse en un continente de mulatez, huye de la mulatez cultural, y tratará una auto-afirmación ilegítima con el mantra de un modelo de perfección y progreso proveniente de Euro-noramérica, violentando su anti-modelo, una realidad remisa a someterse al paradigma de "barbarie". Su rechazo de sí mismo, como “criollo”, europeo postizo, lo resuelve con su rechazo al “otro” al afrohispano. Es lo que José Vasconcelos calificó de "timidez y mimetismo de especie inferior" que "lleva a nuestros europeizantes y sajonizantes a concebirse bovarísticamente distintos de lo que son".

El darwinismo social de esta clase blancohispana, pondría fin a la utopía del Nuevo Mundo; pero lo utópico no sería la América no encontrada, sino la Europa perdida, puesto que Europa fue siempre la utopía de sí misma. En términos ultramarinos, no quedaba más remedio que echar mnos a un mestizaje blanqueador basado en la inmigración. De ahí que el inmigrante ibérico y sus hijos y nietos “acriollados” permanecen en la Isla, se exilan, o retornan a la “Madre Patria” envueltos siempre en la dualidad de una experiencia de ruptura nostálgica con la euro-utopía, generando absurdas naciones cubanas que nunca han existido.

Por eso, la Isla es una realidad óntica, una hecho socio-económico aún informe, con un sutil discurso opresor que no ha permitido a la nación alcanzar lo ontológico entre el no-ser y el ser. El dominador blanco-criollo se abroga el concepto del "ser" ejerciendo el despotismo de una razón univoca que niega toda alteridad y, por tal, reduce a los dominados afrohispanos a su "peso ontológico" de realidades derivadas, subordinadas, sin admitirles la existencia de la discriminación racial y del apartheid en el poder político y económico. De ahí es fácil considerar que el discurso supuestamente liberador de la “cubanidad” y lo “cubano” sea a la vez un discurso opresor enfrentado a la cuestión de la alteridad que permea toda la praxis social. De ahí que su crónica inestabilidad política y su cadena de revoluciones tienen sus causas más allá de los elementos que se han enarbolado hasta hoy día como únicas (el militarismo y el caudillismo); su real causa subyacente y silenciosa ha sido el monopolio racial del poder, crisis que ya se presenta en las guerras de independencia, y que tanto torturaron y llevaron a su muerte al general Antonio Maceo. Así, la inconstancia de la historia y la sociedad cubana se hallan en las incongruencias que conforman su sociedad, integrada por divisiones raciales y antagonismos, que no han cuajado en una “armonía en la diversidad”, una supuesta democracia o equidad racial, o un socialismo igualitario.

Habría que tener en cuenta los vaivenes gráficos sobre la distribución y la estratificación social y racial de la población; la jerárquica geografía racial de la Isla en el siglo XX como, una de esas épocas periódicamente recurrentes en que las clases altas cubanas desarrollaban un particular interés por descubrir y manipular a su favor las características raciales y culturales de las clases populares del país, noción que también cobra auge dentro de la producción intelectual criolla del período.

En sus estudios por teorizar el paradigma del mestizaje como agente del proceso civilizador y democratizador, tanto en las sociedades hispanoamericanas, caribeñas, como en las europeas, se pretende definir un camino específicamente “cubano” para acceder al ideal criollo de sociedad moderna, liberal y democrática. Esta consideración “racial” y de “comunidad” que establece el grupo intelectual vanguardia criollo, es equivalente al Lebensborn de la selección racial por el nacimiento mediante el cruzamiento de seres elegidos, para potenciar la raza superior.

La etno-historia en Cuba, principalmente en manos del etnólogo Fernando Ortiz, observó interpretaciones muy peculiares del nacionalismo, que influyeron en nuestras ciencias sociales, en parte porque su discurso legitimó las categorías provenientes del coloniaje esclavista, y que manejaría la política oficial: blancos, negros y mulatos. En Ortiz se propone la fusión del proceso biológico con el cultural, al verse asimilados todos por medio del "amulatamiento". El mulato sería el heredero genético-biológico, e implicaba la asimilación; y esta “integración orgánica” tenía lugar conjuntamente con un supuesto sincretismo cultural.

De ahí resulta fácil que nuestra historia se convierte en la narración del proceso supuestamente “inexorable” (rebatido por Rómulo Lachatañeré, Walterio Carbonell y Carlos Moore) de la transformación de la población de origen africana, en mulatos portadores de una cultura nacional uniforme, versión que no sólo tergiversa la realidad, sino que niega protagonismo a los diversos actores sociales; los negros que no se “amulatan” se convierten entonces en masas sociales marginales ajenos a la vida nacional, que necesitan la acción "integradora" de las instituciones del Estado. Pero en la práctica no resultaba fácil saber quiénes son los blancos, los negros y los mulatos; y es porque en un contexto parecen ser tales y en otros casos no lo son, o se consideran lo otro, o la localidad los define de manera diferente. Para sus ideólogos, la supuesta “nación cubana” era propiamente blanca, esto es, los negros no eran considerados ciudadanos que pudieran representarla, salvo en los deportes; de ahí que un conjunto danzario integrado por blancos, interpretando bailes europeos (el ballet de Alicia Alonso) ostente el título de “nacional”, mientras el constituido por negros y mulatos, que representa los bailes de origen africano, sea calificado de “folclórico”.

La nación cubana parcial creada por los iberos, ha intentado totalizarse en la Isla “mejorando” a la población por el efecto blanqueador del mestizaje, sobre la cual le resulta fácil a este criollo-hispano mantener su incuestionable hegemonía. Aunque el mulato, por lo general, actúa como agente popular de los proyectos de la élite, su marginación no sólo pone en evidencia la matriz racista de la ideología del mestizaje, sino la falacia de tal paradigma como instrumento nivelador e igualador de la sociedad.

Esta fórmula miscegenadora, “blanqueadora” y supuestamente niveladora, ha sido recetada para “la masa”, y no para su propia creolité, que se ha comportado como celosa guardiana tanto de su estirpe hispánica y de sus privilegios, como de su monopolio del poder dentro de la sociedad. El negro o mulato cubano sólo tiene como asidero al archipiélago, mientras el blanco cubano en su mayoría, tiene siempre una segunda opción de nación en España. No asombra entonces que el actual Jefe de Estado, Raúl Castro, en visita a España proclamase que es 75% español. Y es esta definición de nación, sutil y silenciosamente racista respecto al poder, que el blanco “cubano”, nostálgico español, no ubica al mulato como una alternativa a los demás grupos raciales, como una estrategia de coexistencia armónica, sino como un componente más de la cartografía étnica del país. Para el criollo blanco, si bien el mulato no es un ideal es el mal menor, por su sumisión a la “inteligencia, creatividad y superioridad de la raza hegemónica”. Por ello, no pierde ocasión, en la literatura, los medios audio-visuales, y en la calle, para resaltar tal “superioridad” por sobre las demás, simples “instrumentos” de los designios de la inteligencia criolla.

Además de presentar una imagen “blanca” isleña ante la mirada euro-americana, ello se justifica en la historia (escrita por blancos de primera o segunda generación ibérica, nacidos en el Occidente de la Isla), en la literatura (donde es la Cecilia del blancohispano Villaverde y no la Sofia del afrohispano Morúa Delgado la obra cumbre del siglo XIX), , en los estudios sociales y la organización del Estado, a partir de la hegemonía de su componente blanco-ibérico como un orden al que la historia y composición racial de la Isla los tenía prácticamente destinados. Esta fórmula atraviesa la reflexión de los intelectuales sobre la nación, quienes proyectan al contexto europeo su teorización del paradigma del mestizaje, como un intento encubierto, y por tal cuestionable, de proporcionar a una sociedad multi-étnica un anclaje a partir del cual legitimar a los criollos blancos en el poder.

Sin embargo, el mestizaje ha sido incapaz de resolver el conflicto racial y social legado por el proceso de colonización y esclavitud, en el cual entraron en contacto diversos elementos sociales: españoles, aborígenes, africanos, mulatos, chinos y demás mezclas. Cuba es el escenario de dos mundos (afro-descendientes e ibero-descendientes), que han permanecido “añadidos”, pero aún no “amalgamados”, por lo cual conviven conflictivamente, como si la esclavitud y el colonialismo no hubiesen concluido. El hecho de que la heterogeneidad racial de la sociedad cubana sea una de las tembladeras del pensamiento criollo, por ser generadora de ambigüedades, tensiones y contradicciones producto de la visión jerárquica supremacista racial y su profundo desprecio por los afrohispanos, responde al factor de que la Isla sólo logró independencia política, y no enfrentó el proceso de descolonización.

Por eso el mestizaje no ha desplazado al blanqueamiento como el principio generador de la nación. El precario proyecto criollo de construcción de la nación, la noción de “patria” fabricada sobre los textos martianos y vigente en la actualidad, al igual que el discurso de sus contemporáneos, es un calco de los postulados de Jose Antonio Saco, por ser étnicamente excluyente y descansar en la fórmula de asimilación genética y cultural, con la que desde la racista perspectiva del pensamiento criollo republicano, se contrarrestarían las desventajas del supuesto déficit originario de la población negra y mulata, fruto del indeseado cruzamiento de razas envilecidas. Resaltar la importancia de este clima y de estas matrices intelectuales lleva a descubrir las obvias articulaciones del discurso criollo con las teorías raciales, sospechosamente similar al puesto en circulación por el conde de Gobineau, el teórico de la supremacía de la raza ária, lo que nos aproxima a los ejes que atraviesan aquel y el actual optado racismo oficial.

El ajiaco de Fernando Ortiz

El sincretismo, como paradigma de integración nacional, formulado en Casa Grande e Zenzala del brasilero Gilberto Freyre, guarda semejanza con la metáfora del ajiaco cubano de Fernando Ortiz. Pero, ambos, en el fondo se constituyeron en un arma poderosa para hacer desaparecer al negro de la escena. El sincretismo y la teoría de las relaciones armónicas no pudieron ocultar por mucho tiempo sus incongruencias, que conducían a la sustracción de las culturas y del protagonismo de los descendientes africanos. Pero lo que hizo reconsiderar en toda la América negra el concepto nación serían los temas diaspóricos pan-africanos y transnacionales del Caribe, con la idea de una federación del Caribe de Antonio Maceo, con el garveyismo y con la negritud de Aimé Césaire y León Damas.

La contraparte ha sido el drama continental que José Vasconcelos ubica como un duelo entre las culturas sajona y latina, y atribuye el colosal desarrollo norteamericano a que en la sangre no tienen los instintos contradictorios de la mezcla de razas disímiles. Para ello considera necesario que el español de la América se sienta tan español como los hijos de España, para que la cultura ibérica acabe de dar todos sus frutos.

La defensa de la ilustración cultural ha estado inspirada y legitimada por las investigaciones antropológicas (Fernando Ortiz, Lydia Cabrera), aunque adheridos a las tesis de una “mentalidad primitiva” esencialmente distinta del espíritu occidental, lo cual diagnosticaría una inferioridad socio-cultural esencial, y de prolongación del mito de que la historia y la cultura africana y afro-americana comienzan con el arribo de los europeos y con la sociedad colonial y post-colonial (pero como colonial posteriormente) euro-blanca. Es, en suma, una etnología que no se enfrenta a la imagen negativa que el euro-cubano tiene del afrocubano.

Pese a lo exhaustivo de la documentación etnográfica y etnológica de Lydia Cabrera, y de la antropología mitológica de Ortiz, la legitimación cultural afrocubana no se halla en sus obras. Lydia Cabrera contribuye con una etnología comprometida con el mito en la cual el objeto de estudio está lejos del racionalismo y el positivismo productos de la razón francesa. La prensa acogió los Cuentos negros de Cuba, de Lydia Cabrera como un compendio que había sido elevado a la categoría de literatura por la brillantez de la etnóloga.

Por su parte, la antropología de Ortiz se inspira en las tradiciones de las culturas africanas en la Isla, asumiendo los prejuicios de su época, promoviendo como solución la asimilación de las mismas para lograr el acceso al “progreso” europeo. Tanto Lydia como Ortiz coinciden en la articulación creativa de una antropología (con apariencias de arqueología) que logra un dispositivo poético de mito e historia, pero no los fundamentos de una comunidad religiosa, social y económica con derecho a la equidad. Es una investigación romántica de vocación de revelación y leyenda; una repetición del trabajo que los etnólogos europeos (Maurice Delafosse) realizaron con las culturas africanas y que permitió el montaje del colonialismo.

Las raíces históricas de la conquista y de la colonia se consolidan en un ideal de “progreso” y en su creencia en la superioridad de la raza blanca, sustentó y fomentó la xenofobia. Sería Fernando Ortiz quien establecería este paradigma desfigurado por el cual se describiría antropológicamente la identidad cubana y se consolidaría el oficialismo racista. Para Ortíz, Cuba era más española que España y como lombrosiano primero, espiritista y positivista después propugnaba una cultura nacional basada en la hibridación; no hay que olvidar que de 1926 al 1947 fue presidente de la Institución Hispano-cubana de Cultura. Las formas culturales de la mulatez, propugnada por Ortiz, hallaron expresión en la poesía de Nicolás Guillén, Emilio Ballagas y de Zacarías Tallet, en la narrativa de Alejo Carpentier y en alguno de los miembros del grupo minorista. Por eso es falso que en Cuba existiese un movimiento literario de la “negritud” como en el resto de las Antillas.

Fernando Ortiz creía en la inevitabilidad del modelo anglosajón, por eso proponía la eliminación de las manifestaciones de la cultura africana que él mismo había estereotipado, llevando la identidad cultural nacional al término de “mulata”, pero con la intención de des-africanización. En las ideas de Ortiz, la influencia decisiva que recibe del etnólogo racista brasileño Raymundo Nina Rodrigues, lo lleva a elucubrar una teoría de nación en la cual las razas se hallan en planos culturales desiguales, y por tanto, la de los negros no podría adaptarse a los cánones ético-civiles europeos.

La "mala vida" que presenta constantemente como innato del negro la remite a su "primitividad psíquica". Pero Ortiz no se detenía en la desigualdad racial cubana, sino en cómo lograr el "progreso" en Cuba, con el arrastre de una población africana que tendía al "retroceso" espiritual. Era, además, su creencia y práctica provenientes del espiritismo del francés Allan Kardec lo que le hizo abrazar tal teoría evolucionista del alma, ante el "obstáculo a la civilización "que provenía, principalmente de la población de color [...] por ser la expresión más bárbara del sentimiento religioso desprovisto del elemento moral".

De ahí que Ortiz fuese un convencido del determinismo biológico, como demuestra su tendencia de adscribir identidad racial a las formas culturales en base a su origen africano o español, a partir de un prisma antropológico que parte de la definición bio-racial de los grupos humanos. Ilustra el siguiente párrafo: “El negro puede ser bello para el negro, como lo es un gato para otro, pero no es bello en el sentido absoluto; porque sus rasgos bastos y sus labios gruesos acusan la materialidad de los instintos; pueden muy bien expresar pasiones violentas; pero no podrían acomodarse a los matices delicados del sentimiento y a las modulaciones de un Espíritu distinguido”.

Ortiz era un fanático de la armonización de lo material y lo espiritual propugnado por Kardec, para el cual las diferencias raciales establecían una correlación entre la belleza corporal y la escala evolutiva de los espíritus. La estética racial "ortiziana" situaba al negro en un lugar próximo al de los animales. Así, propondría la liquidación institucional de "la brujería" aplicando leyes rigurosas con fuertes condenas penales, junto a estudios científicos, para lograr una campaña pública de inspección y registro­ de las casas de tales brujos: "La campaña contra la brujería debe tener dos objetivos, uno inmediato: la destrucción de los focos infectivos; mediato el otro: la desinfección del ambiente, para impedir que se mantenga y se reproduzca el mal".

En su análisis del "brujo afro-cubano", Ortiz recurría a los paradigmas criminológicos en boga, echando manos a lo que el italiano Cesare Lombroso llamaba "delincuente nato" a partir de herencias congénitas que explicaban los atrasos morales y la delincuencia. El brujo nato de Ortiz surge no por atavismo, como un salto atrás ante el progreso de la especie que obliga a adaptarse a un nuevo medio social; este brujo nato de Ortiz ha sido transportado del África a Cuba, abandonando un medio social primitivo salvaje de los primeros escalones de la evolución de su psiquis. Si seguimos el hilo del pensamiento "ortiziano", lo que llega a Cuba, en la trata, entonces es un delincuente primitivo, el cual debería agradecerla a la esclavitud haber entrado en el mundo moderno. El brujo y sus adeptos son en Cuba inmorales y delincuentes porque no han progresado; son salvajes traídos a un país civilizado.

En Ortiz es evidente su esfuerzo implícito por sentar los módulos fundacionales de la nación cubana; pero Ortiz no pasa de ser un cronista para el cual lo afro-cubano es sólo un objeto de estudio, por eso su contrapunteo "criolliza" al supremacista ibérico, le abre el camino a la mulatez, y destierra al negro a los meandros de la nacionalidad. Se intenta con ello una fórmula unificadora, a través de la desaparición de las etnias, mediante su mezcla. Una teoría alternativa a las racialistas decimonónicas. El rescate de lo “afro-cubano” se hace en un marco que enfatiza el proceso del mestizaje, es decir, la disolución de sus rasgos particulares. En Ortiz se trata de las culturas autóctonas y su fusión con la del colonizador; pese a su transculturación, el blanqueamiento físico no se lograría con la mulatización.

El nervio flaco de todo su estudio consiste en su inconcebible desconocimiento de las dinámicas culturas y sociales del África, de sus civilizaciones; sobre todo por ser un momento de gran auge en los estudios africanistas en París y Londres, omisión que lo lleva a cometer desaciertos conceptuales y confusiones, al utilizar reelaboraciones de segunda mano y referentes tendenciosos como los de Leo Frobenius y Maurice Delafosse, notorios africanistas de la belle epoque. Ortiz jamás fue al África, ni ello le interesó; muestra un ridículo conocimiento de la civilización bantú, de la islamización de los estados sudaneses, del papel de los Hausá en todo el oeste africano, de los imperios Kanem-Bornú, Ashanti y Yoruba, de la guerra santa del místico y filósofo de la tribu fulani Usmán dan Fodio, etcétera, elementos imprescindibles para entender no sólo las etapas de la trata o la afro-cubanía, sino incluso su debatida "trans-culturación".

Ortiz estaba errado al asumir que la literatura escrita no había desempeñado un papel en las tradiciones Afro-cubanas, como se demuestra en las Libretas de Santería, una forma verbal de la cultura Afrocubana plena de mitos, fábulas, procedimientos rituales, en los sistemas de adivinación, etcétera. De aceptarse la noción de Ortiz habría que descalificar todo el aporte de la Mitología Griega, de la mitología islandesa del Edda, de la finlandesa del Kalevala, de los Veda hindúes, del Chu-King chino y del Nihongi japonés ¿y qué haríamos entonces con el Cuauhtitlan y con el Codex Chimalpopoca?

Es asombroso que se recuerde a Ortiz como el padre de la “trans-culturación”, y no como el primero en el planeta en aplicar las teorías lombrosianas a los negros y mulatos. Lejos de ser sólo el pionero en los estudios antropológicos del africano en Cuba, hay que considerar a Ortiz el más peligroso de los teóricos racistas de los que aparecieron en los inicios del siglo XX cubano, al estructurar los paradigmas que legitimarían el racismo y el derecho natural de los blancos a ostentar el poder hegemónico por encima del negro, el cual estaba obligado a aceptar la subalternidad.

No hay que olvidar que entre 1902 y 1905, Ortiz fue discípulo de los criminalistas Césare Lombroso y Enrico Ferri, y que luego cursó estudios de Derecho Penal con el profesor González Lanuza, uno de los representantes de la supremacía racial blanca y del positivismo criminológico. En una carta de 1924 al autor cubano José María Chacón y Calvo vemos la fluctuación entre la fascinación y el rechazo, al agradecerle a éste la publicación de la segunda edición de La filosofía penal. Que ayudaría a la élite euro-blanca a desarrollar una teoría supremacista de la élite en el poder.

La posibilidad del progreso del negro mediante la purificación espiritual en un medio moderno, resultó el paradigma atractivo de Ortiz, el cual en obras como el Proyecto de Código Criminal Cubano, formulaba cómo llevar a cabo las campañas de "saneamiento racial" en la nación cubana. Mucho se ha escrito acerca de la "transformación" de Ortiz desde su inicial texto sobre los negros brujos; sin embargo, la esencia de sus creencias en la desigualdad y la inferioridad del negro jamás variaron. Este connotado racista, en su discurso "La decadencia cubana", veinte años después de haber publicado los negros brujos, echa manos de todas las fobias de aquella obra, para profetizar el desastre y el retorno de la barbarie a Cuba, y explicar como los diferentes males que comprometían y abrumaban la vida de la comunidad nacional, se debían a la presencia del negro.

Hernández Busto ha calificado la impronta de Ortiz de la siguiente manera: “La herencia de Ortiz, como la de Ramiro Guerra, ha terminado convertida en una sociología ingenua, salpicada de cifras con las que (aún hoy) se intenta ocultar el meollo de la cuestión racial en Cuba. La culpa, claro está, no la tienen Ortiz ni Guerra, verdaderos maîtres à penser de su generación, sino las circunstancias en que son leídos: el imperativo de silencio, el oscuro secretillo cubano al que la Revolución de 1959 regaló un pálido traje de fantasma tercermundista. Frantz Fanon, Léopold Sédar Senghor, René Depestre y muchos otros oficiaron en este ritual caribeño. Pero, como ya sabían Ortiz y Guerra, en Cuba el tema de la raza no se reduce a una identidad caribeña o africana. Habría que revisar ese supuesto (como ha hecho, por ejemplo, Derek Walcott) más allá de la sobada metáfora del "ajiaco" y del uso de la calculadora socialista para el censo de archivo.

Así, el cubano “blanco” en todo el siglo XX subordinó su yo real a uno ficticio, añorando lo que hubiera deseado ser; pero, en peligrosa nostalgia puesto que termina siempre organizando su vida política y social sobre una mentira de sí mismo, sobre una realidad ilusoria que, al ostentar el poder político y del discurso, le lleva al rechazo de la realidad compartida con el “otro”, que supuestamente es lo que se opone a su mundo de modelos inalcanzables. Los políticos blancos republicanos, por su parte, nunca entendieron que su Cuba excluía a los negros y mulatos; y nuestros historiadores blancos narrarían una lucha independentista de manera fragmentaria. Asimismo, la actal corte ibero-cubana ha querido construir un destino utópico eurasiático en un país multi-racial caribeño. Por eso también, el exilio cubano evoca una Cuba que nunca fue y por eso deniega a la actual de mayoría afro-descendiente.

La apuesta que el criollo se ve obligado a hacer por la fórmula miscegenadora, con vistas a legitimarse en el poder, a pesar de su ambigua actitud ante el mulato, surge en Cuba, en momentos que el resto de “Hispanoamérica” debate precisamente la “hispanidad” y busca recetas para certificar la hegemonía blanco-criolla, pre-determinada por una “ley etnológica” supuestamente demostrada en Europa. Pese a ser esta América, la más mestiza de las sociedades que habitan el planeta, ha luchado por crear una democracia que se preserve de la “promiscuidad etnológica”.

Lo que se busca es re-pensar y re-ubicar tanto la interpretación racial que, en nuestro caso, se enmascara siempre bajo los lemas de la cubanía y del nacionalismo, las más notorias contradicciones y paradojas que en ella se hacen evidentes, con respecto a las múltiples influencias que actúan sobre dicha interpretación.

Al fin y al cabo, sorprende el número de ocasiones en que este obvio principio metodológico utilizado constantemente para definir a la nación, reformula las ideas de Gobineau, al estar determinadas tanto por las tradiciones socio-culturales y discursivas del criollo blanco hegemónico, como por las relaciones que impone el nuevo contexto en el cual se inserta: ya sea democracia, dictadura, socialismo o comunismo.

El fantasma de una “nación negra”, de otro Haití, resquebraja los sueños de “armonía en la diversidad” que se cifra en el proyecto miscegenador que resuelva “el defecto etnológico de la esclavitud”, haciendo entrar en pugna, por un lado, las siempre aspiraciones (que considera un derecho natural) hegemónicas de los blancos criollos, y por otro lado, el pesimismo y desconfianza negra-mulata sobre la heterogeneidad racial; de ahí lo inefectivo de las conceptualizaciones genéricas de “igualdad”, “socialismo”, “democracia”, “derechos humanos”.

miércoles, julio 22, 2009

Raza y Nación ( II ) : El determinismo racial en América y Cuba/ Juan Benemelis/ Cubanálisis-El Think-Tank

Raza y Nación ( II ) : El determinismo racial en América y Cuba
Juan Benemelis/Cubanálisis-El Think-Tank

La xenofobia, como aversión a lo extranjero o como exclusivismo de raza, casi siempre ha surgido en quienes pretenden definir una nación. Pese a haberse proclamado la unicidad imaginaria de cada nación, con el mestizaje como fuente de la "nacionalidad", la verdadera naturaleza de las relaciones identitarias y políticas en el proceso constitutivo como sociedad nacional tienen como legitimidad ideológica la discriminación racial del "blanco" por sobre el resto de la población. El racismo con referentes teóricos de las ciencias biológicas, la antropología y la sociología determinó la formación de la nación e identidad nacional en Cuba.

La discriminación y la segregación tuvieron su apogeo durante el siglo XIX en el sur de Estados Unidos y en Cuba por medio de regulaciones y restricciones que redujeron a los afro-descendientes a un estatus de subordinación, por la cual se impedía la contaminación sexual. La "segregación racial" sureña establecía que un 3 % de "sangre" negra era suficiente para clasificar como negra a una persona, pero en el caso del racismo ibérico las categorizaciones de identidades raciales resultan más complejas, yendo más allá de los factores fenotípicos. Ello responde a las diferentes filosofías y modelos coloniales y la mayor o menor asimilación de la construcción cultural de raza biológica.

Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant nos dan, una vez más su versión: “A partir de 1685, y por tanto de un éxito en la comercialización de la caña de azúcar, la esclavitud y la Trata que la alimenta van a perder comodidades. El Código Negro que regulaba la esclavitud en las Antillas francesas (casi literatura, ya que el encuentro entre lo jurídico y lo innombrable sonará como insólito) prohibirá, entre otras, las relaciones sexuales entre blancos y negros, y planteará las leyes de la gran vergüenza”.

La literatura antropológica en nuestro continente no se ha puesto de acuerdo para definir las categorizaciones raciales, tanto de los blancos como de los negros, de los europeos como de los africanos. Ni que decir de las ciencias sociales, las cuales se hallan perdidas para establecer los términos de clases, etnias y razas. La dificultad para rehacer las situaciones del pasado se debe a que se utilizaban criterios de clasificaciones con otras consecuencias sociales.

Las identidades raciales en Cuba fueron construidas en el período de la esclavitud, para funciones sociales, económicas y políticas específicas, y tal construcción identitaria no ha variado en la psiquis de la población ni en la práctica socio-política. Estas identidades raciales tenidas como fijas y universales se relacionan con categorías sociales que han congelado, como naturales y dadas, las diferenciaciones en todos los ámbitos de la sociedad. De ahí que la necesidad de analizar y variar tales identidades raciales construidas durante la esclavitud para legitimar dirección-subordinación grupal-racial, implique más allá que un mero cambio de percepción social. La actual simplificación en Cuba, de negro y blanco, tiene que ver con la no aceptación en los estratos supremos de la sociedad de una representación equitativa del negro.

Dentro de la ideología de determinismo racial, nacida con la esclavitud del africano, la creolidad permitió múltiples ejes de identidad, un repertorio de formas de identificación social, de construcciones sociales de raza muy diferentes y específicas. En el contexto hispano la mezcla racial (blanco-negra o mulata) resultaría un ejercicio del derecho de superioridad, propiciando así el proceso de "blanqueamiento" y nunca una mayor "flexibilidad" o "benevolencia". Al proclamarse el fin de la esclavitud, cesó la distinción entre "esclavo" y "libres de color", o "pardos y morenos", quedando todos automáticamente clasificados como "negros" que, fichaba la inferioridad más que el color de la piel. A diferencia de una víctima de la opresión religiosa que puede cambiar de fe, la del racismo no puede cambiar de color y por tanto no puede escapar a la opresión racial. Esta designación racial absoluta determinaba desde las uniones sexuales socialmente permisibles hasta el lugar en la jerarquización social.

La forma y persistencia del racismo en Cuba está relacionada con las estructuras del poder. La Revolución difundió una historiografía oficial y aupó una supuesta "cultura nacional" que institucionalizara al régimen político. La narrativa dominante recogía que la nacionalidad se había conformado a partir de dos grandes componentes: el ibérico en lo fundamental, y el africano como secundario, y que el resultado de esta mezcla resultaba el criollo cubano heredero cultural y político. Así, mediante un proceso bio-genético se llegaría a un sincretismo cultural que resumiría en lo "cubano" ambas vertientes; la diversidad cultural (lo africano) quedaría como materia prima de la nación.

Las naciones latinoamericanas, incluyendo a Cuba, recibieron tras la independencia una segunda ola migratoria europea que reforzó la ideología supremacista y la idea de una homogeneidad cultural. Este racismo científico adquirió patente ideológico y no ha resultado fácil rebatir, pese a que muchos antropólogos, como Boas, se le opusieron desde los inicios. Cómo es posible que nunca se haya cuestionado la validez de las categorías raciales que se derivan de la esclavitud africana por los españoles (negro, blanco, mulato) y se siga manipulando la etnicidad para la discriminación sistemática.

La histórica exclusión económica, política y social de los afro-cubanos se sustenta en la ideología de supremacía blanca, la cual se ha mantenido en el tiempo histórico y geográfico, a partir de la trata y la esclavitud africana en la Isla. No obstante, la relación de conflicto del Estado y el conjunto afro-cubano ha estado determinada por las particulares formas en que se produjera una colonización con esclavitud, una expansión capitalista con una población marginada por su color, y una revolución socialista que no quiso admitir la paradoja de su racismo. No asombra que durante el periodo inicial de la república cubana, los negros y mulatos fueron víctimas de una violencia inusitada por el Estado, que de no haberse detenido a tiempo hubiera concluido con el exterminio en masa de la población afrocubana, durante la mal bautizada “guerrita de los negros”. Asimismo, no es extraño que los soldados enviados a Angola y Etiopía fuesen mayormente afro-cubanos y que también lo sea la población penal actual.

La cruzada bélica contra el PIC se planteó en un momento en que el poder supremacista avizoró que podía perder su capacidad “de legitimar su dominio a través de un Estado de derecho” y de mantenerse en el poder, marcando los límites del control de los sistemas de dominación. Los miembros del PIC fueron perseguidos y asesinados con una violencia que buscó siempre romper la memoria de los pueblos y destruir su voluntad de lucha. Podría decirse que este pronunciamiento a favor de la equidad resultó una utopía efímera, pues no se contaba con la decisión de utilizar la fuerza de manera implacable por parte del poder del Estado. Esta masacre orquestada por el supremacismo blanco marca los límites de las políticas homogenizadoras sustentadas en el universalismo monocultural de la “cubanía”, y en el uso perverso del discurso de la diferencia y de la cohesión social.

El repliegue y la derrota de los afrocubanos que conformaban el Partido Independiente de Color (en su mayoría ex mambises), fue el quebranto de la unidad de este sector poblacional, que por largo tiempo quedarían postergados al silencio, sin poder refutar las expresiones discursivas racistas de políticos, intelectuales y profesionales de ascendiente ibérico. Destruida su aspiración a ser parte del poder político y obstaculizado de poseer tierras o de recibir ayuda estatal para establecer su ascenso económico (como se concedía a los inmigrantes ibéricos), persistirían y persisten todavía las causas que originaron el conflicto.

La memoria de esta masacre de negros y negras en Oriente contribuye a comprender el presente porque muestra las líneas de continuidad del conflicto y las prácticas de un Estado que jamás se ha desviado de la supremacía blanca. El caso del PIC ha sido ignorado en la noción de los supremacistas blancos, pero es paradigmático para los subyugados negros y mulatos, y su impacto si bien ha sido irrelevante en la reflexión de la intelectualidad euro-blanca, no lo ha sido así para los pensadores afrocubanos, que aún lo considera, parafraseando a Iván César Martínez, como una herida abierta.

La clase supremacista cubana llegó a la conclusión que no era preciso enviar al África a los afro-descendientes o aplicar su exterminio, puesto que a través del Estado pudo y puede conformar todos los ámbitos de la vida política y social y mantener al afro-descendiente en “espacios” económicos y socio-culturales. Así, el Estado cubano cerró todos los espacios de mediación al eliminar las aspiraciones de poder de un "enemigo racial" en lo adelante estigmatizado, e impedido de pertenecer a las instituciones sociales de mayor prestigio.

En Latinoamérica el retraso y la lentitud del desarrollo económico y la equidad social siempre se tratan de explicar a partir de la noción de las razas “inferiores” y de la mezcla racial. En Cuba las élites cubanas defendían la idea de una jerarquía natural de las razas, en la que la blanca era la superior. En el resto de América, lo más importante es el color y no el origen; de ahí la lógica detrás la construcción de las categorías raciales y las estrategias de invisibilización de los rasgos fenotípicos. La superioridad estará dada en el concepto de “blanquitud” (a pesar de Cocó Channel y su moda del bronceado).

“Las narrativas que circulan a través de burocracias, medios de comunicación social, rumores y otros, juegan un papel clave en la construcción de la desigualdad social y en la protección de las instituciones. Dichas narrativas hegemónicas juegan un papel clave en el mantenimiento de una definición tradicional de las “comunidades tradicionales”. El ensayista brasileño Euclides Da Cunha, sostenía que "el mestizo era psicológicamente inestable y degenerado, una víctima de la fatalidad de las leyes biológicas". Y el escritor argentino Borges opinaba que había sido un error cometido por los Estados Unidos, de liberar a los esclavos.

La variedad de actitudes y prácticas que, respecto de “otros” raciales, se actualizan en distintos contextos. El estereotipo es la resultante de un proceso de simplificación cultural del aporte afro ante el desinterés del euro-cubano por comprender al Otro en su verdadera dimensión, minusvalorando su potencial y de paso subrayando su statu quo. El esquema de clasificación racial para dar base al sistema de estratificación social que marca a nuestra sociedad. En Estados Unidos lo esencial es el origen genético; una gota de sangre negra quita al individuo de la categoría de blanco.

En Cuba desde la época del colonialismo hasta la actualidad, la ideología de supremacía blanca ha estado en este sistema ideológico totalitario en cada lugar y en cada expresión social. Los viciosos tentáculos de esta corrosiva ideología han invadido y penetrado el poder, la política, la administración pública, las actividades empresariales, cultura, literatura, periodismo, estudios históricos, radio, televisión, cine, así como las expresiones gráficas. Lo peor de todo es que esta ideología de tipo patriarcal ha arruinado las mentes de cada persona de color y raza.

Cuba ha sido uno de esos países donde los asuntos raciales importantes se mantienen centralizados y donde una combinación de desdén y coacción contra los otros ha estado enfatizada por leyes naturales no escritas. En Cuba la ideología de supremacía blanca ha sido usado no solo como una expresión de poder absoluto y excluyente, sino también como una expresión cultural. Esta situación donde la visión de supremacía involucra la vida material y espiritual de los habitantes del país es la clave para entender la naturaleza de la ideología de superioridad dentro de la isla. En Cuba durante años los textos de novelas, películas, televisión, narrativa, teatro, comerciales, artes visuales, etcétera, siempre han reflejado y presentado la imagen de una persona blanca cuando algo ideológicamente importante o relevante esta siendo transmitido al público en general.

Tal representación visual es una clara forma ideológica que tiende a reflejar de forma palpable, incluso más de lo esperado, el alcance y la visión del mundo que esta elite posee. Esta forma directa de proyectar su realidad y la universalidad de la opinión de esta elite hacia el mundo exterior (la nación) tiene una seria implicación y consecuencias porque en esa forma ellos magnifican de manera subliminal la forma en que el colectivo considera que el mundo es y debe seguir siendo.

La descaracterización étnica de los afrocubanos les ha vedado el criterio de “autenticidad” como parte originaria de la nación, sino como “importados” por los “verdaderos” nacionales. Los parámetros pre-determinados que categorizan la población de la Isla refuerzan la hegemonía blanca y el criterio del negro como minoría, lo que evita, además, identificarla con la pobreza y víctima del racismo. Tener ascendencia negra era considerado una mancha que reflejaría negativamente en el individuo que descendiera de ellos. Los descendientes de africanos han sido invisibilizados por las narrativas que han constituido simbólicamente a la nación cubana como “blanca y europea”. Así, los individuos o grupos pueden ser interpelados u ocultados por representaciones públicas del pasado que parecen garantizar su identidad o negar su significatividad.

Foucault refiere que una sociedad racista que aplica la eliminación virtual de los otros fenotípicos es capaz, en cualquier coyuntura, de exteriorizar la violencia genocida, algo de lo cual ya fue testigo la nación cubana en 1912, y recién en los países que otrora constituyeron el bloque soviético. El mito de la superioridad blanco-europea, entronizado en nuestra psiquis nacional mantiene latente tal posibilidad contra el afro-descendiente, sobre todo para aquellos que tratan de reivindicar formas culturales diferenciales.

En una nación cromáticamente ciega como Cuba, las postulaciones estadísticas brindan coartadas a la invisibilización racista y encapsulan a la comunidad negra en el folclorismo, evadiendo la constante racial para aparentar no ser racistas. El tratamiento de las políticas censales y las categorizaciones que posee responde al discurso de “la blanquitud” en el sistema de representaciones ideológico-demográficas, a través de la negación y el ocultamiento de las raíces africanas en el componente poblacional. Los encuadramientos que de la población históricamente ha hecho el Estados, han estado informados por ideologías nacionales blanco supremacistas. Así, la construcción dominante de una “blanquitud” de la nación se ha garantizado a partir de macro-procesos de invisibilización de los negros en la historia, el poder político, económico y la cultura nacional, a través de operaciones censales, categorizando como no-negras a segmentos poblacionales de ascendencia africana. El poder de las clasificaciones del Estado-nación y de ellos a quienes favorece o excluye a partir del argumento censal que lo legitima; por tal, ello no es una práctica reciente. Tal homogeneización ha privilegiado siempre al segmento blanco.

Los sentimientos, ideas, valores, las aspiraciones personales y colectivas, esfuerzos, y sueños de este importante segmento de la población se han mantenido de forma sistemática sin representación. El principal objetivo de este procedimiento ideológico de mantener a un grupo de la población fuera de las mentes y reflexiones del conjunto de la población, es mantener la invisibilidad e irrelevancia de de este grupo social y reforzar la idea de que son unos presentes ausentes dentro de todo el conglomerado.

Esta forma de conocimiento indirecto y transitivo de los otros tiende a generar una reacción normal tanto en la raza dominante, como en los dominados en cuanto las ideas de los primeros basadas en conclusiones perjudiciales y esquemáticas. Esta invisibilidad permanente tiende a justificar y reforzar la creencia de que lo que ha sido dicho históricamente sobre los otros es verdadero.

Es conocido que la ideología de supremacía blanca ha negado de forma sistemática la presencia física y espiritual de los otros a través de importantes medios como es la creación de una imagen positiva (aunque también puede ser usado para crear una imagen negativa) y humanizando la realidad de la sociedad y de los individuos que viven en ella. Esta casi permanente ausencia de los negros y mulatos siempre ha estado asociada a un enfoque específico el cual ha generado ignorancia, coacción y condicionamientos de la sociedad en su conjunto hacia el sector poblacional de piel oscura.

Por otro lado, la estética de los negros, así como sus valores morales, sociales, sus aspiraciones políticas y sus religiones resultan controversiales e indeseables para la elite. En función de la hegemonía, la masa de negros no resulta agradable y podría arruinar la visión de la población blanca, mientras que sus valores morales, sociales, sus aspiraciones políticas y su religión, aunque es practicada de forma extensiva por la mayoría de los cubanos, independientemente del color de su piel, debe ser ocultada y tratada exclusivamente como un comportamiento folklórico y como un rezago del pasado que infortunadamente aún existe. Con todos estos falsos argumentos y esas ideas racistas y retrógradas, la elite cubana pretende eliminar las posibilidades de notoriedad de “negros” y “mulatos”, a la vez que las exponen en apoyo a sus conclusiones erróneas y excluyentes.

La persistente invisibilidad y la imagen falsa de los otros, crea una percepción excluyente de su existencia individual y social. Las consecuencias de esto es la pérdida de conciencia social en sus vidas; la creencia generalizada de que son seres humanos inferiores; y la ausencia de suficientes pruebas o hechos que puedan describir a los otros como un grupo valioso.

La posibilidad de adjudicarse las representaciones nacionales ha sido explotada al máximo por grupos étnicos que, aunque sin derecho bajo las formulaciones existentes de lo universal, apelan a la formulación de concepciones discriminantes de justicia, como la Ley de Peligrosidad en Cuba actual. El color de la piel es sin duda un poderoso factor de impedimento de la movilidad social que nunca es tomado en cuenta en los análisis de desigualdad social. Para Cuba el negro es la imagen más fuerte de alteridad, por la miscegenación que pese al prejuicio se produce, al estar exorcizándolo de la sangre, de la familia, de la ciudad, de la cultura y de la historia. Para el euro-cubano lo que rige sus interacciones con otros individuos y sus valoraciones, y las inferencias se realizan por el color de la piel y otros rasgos fenotípicos. Luego de “domesticarlos” en 1912, se creía que la Isla pertenecía por derecho propio al mundo nor-atlántico.

Al mismo tiempo la elite de poder se ha propuesto crear una muy especial imagen de ellos mismos, representando a su grupo racial como personas de gran moralidad, cariñosos, familiares, intelectuales, etcétera. Engañando de forma permanente a los otros, la elite “blanca” intenta en esencia hacer de la creación divina su propia hegemonía y una estructura jerárquica de la sociedad basada en las razas y los colores de la piel, donde los que poseen y controlan el poder puedan continuar por siempre.

Los medios de difusión controlados solamente por el estado, además de todos los demás recursos ideológicos a su disposición, están completamente atrapados en la estructura jerárquica de raza-color existente en la nación y de esta forma actúan conjuntamente con las concepciones hegemónicas y visiones de la elite blanca. Cualquier otro punto de vista es juzgado como esotérico, peligroso, anti-cubano y parte de la propaganda enemiga.

La ideología de supremacía en Cuba opera a diferentes niveles de la conciencia individual y colectiva. Resulta muy común ver el inconsciente significado de su mensaje llevando a cabo el mito ideológico de la superioridad de la elite en cuanto a disciplina, conocimiento, seriedad de los propósitos, educación, manejo de los fondos públicos, comportamiento sexual y por supuesto en una forma explicita en lo referido a los valores morales, la estética física y las relaciones familiares.

Ese es el porque en Cuba la elite ha atribuido el nombre de “folclor” a todas las expresiones culturales, hábitos, religión y bailes entre otras cosas que provienen de las costumbres africanas y que se han desarrollado en el país durante siglos de mezclas entre las culturas Ibérica-morisca y la cultura africana. El mensaje es claro, hay una cultura Europea que es blanca y por lo tanto superior a la que los negros y mulatos han heredado, la cual en la actualidad no es cultura sino folclor y, por lo tanto, inferior como cultura a la de los europeos.

De este modo, la elite cubana ha diseminado de forma constante e intencional sus valores racistas con el objetivo de crear una conceptualización natural y emocional de que lo que ellos están representando no es simplemente sus aspiraciones políticas o su propia ideología, sino más bien la cultura nacional que cada uno debe aceptarla como tal.

La elite cubana actuó y actúa como colonialistas internos en su propio país, han ejercido una completa hegemonía cultural subrogada con el desafortunado consentimiento de aquellos que han sido victimas de sus mitos ideológicos. Muchos negros en la actualidad han sido victimas de esta persistente ideología de alienación y de subordinación que va más allá de la pérdida de poder y de oportunidades económicas y severos daños sicológicos, al orgullo y a la humanidad de sus victimas. Esta es la razón por la cual la población blanca en la sociedad y algunos cubanos de color alienados frecuentemente parecen “pensar parecido” con respecto a la población de color y a otros problemas raciales. Cuando la mayoría de la población piensa similar sobre algunos asuntos, o incluso olvidan que existen alternativas a la situación actual, entonces estamos en presencia de una teoría hegemónica.

En Cuba los problemas de marginalización económica, política y social y de subordinación afianzados en la ideología de supremacía blanca, constituye también un problema de dominación cultural, de visualización exclusionista y de representación. Negros y mulatos a pesar de estar en mayoría, continúan siendo considerados los presentes/ ausentes dentro de la población, y son tratados como los otros, a pesar de todo lo que ellos han hecho como una supuesta parte de la comunidad en su conjunto.

La clase dirigente blanca ha continuado su comportamiento histórico de usar su poder en contra de la cultura de los negros y mulatos, aunque la población de piel oscura esta carente totalmente de poder. La realidad es que en la estructura gubernamental de hoy, los otros deben ser constantemente monitoreados, para la visión de la elite la población de color es un “enemigo latente” que no debe ser agitado o fortalecido. Durante la etapa post-abolicionista, en la republica y bajo el socialismo, solo un pequeño grupo de negros y mulatos han sido aceptados por la “elite”, simplemente para evidenciar que no son racistas y con el objetivo de demostrarse a si mismos, pero especialmente a la población, que los negros y mulatos deben estar satisfechos con el reconocimiento que los dirigentes le han hecho a algunos de ellos.

No hay ideas nacionalistas, ni utopías sociales que puedan ser consideradas como válidas para la población de color, si la implementación de la misma llama a tolerar la exclusión, la discriminación o los prejuicios raciales en cualquiera de sus formas.

Durante siglos la estructura blanca-cubana impuso alternativas paternalistas con el objetivo de lograr seguridad y ha diseminado una inmensa sombra sobre la vida de los cubanos de todos los colores de piel. Esto ha creado un sentido de fragilidad, dependencia, inseguridad, dentro de la nación. El presente marxista siempre da más importancia a la preservación del poder, la fuerza como contrapunto a la discusión, y la fidelidad absoluta a los líderes como la única forma de expresión. Este subconsciente elitista de absoluto poder, no permite a los gobernantes cubanos de hoy, como a los del pasado, tener una verdadera consciencia nacional.

La Nación ¿cubana?

La construcción de una nación como Estado, exigía la fabricación simultánea de una historia -como gesta- nacional. En este esfuerzo inventivo, la elite intentó y aún intenta borrar del imaginario histórico la participación fundamental de la comunidad afrocubana en todos los planos sociales, y especialmente en el logro de la independencia, practicando una re-apropiación monopólica del pasado de participación en las guerras y movimientos sociales. La nación se construyó sin establecer un diálogo con su diaspórica africana. El proyecto nacional que la elite había creado proponía disfrazar esa contrariedad estableciendo una raza mejorada y homogénea, que finalmente resultó ser blanca y europea.

El fallecido ensayista afro-cubano Walterio Carbonell sugiere lo intencional y tergiversante de muchos historiadores, como Ramiro Guerra, de considerar como formadores de la nación cubana a defensores del coloniaje y del régimen esclavista como Francisco de Arango y Parreño, "consejero del aparato colonial", José Antonio Saco y José de la Luz y Caballero, "plantador esclavista de su ingenio azucarero La Luisa", Agustín Caballero y Domingo del Monte. Mientras, los defensores del sistema esclavista son "glorificados" los mismos historiadores guardan silencio ante el primer representante de la nacionalidad, José Antonio Aponte, el cual organizó un movimiento para liquidar la esclavitud. Tanto Carbonell como Iván César Martínez apuntan que es, precisamente, a partir del revuelo causado por Aponte y su plan de rebelar a los esclavos, que puede considerarse el punto inicial de la manifestación nacionalista, puesto que la independencia de los plantadores no consideraba la abolición de la esclavitud.

Sin embargo desde sus inicios el nuevo país se auto-explicaría por una silente tenacidad discriminatoria, trivializando el compromiso moral de igualdad racial establecido en el discurso patriota durante las guerras de independencia con la población afro-descendiente, que tan decisivamente apoyó las guerras. De este modo, la Cuba homogénea blanca estableció las categorías de identificación en el momento formativo del estado-nación obviando lo racial en la nacionalidad. Pero como un curioso proceso que no sirvió de salvoconducto para quienes portaban un color de piel incriminador: el negro siguió siendo negro y el blanco, blanco.

A fines del siglo XIX, la instalación de la categoría de identificación de clase social ayudaba a quebrar la hermandad racial y a subsumir diferencias anteriormente validadas en nuevas categorías de identificación. Por ello, se imaginó una construcción de categorías raciales e identificaciones ligadas a la nación territorial. Alegaremos que la “raza” era una categoría identificatoria fuerte en este período inmediato post-esclavista, pero que finalmente fue dejada de lado para sustentar otros modos identificatorios acordes con las políticas estatales de construcción forzada de una nación “blanca y homogénea” y con los recursos de identificación que se sucedían contra el afro-descendiente, en un grupo social que quedaría negado de nuestra historia nacional.

La superioridad atribuida al conocimiento europeo omitía y silenciaba los conocimientos subalternos del “otro” por “subdesarrollado” y “atrasado”. El monologismo y el diseño global monotópico de Occidente se relaciona con otras culturas y personas desde una posición de superioridad Los guerreros de la Independencia cubana enunciaron principios, pero no pudieron ponerlos en marcha. La emancipación de los esclavos se realizó partiendo que en los afro-cubanos no primaba la idea de asumir la identidad por igual al blanco, algo que se demostró en el pronunciamiento del Partido Independiente de Color. Ese fue el fracaso de la política constitucionalista, dentro de la cual la convulsión social subsiguiente a las guerras de la Independencia, eran una prueba implicó ausencia de ideas propias.

En Cuba se inventó el mito de un Estado representante fraterno del crisol de razas. La identidad nacional era un simple episodio de la "lucha de razas", y su evolución estaba regida por leyes biológicas. Así se evolucionaría desde la barbarie (lo negro-mulato) hacia la civilización europea (lo blanco).

La conformación de la estructura social cubana de entre-siglos proveyó un discurso homogenizador de la población para cuestiones raciales y fue el basamento en donde se pudieron cimentar las ideas de “pueblo cubano”. Finalmente, el aluvión inmigratorio de las primeras décadas del siglo XX contribuiría a la imagen creciente de una población cada vez más euro-blanca, con la esperanza de que las diferencias raciales se diluyesen en la percepción colectiva, pero consolidando en su lugar un tipo de prejuicio social por el cual el color oscuro se asociaba no sólo a una distinción racial, sino también a la pertenencia a capas socio-económicas inferiores.

En las páginas escritas por nuestros historiadores no pesa lo suficiente la inmoralidad de la esclavitud, lo apocalíptico de la lucha anti-colonial, la ausencia de vergüenza colectiva ante la matanza de negros en 1912, el escepticismo ante el destino socialista, la secuencia de gobiernos y ciudadanos sin obligaciones uno para con el otro. Es una historia y una política de la apariencia defendiendo un europeísmo sustantivado en abstracciones, aún cuando Europa, el Viejo Continente, no puede ser América, el Nuevo Mundo. Una comprensión antinómica de la historia polarizada, de un "espíritu latinoamericanista", que sería un rescate de lo español y lo latino por oposición a la negritud. Así los teoremas americanos se buscaban resolver con hipótesis europeas fabricando constituciones y principios, copiando gobiernos y jurisprudencias, partidismos.

En nuestros orígenes políticamente conflictuales figura una tradición constitucional con aspiraciones a ser un equilibrador reflexivo. Así, la justificación pública cubana se ha presentado en la manera que su sociedad política siempre ha elaborado una justificación de la concepción política compartida insertándola en sus varias doctrinas de “valores” supuestamente libres de conflicto, como la multi-culturalidad. Si “raza” es en el fondo una formación social, cultural y política con designios de subyugar a otros grupos, entonces en una sociedad ideal, como la que supuestamente siempre ha existido en Cuba, debe omitirse como un componente estructurador de la misma. Pero, la sociedad ideal es un "constructo" teórico alejado de la realidad.

Pero nuestra supuesta autenticidad elaborada en el siglo XX, no ha sido más que una construcción de algo supuestamente nuevo, pero afincado en prácticas y principios provenientes del período colonial. Así, la ideología más coherente para justificar la preeminencia en el poder y la economía del blanco, tanto en la época republicana como en revolucionaria, no es otra que la elaborada por José Antonio Saco; aunque la misma no ha sido señalada en las épocas referidas, los principios de su discurso racial y cultural, los mecanismos y fundamentos de la discriminación por él elaborados, son los que han estado vigentes desde la primera mitad del siglo XIX hasta hoy día.

La retórica nacionalista republicana de armónica cubanidad e igualdad no se debió a la mezcla racial en el período colonial, o al peso demográfico y económico de los afro-descendientes, o ni siquiera a la transculturación como trató de embrollar el racista Fernando Ortiz, sino a un bien pensado mito político y social que perpetuaba la hegemonía de la élite blanca-europea. Así, poner en duda la armonía racial era cuestionar la fidelidad a la patria. Ello se hizo evidente en la manera que se enarbolaba el “mito” a la hora de las elecciones entre los partidos políticos republicanos, y el uso brutal del poder y la fuerza contra el Partido Independiente de Color.

Para un país que niega la historia negra y que se ha proclamado desde su fundación como no-racista, tener en cuenta que las categorías raciales han estructurado siempre la realidad cotidiana dice mucho sobre la construcción de imaginarios sociales falsos. Para el inmigrante ibérico, el pertenecer a la raza blanca constituía una categoría de adscripción identitaria automática de cubano. En el caso de los descendientes de esclavizados, el signo de oprobio de la esclavitud ligado a un color de la piel, uniría a quienes de otro modo no tendrían nada en común. Así, la idea de “pueblo” involucraba sus propios límites: las elites nacionales permanecerán desmarcadas racialmente, mientras que otros grupos, como la “gente de color”, serán marcados como “otros”, aún cuando formen parte de la misma “comunidad imaginada” de la nación. Estos otros internos fueron el resultado de la creación de discontinuidades interiores que generaron jerarquías y tensiones.

La independencia llena de máximas jacobinas no se redujo más que a ocupar los cargos creados por la administración militar norteamericana. La nación no de-construyó la ética y los valores de los colonizadores, ni sus costumbres sociales y credo religioso; por eso fue una acción política "irremediablemente dual" exenta de la necesaria síntesis entre autoritarismo y liberalismo. Nuestra nación es el corolario de un terrible pasado de negación y olvido, por un afanoso intento de fundar al Estado nacional a partir de las culturas europeas. La "era criolla" fracasó a la hora de emprender la construcción del Estado nacional, al no creer sinceramente en principios de igualdad entre los hombres, pues para ellos la realidad multi-cultural siempre fue un enigma. Así, la independencia fue una fórmula de conciliación política entre euro-cubanos independentistas, anexionistas y pro-coloniales, más que un puente integrador de aquel abismo cultural entre blancos, negros y mulatos; de discursos que han construido simbólicamente a la nación cubana como “blanca y europea”.

El quiebre de la raza era congruente con la coyuntura histórica que comenzaba a “establecer” a la Cuba blanca y homogénea, pero también provocaba pequeñas luchas generacionales entre aquellos que sentían que debían defender la fraternidad racial y aquellos jóvenes que veían más provechoso deshacerse de su color para despojarse del destino del paria.

Es la escenografía post-independentista inscrita en el retorno a una retrospectiva nostálgica por lo ibérico, ante un presente de alienación ante el desbalance demográfico que amenazaba transformar la Isla en otra negra-antillana; problemática corregida por la importación de un millón de blancos ibéricos y la masacre de cinco mil negros. En lo adelante, esta vocalidad de “cubano” será una identidad intangible al mantenerse hasta ahora la discriminación y exclusión racial contra el negro-mulato de las esferas decisivas de la nación. Al moverse en una doble identidad, como nacionales y “negros”, de hecho quedan excluidos de las versiones oficiales de la nación aunque se reconozca su especificidad histórica y cultural. Los discursos que definen la cubanidad, la americanidad: latinidad, hispanidad, los excluye de tales identidades de nación.

La nacionalidad cubana encierra el problema colonial y la discriminación no superado, porque el proceso de independencia fue un proceso de política formal que no estuvo acompañado por una conciencia de descolonización de fondo porque los blancos que figuraron en la lucha por la independencia y asumieron la República, eran parte del proceso colonizador. La independencia se quedó en lo político-formal, con una conciencia límite que aún persiste. La élite blanca que asumió en los primeros gobiernos los resortes del poder sí disponía de un proyecto nacional, que se había incubado en los gobiernos en armas y en los clubes del exilio. En el mismo, el negro, pese a la poderosa sombra del general Antonio Maceo, y pese a un contra-proyecto de Morúa Delgado y Juan Gualberto, no estaba incluido como factor de autoridad. Esta élite, de ninguna manera, se quería retar con una descolonización puesto que también estuvo y estaba comprometida con la explotación esclavista y el racismo.

La era actual perteneciente a la Cuba revolucionaria y socialista ha tomado su concepción ideológica del colonialismo donde una separación propagandística entre palabras y significados están conectados a una lógica de afirmaciones y negaciones. La ceguera hacia las razas y los colores, las libertades individuales y colectivas, la democracia socialista, todos esos son conceptos vacíos, palabras sin un significado adecuado y que son simplemente productos para el consumo público los cuales son constantemente negados en cada acto práctico de la vida.

El liderazgo actual, al igual que la elite de la etapa colonial y al igual que la elite de la época de la república “liberal” de economía de mercado ha practicado de forma dominante lo que se conoce como “ruido ideológico”; una de las formas que crea un tipo de creencia de parcialidad lo cual evita que los miembros del grupo racial dominante en Cuba, presten oídos, atención o tomen en serio a otros que no pertenecen a su círculo.

En Cuba existen dos grupos raciales distintos, cuyos estatus han estado bien definidos desde el siglo XVI: el opresor, dominante y superior (el blanco) y el otro oprimido, el inferior (el negro-mulato). Desde fines del siglo XIX el contexto multi-cultural étnico era evidente en Cuba. El problema de las identidades en la formación de la nación cubana estará determinado por la poderosa ideología racial, tanto de liberales como de conservadores, los cuales imponen límites a la identidad nacional de la población negra en una nación cubana independiente. La diferenciación de raza por color, introducida por la colonia española con sentido de exclusión, permite construir una identidad nacional totalmente blanca e “hispana”, de espaldas a su entorno caribeño y herencia africana.

El mito de la igualdad racial, el paradigma fundante de nuestra identidad nacional, se enarbolará contra el negro y el mulato cuando estos aborden el tema de la discriminación, y servirá para justificar el statu quo social y político, y el bloqueo al negro y al mulato para su desarrollo económico. La identidad nacional no se resuelve en 1898, en 1959 o en 2009, y pese a la igualdad jurídica entre negros, mulatos y blancos, la equidad política, de poder económico y social quedan pendientes, salvo el reconocimiento cultural y deportivo.

La educación conformadora del sujeto nacional, construye un relato que introduce un corte entre “un antes” y “un después”, con una sola estrategia discursiva que esquiva el problema central de la nación, por la obstinación a negar que la identidad cubana no fue el resultado de una integración de las distintas estrategias discursivas afro-europeas. La continuación de una jerarquía racial que beneficia a los blancos y justifica la posición inferior de los negros y mulatos, se fundamenta con una representación negativa de los afro-cubanos como inferiores y poco civilizados, repitiendo la visión del Continente hecha por Henry Stanley, de selva, tribus, dialectos. De ahí que el discurso del mestizaje fuese central en la construcción de la identidad nacional cubana, que se producía en medio de un proceso de blanquizaje demográfico.

Todas las constituyentes cubanas, incluyendo la socialista, han arrastrado la mentalidad del patrón colonial racista, porque han evadido demoler la estructura social de discriminación. La igualdad no implica equidad, pues la igualdad es una relación personal prejuiciado o desprejuiciada, y la equidad es compartir el poder económico y político acorde con la demografía nacional; por eso, la ausencia de segregación racial no implica la ausencia de la discriminación racial. El blanco o el negro, en lo social, no pueden discriminarse… pueden rechazarse por prejuicios de raza; la discriminación sólo se puede ejercer desde el poder político o económico, cuando se tiene el poder de incluir o excluir. Es por ello que el anti-intelectualismo militante, de republicanos y revolucionarios, ha regido los destinos cubanos, apoyado en el mito de las razas y el euro-centrismo, escondidos en el subconsciente, y por instituciones democráticas o socialistas, que reproducen el patrón colonial, de modelos que no responden a su realidad.

Las élites gobernantes cubanas desde 1900, no importa su matiz político ni su ideología, nunca han entendido con precisión qué es la libertad. Por eso, el liberalismo republicano se emparentó con el marxismo castrista en que jamás se mostraron dispuestos a ceder libertades en el terreno de la política. Ser libre para ellos consiste gobernar a los otros y la disidencia de opinión es enemigo, hostilidad que autoriza la represión, los ejemplos comenzando con el asesinato del general negro Quintín Banderas y el fusilamiento del general mulato Arnaldo Ochoa, son innumerables.

La historia cubana del siglo XX no fue por eso una mera historia occidental, puesto que lo occidental dejó de ser geográfico hace largo tiempo. En ella se conjugaron la cuestión racial no resuelta, la independencia sujeta a influencia exterior, la democracia excluyente, el socialismo sin equidad, y también, la autoconciencia, la búsqueda del propio pasado por una élite pensante negra y mulata. No se puede negar el hecho de que al tratar de definir la nación cubana, la cuestión racial tenía que surgir. Según la antropóloga cubana Maria Ileana Faguaga: "Narrativas politizadas y racializadas –siempre polarizadas- de la nacionalidad cubana parecieran imponerse en determinados espacios de poder o de pugnas por éste, ignorándose o pretendiéndolo, a los millones que conformamos y sostenemos a la nación, cualquiera sea el credo impuesto –cultural/religioso, racial, político, económico- por sus élites, de ayer y de hoy" (Faguaga, La Habana, 2007).

La historia racial en Cuba y la ideología de supremacía blanca es la clave invisible que ha guiado las actividades políticas, económicas, culturales y sicológicas de la nación. De ahí que resulte posible entender por qué el racismo del poder y los prejuicios raciales no han desaparecido sino que se fortalecen. Usando los términos fanonianos, la muerte de la ideología de supremacía blanca podría provocar la muerte del racismo en Cuba, la muerte de la categoría social de “blancos y negros” y la muerte de la estructura jerárquica de dominación basada en el color de la piel, que ha existido durante siglos. Incluso como consecuencia de su desaparición se originaría el nacimiento de una verdadera unidad nacional con un agudo sentido de humanismo y de democracia nunca antes conocida en los 500 años de historia de la nación.

martes, julio 14, 2009

Raza y Nación ( I ): De la bio-raza a la bio-política Juan Benemelis-El Think-Tank


Raza y Nación ( I ): De la bio-raza a la bio-política
Juan Benemelis/ Cubanálisis-El Think-Tank

El concepto de raza y la xenofobia

¿Por qué se dan jerarquías de privilegios sociales basadas en la raza, las definiciones étnico-culturales, la discriminación racial, cultural, religiosa, social, entre grupos, etcétera? Lo único que explica que individuos o comunidades enteras de población puedan ser excluidos de la participación en los procesos políticos, ya no por no poseer propiedad o status especial, es que existe una fórmula de categorización que los ubica como una especie de humanidad deficiente y por tanto subordinada.

El racismo es un fenómeno social de exclusión, que no puede describirse sin la intervención directa o indirecta del Estado debido a la existencia de una matriz ideológica de relaciones asimétricas dominantes del imaginario que se expande a todo el ámbito de la sociedad.

Ciertamente, el racismo no es un conjunto de actitudes y prácticas individuales animadas por determinados afectos, ni sólo una “propiedad estructural del sistema” y acción exclusiva de las clases dominantes y del Estado. Las figuras del racismo en el discurso nacional suelen asociarse con representaciones y prácticas que sustentan determinados actores en diversos espacios de la vida social. El paradigma del Estado omnipresente como aparato de control ideológico y político no reivindicó la acción del sujeto afro-descendiente y se acotó la perspectiva del racismo como instrumento de dominación, el Estado no siempre evidente como actor que incide en su reproducción y difusión.

El Estado interviene institucionalizando ciertos discursos y prácticas de exclusión y no sancionando otras prácticas que adquieren su propia dinámica en campos de relaciones específicos, y contribuyen así, directa o indirectamente a la reproducción de distintas formas de racismo y, en casos “limite”, desplegando su poder para prescindir del Otro. La educación mantiene la proyección mono-cultural y aún no han sustituido los libros de texto que representan al africano marginado del desarrollo económico y la cultura.

De otra parte los medios de comunicación masiva, con su indiscutible poder de disuasión y difusión de valores, exaltan estereotipos negativos de los afro-descendientes sin que el Estado promueva el respeto y la valoración de tales culturas y de sus miembros, en ausencia de una normatividad para las campañas publicitarias dirigidas al turismo internacional, que difunden imágenes del negro(a) y el mulato(a), que lo fijan en el tiempo y exacerban la xenofilia, desvalorizando las identidades étnicas y nacionales.

Los orígenes prístinos del racismo como mecanismo de poder del Estado, para Michel Foucault, comienzan desde que éste asume la gestión de lo biológico y las teorías darwinistas se convierten en una de sus fuentes, todo lo cual conduce a justificar la eliminación del “Otro”. En el caso cubano, este discurso nunca se ha expresado de manera abierta, pero eso no implicó que alcanzara altos niveles de intensidad, como en 1912 o después de 1990.

Por eso, el racismo en sus manifestaciones más destructivas sólo ha sido posible con el uso de la tecnología, la concentración del poder y los recursos del Estado moderno, invariablemente relacionado con experiencias como el nazismo, el apartheid, la segregación y la limpieza étnica, pero de ninguna manera ajeno a la historia de la relación entre el Estado y los afrocubanos a partir de los primeros asientos.


El pensamiento etnocéntrico ha sido una “tendencia general” de la sociedad humana a lo largo de la historia. Los humanos han encontrado excusas para las diferencias de todas clases que han podido surgir entre ellos, para los malos tratos que unos han aplicado a otros; han guerreado por diferencias ideologías, políticas, religiones, razones económicas, sociales, y diferencias sobre el aspecto físico. No existe una sola nación que no esté formada por una mezcla de razas.

Desde fines del siglo XIX las relaciones entre culturas y naciones se han visto envenenadas por las creencias racistas. El racismo designa una creencia cuyos rasgos fundamentales son creer que los humanos se dividen en razas, cuyas importancias antropológicas son decisivas. Acorde con el racismo, las razas contienen características inmutables, y transmiten los caracteres físicos, las aptitudes y actitudes psicológicas, generando todo ello diferencias culturales. Por ello, supuestamente existe una jerarquía de razas, en la cual algunas son superiores a las otras, e implica que la mezcla racial es un proceso de degeneración para las "superiores".

El racismo hunde sus raíces en la xenofobia, el miedo al extraño, una actitud o sentimiento prácticamente innato que encontramos tanto en los animales como en los humanos y así como en los grupos sociales, incluidas las naciones. En pocas palabras, la xenofobia es la desconfianza instintiva hacia el extraño al grupo, percibido a priori, y de forma casi mecánica y automática, como un enemigo potencial. Esta xenofobia, que sin duda se relaciona con los instintos territoriales, no es sin embargo completamente equiparable al racismo, ya que éste no se presenta como un instinto, sino como una teoría. De ahí, de ese impulso innato y primario, a la formulación de doctrinas racistas hay un largo trecho y, en realidad, el racismo como ideología y dogma político no aparece en la historia sino muy recientemente, en el ámbito de lo que llamamos Modernidad.

El fenómeno de la xenofobia, del racismo ha estado presente -como sentimiento racionalizado- más allá de las diferencias entre las clases sociales, sobre todo al encaramarse sobre sentimientos nacionales o religiosos. El racismo es una proyección discursivo de la estructura económica moderna, patriarcal y monoteísta, que instrumentaliza a grupos humanos a partir de supuestos principios genealógicos y de una aparente hegemonía de universalismo. El mundo contemporáneo se mueve en sus relaciones entre grupos culturales diferentes, entre el racismo y el temor al racismo. Todas las expresiones persecutorias tienen que ver, más que nada, con el miedo, que es el denominador común.

Aunque el racismo está completamente desacreditado como doctrina científica y como ideología política, en el pasado se difundió ampliamente apoyada por pensadores tenidos por insignes, a la vez que considerada como plenamente científica. Aunque muchos jamás se han definido como racistas tienen, sin embargo expresan un comportamiento inequívocamente racista cuando conviven con personas de otra raza. Pero todo esto es un estereotipo cultural a partir de ciertos rasgos visibles externos (color de la piel, características del pelo, rasgos faciales, constitución anatómica), que fueron sistematizados por pensadores europeos post-renacentistas, y a los que superpusieron predisposiciones intelectuales e incluso espirituales.

A pesar de que no existe fundamento biológico alguno para determinar las variaciones humanas individuales y culturales que se ha dado en llamar raza; la sociología y la etnología utilizan locuciones y conceptos raciales para afirmar variables sociales que se deben a otros agentes. Así es común leer las expresiones "raza biológica" y "raza social". La auto-identificación individual no es explicable en estos términos. La marginación y percepción de un grupo frente a otro se debe a diferencias culturales y factores políticos e históricos, no a características somáticas. La diferenciación social de cultura, idioma, valores éticos, estructuras socio-familiares se "racializan" para legitimar las exclusiones y la imposibilidad del excluido de controlar su propio discurso racial y su memoria histórica.

La “raza” se convirtió en un sistema de clasificación universal que configuraba todas las instituciones básicas y discursos de la modernidad occidental, así como una mediación básica en las configuraciones de poder, cultura y subjetividad nacionales y locales. Lo que hay en juego aquí no es sólo cómo la “raza” y el racismo construyeron el mundo moderno, sino también cuál fue el universo de mundo que la raza construyó, o cómo las divisiones raciales posibilitaron la producción de culturas expresivas, corrientes intelectuales y movimientos sociales negros.

Tanto las diferencias de sexo no menos que las diferencias de raza son construidas ideológicamente como “hechos” biológicos significativos en la sociedad, naturalizando y legitimando las desigualdades sociales. Las razas son construcciones sociales modernas ideadas por antropólogos y etnólogos, por la cual se han clasificado culturas y poblaciones de espacios geográficos, que explican y legitiman las estructuras sociales, políticas y económicas de poder en tal ámbito. La creencia común considera que las distinciones raciales obedecen a la herencia biológica y que la raza determina la posición socio-económica del individuo. Los códigos raciales por los cuales se encasillan personas y grupos, y que conforman ideologías de poder no responden a circunstancias históricas y sociales específicas, no son universales ni están determinados por la naturaleza ni se pueden corroborar científicamente.

Lo burdo de todas las construcciones de categorización racial es que partieron de los rasgos bio-físicos, para conceder expresión socio-política moderna a imágenes estereotipadas que determinaban lo capaz e incapaz, esenciales para su misma inteligibilidad y normatividad; así, los textos históricos y los académicos sociales entonces santificaron las antiguas prácticas de dominación racial y aportaron las nuevas que concernían a los africanos. Los estudios de comparación entre los negros y los animales serían habituales, del negro adulto con las mismas capacidades que un niño ario, que son proclives a asesinar por su condición genética. No debo apartar de mi análisis que, en éste tipo de estudios, se utilizaba la medición y el peso de los cerebros para determinar la inteligencia que, como es obvio, la inferior siempre es la del hombre de color.

La categorización de una persona como “no negro” no surge naturalmente de la ceguera cromática sino a través de una constante invisibilización de los rasgos fenotípicos negros a nivel micro por medio de la adscripción de la categoría de negro tan solo a quienes tienen tez oscura y cabello rizado. La categoría trigueño, utilizada durante el siglo XIX, resulta clave para entender las categorizaciones raciales, permitía que en los censos, los trigueños pudieran ser clasificados oficialmente como blancos. Progresivamente un número cada vez menor de rasgos fenotípicos pasan a denotar ascendencia africana, hasta llegar a solo dos: el color oscuro y el cabello rizado que deben estar presentes de manera conjunta.

Las clasificaciones raciales y su lógica, en las cuales el negro es un “desaparecido”, sin embargo su presencia opera en la reproducción de las diferencias sociales. Así se indaga sobre la lógica detrás de la construcción de la categoría negro, la lógica de la invisibilización de rasgos fenotípicos tras el discurso de la “blanquitud”, los distintos sentidos de la palabra negro y cómo la clasificación racial incide en el sistema de estratificación social. ¿Querer ser qué? ¿Convertirse en quién? Es una doble identidad, la geográfica y los criterios de pertenencia grupal y distinción con los no-afro; es una búsqueda de la revalorización de la identidad que la sociedad niega, concientemente.

Si el concepto de raza negra es de índole social y no biológica, el racismo sólo tiene como base a la ignorancia y se manifiesta en estereotipos distorsionados. La racialización resultará así una manipulación de la ideología que establece la diversidad humana, y el racismo, la estereo-tipación. Este racismo, como un modo de gestión de principios de inferioridad y de diferenciación, se manifiesta diferente; ya no echa manos a la noción biológica de la raza, sino que establece una construcción socio-cultural adaptada al contexto histórico, en el cual se consolida un sistema de dominio de un grupo que excluye y marginaliza, mediante representaciones socio-cognitivas.

Las razas no tienen características inmutables, y las deficiencias culturales no son trasmitidas genéticamente, ni existen jerarquías por la cual algunas son superiores a las otras y la mezcla no degenera a las "superiores". No existió una raza romana, sino una cultura romana; no hay una raza indoeuropea, sino una lengua y, a grandes rasgos, una cultura indoeuropea; no hay una raza alemana, sino una cultura alemana. La "clásica" clasificación existente de tres razas universales (caucásica, mongólica y negroide) no dispone de real basamento científico; es falso también la existencia de una "personalidad racial", psíquica, o de atributos congénitos de las razas; asimismo, no existe diferencia intelectual entre las mismas.

Frente a esta perspectiva abierta por la biología molecular, toda la supuesta “base científica” del racismo se ha demolido. La publicación reciente del mapa genético por los profesores Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozi y Alberto Piazza, niega toda base científica al racismo. Las modernas técnicas de la genética de poblaciones ha concluido que no hay fundamento científico para clasificar a los humanos en razas pues la diversidad genética, bioquímica y sanguínea entre individuos de una misma "raza" es incluso mayor que la existente entre "razas" consideradas distintas.

El 99,9% de los genes de toda la humanidad son iguales: 99,9 % de blancos, negros, amarillos, o lo que fueran. Las diferencias genéticas sólo son la décima parte del 1 % del ADN total, casi nulo. El código genético demostró que las diferencias raciales prácticamente son insignificantes, pues sólo un 7 % de tales disparidades genéticas tienen que ver con sus orígenes étnicos. Así, la consideración de "raza" es apócrifa y solo responde a consideraciones ideológicas. En esencia no existen razas de humanos, aunque nos vemos enfrentados constantemente el término diferenciador de "raza", en extremo peligroso precisamente por su vaguedad e indefinición.

El concepto de raza biológica impone una determinada estructura histórica y social que excluye las tradiciones culturales y el protagonismo de los grupos locales, una reformulación de categorías raciales como parte de cambios políticos y económicos impuestos. Al definir de tal manera el objeto de estudio no importará su actuación social, su desempeño económico y su creación cultural, estética.

Entre raza, etnicidad y clase, la predominancia asignada a los primeros dos factores oscurece la relevancia del tercero, de la clase social. Para explicar las desigualdades sociales siempre ha sido y es la raza el factor que, pese a estar ocluido y poco enunciado, es el que “legitima” los privilegios y el poder por un lado, y “explica” la pobreza y la impotencia social por el otro, pues se halla implícito en las cualidades, los modelos y los valores del discurso hegemónico. Para superar tal marginalidad teórica, sobre todo en el aspecto de raza, es necesario entonces combinar los fines reconstructivos de la teoría normativa con los interpretativos y explicativos de los estudios de base empírica y fines prácticos de la crítica social y política. El anti-totalitarismo tendrá que abandonarse y estudiarse de nuevo el problema clásico de la tiranía; necesitamos conceptos políticos aplicables universal e internacionalmente.

Así, durante los años iniciales del siglo XX, lord Bryce declaró en una conferencia en la Universidad de Oxford, que a su parecer uno de los problemas más apremiantes del mundo moderno era el de las relaciones entre las razas avanzadas y atrasadas de la Humanidad;

La historia de los últimos siglos está plagada de persecuciones y humillaciones que fueron llevadas a cabo en contra de humanos considerados "diferentes": judíos, gitanos, africanos, minorías étnicas, nacionales o religiosas. La esclavitud se identificó con el negro hasta producir la sinonimia, dándose un giro racial a lo que era un fenómeno económico. En palabras de Eric Williams: "La esclavitud no nació del racismo; por el contrario, el racismo fue la consecuencia de la esclavitud. La fuerza del trabajo esclavo del Nuevo Mundo fue mestiza, negra y amarilla; fue católica, protestante y pagana".

En el “contexto de aplicaciones” entre la teoría ideal y no-ideal, muchos no desean poner en riesgo su pertenencia a la sociedad blanco-hegemónica, defendiendo la igualdad y equidad racial y tradicionalmente en nuestra sociedad, la desvalorización y difamación de individuos con características físicas o valores grupales supuestamente diferentes es un recurso para obtener el reconocimiento de pertenencia al medio. Así, los mulatos, al resultar el estamento que trata de verse aceptado en el grupo dominante, cuyo vínculo es el de la raza, optan por discriminar, necesitan marcar la diferencia con los discriminados. Y, los blanco-europeos, retroalimentan su hegemonía y reafirman su supuesta superioridad con la pertenencia a un círculo común, mediante la discriminación.

De la bio-raza a la bio-política

Así, el racismo clásico tendría como locus exegético a las teorías deterministas del darwinismo, de las leyes mendelianas de la herencia. El tratamiento igualitario de todos los ciudadanos frente a la ley no significaría, por mucho, la inexistencia de discriminaciones sociales. El racismo se practicaría entonces con otras connotaciones: limpieza étnica, apartheid, fundamentalismos, guerras culturales. El racismo de la diferencia cultural desempeñaría el mismo papel que el racismo de la inferioridad natural.

La reproducción de las ideologías y las prácticas racistas se manifestarán en la inferioridad asignada, en la aculturación, en la identidad regional. Se enfatiza la superioridad cultural en nombre de la pureza e inmutabilidad, que se ejerce contra conjuntos humanos definidos por su nacionalidad, religión, etnicidad. Así, comparece la discriminación en los derechos legales de riqueza o autoridad por razón de raza o religión; de ahí el énfasis en los programas compensatorios a favor de determinados colectivos, mujeres, minorías étnicas.

Los teóricos racistas sostienen que los "caracteres raciales" se heredan y no son influidos por las condiciones externas de vida (la alimentación, el clima) y se transmiten sin modificaciones a la descendencia. Al considerar estos autores a la raza como un resultado de la evolución, la garantía del porvenir reside en que la capa dominante de una nación eluda el caos racial y aplique una higiene racial correspondiente. El sofisma de los teóricos racistas es que parten de suposiciones que no pueden comprobarse

Lo deficiente de nuestros conocimientos sobre los procesos internos de la herencia no nos autoriza a decir si hubo o no razas originarias. Las razas puras no se encuentran hoy en parte alguna y no han existido nunca. Todos los pueblos representan una mezcla de todas las razas posibles, en términos de gradación. El concepto de raza es de naturaleza biológica artificialmente creada, el cual no define algo inmutable, sino en permanente circulación, en continuo cambio.

Los caracteres especiales de las diversas razas han sido adquiridos. Los cuatro grupos de sangre se encuentran en todas las razas. Se puede lograr artificialmente, mediante experimentos, la producción de nuevas razas, de lo que se desprende que los caracteres físicos no son inmutables y que un cambio posible aun sin un cruce de razas. Además, toda fecundación es propiamente un cruzamiento, aun dentro de la misma raza, porque no hay individuos completamente iguales; por tal, en todo proceso de fecundación comparecen resultados muy diversos. Al ser la comparecencia de los factores hereditarios físicos de manera geométrica, en pocas generaciones se borra el patrón original debido a las infinitas combinaciones, lo que desdice la "homogeneidad racial".

Es discutible si el racismo expresa la crisis de la modernidad incapaz de asocial el progreso con la identificación nacional, es decir, con la desintegración de la idea iluminista de nación. Tanto Immanuel Wallestein como Etennie Balibar consideran que el racismo es producto del coloniaje europeo, del industrialismo, y la comparecencia del nacionalismo forjador del Estado moderno. Para otros críticos la idea racial es consustancial con la cultura de Occidente, que inventa la noción de raza.

No ha sido suficiente la condena a los holocaustos del siglo XX a manos de regímenes totalitarios, y la acción legislativa de organismos internacionales para extirpar el racismo y sus múltiples expresiones: xenofobia, discriminación, intolerancia, prejuicio, exclusión, etcétera. El racismo es la "incapacidad de algunas personas para enfrentarse a la diferencia. El estatuto teórico racista no sólo envuelve el vinculado al campo bio-físico, o a supuestos atributos intelectuales, existen, además prácticas sociales que conducen a inferiorizar y excluir al otro. El espacio empírico del racismo incluye los prejuicios, la discriminación, la segregación, la exclusión, la supuesta racionalidad de las acciones y la violencia simbólica.

Sin ejercer el poder, el racismo pierde trascendencia. Al estar incrustado en las relaciones de poder formula una ideología que legitima y reproduce la hegemonía; logra, mediante la categorización y clasificación, el rol pasivo del otro; se impone una concepción que divide la sociedad en superiores e inferiores. Al establecer la relación de superioridad-inferioridad, al irrumpir en la esfera política, deja de ser una doctrina para tornarse en la ideología del poder. Nada impide, entonces la construcción imaginaria del origen nacional. Estos mitos fundacionales racistas, imponen en una sola imagen por encima de los otros factores que constituyen la cultura nacional.

La búsqueda de la homogeneidad nacional del espacio nacional y cultural, la concepción de la nación como una realidad inmutable y cuasi eterna, promueve códigos y relaciones de identidad excluyentes racistas. Mito e ideología legitiman la segregación del “otro”, privándole de toda humanidad al naturalizarlo y estigmatizarlo. En esta dimensión imaginaria de la diferencia quedar como “minoría” (no necesariamente numérica) implica que no se ejerce o comparte el poder, contrario al grupo mayoritario que sí ejerce el poder político, económico e ideológico, además del acceso o control del aparato estatal

El nacionalismo político y cultural delimitó al Estado dentro de una nación cultural; pero en muchos de ellos quedaron inmersos otras nacionalidades y grupos étnicos en calidad de subordinados. El nacionalismo occidental, al construir jerarquías excluyentes y racistas no es más ni menos "civilizado" que los orientales. El derecho a la diferencia y a la diversidad cultural, como legitimador de la xenofobia, es utilizado contra la coexistencia entre diversas culturas para evitar la mezcla.

Se buscaría que además de participar de manera racional-instrumental en el Estado, el ciudadano lo hiciera también de la mitológico-ritual de la nación para lograr su realización. Se ha hecho un karma la idea de que la identidad nacional implica estabilidad política, lealtad a la nación; quienes no forman parte de tal “identidad” resultan elementos desestabilizadores. Así, la soberanía estaría quebrantada por los límites a la integración de todos los grupos étnicos. Los racistas con el control estatal y preeminencia ideológica intentan mantener el territorio que ocupan, o por el hecho de que lo han ocupado desde tiempos remotos. El problema estriba cuando el discurso nacionalista es invocado contra sectores poblacionales que desean mantener sus propias culturas frente a la discriminación de la hegemónica, camino que puede desembocar en la violencia.

La noción de "raza" lleva a la estatalización de lo biológico como tecnología del poder, al racismo de Estado o la bio-política, la cual con un programa de higiene pública se atribuye funciones de la soberanía como el derecho sobre la muerte, y la normación de la población. Así, defiende al "conjunto" de los peligros contaminantes internos, del adversario que es ahora biológico. De allí que para Foucault la especificidad del racismo no es del orden de las mentalidades e ideologías sino que está ligada a la tecnología del poder como "mecanismo que permite el ejercicio del bio-poder.

Al ser el objeto de la decisión política el material biológico un asunto de Estado, no del sujeto o del ciudadano, se introduce la violencia al aparato jurídico y se define una bio-política en la vida de las poblaciones como control coactivo para inmunizarla de los peligros: la tanato-política. Pero es una inmunidad como cara negativa del bio-poder en la medida en que refiere a la exención, a la dispensa de la condición comunitaria pues interrumpe el circuito social de la donación recíproca, un paradigma portador de un carácter histórico y reversible, que marca a la política de Occidente desde su origen. Entonces, el racismo es aceptado para legitimar la aniquilación normada y regulada, como metafísica de la muerte del "otro". Para ello no es necesario abordar las figuras de las morales de la tolerancia o de la hermenéutica de la comprensión, puesto que ellas pertenecen a la incomprensión de un poder con un proyecto genealógico.

Es la comunión de derecho y violencia lo que ubica a esta última fuera del derecho, y por tal peligrosamente fundadora de derecho. Al normar la vida a partir de la raza, esta queda como un estatuto meramente biológico que puede ser suprimido, sobre todo porque su defensa (la del blanco hegemónico) se transforma en el "criterio último" de legitimación del poder. Pero la bio-política va más allá, puesto que para poder "eliminar" a la vida, tiene que despojarla de cualquier categoría cultural civilizadora (el negro primitivo) y pregona la prevención de la amenaza (la eugenesia o limpieza racial), para lo cual se formulan medidas profilácticas que se anticipan a la sentencia de culpabilidad (características criminales), soslayando la culpa efectiva.

La discriminación, la segregación o las demandas de seguridad hegemónica fundadas en la dureza penal y la selectividad del carácter de víctima hace que al afro-descendiente no se le juzga porque sea culpable, sino que ya de antemano es culpable y por tanto es materia juzgable y condenable. La abrumadora carga destructiva que atañe a tal política, como lo ilustra la revulsiva represión contra los miembros del PCI, casi todos negros mambises orientales, hacen que en la filosofía política o la teoría social propugnada por la élite blanco supremacista cubana, la relación entre vida y política se reduzca a una apropiación violenta de la primera por parte de la segunda, bajo el paradigma de una soberanía, relacionado con los procesos biológicos y la conservación de la raza blanca en el del bio-poder.

La historicidad y el carácter contingente y no ineluctable de dicha relación de preservación y auto-protección, es una tecnología de poder que tiene como objetivo y como objetivo la vida, que ejerce el derecho de matar y la función homicida, al retroceder el poder soberano. El imperativo de muerte, en el sistema de bio-poder supuestamente tiende a la victoria, a la eliminación del peligro biológico. Con la acepción de raza y racismo se normaliza la aceptación del homicidio (físico, político o la expulsión) al funcionar el Estado sobre la base del bio-poder. El racismo, entonces, separa lo que debe vivir y lo que debe morir, mediante la jerarquización y la calificación de razas como buenas y malas. La muerte del otro, la muerte de la mala raza, de la raza inferior.

La muerte del otro equivale al reforzamiento biológico de la raza hegemónica, ubicando al racismo no como una mentalidad o ideología, sino con la técnica del poder, con el funcionamiento de un Estado obligado a valerse de la purificación de la raza para ejercer su poder soberano. El nazismo es un claro ejemplo de racismo de Estado. Pero este juego está inscrito en el funcionamiento del Estados moderno, ya sea capitalista o socialista.

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Retratos de fusilados por el Castrismo - Juan Abreu

"Hablame"

"EN TIEMPOS DIFÍCILES" - Heberto Padilla

A aquel hombre le pidieron su tiempo

para que lo juntara al tiempo de la Historia.

Le pidieron las manos,

porque para una época difícil

nada hay mejor que un par de buenas manos.

Le pidieron los ojos

que alguna vez tuvieron lágrimas

para que contemplara el lado claro

(especialmente el lado claro de la vida)

porque para el horror basta un ojo de asombro.

Le pidieron sus labios

resecos y cuarteados para afirmar,

para erigir, con cada afirmación, un sueño

(el-alto-sueño);

le pidieron las piernas

duras y nudosas

(sus viejas piernas andariegas),

porque en tiempos difíciles

¿algo hay mejor que un par de piernas

para la construcción o la trinchera?

Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,

con su árbol obediente.

Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.

Le dijeron

que eso era estrictamente necesario.

Le explicaron después

que toda esta donación resultaria inútil.

sin entregar la lengua,

porque en tiempos difíciles

nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.

Y finalmente le rogaron

que, por favor, echase a andar,

porque en tiempos difíciles

esta es, sin duda, la prueba decisiva.

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La columna de Cubanalisis

NEOCASTRISMO [Hacer click en la imagen]

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¨Saturno jugando con sus hijos¨/ Pedro Pablo Oliva

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Carta desde la carcel de Fidel Castro Ruz

“…después de todo, para mí la cárcel es un buen descanso, que sólo tiene de malo el que es obligatorio. Leo mucho y estudio mucho. Parece increíble, las horas pasan como si fuesen minutos y yo, que soy de temperamento intranquilo, me paso el día leyendo, apenas sin moverme para nada. La correspondencia llega normalmente…”

“…Como soy cocinero, de vez en cuando me entretengo preparando algún pisto. Hace poco me mandó mi hermana desde Oriente un pequeño jamón y preparé un bisté con jalea de guayaba. También preparo spaghettis de vez en cuando, de distintas formas, inventadas todas por mí; o bien tortilla de queso. ¡Ah! ¡Qué bien me quedan! por supuesto, que el repertorio no se queda ahí. Cuelo también café que me queda muy sabroso”.
“…En cuanto a fumar, en estos días pasados he estado rico: una caja de tabacos H. Upman del doctor Miró Cardona, dos cajas muy buenas de mi hermano Ramón….”.
“Me voy a cenar: spaghettis con calamares, bombones italianos de postre, café acabadito de colar y después un H. Upman #4. ¿No me envidias?”.
“…Me cuidan, me cuidan un poquito entre todos. No le hacen caso a uno, siempre estoy peleando para que no me manden nada. Cuando cojo el sol por la mañana en shorts y siento el aire de mar, me parece que estoy en una playa… ¡Me van a hacer creer que estoy de vacaciones! ¿Qué diría Carlos Marx de semejantes revolucionarios?”.

Quotes

¨La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellaní­a de nadie¨ - Marti

"No temas ni a la prision, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo"
-
Giacomo Leopardi

¨Por eso es muy importante, Vicky, hijo mío, que recuerdes siempre para qué sirve la cabeza: para atravesar paredes¨Halvar de Flake [El vikingo]

"Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir" - Lorca

"Al final, no os preguntarán qué habéis sabido, sino qué habéis hecho" - Jean de Gerson

"Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie" - Giuseppe Tomasi di Lampedusa

"Todo hombre paga su grandeza con muchas pequeñeces, su victoria con muchas derrotas, su riqueza con múltiples quiebras" - Giovanni Papini


"Life is what happens while you are busy making other plans" - John Lennon

"Habla bajo, lleva siempre un gran palo y llegarás lejos" - Proverbio Africano

"No hay medicina para el miedo" - Proverbio escoces

"El supremo arte de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar"
- Sun Tzu

"You do not really understand something unless you can explain it to your grandmother" - Albert Einstein

"It is inaccurate to say I hate everything. I am strongly in favor of common sense, common honesty, and common decency. This makes me forever ineligible for public office" - H. L. Menken

"I swore never to be silent whenever and wherever human beings endure suffering and humiliation. We must always take sides. Neutrality helps the oppressor, never the victim. Silence encourages the tormentor, never the tormented" - Elie Wiesel

"Stay hungry, stay foolish" -
Steve Jobs

"If you put the federal government in charge of the Sahara Desert , in five years ther'ed be a shortage of sand" - Milton Friedman

"The tragedy of modern man is not that he knows less and less about the meaning of his own life, but that it bothers him less and less" - Vaclav Havel

"No se puede controlar el resultado, pero si lo que uno haga para alcanzarlo" -
Vitor Belfort [MMA Fighter]

Liborio

Liborio
A la puerta de la gloria está San Pedro sentado y ve llegar a su lado a un hombre de cierta historia. No consigue hacer memoria y le pregunta con celo: ¿Quién eras allá en el suelo? Era Liborio mi nombre. Has sufrido mucho, hombre, entra, te has ganado el cielo.

Para Raul Castro

Cuba ocupa el penultimo lugar en el mundo en libertad economica solo superada por Corea del Norte.

Cuba ocupa el lugar 147 entre 153 paises evaluados en "Democracia, Mercado y Transparencia 2007"

Cuando vinieron

Cuando vinieron a buscar a los comunistas, Callé: yo no soy comunista.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, Callé: yo no soy sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos, Callé: yo no soy judío. Cuando vinieron a buscar a los católicos, Callé: yo no soy “tan católico”.
Cuando vinieron a buscarme a mí, Callé: no había quien me escuchara.

Reverendo Martin Niemöller

Martha Colmenares

Martha Colmenares
Un sitio donde los hechos y sus huellas nos conmueven o cautivan
Bloggers Unite

CUBA LLORA Y EL MUNDO Y NOSOTROS NO ESCUCHAMOS

Donde esta el Mundo, donde los Democratas, donde los Liberales? El pueblo de Cuba llora y nadie escucha.
Donde estan los Green, los Socialdemocratas, los Ricos y los Pobres, los Con Voz y Sin Voz? Cuba llora y nadie escucha.
Donde estan el Jet Set, los Reyes y Principes, Patricios y Plebeyos? Cuba desesperada clama por solidaridad.
Donde Bob Dylan, donde Martin Luther King, donde Hollywood y sus estrellas? Donde la Middle Class democrata y conservadora, o acaso tambien liberal a ratos? Y Gandhi? Y el Dios de Todos?
Donde los Santos y Virgenes; los Dioses de Cristianos, Protestantes, Musulmanes, Budistas, Testigos de Jehova y Adventistas del Septimo Dia. Donde estan Ochun y todas las deidades del Panteon Yoruba que no acuden a nuestro llanto? Donde Juan Pablo II que no exige mas que Cuba se abra al Mundo y que el Mundo se abra a Cuba?
Que hacen ahora mismo Alberto de Monaco y el Principe Felipe que no los escuchamos? Donde Madonna, donde Angelina Jolie y sus adoptados around de world; o nos hara falta un Brando erguido en un Oscar por Cuba? Donde Sean Penn?
Donde esta la Aristocracia Obrera y los Obreros menos Aristocraticos, donde los Working Class que no estan junto a un pueblo que lanquidece, sufre y llora por la ignominia?
Que hacen ahora mismo Zapatero y Rajoy que no los escuchamos, y Harper y Dion, e Hillary y Obama; donde McCain que no los escuchamos? Y los muertos? Y los que estan muriendo? Y los que van a morir? Y los que se lanzan desesperados al mar?
Donde estan el minero cantabrico o el pescador de percebes gijonese? Los Canarios donde estan? A los africanos no los oimos, y a los australianos con su acento de hombres duros tampoco. Y aquellos chinos milenarios de Canton que fundaron raices eternas en la Isla? Y que de la Queen Elizabeth y los Lords y Gentlemen? Que hace ahora mismo el combativo Principe Harry que no lo escuchamos?
Donde los Rockefellers? Donde los Duponts? Donde Kate Moss? Donde el Presidente de la ONU? Y Solana donde esta? Y los Generales y Doctores? Y los Lam y los Fabelo, y los Sivio y los Fito Paez?
Y que de Canseco y Miñoso? Y de los veteranos de Bahia de Cochinos y de los balseros y de los recien llegados? Y Carlos Otero y Susana Perez? Y el Bola, y Pancho Cespedes? Y YO y TU?
Y todos nosotros que estamos aqui y alla rumiando frustaciones y resquemores, envidias y sinsabores; autoelogios y nostalgias, en tanto Louis Michel comulga con Perez Roque mientras Biscet y una NACION lanquidecen?
Donde Maceo, donde Marti; donde aquel Villena con su carga para matar bribones?
Cuba llora y clama y el Mundo NO ESCUCHA!!!

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