Emilio Ichikawa
Imaginemos que uno de los tantos plebiscitos solicitados a Fidel Castro en los años ’80-’90 se hubiera realizado. Que hubiera accedido someterse a elecciones; como por ejemplo demandaron el político español Felipe González y el escritor Reinaldo Arenas.
Imaginemos que Fidel Castro hubiera perdido esos comicios, salido al exilio y que tras las noticias de su derrota electoral, las masas cubanas henchidas de entusiasmo se hubieran tirado a las calles a dar vivas al nuevo Presidente cubano: “Electo en las urnas directamente, después de la oscura noche del comunismo”.
Imaginemos que ocho años después Fidel Castro regresa a Cuba y da un golpe de estado revolucionario y, al proclamarse victorioso por la TV, las masas cubanas henchidas de entusiasmo salen a las calles a dar vivas al hombre fuerte y austero que pondrá a fin a casi una década de libertinaje, amoralidad, “corrupción administrativa” y declive de la soberanía y el patriotismo cubano.
Creo que no será muy difícil imaginar esta situación, pues de hecho no es totalmente inédita en la historia de Cuba: Después de salir del poder en 1944, Fulgencio Batista y Zaldívar regresó como hombre fuerte el 10 de marzo de 1952 y fue aclamado por amplios sectores de la sociedad (civil) cubana del momento y por la prensa.
No lo cuentan mucho los historiadores, pero la música popular sí. Especialmente una guaracha de Luis Plá titulada “El madrugón” interpretada por el trío de Servando Díaz. Quien la quiera escuchar o comprar puede visitar la Tienda de Santana (un empresario y melómano cubano), ubicada en la 7 St. y la 30 ave del NW de Miami.
“¡Figúrese usted!”, dice la letra de la canción, si “el hombre / se metió en Columbia”, no queda otra que volver a apuntarse al mulato. Por eso fue que “En la república entera / se formó la cambiadera / y yo también me cambié”. La gente se volvió a apuntar entusiastamente al hombre fuerte “Porque si sigo comiendo bolita / y no digo que viva… / y no digo que viva…”, se queda fuera del pastel. Así que se fueron rápido a “cambiar la chapita” otra vez para Batista, puesta en el “cola de pato”: “La chapita que decía: pa` presidente fulanito”.
Ningún pueblo debe acomplejarse por caer en estas sinuosidades para sobrevivir; sobre todo si cuenta con una clase política tan ambiciosa como mediocre. Algo que decía el recién fallecido sagüero José Ignacio Rasco. Y es importante no avergonzarse de eso porque es la premisa moral que luego permitirá hablar de ello con franqueza y no estar inventando leyendas de resistencias y dignidades donde no va. Y donde incluso no son necesarias.
El punto es que las historias que se están fabricando dentro y fuera de la isla insisten en una voluntad de ser libre en el cubano que no cuadra con la disposición a obedecer que nos ofrece el día a día. El cubano ha terminado por reducir la valentía al uso público de un lenguaje pseudo-marginal tan agresivo como manso. Exasperante y dominable.
Específicamente en lo referido a la memoria cubana que se factura en Miami, hay cosas que no cuadran; que no ayudan a entender la evidencia de la mansedumbre general. Por si fuera poco los intelectuales, periodistas y escritores cubanos no generan “conceptos emancipadores” que suelten las conductas del amarre virtual. Más bien adoptan nociones disciplinantes como las de “éxito” y “confiabilidad”.
Hay en el Miami cubano personas que intentando copiar la experiencia sudafricana (con Obispo Tutu y Presidente Mandela incluidos) suelen tratar como conceptos mutuamente implicados los de “memoria” y “verdad”. No es correcto: Se puede recordar o “memorizar” mentirosamente. Uno de los efectos más visibles de la enorme cantidad de discurso sobre Cuba que emitimos diariamente en Internet, es el acrecentamiento del volumen de “memoria” que fijamos, en proporción directa con la cantidad de mentiras y medias verdades que contiene.
En principio, esto no obedece a una natural (perversa o morbosa) disposición del cubano a la falsificación. Seguramente se debe, entre otras cosas, a que dos de las principales opciones que ha tenido el cubano para existir, el exilio/emigración y la revolución unitaria/homogeneizadora, son contextos propiciadores de una tergiversación de lo Real como un mecanismo de sobre vivencia. Se trata sencillamente del cambio de trino y de plumaje, del camuflaje, para adaptarse mejor. Es decir, para “obedecer” al medio y a quien dispone del medio.
De ahí que el género testimonial poco nos sirva realmente para entender la realidad histórica “inmediata” de la nación cubana. Un paisano que ha tenido que callar o compartir retórica para “escapar”, y un exiliado/emigrado que tiene que edulcorar la percepción de sí mismo para consolidarse en un país extranjero, no pueden generar confesiones creíbles. Entrevistas, biografías, memorias; incluso documentos como fotos, certificados y cartas son amañados para hacerse un lugar en una historia allanadora de singularidades.
-FOTO: En johnfenzel.typepad.com
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