No disparen. Soy Che Guevara, valgo más vivo que muerto, dijo en la Quebrada del Yuro al verse rodeado. No era lo que se esperaba de un “guerrillero heroico” que sería convertido en mito (y negocio) mundial.
De cuentos y leyendas sobre Guevara viven hoy la izquierda carnívora, académicos románticos, populistas, farsantes, demagogos y, claro, los “revolucionarios”. Además,
vendedores de camisetas, sellitos de solapa, pósters, libros, fotografías, filmes, y canciones cursis. Y también capitalistas de pura raza, fabricantes de automóviles, vendedores de telefonía celular, que intentan ganar dinero con la imagen de quien, de haber podido, los hubiera fusilado, simplemente por ser capitalistas.
El mito nació en La Habana, cuando Fidel Castro hizo pública la carta que Guevara le escribiera al marchar a la aventura africana. Al darla a conocer, cerraba las posibilidades de un regreso público a Cuba, y se quitaba de encima un engorroso aliado que ponía en peligro los
subsidios y la “solidaridad” hacia el castrismo por parte de la Unión Soviética y sus satélites de Europa oriental, a quienes Guevara criticaba ácidamente, no desde posiciones democráticas o liberales, por supuesto, sino desde el más rancio trotskismo trasnochado.
Y el mito creció más todavía tras su captura y ejecución en Bolivia, su segundo fracaso “internacionalista”. Aquel país no era destino, sino tránsito hacia Argentina, donde pretendía asentarse la guerrilla, lo que explica la zona tan inhóspita donde se movió su grupo en tierra boliviana. Fallos específicos en el aseguramiento y apoyo externo a su guerrilla hicieron imposible el eventual paso hacia Argentina. Si tales desaciertos fueron fortuitos o inducidos desde La Habana por “quien tu sabes” solamente podrá conocerse en un futuro con archivos abiertos al público, y nadie debería sorprenderse si se entera que desde Cuba le dieron un empujoncito al destino final de la guerrilla en Bolivia.
¿Hay bases objetivas, más allá de una fabulosa y efectiva campaña de propaganda, para
sostener el mito? ¿Fue realmente Che Guevara ejemplo de algo en su vida? Algunos dirán que sí, otros que no, dependiendo más del espectro ideológico que de razones específicas.
Cada cual interpreta el tema como considere apropiado, y todos tienen derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos, que son objetivos y no dependen de lo que piense cada uno. Un crudo enfrentamiento de puntos de vista antagónicos no contribuye nada más que a exacerbar pasiones y agrias discusiones. Así que, más que pretender establecer juicios de valor sobre el tema, tal vez sería mejor destacar algunos aspectos de la biografía del fracasado guerrillero que permitan analizar sus actividades y resultados reales a lo largo de su relativamente corta vida.
Para no ir a los extremos, se le puede conceder la convicción de predicar con el ejemplo, en ocasiones excesivamente, pero con mucha más moral en su conducta personal que Fidel Castro y el resto de la camarilla. Como combatiente, nadie le señala cobardía o exceso de precauciones: en la Sierra Maestra, el Congo y Bolivia estuvo en primera fila, compartiendo peligros, combates, guardias, comida, tabacos y esfuerzos, como el que más. Para denigrarlo dicen que en Argentina le llamaban “el chancho” por su poca afición a bañarse. No interesa si
es cierto o no, eso no define a un personaje como él.
Como estudiante es difícil juzgarlo. Dicen que se graduó de médico en Argentina, pero nadie ha visto título que le acredite como tal. Como esposo y padre, puso a la familia en lugar secundario: dos esposas y varios hijos quedaron detrás, una cuando fue hacia Cuba en el Granma, y la otra y los hijos después, al irse al Congo y Bolivia. Hay quienes ven heroicidad en eso; otros, desinterés.
Como teórico no adivinó. Ni sobre la guerra de guerrillas ni mucho menos sobre economía. Cada vez que se organiza algún evento sobre “el pensamiento económico del Che”, no bastan ni los mayores birlibirloques teóricos ni malabarismos de Mandrake el Mago para mostrar algo útil. Y de sus estudios sobre “la experiencia soviética” no hay nada más que menciones a lecturas mal interpretadas del soviético Liberman, la fantasía de pretender adaptar las experiencias de corporaciones de vanguardia americanas a la locura cubana de las empresas consolidadas, y una veleidosa discusión “teórica”, donde sus estrellas de Comandante aplastaban a sus antagonistas mucho más que sus escasas ideas y absurdas propuestas.
Como ingeniero social, demasiado ruido, pero sin nueces: su famoso “hombre nuevo”, para cuyo logro clamaba por enormes sacrificios y esfuerzos supremos, ha terminado en algo tan simple, burdo y bochornoso como el “asere que volá”.
Como estratega mostró muy poco: creer realmente que podría desarrollar en el entonces Congo Belga una guerrilla “antiimperialista” dirigida por un blanco y una pandilla de corruptos
del Consejo Nacional de Liberación del Congo, es de alucinado. Pretender ofrecer a los bolivianos, aunque estuviera de paso, una reforma agraria donde pocos años antes ya se había realizado una, y apoyarse en unos cuantos comunistas y trotskistas bolivianos, que no representaban ni a sus propias familias, para intentar una revolución, es de lunático o de alguien que se cree más allá del bien y del mal. Y lo de crear dos, tres, muchos Vietnam, se fue a bolina: hace rato que los vietnamitas mantienen excelentes relaciones con Estados Unidos.
¿Como guerrillero? En el Congo y Bolivia fracasó estrepitosamente. El gobierno cubano destaca como sus mayores méritos la invasión a Las Villas, donde el desmoralizado ejército batistiano no hizo demasiado por detenerlo, y la captura del tren blindado, que quizás ya estaba negociada antes que empezaran los combates. Una vez más, solamente el futuro permitirá saber exactamente cuánto vale la estrategia guevarista en este tema.
Sus detractores señalan que en La Cabaña fusiló a diestra y siniestra, sin las más mínimas garantías procesales. Sus apologistas hablan de justicia revolucionaria, castigo a asesinos y torturadores. Como ocurre casi siempre, la verdad estaría entre uno de esos extremos.
Al final de su vida, en la Quebrada del Yuro, volvió a equivocarse: ha valido mucho más muerto que vivo. Pregúntenle a quienes lucran con su imagen.
Entonces, vale repetirse la pregunta inicial: ¿Hay bases objetivas, más allá de una fabulosa y efectiva campaña de propaganda, para sostener el mito?
Yo simplemente planteo la interrogante.
Los lectores tienen la palabra.
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