Alejandro Armengol
La relación entre el exilio de Miami y la actual oposición en Cuba requiere de un análisis que contenga pero no se limite a la efectividad dentro de los intentos por lograr la democracia en la isla, y en primera instancia una mejora de los derechos humanos.
Medir el avance de esta oposición –que incluye formas y objetivos diversos dentro de una actitud general de rechazo al régimen– por los cambios que, gracias a ella, ha experimentado la sociedad cubana en los últimos años, es abordar el problema con una visión parcializada.
En primer lugar debido al hecho de que muchos de estos cambios no son debidos a la oposición sino puestos en práctica en un desarrollo paralelo a ésta. En segundo porque esta misma oposición, que reclama su participación para lograr estos cambios, al mismo tiempo los disminuye o desestima, al catalogarlos de “cosméticos”, dentro de una retórica que le es necesaria para justificar su presencia: admitir que, aunque sea de forma parcial, algunas de sus quejas anteriores ya han sido resueltas: liberación de los prisioneros de la “Primavera Negra”, posibilidad de entrar y salir del país, eliminación del bloqueo a blogs y sitios en internet, ampliación del trabajo por cuenta propia y el permiso a la contratación de personal por empleadores privados en determinadas categorías.
Pero por encima de estos aspectos, hay otro que no por evidente deja de contener una serie de aristas polémicas al tomarlos en consideración: la oposición cubana se define no solo en su circunstancia insular sino en su relación internacional.
Para opositores y exiliados, la forma más fácil de resolver esta cuestión es argumentar que, a mayor apoyo internacional, más pierde en prestigio el régimen castrista; mayor protección tienen quienes son reprimidos arbitrariamente dentro de la isla –ya sea mediante detenciones temporales, actos de repudio y acoso, entre otros medios– y también aumentan las posibilidades de la condena del régimen en los foros internacionales.
Sin embargo, este argumento contiene puntos débiles, que dificultan sea esgrimido sin la mejor duda, salvo cuando obedece a motivos políticos elementales.
Por demasiadas décadas, la sustentación de los vínculos económicos del régimen ha estado edificada sobre fundamentos que no guardan relación ni con la democracia ni con los derechos humanos, sino con factores gubernamentales en donde este factor ocupa un lugar secundario o no se toma en cuenta. El embargo estadounidense puede ostentar un récord de permanencia, pero poco que alegar en cuanto a efectividad.
Así que, en última instancia, los logros de la oposición y el exilio en este terreno se limitan en muchos casos a la obtención de gestos, que también pueden ser catalogados de cosméticos.
Lo anterior no debe llevar a desconocer u opacar lo que sí constituye el mayor logro de esa oposición pacífica en la esfera internacional, y es la denuncia de los atropellos que a diario comete el régimen de La Habana. Aquí sí ha ido en aumento la eficacia opositora –en parte al aumento de quienes se dedican a esta actividad y en parte gracias a los avances tecnológicos.
Como en lo fundamental el otorgamiento de la categoría opositora viene dictado no solo por la labor en sí, sino por lo que determinan La Habana y Washington, los parámetros para medir la efectividad en muchos casos son ajenos a una incidencia dentro de la situación en la isla, y responden más bien a una repercusión externa.
Raúl Castro ha logrado un difícil equilibrio entre represión y reforma. Lo ha hecho dilatando la segunda y modificando la primera sin que pierda su naturaleza de mantener el terror. Que ese avance se deba a circunstancias específicas no disminuye el hecho de que sea real.
Esta situación de transformación limitada en la isla –con modificaciones económicas decretadas por un gobierno que en Miami se detesta y rechaza, pero contra el cual se puede hacer poco– presenta un nuevo problema para el llamado exilio de “línea dura” de esta ciudad: ¿cómo responder a una situación cada vez más alejada de la ideología que la sustentó durante tantos años y que se sostiene con el apoyo de las circunstancias del momento?, ¿cómo hacer frente al sainete, que ha resultado tan exitoso como la epopeya?
Si hasta el momento es difícil valorar la repercusión que a la larga tendrán en la isla las visitas de los disidentes a diversos países (de momento se puede decir que nula), es posible que estos viajes tengan logros meritorios en conseguir en Miami un mayor acercamiento a la realidad cubana. Aunque existe el peligro de que al final se imponga una actitud complaciente –e incluso mimética.
Entonces todo queda reducido en la incorporación de nuevos elementos al viejo ejercicio de vender la ilusión, que en esta ciudad ha resultado en buenos dividendos económicos para unos pocos. No hay que afirmar que así será. Tampoco es bueno desestimar de entrada la tentación de la complacencia.
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