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La guerra de los diez años sorprendió a estos migrantes en Cuba y se sumaron a las huestes libertadoras. Muchos de ellos se mezclaron con españoles, con negros y hasta con mulatos. De ahí nació el chino-cubano.
Las relaciones entre los gobiernos de Cuba y China se han mantenido por años con más bajas que altas; pero desde hace algún tiempo las cosas andan sobre ruedas. Varios dirigentes cubanos usan autos marca Geely, modelos que también utilizan las tropas automotrices de la PNR y el G2. La muy kitsch progenie cubana, incursiona en lo que cree nueva ruta y va de compras a Hong Kong, expertos en temas sociales intercambian criterios de “cambio” con cierta regularidad, empresarios de ambos países firman contratos galácticos, y delegaciones de alto nivel se visitan con tal gusto que hasta el presidente cubano le cantó a Hu Jintao en mandarín.
El nuevo negocio subrepticio es “la solidaridad” con grupos de chinos que aterrizan en la isla con la regularidad que cae el agua por tubería rota, constante y a gotas, estimulando resortes del mercado negro que mueve la bien engarzada cadena de la economía subterránea.
Algunos arrendatarios autorizados, aseguran que “los narras” son clientes muy tranquilos, no llevan jineteras a casa y apenas salen de la habitación. No hacen turismo, no van a la playa, no compran maracas ni visitan museos; toda su estancia en la isla se la pasan murmurando, y comiendo.
Tanto así que la nueva especialidad culinaria en las casas de alquiler es hacer una taza de arroz con dos y media de agua sin sal, de ahí sale una masa espantosa que luego se deja secar, se agrega curry, se hacen bolas, se empanizan y después de fritas se llaman Croquetas de arroz.
Eso les ha dado vida a vendedores ambulantes que antes vendían a domicilio flores, condones, langostas o carne de res, y hoy cumplen sus expectativas vendiendo arroz (del bolito). No es ilegal y ganan más, porque como dice el refrán “Se aprovecha la racha, cuando viene escasa”.
Pero cierto corredor de viviendas que lleva clientes extranjeros a las casas de alquiler, ex oficial de inmigración de Playa, refiriéndose al desarrollo de este lucrativo y nuevo renglón de mercado, me asegura con sarcástica ingenuidad “esto sigue igual, el gobierno se hace el que no ve y mañana dirá que no sabe; pero hasta hoy la cosa marcha y no falta el curry en las tiendas en divisas. Mira – continuó cambiando el tono mi interlocutor de voz segura y auto francés –, lo que se sabe, no se pregunta; la realidad es que estos chinos son clientes codiciados, viajan en grupos pequeños que permanecen en Cuba de 13 a 25 días; pero antes de partir, Ñijao, aquí lo importante es el cash, todo queda original y bien amarra’o, pagan hasta setecientos CUC por un pasaporte cubano, 200 por obtener un carné de identidad, y mil más por estar incluidos en las actas oficiales del registro civil correspondiente, convirtiéndose de esta manera en ciudadanos chino-cubanos debidamente legalizados. Y ya nacionalizados continúan viaje al futuro con destino al vecino mayor, listos para ser acogidos por la ley de ajuste cubano.”
El tráfico ilegal de chinos usando a Cuba como trampolín, es un negocio prohibido que por tolerado acepta cómplices, no testigos.
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