Emilio Ichikawa
“Yo no soy fácil”, decía ayer un cubanazo de Alberro
mientras argumentaba que tuvo suficientes motivos para abandonar la
isla. No menos pensada y maquillada es también esa otra frase, que
parece tomada de un set de Laura Bozo, que reza: “Yo vine aquí a echar pa’lante”.
Como se trata de un cubano (identidad mata política) no está pensando
en un carrito sandwichero sino en la gerencia general de General Motors.
Hace unos años un reportero asaltó a una mulata que había llegado a una
playa de Miami y cuando hizo la pregunta fatal: “¿Y usted a qué viene a EEUU?”, la precavida le arañó en el rostro: “¡A comer pan con jamón como todos ustedes!”.
Las historias son muchas y a esta altura del juego, si no se tiene
esclerosis enervante, dejan la piel de lo trágico y empiezan a sonar
como muy simpáticas. Entre profesores, artistas e intelectuales cubanos
residentes en el exterior o exiliados existe cierta inclinación a
señalar a Fidel Castro como el responsable de la salida de Cuba. Es un
modo simbólico de decir las cosas, ya que en verdad de lo que se ha
escapado es de la situación creada en el medio profesional a partir, eso
sí, del tipo de sociedad emergido de la revolución de 1959, comandada
(o simplemente “mandada”) por Fidel Castro. Son poco creíbles la mayoría
de los relatos de salidas de Cuba vinculados a una rivalidad personal
con Castro; aunque se entiende la lógica: el carisma exiliar es mayor,
en la medida en que crece la altura del motivo.
Pero realmente es la envidia de un colega de fila, o el resquemor de
un jefe de departamento, o la severidad de un decano o un rector, lo que
tiene rodando por el mundo a parte del claustro de profesores
universitarios cubanos, a maestros y metodólogos del MINED, a
monaguillos y curas católicos, a funcionarios del MINREX o del ISRI, a
docentes de la Ñico Lopez y el ITM, etc.
Pues bien, resulta que a fuerza de acumulación demográfica, existe
ya fuera de Cuba una situación bastante alarmante: se ha logrado
reproducir la circunstancia, el medio, el mismo ambiente intelectual
opresivo (considero específicamente los años 80-90) que supuestamente
intelectuales y artistas cubanos habían buscado dejar atrás. Más
peligroso es aun que, producto del oportunismo o el tipo de astucia en
que entrena la sobrevivencia o “escape” totalitario, algunos de aquellos
dirigentes de la cultura y la educación (epistemócratas) hayan logrado
en el exilio-emigración una posición de alguna manera equivalente a la
que poseían en Cuba.
Otro signo preocupante: lo que en Cuba se identificaba como
“relaciones internacionales”, es decir, el vínculo (o “guara”) con
aquellos profesores de Universidades extranjeras bien ubicados en la
estructura burocrática, y que eran los eslabones necesarios para
conseguir una invitación a Seminarios o Congresos en el exterior,
siguen dependiendo de los mismos nombres; a quienes hay que volver a
apelar ya una vez residenciados fuera de Cuba. El exilio-emigración, que
debe ser una resurrección, es en el caso cubano una simple permuta. Eso
significa que, en cuanto a los intelectuales se refiere, una gran parte
no ha podido “irse” de Cuba aún cuando se haya ido de Cuba. Y es que
las condiciones se han clonado: se sigue sujeto al mismo sistema de
relaciones, a similar jerarquía de poder y por consiguiente a la misma
autocensura. Esta continuidad avasalladora explica (parcialmente) que la
mayoría de los intelectuales y escritores que achacaban a la censura
dictatorial la imposibilidad de hacer una obra en Cuba, continúen en el
exilio-emigración atascados en la poquedad; o incluso, repitan y auto
plagien aquello que habían hecho en la isla. En lo que a Miami respecta,
lo más interesante que se está produciendo en literatura, arte e
ideología proviene de personas que en Cuba poco tenían que ver con el
mundo intelectual canónico. La causa: están libres de esa rémora
esclavizadora que es el “contacto” y la “influencia”.
Pero hay algo más. Tampoco se cae en una posición burocrática
favorable (digamos en Miami) si, por ejemplo, el jefe de un centro de
estudios cubanos local no opta por avalar al burócrata venido de la
isla, con el que ya tiene una relación de subordinación u obediencia
probada. El resultado de esto, como decía, es la duplicación fuera de
Cuba de la horma que rige la vida intelectual.
Herta Müller lo vio en Alemania y
un amigo me ha pasado un texto de Juan Abreu que demuestra que también
lo verificó en una reciente visita a Miami. Es una de las partes más
graves del “intercambio”: la complicidad de los burócratas culturales y
docentes de dentro y de fuera se prolonga más allá de las movidas
migratorias; por lo que puede crearse incluso una situación paradójica:
mientras en la isla se cambian los Ministros y los ideólogos del Partido
Comunista, en Miami van ocupando puestos de influencia (fijos o
itinerantes) ex subordinados de Carlos Aldana, Roberto Robaina, Abel
Prieto y hasta de José Ramón Balaguer. El resultado político-ideológico
de esto es que el anticastrismo internacional está cayendo en manos de
los (ex)castristas; los anticastristas históricos pasan a la resistencia
enfrentados ahora a un enemigo que maneja el mismo lenguaje que ellos y
que tiene hasta la habilidad de rentarle sus propios mártires. Porque
al final, después de tantas escaramuzas, ha quedado claro: la huelga de
hambre en la historia de las luchas cubanas la representan Mella y
Boitel, cada uno para las previsibles partes.
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ILUSTRACION:
chicagoweekly (online)
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