El enigma cubano y el liderazgo mediocre ( I )
Eugenio Yáñez, Juan Benemelis y Antonio Arencibia/ Cubanálisis-El Think-Tank
Cuba sigue siendo un gran enigma para todos: todo indicaría que la dictadura totalitaria no puede sostenerse en las actuales condiciones ni un minuto más, pero lleva así más de medio siglo.
El país disfruta de un clima favorable y tierras fértiles, con depósitos minerales de cierta importancia. Pero su economía depende totalmente de la agricultura, el níquel, el turismo y las remesas familiares del exterior.
Asimismo, depende de las importaciones de petróleo venezolano, cuyas cantidades no son suficientes para gestar desarrollo, sino solamente para mantenerse escasamente a flote. Por eso, las dificultades derivadas de la disponibilidad de energía siguen siendo un lastre para cualquier modelo de incremento económico.
El país aún no se ha recuperado del colapso de la Unión Soviética, por lo que continúa enfrentando serios problemas económicos derivados de:
(a) el desmantelamiento de la planificación central y la pérdida de los subsidios
(b) el fin de un limitado sistema de comercio inter-bloque soviético y sus mecanismos de pagos por trueque
(c) la ineficiencia en la producción
(d) el declive continuo de la productividad, y
(e) la persistencia de las empresas-monopolios.
Si bien no se puede decir que el país se encuentra bajo la influencia de ninguna potencia exterior, mantiene una relación umbilical con la Venezuela de Chávez, de la que no puede desprenderse en el medio plazo.
Asimismo, el modelo cubano no es plenamente compatible con ningún otro modelo a nivel de Estado, región o mundial, por eso no existe un referente teórico que le permita proyectarse al futuro, salvo mirar hacia el pasado estalinista, lo que dificulta su inserción en cualquiera de los circuitos económicos, financieros y tecnológicos existentes, ya fuese Estados Unidos, el socialismo escandinavo o China.
Se mantienen problemas impostergables con la misma urgencia de hace más de tres años: la ausencia de un programa de gobierno con un mínimo de coherencia, los bajos salarios, la doble circulación monetaria, los altos precios de los productos de primera necesidad, la insuficiente dieta alimenticia, la crisis habitacional, la pérdida de valores, el exceso de prohibiciones, la disidencia interna, el racismo, la marginalidad, el desencanto de la población, el interés desmedido por emigrar a cualquier parte, la falta de confianza en la capacidad de los dirigentes, y el estado de desatención de las provincias orientales.
Es notable la incapacidad de sustituir con producción doméstica el alza de los precios de las importaciones, básicamente productos alimenticios y de primera necesidad; la ineficiencia en sectores claves como la agricultura y la construcción; los problemas referentes a la desorganización del trabajo, baja productividad laboral y la indisciplina laboral, junto a la burocratización, el disparatado sistema salarial y la falta de incentivos.
Todo ello se suma a la pobre producción de alimentos y al incumplimiento de los planes de inversiones; y se puede incluir también en este decálogo la destrucción causada por los huracanes del 2008, que aunque causaron complicaciones no fueron más dañinos que la ingobernabilidad en la que se ha sumido el país, al menos en el campo económico.
La población sigue solicitando que se aprueben las licencias que les permitan trabajar legalmente por cuenta propia en sus oficios. La pequeña empresa ya existe y funciona en la semiclandestinidad, ya como cooperativas privadas usando el inmueble, la maquinaria y los insumos estatales, o para hacer trabajos particulares cobrando precios de mercado negro.
Ello es debido a que el Estado no cuenta con recursos para solucionar actividades como plomería, carpintería, electricidad, mecánica, reparaciones, y otras, que son, en su gran mayoría, atendidos por particulares de forma legal e ilegal. Pero a pesar de su incapacidad congénita para resolver estos problemas, la testarudez totalitaria continúa pensando que la policía puede resolver lo que no resuelva el mercado.
Algo similar ocurre en la agricultura, donde los campesinos privados resultan el sector más productivo, mientras las granjas estatales alcanzan los niveles más bajos de producción. Con menos del 20% de las tierras los campesinos producen más del 60% de los alimentos del país, y en algunos renglones más del 80%, mientras las empresas estatales y las llamadas Unidades Básicas de Producción Cooperativa, con más del 80% de las tierras en total, producen menos del 40% de la producción alimenticia.
En estas condiciones, asegurar que la “propiedad socialista” en la agricultura es “superior”, además de una deleznable mentira, es una inmoralidad sin precedentes, puro oscurantismo ideológico.
Esta situación caótica obliga a acometer reformas fundamentales si realmente se quisiera la viabilidad de la economía. Cuba bajo el castrismo fue tradicionalmente proveedora de materias primas dentro del ex bloque Soviético, no ha sabido ni querido adaptarse al desmantelamiento de dicho bloque, lo que ha golpeado profundamente a su obsoleta y desvencijada infraestructura, necesitada de renovación, componentes y repuestos, y carcomida por la pérdida de los subsidios que le impide enfrentar la elevación en los precios del petróleo, de los alimentos y de las materias primas.
La crisis generacional: del “socialismo real” al mundo real
El período raulista se inició con una plataforma que parecía prometer eliminar la corrupción y restaurar los niveles básicos de consumo dañados durante el período especial y básicamente en la última década.
Muchos esperaban que se conformara un gabinete de jóvenes reformistas talentosos, que en la práctica gozarían de autoridad para realizar cambios reales y necesarios. Como parte del programa de reformas ineludibles se había mencionado la introducción de una moneda convertible, la liberación de los precios, la supresión de subsidios a las empresas estatales, el apoyo a la privatización de la tierra, y liberar los controles a la exportación, entre otras.
Sin embargo, en vez de priorizar tales expectativas para convertirlas en tareas reales, el general-sucesor se dedicó a fortalecer las posiciones claves del país con viejas figuras de su más absoluta confianza, y eliminó a las más jóvenes del panorama político. Aparentemente, quería tener en sus manos todos los hilos del poder antes de acometer algo seriamente.
Pero resultó decepcionante. No pocas veces señalamos por qué los talibanes criollos, representados por Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, podían ser un reto futuro para Raúl Castro. Nos basábamos en que pese a sus posiciones públicas de castrismo a ultranza, una vez desaparecido el tirano, en la lucha por heredar el poder, iban a asumir -por oportunismo- una posición reformista más radical aún que la del nuevo líder.
Ni siquiera se esperó a la desaparición del Comandante. Los métodos y los argumentos para la defenestración de esos dos dirigentes y otros de segunda fila como Carlos Valenciaga, Otto Rivero y Hassán Pérez, echaron un cubo de agua fría no solo sobre todos los “talibanes” de segunda fila, sino que reforzó públicamente la imagen de un grupo de ancianos, que se ratifican como dueños absolutos de una nación donde los cubanos nacidos en el último medio siglo se ven impedidos de construir su futuro.
Quien no tenga en su biografía acciones combativas en la Sierra Maestra o el Segundo Frente, o tal vez en la subversión latinoamericana o las expediciones africanas, no tiene cabida en el consejo de ancianos que detenta el poder. Y no tiene importancia, para nada, el rimbombante cargo público que tenga asignado el excluido, llámese vicepresidente del consejo de estado o ministro de cualquier cosa, mucho menos diputado del Poder Popular.
Los jóvenes que han ascendido en sustitución de los enviados al “plan payama” proceden notablemente de las familias de los segundones del régimen, y básicamente del entorno raulista. Es decir, para poder avanzar en la nomenklatura, el generalRaúl Castro, -quien es también un segundón-, ha favorecido los viejos lazos entre las familias de los guerrilleros, en vez de la vía de la meritocracia.
Esa gerusía al mando, (remedo caricaturesco de la doble monarquía y del consejo de ancianos gobernantes en la antigua Esparta), nada tiene que ofrecer a la juventud, que ya no presta atención a los repetidos, aburridos y edulcorados relatos de la “Gran Rebelión”.
Uno de los nuevos “jóvenes” promovidos, el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, que ya tiene 52 años, acaba de confesar cándidamente en una entrevista con el periódico oficial Trabajadores:
Tengo la preocupación de que el socialismo en Cuba o la Revolución en Cuba sea para los jóvenes un referente tan lejano en el tiempo como para mí lo es el país antes de 1959.
La reacción de esas generaciones es buscar salir del país por cualquier medio. El incremento de los viajes de cubano-americanos a la Isla a partir de la eliminación de restricciones bajo la Administración Obama, reaviva la llama aplicada a la olla de presión social cubana, que ya condujo en 1980, al iniciarse los llamados “viajes de la comunidad”, al hoy irrepetible éxodo por el puerto del Mariel.
Mientras se mantiene a ritmo moderado la migración legal hacia Estados Unidos, a falta de más visas, y se cierran cada vez más las vías ilegales para el cruce de esas fronteras, los cubanos siguen intentando huir por cualquier vía del modelo del “socialismo real” para insertarse en el mundo real.
Para ello están utilizando otras variantes, como la Ley de Memoria Histórica de España, también conocida como “ley de nietos”. Funcionarios consulares españoles en La Habana han declarado al corresponsal de El País que calculan que los cubanos solicitantes podrían convertirse en un total de “150,000 nuevos españoles al final del proceso”. Esto, como señala el enviado del diario madrileño, equivaldría a más del 1,2% de la población cubana, sin contar sus hijos y otros familiares.
En las provincias orientales, sobre todo en Guantánamo y Santiago de Cuba, los cubanos negros y mulatos buscan desesperadamente a sus ancestros jamaicanos y haitianos para poder delimitar vínculos familiares y aferrarse a ellos como vía de salida del país: cualquier destino es aceptable a condición de lograr abandonar el paraíso proletario.
Otra vía que gana adeptos continuamente es Ecuador, donde en estos momentos se puede entrar sin necesidad de visa, y a los cubanos les basta con una carta de invitación. Por esta vía se gestan matrimonios de conveniencia para permanecer en el país o, posteriormente, intentar el viaje a Estados Unidos, y también se realizan viajes cortos para regresar a Cuba cargados de “pacotilla” que será vendida en el mercado negro en busca de recursos para sobrevivir en mejores condiciones.
EL FRACASO ABSOLUTO
Raúl Castro ascendió precipitadamente al poder en pleno acomodo de la economía hacia los mercados de divisas asociadas al turismo, y en medio de una consolidación de las desigualdades sociales de quienes tenían o no acceso al dólar, situaciones ambas que erosionaban a gran velocidad los llamados “valores sociales” de la Revolución en materia de equidad, educación y salud, y subvención mediante la canasta de alimentos.
En sus manos dispone en estos momentos como motores económicos el turismo, las remesas familiares y las exiguas inversiones mixtas. Tanto los servicios médicos como el sector bio-farmacéutico sólo resultan piezas de cambio por el petróleo venezolano y algunas importaciones imprescindibles, pero no fuentes de ingreso para el crecimiento.
Se esperaba que el Raúl Castro presidente y su nuevo gobierno se movieran con rapidez para ajustarse a los nuevos tiempos y a la nueva administración norteamericana, al ser evidente que bajo la alianza venezolana no recibirían el equivalente de los tradicionales subsidios que llegaban del bloque soviético, lo que llevaría a reexaminar todos sus lazos económicos, sus mercados y sus mecanismos financieros.
Pero todo quedó, en el mejor de los casos, en apariencias o tímidos intentos exploratorios. Y otro reto que tampoco ha sido enfrentado lo constituye el atraer la inversión extranjera, especialmente en este período de auto-restricción de Occidente en su renglón de ayuda financiera.
Los cambios institucionales requeridos para la entronización de reformas, si en algún momento se consideraron realmente más allá de la retórica, encontraron una tenaz resistencia en un relativamente recuperado de salud, aunque inestable, Fidel Castro, quien ha obligado a mantener el tradicional perfil de gobierno centralizado.
Aunque la constitución dispone la separación de poderes, en la práctica el ejecutivo acapara casi todos los poderes, mientras la rama judicial carece totalmente de independencia, y la domesticada legislatura se reúne unos pocos días al año, básicamente para santificar las decisiones del ejecutivo y discutir temas de muy escasa importancia y actualidad.
La Asamblea Nacional se mantiene desde su nacimiento como una entelequia, y la corrupción llega a niveles sin precedentes. Esta institución, como ya hemos dicho, opera, en los hechos, como una mera instancia ratificadora de los criterios presidenciales, y la condición de sus integrantes se ve marcada por una clara limitación: los candidatos a diputados son designados por consejos locales escandalosa y visiblemente controlados.
Todos los medios masivos de difusión (sería risible llamarles “de información”) permanecen en manos del Estado. El presidente del Consejo de Estado, desde su creación en 1976 bajo la sombra de Fidel Castro, ostenta poderes omnímodos, uno de los más significativos el de gobernar por medio de decretos, así como el de designar a todos los funcionarios estatales; de esta manera nombra y destituye a los miembros del gabinete, sabiendo que la próxima sesión de la Asamblea Nacional ratificará por unanimidad sus decisiones.
Raúl Castro no ha sido capaz de introducir obligadas reformas macro-económicas y por sectores, ni de resolver uno solo de los acuciantes problemas del país.
El supuesto ascenso económico que se menciona es falso. La Oficina Nacional de Estadísticas, en la que tanto se basan algunos “cubanólogos” respetados para elaborar sus análisis, pronósticos y proyecciones, maquilla las cifras a su conveniencia escandalosamente, y las publica o las omite de acuerdo a las “orientaciones de arriba”.
La variación anual del PIB cubano de 1991 al 2009, en realidad ha sido de -1,4%, la tasa más baja en América Latina y el Caribe.
El país afronta un severo proceso de descapitalización que afecta su crecimiento. Las principales producciones agrícolas y manufactureras han caído en picada, aún están entre un 20% y un 89% por debajo del nivel de 1989, aunque recientemente se publicaron en la prensa oficial varios “aumentos” significativos de producción con relación al año anterior en algunos pocos renglones específicos, todos basados en productores privados y cooperativas, que varias agencias de prensa extranjeras se apresuraron a divulgar, y que de inmediato “Granma” convirtió en reportajes apologéticos del progreso en la producción de alimentos.
Sin embargo, se trata solamente de aumentos en la información o desinformación estadística, pero que no se reflejan para nada ni en los mercados ni en la mesa diaria de los cubanos.
Las exportaciones continúan un 70% por debajo del nivel de 1989, y además se sufre. una caída en en los índices planeados para resolver la situación alimentaria, en la sustitución de importaciones y en la industrialización. La balanza comercial muestra un elevado déficit, para lo cual no hay soluciones inmediatas ni a mediano plazo..
En el orden social se ahonda la pobreza extrema en la población, la distribución del ingreso es más desigual, y se ha deteriorado la calidad de los servicios de salud, educativos y de agua potable. La vivienda continúa sin solución visible, con un déficit que sobrepasa el millón de unidades.
Desde el principio, la presidencia de Raúl Castro ha estado llena de contradicciones, se ha mantenido tan represiva y autocrática como errática, gobernando inmóvil desde La Habana, a diferencia de su hermano que se movía por todo el país.
La administración de Raúl Castro, sin definir un modelo de funcionamiento propio, ha asumido un camino de corte estalinista-brezhneviano en la esfera económica, dentro del más tradicional conservadurismo inmovilista, insistiendo constantemente en el supuesto peligro de las posiciones extremas para justificar la ausencia de reformas.
La debilidad conceptual del raulismo y su escaso o nulo interés por las reformas se constata en su resistencia a cuestionar seriamente la línea política doméstica, exterior y económica establecida por Fidel Castro.
En sus palabras ante la última sesión de la Asamblea del Popular Nacional, Raúl Castro admitió que el gobierno se halla ante una crisis de dimensiones desconocidas, reconoció la falta de productividad, la crisis de liquidez y la escasez de divisas en Cuba. Las predicciones para el 2010 son mucho peores de lo que nadie en su gobierno podría imaginar.
Asimismo, planteó regresar a los planes quinquenales y al método de la planificación, priorizando las actividades que generen ingresos y produzcan alimentos, para así poder sustituir importaciones.
LA SOLUCIÓN INCOHERENTE AL PROBLEMA EQUIVOCADO
Si ante una crisis nacional de tal naturaleza y magnitud lo mejor que se le ocurre al muy flamante general-presidente es pretender regresar a estas alturas a la planificación quinquenal centralizada y los mecanismos económicos del “socialismo real”, cuyo fracaso ha sido demostrado rotunda y absolutamente en todos los países que lo han intentado, hay que llegar a la conclusión de que el vetusto Raúl Castro y el arcaico consejo de ancianos que le rodea son un grupúsculo de reaccionarios ignorantes, que de revolucionarios solo tienen el nombre y una leyenda fabricada a su conveniencia.
Por su parte, el ministro de Economía, Marino Murillo, dijo recientemente que el crecimiento previsto para el 2009 alcanzó un pobre 1.4 por ciento, debido a la disminución de las inversiones en un 16 %, la caída de las exportaciones en un 22 % y de las importaciones en un 37 %. Acotó Murillo como causales el descenso de los precios del níquel, del turismo y de servicios ofrecidos a Venezuela.
Murillo afirmó que la baja productividad provoca el empleo disfrazado y las plantillas infladas, pero no mencionó ni una sola idea original para enfrentar el problema ni explicó los caminos de su solución.
Tanto Raúl Castro como Murillo, que intentará conservar a toda costa sus cargos y los privilegios que conlleva, se niegan a reconocer que la crisis económica es sistémica. El sector estatal, con sus más de 3,000 empresas y entidades de producción y servicios, se mantiene subsidiado, amén de sobrevivir en medio de una relación financiera caótica debido, entre otros factores, a la doble moneda.
La existencia de dos tasas de cambio implica una doble contabilidad, que por otra parte no es confiable en lo más mínimo, la compra-venta con diferentes monedas y tasas de cambio, trayendo una consecuente distorsión de la actividad, la imposibilidad de medir la eficiencia, los costes reales, y hasta de planificar, mucho menos para todo un quinquenio.
Además, ante los ojos de la población, la “Revolución” ha caído en un absoluto descrédito al mantenerse la concentración del poder político exclusivamente en manos de los viejos e ineptos guerrilleros.
Lejos de implicar una renovación “a la China”, la égida raulista profundiza la dirección autoritaria del gobierno. En Cuba se puede ser oficialmente optimista en la capital, pero en las provincias se confronta la cruda realidad de la escasez, la represión, y el clientelismo político en una escala muchísimo mayor.
Ante la crisis de la ideología, el fracaso del socialismo real, y la ausencia de programas, sin congreso del partido, y esperando sin saber cuando será la anunciada “conferencia”, el apego de los militantes al PCC es formal, escurridizo y volátil, más allá del núcleo “duro”, al no existir un basamento que legitime a esa organización, y a su rol en el Estado y el poder.
Ante el vacío absoluto de la ideología, se pretende dar forma a un neocastrismo que resulta, a la vez, patético e incoherente, aferrándose selectivamente a una visión gloriosa e infalible de Fidel Castro, y a referencias a un “modelo integral” y a un “proyecto revolucionario” deshabilitados y contradictorios.
El resultado es una fragmentación del pasado, un presente disfuncional y un futuro indefinido. Y en medio de todo eso Raúl Castro no puede ni reunir al partido comunista en un congreso domesticado de antemano, ni realizar una “conferencia” partidista para repartir los cargos entre la camarilla de sus incondicionales, porque, sencillamente, no hay manera de escapar a la impronta de Fidel Castro, no hay nada que decir, ni mucho menos que mostrar, después de más de tres años y medio de “sucesión”, con toda su carga de vacilación, promesas incumplidas, deterioro social, insensatez congénita, cinismo y represión.
La disidencia interna es lo único que guarda alguna semejanza con un “movimiento cívico”, pero la censura a la prensa independiente y la persecución de que es objeto esa disidencia confirman la naturaleza no democrática del Estado.
Lo más grave en estos momentos son los brotes de protagonismo que amenazan con debilitar aún más a esa disidencia y restarle de la poca efectividad lograda hasta el momento. Como un mal congénito de nuestra historia, nuevamente aparecen celos, suspicacias y contra-suspicacias, y se mueve el juego de quién llegó primero o ¿dónde estabas tú cuando…?
En eso poco difieren la gerontocracia de La Habana, que clasifica a los militantes según la fecha de incorporación a las tareas revolucionarias, y la de Miami, que pregunta qué hacías en Cuba o en qué fecha llegaste al exilio. Como si la antigüedad fuera la única fuente de mérito o legitimidad, o una garantía absoluta contra los desfases políticos y estratégicos.
Pretender crear dicotomías entre disidentes considerados “históricos” y jóvenes blogueros, en vez de buscar los muchos elementos comunes entre todos, que pueden contribuir a acelerar la democratización de la Isla, es un pobre servicio que se hace a los cubanos de a pie, y que podrá alimentar egos y vanidades desmedidas, pero nunca acercarnos al futuro que merecemos los cubanos, donde caudillos y líderes carismáticos deben estar fuera de lugar para siempre.
El régimen ha logrado manipular la desunión en las formaciones políticas de oposición y minar la percepción de legitimidad de las mismas, sometiéndolas a distintas medidas represivas. La oposición continúa dividida entre sí, diluyendo su poder de efectividad e influencia sobre la ciudadanía, y muchos de sus líderes terminan en prisión o exilio.
La divulgación de cómo el régimen dictatorial ejerce la más cruda y cruel represión y su récord absolutamente negativo en derechos humanos, contribuye a que la imagen de Cuba hoy en el exterior no sea la de una zona tranquila y atractiva a las inversiones, independientemente de lo que opine “Granma” o declare el canciller.
Pero el recrudecimiento de la represión a la disidencia interna, está tropezando con el fenómeno de que la inmediatez de la información a través de las modernas tecnologías permiten conocer casi al instante, en imagen y texto, de las palizas de las turbas, las detenciones arbitrarias, o las exclusiones por razones de pensamiento, lo que conlleva un inesperado efecto negativo para el régimen.
EL TEJIDO DEL PODER
Raúl Castro incrementó su poder manipulando los nombramientos de los Jefes de Ejércitos, de los Primeros secretarios del PCC, de los miembros de la Asamblea Nacional, del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros. De hecho muy pocos de los viejos conservadores “apparatchik” fueron separados, y siguieron teniendo un férreo control en los aparatos del poder.
Paralelamente se anunció el nombramiento del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, ministro de Informática y Comunicaciones, como nuevo vicepresidente del Consejo de Estado, además de haber sido promovido anteriormente al Buró Político del Partido.
En esencia, hay que reconocer que Ramiro Valdés es hoy la segunda figura indiscutible del régimen, por encima incluso del gris y anacrónico José Ramón Machado Ventura, y en su nominación, ascensos y fortalecimiento se halla sin dudas la decisión de Fidel Castro. Ramiro Valdés es, además, o por eso mismo, el vínculo de confianza de Fidel Castro con el régimen de Hugo Chávez, la pieza fundamental que sostiene el tinglado del poder habanero.
Los otros miembros elegidos al Consejo de Estado, como la contralora general Gladys Bejerano, Marino Murillo, titular de Economía y Planificación, Luidmila Álamo, primera secretaria de la UJC, y otros, forman parte con su “ascenso” de los muchos rituales y ceremoniales del inmovilismo totalitario “democrático”, pero no ocupan verdaderas posiciones de poder: de ellos se espera, únicamente, como de los demás integrantes de esa institución, que apoyen entusiástica y unánimemente las decisiones y criterios del consejo de ancianos que encabeza Raúl Castro. Para eso han sido designados, y para nada más.
El espectro político público y no público dentro de la élite se divide en estos momentos entre fuerzas que desean acometer reformas que solucionen problemas básicos del país, y quienes insisten en el ajado modelo castrista de economía y sociedad cuartelaría.
Si bien el grueso de la nomenklatura que no forma parte de la más alta cúpula del régimen muestra algún grado de interés por reformas económicas, constituye una exigua minoría en los puntos y posiciones claves del poder.
Este poder real se halla controlado por la más vieja y refractaria guardia conservadora, que entorpece las reformas e impide que se desarrolle una clase nomenclaturista y burocrática al estilo del bloque soviético, que pudiera dar determinada continuidad temporal al neocastrismo tras la desaparición biológica de las momias ideológicas que hoy se aferran al poder, aunque sería incapaz de resolver los verdaderos problemas del país ni mantenerse eternamente.
LA CRISIS SE PROFUNDIZA
Las verdaderas posibilidades de reformas no fueron consideradas, y en su lugar se formalizaron promesas abstractas e incompletas de atender los beneficios sociales de la población, elevándose ridículamente algunos salarios y el subsidio a los pensionados.
Pero la carencia de productos, incluso en las tiendas que venden en los artificiales CUC de los que no toda la población dispone, los inflados precios en esas tiendas, la carestía de los productos que se venden en pesos cubanos por el Estado o el mercado negro, y el cierre de comedores obreros, han tensado al máximo los programas de compensación, insuficientes para equilibrar la baja de los niveles de vida y de la producción en general.
Las actuales condiciones de vida son extremadamente difíciles, los salarios son exageradamente bajos, y la moneda común, el peso cubano, se halla desvalorizada frente al dólar y al CUC. Y por si fuera poco, se han reducido las emisiones de licencias para el trabajo por cuenta propia, y se mantienen inalterables las tasas de cambio y los leoninos impuestos a las remesas del exterior, así como los abusivos precios en las tiendas recaudadoras de divisas, contribuyendo a profundizar la crisis. Exactamente lo contrario de lo recomendable para contribuir a dinamizar la economía.
Asimismo, en la población, los lazos orgánicos con el pasado revolucionario son cada vez más difusos o inexistentes. La juventud se siente sin futuro, y la depauperación material y anímica es galopante.
Por eso la población se halla frustrada por la ausencia de beneficios reales en términos materiales, elementos que dan vida al vasto mercado negro, imprescindible para subsistir, y que no puede detener las innumerables redadas policiales y mucho menos las declaraciones altisonantes.
La apatía de los trabajadores es general, y ya muy pocos realmente creen en el supuesto proceso político socialista. El régimen no dispone de ningún instrumento político, moral, ideológico o patriótico para lograr estimular a los trabajadores, ni insuflar optimismo en el futuro.
La poca energía política que queda de la parte más moralmente descompuesta de los incondicionales se encausa a la participación vociferante y violenta en turbas represivas contra disidentes y opositores.
El problema racial se hace más complicado cada día: si la situación de las provincias orientales es mucho más difícil que la del resto del país, las dos provincias más orientales, Guantánamo y Santiago de Cuba, con un peso significativo de población negra y mestiza, llevan la peor parte.
La discriminación institucional, y sus consiguientes manifestaciones en la economía y la problemática social, se expresan con más fuerza precisamente en las provincias con mayor población no-blanca.
Allí se reproduce con más agudeza un fenómeno nacional propio de la población negra, debido a que acceden a la menor cantidad de remesas familiares del exterior y tienen la menor participación en el sector turístico. Por ello, para conseguir divisas tienen que realizar actividades ilícitas que los lleva a prisión en números desproporcionados. Así se reproduce la marginalidad del negro cubano.
De tal forma, por encima de la discriminación geográfico-territorial y la desatención generalizada a las provincias orientales, se ensaña sobre sus pobladores, además, la discriminación factual provocada por el color de la piel de sus habitantes.
LAS OPORTUNIDADES PERDIDAS Y EL CALLEJÓN SIN SALIDA
Con una superficie de más de 110,000 kilómetros cuadrados y 6.5 millones de hectáreas agrícolas, sólo se reportan 3.1 millones como cultivadas. Este sector agrícola, si bien tiene un peso exiguo en el PIB (3.8%), tiene vital importancia, porque impacta el nivel de vida y consumo de la población, mucho más con el país obligado a la importación de alimentos.
En los primeros meses de la sucesión raulista, se trazaron varios objetivos que incluían el fomento de productores privados agrícolas distribuyendo tierras ociosas, la normalización de la circulación monetaria con la problemática de las tres monedas, y la reducción de la dependencia del país de fuente petroleras exteriores, sobre todo Venezuela, aumentando la producción interna y entregando concesiones en las zonas de prospección marinas; propósitos que no se pudieron cumplir ni nunca se cumplirán con las ¿políticas?, indefiniciones y vacilaciones de una dirigencia timorata y castrada.
El camino hacia la estabilidad de la nueva élite ha estado lleno de obstáculos, entre ellos, la incapacidad general de la dirigencia política; el declive económico heredado de la era soviética, y el mercado negro.
El equipo de gobierno de Raúl Castro ha demostrado fehacientemente entender muy poco de economía, y se dedica exclusivamente a posponer las reformas económicas bajo la falacia de evitar debilitar “a la revolución”, aunque en realidad es el temor a perder su posición en el poder.
La timidez de las medidas económicas no proviene sólo del deseo por cuidar el status quo político, sino por el temor a desastrosas consecuencias sociales.
Por eso se mantiene y se mantendrá el actual status quo beneficia la permanencia de la élite en el poder y, por esa razón, no hay ni puede haber suficiente voluntad política como para variar la situación.
De ahí que Raúl Castro haya replanteado a estas alturas la vieja consigna de implementar un modelo económico de plan, el cual se combina con el sistema político totalitario.
Lo verdaderamente preocupante para la élite debería ser que no está considerado acometer pasos hacia una economía de mercado controlada, lo que podría conducir, en la situación actual, sin caminos de salida ni programas específicos de progreso, a una explosión social de incalculables consecuencias.
No puede ni pensarse, en el más optimista de los escenarios, en la disposición del régimen a escuchar voces de los disidentes, ni siquiera las “vegetarianas” y menos radicales, cuando ni siquiera se atreve a tomar en consideración los millones de opiniones y propuestas de los “revolucionarios” que se han expresado en asambleas convocadas supuestamente para buscar soluciones a los graves problemas del país.
En general, el presidente Raúl Castro, que resulta quizás el más impopular en toda la historia del país, -creer en la revolución no es sinónimo de creer en el sucesor- ha evitado la implantación de reformas de mercado, prefiriendo apoyarse en la represión y el terror, el control absoluto y total de la economía y los servicios, el mantenimiento de los subsidios a las empresas no rentables, y no permitir la promoción del cuenta-propismo, apostando por un estatismo que ni resuelve nada ni facilita avanzar en ninguna dirección..
En un esfuerzo para mantener los productos de consumo, estabilizó precios de la canasta básica y mantuvo el sistema de racionamiento y controles en todas las tiendas estatales, pero este camino ya resulta inoperante en los niveles actuales de crisis, descontrol y pérdida de valores éticos y sociales.
EL FUTURO EN EL PASADO
Al inclinarse por las soluciones económicas tradicionales del fracasado “socialismo real”, el gobierno desatendió los salarios, los precios y demás mecanismos económicos, cargando con fábricas obsoletas y empresas con inventarios voluminosos, pretendiendo que la policía resuelva lo que no pueden resolver la burocracia y la improvisación.
Todo ello muestra una vergonzosa ausencia de estrategia política, social y económica.
En consecuencia, la economía se halla ahora en un estado muy deplorable, sin soluciones reales a la vista.
Muy pocas empresas estatales país han logrado ser aptas desde el punto de vista contable, aún con los laxos criterios contables imperantes en Cuba. El servicio de salud está totalmente deteriorado, por falta de personal médico, medicinas, y por el mal estado de las instalaciones hospitalarias.
La educación padece humillantes niveles de calidad, y la vivienda es un problema insoluble: el raulismo es incapaz de garantizar mínimas condiciones de subsistencia para una nación occidental en pleno siglo XXI, y actualmente emula lastimosamente con las más atrasadas naciones africanas, aunque todavía exhiba cifras de mortalidad infantil envidiables, aunque cuestionables.
El crecimiento económico cubano está muy por debajo de su verdadero potencial a causa del pobre clima inversionista y la incapacidad para atraer inversiones extranjeras, sumado a un sistema comercial demasiado restrictivo, al fracaso en reformar el sector económico agrícola –la locomotora potencial del crecimiento económico-, y una caótica y arbitraria ubicación de los recursos, al no funcionar los mecanismos de precios a causa de la mano estatal interventora.
Mientras no se mejore el clima para los inversionistas y los créditos, ni se libere el sector agrícola del control estatal, se mantendrá la actual parálisis económica, y con ella la agudísima crisis socio-política de la nación. No puede pretenderse que los demás lo den todo sin ofrecer nada a cambio. Ni siquiera considerando a Fidel Castro como un semi-dios.
Para estabilizar la convertibilidad de la moneda poco se ha hecho, salvo implementar una obsoleta e ineficiente política de sustituir importaciones, así como establecer restricciones comerciales draconianas que limitan la importación de productos de consumo, buscando acortar la distancia entre los precios del mercado negro y el cambio monetario oficial.
En lo que concierne a la agricultura, la noción de propiedad privada que asume el régimen se halla confinada a los jardines y balcones, y se apuesta absurdamente a la llamada agricultura suburbana estatal, cuando millones de hectáreas productivas solo muestran marabú y malas hierbas, que se dice que en estos momentos tal vez cubren más terreno que cuando Raúl Castro denunció públicamente su presencia en julio del 2007, en aquel “discurso de la leche” que se disolvió en retórica, frustración y falsas promesas incumplidas.
A mediados de 2008 se reglamentó la entrega de tierras ociosas en usufructo a cargo del Ministerio de Agricultura, aunque forzadas a comercializar su producción sólo con el muy ineficiente y burocrático Estado. Esta gestación de pequeños usufructos agrarios individuales no ha progresado durante dieciocho meses por razón de la carencia de medios, equipos y semillas, o de autorización de soluciones creativas para obtenerlos.
La industria ha sufrido una contracción por la disminución en la importación de petróleo y materias primas, así como el no incremento de la demanda de medios y materiales. La estrategia del régimen en esta dirección la define el primer vicepresidente Machado Ventura con sus constantes llamados al ahorro y la eficiencia (¿es que lo aprendió del defenestrado Carlos Lage?) sin aportar una sola solución concreta y plausible.
El desmantelamiento de la industria azucarera resultó desastroso, ineficiente e inútil, destrozó inmisericordemente la infraestructura y la cultura azucarera del país, y creó una gigantesca fuerza de trabajo flotante en las provincias orientales, al no disponerse de capacidad económica ni voluntad real para absorberlos.
Aún en el muy improbable caso que en un futuro se pretendiera en algún momento la implantación de reformas económicas inspiradas en una economía de mercado como vía de solución a buena parte de los problemas del país, esa decisión tendría entre sus primeros grandes obstáculos la falta de preparación de la dirigencia y la intelligentsia, la existencia de una deficiente infraestructura de comunicaciones, una fuerza laboral desestimulada, una producción agroindustrial casi inexistente, la ausencia total de cultura jurídico-legal, y el dilema de las reservas de petróleo.
Es decir, los obstáculos para que Raúl Castro y su consejo de ancianos emprendan la reforma comprenden, además de su rigidez mental y su legendaria ineptitud, la rigidez de las estructuras económicas y mentales y la falta de experiencia y calificación administrativas heredadas del castrismo.
Se trató nuevamente, sin resultados, de obtener concesiones de China, Brasil y Rusia, esperanzados en recibir créditos y alimentos. Y aunque China se ha transformado en poco tiempo en el segundo socio internacional estratégico, después de Venezuela, no tiene nada que ver con el espíritu del “internacionalismo proletario” que añora la gerontocracia cubana empantanada en la guerra fría y el siglo pasado.
El único aliciente que les queda a las actuales caricaturas de revolucionarios que detentan el poder en Cuba son las buenas relaciones con la Venezuela de Hugo Chávez, la cual incrementará sus exportaciones, inversiones y empresas mixtas a 3,000 millones de dólares en 2010, lo que resulta suficiente para enfrentar la supervivencia de la élite por un corto tiempo, pero nada más.
Porque las relaciones a largo plazo entre Cuba y Venezuela son un gran enigma, que se complica en la medida que el belicoso teniente-coronel bolivariano se inventa agresiones y guerras no solamente con “el imperio” y Colombia, sino ahora hasta con Holanda (cuyas últimas acciones armadas que se recuerdan fueron defendiendo, sin demasiado entusiasmo, sus enclaves coloniales en Kalimantán del Norte, hace casi cincuenta años).
HOla, Lazaro.
ResponderEliminarGracias por este post!!!!
Muy bueno, muy contundente el analisis.
Lo copio y lo pongo en Anhelos y esperanzas.
Un abrazo
ESpe
Las gracias a ti Espe. Muchos afectos.
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