Antonio Arencibia/Cubanálisis-El Think-Tank
Hace 210 años, el 19 de brumario, Bonaparte disolvió el Directorio que gobernaba Francia y comenzó así el golpe de estado moderno. Los elementos detonantes han cambiado poco en dos siglos: conspiración entre fuerzas militares, algunos políticos, y grupos civiles de apoyo.
Sin embargo fue necesario estudiar la experiencia fallida del putsch de Hitler en Munich y la triunfante del golpe de Trotski en Petrogrado contra el gobierno de Kerenski, para analizar el comportamiento de nuevas variantes de la toma del poder.
En un artículo de febrero del 2007 para el semanario Zeta, Elizabeth Burgos aludía al libro del escritor italiano Curzio Malaparte, “Técnica del golpe de Estado”, y apuntaba que el propósito del autor “era demostrar que las fuerzas adversas a los valores de libertad y de democracia, de extrema derecha o de extrema izquierda, pueden ampararse de un Estado moderno y coartarlas”.
Según esta historiadora y antropóloga venezolana, el texto de Malaparte se convirtió en manual de referencia de Fidel Castro y luego de Hugo Chávez. Como se sabe, el primero organizó en 1953 el ataque fallido contra dos cuarteles militares en el oriente de Cuba, acción calificada de putsch por el Partido Socialista Popular (comunista), pero cambió su forma de toma del poder por la de guerra de guerrillas. En Venezuela, el Teniente Coronel Chávez, tras el fracasado golpe de estado de 1992, escogía la vía electoral para proceder desde el Ejecutivo al desmantelamiento de las instituciones democráticas del país.
El único triunfo socialista mediante la vía electoral pura había sido el de Salvador Allende en Chile, en 1970, quien tras tres derrotas previas lo logró en 1970 con solo un 36.6 por ciento de los votos. El presidente socialista tuvo que suscribir un pacto de co-gobierno con los partidos integrantes de la Unidad Popular, cuyo comité le impedía actuar sin su aprobación. Para más complicaciones, a fines de 1971, Fidel Castro visitó Chile por casi un mes en lo que incluso sus simpatizantes consideran un error táctico, señalando, con razón, el daño que hizo a su anfitrión la imagen de un líder extranjero opinando constantemente sobre la política chilena. Sus críticas abiertas o veladas a la vía pacífica de Allende, en medio de la guerra fría, envenenaron aún más el clima político de aquella nación y contribuyeron al sangriento golpe militar del 11 de septiembre de 1973.
El análisis de la situación mundial tras el desplome del comunismo en Europa del Este, llevó a la izquierda continental a intentar revitalizar la utopía desacreditada modificando las formas de lucha. Para ello, con el apoyo de Lula da Silva y de Fidel Castro, se fomentó en el Foro de Sao Paulo la coordinación de los movimientos contestatarios anticapitalistas más heterogéneos, en protestas masivas en las grandes ciudades. Por su parte, el dictador cubano dio todo tipo de apoyo a la candidatura de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela para que reeditara allí la trayectoria de Hitler en la Alemania de 1933 y desmontara desde el poder las “libertades burguesas”.
La crisis hondureña hoy
Siguiendo la variante Chávez, se empezó a presionar por el Ejecutivo en Bolivia, Nicaragua y Ecuador por la reforma constitucional requerida para la reelección de Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega. Esto se veía venir claramente por las declaraciones de esos presidentes y su abierto acercamiento a la política castro-chavista en la región.
Pero fue una sorpresa saber que en Honduras, en los últimos meses de su mandato, “Mel” Zelaya pretendiera imponer su criterio por sobre los artículos intocables de la Constitución de su país que prohíbe bajo pena de “traición a la patria” los intentos de reelección presidencial.
El 29 de junio publiqué en Cubanálisis el trabajo “Honduras: la crisis del ALBA”. Allí se recogen las acusaciones de Zelaya al Congreso de haberle dado “un golpe de estado técnico” por desaprobar su desafío al Tribunal Supremo Electoral que desautorizó se incluyera una nueva urna en las elecciones presidenciales para encuestar a la población sobre la convocatoria a una Asamblea Constituyente.
En aquel trabajo aparecieron reproducidos por primera vez en la prensa del Sur de la Florida los llamados “artículos pétreos” de la Constitución de Honduras, que prohíben la reelección presidencial de por vida, y las sanciones a quienes pretendan violarlos o modificarlos. La discusión teórica sobre quién estaba dando un golpe a quién -El Congreso y el TSE a Zelaya, o el presidente a los demás poderes del estado- quedó interrumpida en la madrugada del domingo 28 de junio por la actuación de un comando militar.
A pesar del rechazo generalizado por parte de Estados Unidos, la OEA, la Unión Europea y muchos otros países, especialmente los del ALBA, al derrocamiento y expulsión de Mel Zelaya del país por fuerzas militares, mi trabajo en Cubanálisis concluía con dos aseveraciones en sus últimos párrafos:
- Aún no sabemos si regresará Zelaya a la presidencia hasta enero del 2010, pero por ahora sus designios y los de sus aliados radicales han fracasado.
- La lección para ellos y para los gobiernos democráticos es estar preparados, pues las intenciones de tomar el poder y perpetuarse en él son la esencia política del hoy debilitado campo “albista”.
Al principio el bloque castro-chavista actuaba como si la llegada al poder de Obama marcara el momento del retroceso político de Estados Unidos en la región, confundiendo sus aperturas diplomáticas con el abandono de una región clave para los intereses norteamericanos.
Por eso respaldaban la línea de José Miguel Insulza en la OEA de presentar al ex presidente del Congreso hondureño, Roberto Micheletti, electo presidente interino por ese cuerpo legislativo, como si fuera el clásico “gorila” latinoamericano.
Aspiraban con Obama a repetir en Honduras lo que se hizo en 1994 en Haití con Aristide por Bill Clinton: que Estados Unidos impusiera la restauración presidencial. Ocurrieron acciones impensables en el pasado con la aquiescencia tácita de Washington, como la caravana multitudinaria de Zelaya desde Nicaragua hasta la frontera hondureña, y su entrada subrepticia en la Embajada de Brasil en Tegucigalpa.
Por eso el desencanto ha sido tan grande ante la postura final norteamericana de apoyar la salida electoral y respaldar al nuevo gobierno de Honduras.
Incluso el gobierno de Brasil, muy comprometido con Zelaya, se prepara por si le conviene modificar su actitud intransigente, como se desprende de las declaraciones de la jefa de gabinete del presidente, Dilma Rousseff. La señora Rousseff, -que es la candidata de Lula a sucederlo tras las elecciones brasileñas de octubre próximo-, ha dicho a la prensa que el golpe de estado contra Zelaya “es una cosa” y “hablar de la elección” es otra, y que este nuevo proceso debe tomarse en consideración.
Lo que puede llegar
Desde su incómodo refugio diplomático, la primera jugada de Manuel Zelaya era lograr su restitución, pero la Asamblea pospuso su decisión para después de las elecciones, por lo que su siguiente baza era descalificar los comicios por el bajo nivel de participación.
Pero las cifras de abstencionismo que proyecta el TSE son muchísimo menores que las de las elecciones del 2005 en las que Zelaya resultó electo. Ahora cuando un nuevo mandatario electo es la carta de triunfo sobre la apuesta zelayista, el depuesto mandatario dice desconocer a Porfirio Lobo, pero la realidad se impone.
Por eso los seguidores de Zelaya tienen que cambiar de táctica y han “cerrado ese capítulo de luchar en las calles ante la decisión del Congreso de no restituir a Zelaya”, según dijo Juan Barahona, líder del Frente de Resistencia Contra el Golpe de Estado. Por eso dicen que van a ganar en las elecciones del 2014 para elegir una Constituyente y modificar los artículos de la Carta Magna que impiden la reelección.
Claro que faltan cuatro años para esa fecha y mucho va a llover de aquí a allá, sin contar que el Partido Liberal de Honduras, por estar dividido entre partidarios y adversarios de Manuel Zelaya, sufrió la derrota más aplastante de su larga historia, y que el ex presidente va a tener que crear su propio partido si se dicta una amnistía política a su favor. Eso aleja, casi definitivamente, la vuelta de Zelaya a la presidencia de Honduras.
Pero la toma del poder por la izquierda sigue estando en juego en la región, a veces con la variante chavista del golpe desde adentro, y otras como resultado de procesos electorales sui generis, donde llegan a la presidencia antiguos luchadores clandestinos o representantes de partidos de origen guerrillero, como José Mujica en Uruguay y Mauricio Funes en El Salvador.
La variante del golpe desde adentro no se detiene en los países del ALBA, como lo demuestra la pugna entre la mayoría de la Asamblea Nacional de Nicaragua y seis magistrados sandinistas, cuyo fallo judicial, violatorio de la constitución del país, autorizó a Daniel Ortega a presentar su candidatura de reelección en el año 2011. Pero ahí no termina el enfrentamiento, pues Ortega insiste en que ahora debe haber una votación sobre el tema por el pleno del Tribunal Supremo.
Con otro ritmo y quizás mayor perspicacia avanza Rafael Correa en Ecuador. Fue reelegido en abril de este año, y fue la primera vez en treinta años que un presidente era reelecto gracias a que existía esta autorización desde la Constitución de 1998. La nueva constitución de tintes socialistas, propugnada por Correa y aprobada por referendo el 28 de septiembre del 2008, le dio la oportunidad de presentarse en abril del 2009 a elecciones por cuatro años, y así puede volver a postularse en el 2013 para un último período presidencial que concluiría en el 2017.
Por otra parte, en Bolivia, se da por descartada la reelección de Evo Morales en las elecciones del domingo 6 de diciembre. El aspecto clave de los comicios es que el partido oficialista MAS obtenga dos senadores más de los 22 que parece tener asegurado, con lo cual lograría la mayoría absoluta.
La reelección, que en el pasado costó la caída de Hernán Siles y de Víctor Paz Estensoro, ya está integrada a la Constitución boliviana, pero ahora lo que está en juego, según el plan de Morales, es “refundar” Bolivia como estado plurinacional, y el regreso de los pueblos indígenas “al Palacio después de 500 años, para quedarse en el poder por siempre”.
Hugo Chávez, sigue su camino de dinamitar desde el poder lo que amenace su creciente dictadura, esta vez mediante la presidenta del Tribunal Supremo de Venezuela, Luisa Estela Morales, que aboga por eliminar la división de poderes establecida en la Constitución de 1999, porque “debilita al Estado”. De triunfar tan lacayuna propuesta se borrarían las normas constitucionales de control y contrapeso que aún están vigentes, aunque son pisoteadas por el Teniente Coronel de Sabaneta.
Por lo que hemos visto, si nos dejamos llevar por el pesimismo, mucho es lo que ha avanzado la izquierda radical latinoamericana en varias naciones, en roer los pilares de las instituciones democráticas.
Si se sigue por ese camino la región se apartaría cada vez más del modelo de democracia moderna, y empezaríamos a parecernos a los países africanos, donde pululan las dictaduras vitalicias, ya sea de personas o de partidos casi imposibles de derrotar con resultados amañados o impuestos por el terror.
Siguiendo esa óptica, el futuro depararía a nuestra región numerosos “líderes” cuyo principal interés sería el mantenimiento de su poder indiscutido, para lo cual es condición indispensable la asfixia de las libertades de sus pueblos, en primer lugar las libertades económicas.
Una visión más optimista, que comparto, es que, sin abandonar la justicia social, los pueblos de América pueden ser más prósperos, y por lo tanto más libres. Para ello se requiere la puesta en práctica de los derechos que los castro-chavistas consideran “libertades burguesas”: el voto libre ciudadano, la libertad de expresión y asociación pacífica, y el fin de los caudillos y los partidos únicos: solo en ese tipo de clima político es que se desarrolla la iniciativa productiva y se puede de verdad llegar a satisfacer las necesidades de la población.
Pero sigue latente el peligro no solo de los conocidos, sino de nuevos demagogos que aprovechen cualquier pretexto, desde el calentamiento global hasta la crueldad con los animales, para proponer sus utopías en un mundo que enfrenta retos difíciles.
Honduras ha dado una buena lección, pero no basta.
Hay que seguir trabajando y estar alertas para no perder la libertad.
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