El mito del embargo y la solución del problema alimentario en Cuba
Eugenio Yáñez/ Cubanálisis-El Think-Tank
Tanto hablar sobre el embargo confunde a prensa y academia sin vivencias reales sobre Cuba, que consideran que la crisis cubana es causada por “el bloqueo”. Haber ido de visita a la Isla, como turista o a un evento académico, no es vivencia, solo anécdota. La escasez de papel sanitario es noticia para ellos si falta en tiendas en divisas: los cubanos sabemos, hace muchos años, que siempre escaseó, y cuando hay solo un puñado de dólares tiene prioridad la leche en polvo, el aceite para cocinar, o el desodorante.
Casi automáticamente, tales expertos, se basan en el sofisma de ignorar que Cuba puede comerciar con el resto del mundo, y que si no obtiene mejores resultados se debe a la absoluta incapacidad de su economía para generar riquezas; y si no recibe más créditos de sus contrapartes se debe a su pésimo y ya legendario historial de pagos e incumplimiento de sus obligaciones.
Pretender que existe un diferendo de medio siglo Cuba-EEUU que impone un embargo que actúa como la causa fundamental de los problemas cubanos, ignorando que Estados Unidos es el quinto socio comercial de Cuba en estos momentos, y a la vez intentando obviar el diferendo de fondo, el del castrismo-población cubana, es intentar construir un sofisma que no resiste un análisis serio.
Al mismo tiempo, una parte de tales especialistas, sin bases ni evidencias de ningún tipo, imaginan un vínculo necesario de un eventual levantamiento del embargo con una inevitable “miamización” de la Isla en más o menos tiempo, con independencia de la eventual estructura y gobierno de la sociedad en una Cuba post-embargo.
Parecen desconocer que en los años cincuenta del siglo pasado eran más los norteamericanos que visitaban la Isla que los cubanos que iban de turismo “al norte”. Y había muchos más norteamericanos residiendo en Cuba que cubanos residiendo en Estados Unidos: el paradigma no estaba en Miami, sino en La Rampa.
Tales expertos harían bien en informarse mejor, si realmente desean comprender y poder explicar seriamente algún día la realidad cubana, y mucho más aún los escenarios futuros plausibles. Y comprender, antes que todo, que los problemas fundamentales de Cuba no son causados por el embargo, sino por el absurdo sistema socioeconómico impuesto hace casi medio siglo.
No es necesario siquiera llegar a un levantamiento total y definitivo del embargo para que se produzcan modificaciones sustanciales positivas en las condiciones de vida de la población cubana, si existiera un verdadero interés y voluntad de lograrlo por parte del régimen, pero lo que no aparece por ninguna parte es la intención clara del gobierno de llevar a cabo aquellos “cambios estructurales y de concepto” prometidos hace más de dos años, y las tímidas medidas que se toman demoran una eternidad en materializarse, además de que son aderezadas con infinidad de regulaciones burocráticas y controles políticos que le restan su eventual eficacia.
Trabajemos con la hipótesis, solo hipótesis, de que, sin modificaciones sustanciales en el sistema de gobierno cubano, y sin eliminarse totalmente el embargo, se eliminen una serie de las restricciones, tales como que los norteamericanos pudieran viajar de turistas a Cuba cada vez que lo deseen, legalmente; que no existan restricciones de visados por ambas partes para los intercambios académicos, culturales, estudiantiles, deportivos y religiosos; que se concedan determinadas facilidades de pago para la compra por el gobierno cubano de productos alimenticios en el mercado norteamericano; y que se permitan determinadas inversiones en Cuba por capitales norteamericanos, si recibieran, naturalmente, garantías para ello.
¿Acaso eso resolvería los problemas elementales de la población cubana de a pie? ¿Mejorarían sus condiciones de vida? No mejoraron con el azúcar a más de cincuenta centavos la libra en el mercado mundial, en tiempos que se producían cinco o seis millones de toneladas anuales, ni cuando fue pagada a precio de petróleo por la Unión Soviética durante casi treinta años. ¿Por qué debería ser diferente en esas hipotéticas condiciones que surgirían de aflojarse ciertos nudos, o levantarse totalmente el embargo?
En la actualidad, la abrumadora mayoría de los cubanos no tienen propiedades ni recursos financieros de ningún tipo, ni tampoco ahorros significativos en ningún sentido. Tienen que vivir con ridículos salarios medios que no sobrepasan los veinte dólares mensuales, incluso los profesionales de altísima calificación.
Solamente una parte de los campesinos, trabajadores vinculados al turismo, o quienes se mueven en el mundo de la economía informal –que es toda la economía que no controla el estado, y casi siempre se considera “delito”- disponen de algunos recursos en moneda fuerte.
Pero no confundirse: casi todos los macetas cubanos estarían bajo el índice de pobreza en Hialeah, Madrid, Moscú, Tokio, Varsovia o Praga: no podrían disponer legalmente de un automóvil, casa propia, aire acondicionado o mínimas condiciones elementales de confort en el mundo moderno, viviendo en un país donde un horno de microondas se vende por el Estado, único autorizado a venderlo, en más de 300 dólares, y donde ese mismo Estado paga a sus trabajadores en moneda que solo vale en el mercado “subsidiado” y racionado, y a veces, no siempre, se acepta en la economía informal: no es más que papel sin valor en muchas tiendas de ese mismo y único Estado-empleador.
En esas condiciones, ¿qué le importa al cubano de a pie que no haya papel sanitario en las Tiendas Recaudadoras de Divisas, si hace años que él no puede consumirlo, o que Fidel Castro reciba a un grupo de abogados venezolanos recién graduados en la Universidad de Carabobo?
Quien no quiera hacerle caso a la realidad resumida por Abraham Maslow en su pirámide de las necesidades, puede leer a Karl Marx si le reconforta más: ambos dicen lo mismo, aunque el alemán suena más progre que el judío yankee: antes de pensar en el papel sanitario, las personas necesitan comer, vestirse, tener techo relativamente seguro, agua potable, medicinas, servicios sanitarios elementales.
Están por verse el nómada tuareg del Sahara, el pastún afgano, el mapuche chileno, el kurdo iraní, el yakua mozambicano, el misquito nicaragüense, o el cubano de a pie, que se preocupan por la escasez de papel sanitario cuando en la ¿casa? hay tres hijos y, seguros, en un escenario optimista, solamente tres huevos, media libra de pescado y cinco onzas de frijoles para los próximos días.
Ciertamente, en Cuba se puede ir al hospital, gratuitamente, si alguien se enferma o se siente mal, o asistir a la escuela aunque no haya dinero para pagar la matrícula, a cambio de recibir educación sin “hortografía”, historia distorsionada, reflexiones del compañero Fidel, y asignaturas tradicionales, pagando con trabajo voluntario.
Así será hasta graduarse en la Universidad sin saber quienes fueron Félix Varela, José María Heredia, José Antonio Saco, Francisco de Arango y Parreño, Jorge Mañach, Leví Marrero, Herminio Portell Vilá, Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Marta Pérez, Guillermo Cabrera Infante, Willy Miranda, Orestes Miñoso, Camilo Pascual, Pedro Ramos o Luis Tiant.
O referirse a René Descartes con el increíble “a pesar de su defecto físico”, por aquello del famoso “cogito, ergo existo”. No es broma de ningún tipo, es muy real: un alumno en la bicentenaria Universidad de La Habana lo consideraba cojo. Es, claro está, un caso extremo, tal vez ¿único?
Sin embargo, lo cortés no quita lo valiente. ¿Por qué pensar que una Cuba post-embargo debería mirar hacia Miami desesperadamente para definir su futuro? Es innegable que los cubanos en el sur de Florida han logrado extraordinarios éxitos en la economía y los negocios, que son una de las minorías de más rápido crecimiento económico en todos los Estados Unidos, si no la más dinámica. Lo cual no significa que un calco de Miami sea recomendable o vaya a funcionar con éxito en El Cerro o la Loma de la Cruz.
El sistema de salud pública norteamericano existente en estos momentos, o el que está en agrio debate, no sobrepasa al sistema de hospitales, clínicas privadas, farmacias y “casas de socorro” de antes del castrismo, en cuanto a cobertura, servicios y costos accesibles. Ni, a pesar de sus defectos, el desarrollado a partir de 1959.
Muy naturalmente, la ciencia en nuestros días, y mucho más en la primera potencia mundial, no es comparable con lo que se disponía en Cuba hace medio siglo, o con los recursos asignados al cuidado de personas de la tercera edad, pero no hace falta mirar exclusivamente hacia Miami cuando se puede mirar hacia La Habana de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, para encontrar modelos realistas, accesibles y eficientes de salud pública.
Lo mismo sucede en la educación: si no se contrasta absurdamente el desarrollo de la ciencia y la pedagogía actual con la de hace medio siglo, Miami y muchas instituciones norteamericanas de enseñanza tienen muy poco para asombrar a los bachilleres de centros públicos y privados, y maestros normalistas, de la Cuba pre-castrista, comparándose con el nivel real de sus graduados de college.
Baste decir que en Estados Unidos se gradúan sin haber cursado asignaturas de historia y geografía universal, y sin conocer demasiado bien algún idioma diferente del inglés, si es que conocen alguno: comparables al mencionado y peculiar caso del cogito, ergo existo, están en Estados Unidos quienes van a Cancún, sin necesitar visa, y donde todos los empleados hablan inglés, y creen que el balneario mexicano es parte integral del territorio norteamericano, como Alaska, Islas Vírgenes o Hawai: hablan inglés en Cancún, ergo son americanos.
Entonces, tampoco en este tema de la educación el modelo de Miami tendría que ser de manera automática más convincente que la Cuba pre-castrista. No hay que ignorar ni por un instante que en el país que más premios Nóbel produce año tras año hay instituciones universitarias como Harvard, MTI, Cornell, Yale, y muchas más, vanguardia mundial, pero no vendría mal confrontar a los millones de graduados de high school en los Estados Unidos con las tablas de multiplicar, o pretender que calculen porcentajes sin tener en sus manos una calculadora electrónica: sin no tienen computadora, electricidad o baterías, las matemáticas les son inaccesibles, aunque sin embargo puedan ganar cientos de miles de dólares anuales.
¿Starbucks Coffee en La Habana después del embargo, o tal vez con un embargo distendido? Pues no parece lo más probable, al menos durante buen tiempo: dejando de lado la indiscutible novedad de los primeros momentos, los turistas, y los inevitables snobs que existen en todas partes, los cubanos no pagarían dos o tres dólares por un café, por dos razones: primero, porque no los tienen para un consumo de ese tipo, propio del primer mundo.
Y, segundo, porque ya conocieron y pueden volver a conocer muy fácilmente los estanquillos de café “cubano” (el único que casi absolutamente se consume en Cuba, café negro) a la orilla de la acera o los portales, con croquetas y pastelitos de guayaba, carne, queso o coco, jugos y refrescos, empanadas y papas rellenas, que dan la posibilidad, de pie y en plena acera, lo mismo como merienda que lunch, de saborearlo, matarse a las mentiras y alardes con los contertulios, mirar a las mujeres que pasan, y además hablar cáscara en el mejor estilo cubano, todo eso mucho más acorde con la cultura social, y por un precio más barato.
¿Teoría? Quién piense en exageraciones, puede darse una vuelta cuando lo desee por La Pequeña Habana, Westchester, West Miami, Kendall, Hialeah, Tampa o Union City: la única diferencia sería que en esos lugares se consume también, además del café puro (que ahí no necesita el apellido de cubano), el cortadito y el café con leche. ¿Se pueden imaginar la cara de cualquier empleada en una cafetería de Hialeah a la que le pidan un coffee con crema?
¿Y McDonald’s, Burger King o Wendy’s? Cierto, hicieron sensación en Moscú, Beijing, Ulan Bator o Hanoi, donde no se conocía nada similar anteriormente. Sin embargo, habría que verles enfrentadas al sándwich cubano, pan con lechón, media noche, galletica preparada, bocadito de queso, pan con croqueta, frita cubana, pan con bistec, pan con tortilla, perro caliente, guarapo, tamales, ostiones, batidos, todo con sus variantes de pan duro o blando, con cebolla o sin cebolla, picante o sin picante, y el resto de las sutilezas de la inacabable gastronomía cubana.
¿Comida rápida? En realidad, ninguna de esas gigantescas cadenas norteamericanas despacha más rápido una frita (versión cubana de la hamburguesa desde antes de 1959) o un pan con croqueta, todo con papas, cebolla, mostaza y ketchup, que lo que se lograba en El Paradero de la Víbora, La Esquina de Toyo, La Esquina de Tejas, Cuatro Caminos, Maravillas de El Cerro, Playa de Marianao, o en los alrededores de los Parques Céspedes (Santiago de Cuba), Vidal (Santa Clara), Heredia (Matanzas), o El Prado (Cienfuegos) y miles de lugares más. Todo eso sin “consolidados”, partido ni poder popular: simplemente, cubanos buscándose la vida, sin tener que resolver desviando recursos del Estado.
Ningún fritero había leído a Adam Smith, pero todos sabían perfectamente que los clientes no le compraban a ellos por ser buena gente, sino porque ofrecían productos que satisfacían sus necesidades, que abrían “el puesto” siempre a una hora determinada, que seguían abiertos cuando muchos lugares respetables ya estaban cerrados, que sus productos eran aceptables al precio que se vendían. Y, además, que en la próxima esquina había un competidor, que si ofrecía algo mejor, más sabroso, o más económico, se llevaría sin falta los clientes a su “puesto de fritas”: así de sencillo.
¿Comida sana, grasas saturadas, colesterol? Hablemos en serio: las cadenas de fast food en Estados Unidos no son modelo en este tema ni mucho menos, nunca lo han sido. Solo muy recientemente Kentucky Fried Chicken se ha visto obligada a ofrecer el pollo en el grill como alternativa del frito, ante la pérdida de clientes preocupados por comer más sano.
¿Por qué todo lo anterior? Muy sencillo.
Esas ventas de café, pastelería y comida rápida cubana, se basan todas en productos que se producen fácilmente en la agricultura cubana. ¿Qué necesitan para restablecerse en el país de inmediato, ahora mismo, a pesar del embargo, la crisis económica mundial, los huracanes y todos los factores externos que se achacan al fracaso cubano? ¿Cuántas divisas, ingenieros, planes científicos, organizadores del trabajo, tractores, inspectores, trabajadores sociales y combustible caro se necesitan?
Esos mecanismos comprobados en todos los tiempos y lugares para resolver urgentes necesidades de la población, ahora que el país se debate en medio de la crisis más aguda de su historia que vive la sociedad cubana, ¿no funcionan en Cuba a causa del “bloqueo imperialista”? ¿O quizás sea por causa de la negativa del régimen a permitir que las fuerzas productivas y el elemental sentido común se puedan expresar de manera natural y sin coyundas?
¿“Desvío de los recursos” estatales? Solamente si se mantiene la parafernalia de tantas regulaciones, prohibiciones y limitaciones sin ningún sentido que provocan la escasez y las necesidades. En una sociedad gobernada por algo diferente a la paranoia extrema, que existe en el resto del mundo con excepción de Cuba y Corea del Norte, no es delito trabajar honestamente, producir alimentos, y vender en el mercado: por eso la producción de alimentos en todo el resto del mundo, aunque no es perfecta ni resuelva todas las necesidades, no se considera como asunto de seguridad nacional.
Una parte de los recursos que se necesitarían en Cuba de inmediato para estas acciones muy bien podría provenir de los miles y miles de toneladas de productos agropecuarios que se echan a perder por falta de gestión, transporte, combustible, fuerza laboral, o vergüenza: papas, tomates, frutas, viandas, vegetales.
Otra parte podría provenir de las constantes producciones estancadas, de carne de puerco, por ejemplo, porque la inefectiva industria cárnica no tiene capacidad de procesamiento, y los puercos listos para el sacrificio no pueden ser vendidos por los productores, aunque el único comprador autorizado, el Estado, no es capaz de rebajar los precios de venta a la población, satisfacer necesidades, reducir sus inventarios, y mantener el ciclo productivo como corresponde.
El gobierno cubano ha comenzado en estos mismos días, experimentalmente, a eliminar los “comedores obreros” y cafeterías en los ministerios, y a la vez ofrece a los empleados de los mismos un pago adicional para que compren sus almuerzos en expendios privados o estatales: nada más y nada menos que como se hace en el resto del mundo, sin populismo ni demagogia.
Se dice que los desvíos de recursos (eufemismo por robo) ascienden al 20% (la quinta parte) de los productos en tales comedores obreros y cafeterías. La medida es saludable para la economía, pero ¿cuántos años fueron necesarios para aceptar la evidente realidad de que el hombre nuevo no se cocinaba en tales comedores y cafeterías?
¿Cuántos más se necesitarán para autorizar que una cooperativa o algunos productores privados se instalen legalmente, mediante contrato, en esos comedores y cafeterías que quedan ahora sin actividad, vacantes, y que ofrezcan a los clientes, empleados de esas instituciones, lo que ahora deberán salir a zapatear a calles cercanas en el estricto horario de almuerzo? ¿Qué va a pasar cuando esté lloviendo?
¿Podrían violar estos privados o cooperativas regulaciones higiénico-sanitarias? Pues no se lo permitan, y que se les impongan multas o cancelen las licencias si ese es el caso: no se puede jugar con la salud de los clientes. ¿Tal vez podrían establecer precios abusivos? Retírenles los permisos y traigan a otros que establezcan precios razonables de mercado, pero no los que parezcan razonables para la burocracia. ¿Acaso se van a enriquecer los vendedores ilegal o abusivamente? Pues para evitar eso existen la contabilidad y los impuestos en todas partes del mundo. ¿Van a delinquir de alguna manera para poder mantener su oferta? Establézcanse regulaciones verdaderamente racionales y castíguense los transgresores.
No hay nada que inventar. La experiencia de la humanidad es aplastante. Lo que está por demostrarse es la supuesta superioridad de los mecanismos del castrismo. Medio siglo de fracasos y tres generaciones frustradas deberían ser suficientes.
Y lo más interesante en este análisis es que todo lo que aquí se menciona puede funcionar sin el levantamiento del embargo, sin renunciar al “proyecto” socialista (cualquier cosa que eso signifique y nadie puede explicar con claridad) y además con independencia de la escasez o no de papel sanitario en las tiendas cubanas que venden en divisas, el concierto de Juanes en La Habana, la batalla de ideas, o la liberación de los espías de la Red Avispa conocidos como “los cinco” (el resto de la Red, que colaboró con el gobierno de Estados Unidos al ser detenidos, ya está en la calle).
Entonces:
1) está claro que el embargo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos contra el régimen cubano se mantiene
2) no parece que se vaya a eliminar en lo inmediato de no llevarse a cabo un proceso de acciones por ambas partes, que requieren un determinado tiempo, y
3) el régimen, después de casi medio siglo, debía haber aprendido de sobra y hace mucho tiempo a vivir con el embargo y, a la vez, cumplir sus obligaciones hacia la población cubana.
Hay un camino mucho más sencillo y expedito para resolver la situación, que la parafernalia burocrática que intenta el gobierno cubano, y que depende de decisiones más que de recursos inexistentes en estos momentos:
¿Por qué no levantar el embargo que ha mantenido el régimen contra los cubanos por casi medio siglo? Aunque algunos expertos se queden sin trabajo.
Y entonces se resolverían muchos problemas que ahora no tienen ni tendrán solución, sino que, al contrario, serán cada vez más acuciantes.
Si los que gustan de llamarse a sí mismos expertos no cambian su discurso y aterrizan en la realidad, si continúan declarando insensateces totalmente desvinculadas de lo que ocurre en realidad por las calles de La Habana, o cualquier lugar del país, día tras día, van a resultar cada vez menos y menos creíbles.
Y ese es un lujo que ningún experto puede permitirse.
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