Cuando los espías son "personas respetables"
Eugenio Yáñez/
Cubanálisis-El Think-Tank
La palabra “espía” ejerce una destacada y morbosa fascinación en el público, y toda la prensa y los periodistas saben que estos temas tienen lectores asegurados. De ahí que cuando un espía es capturado siempre habrá grandes titulares y numerosos seguidores de la noticia. Y si en vez de uno son capturados dos espías a la vez y, para más detalles, un matrimonio, como el caso más reciente, la fascinación es doble y el alboroto múltiple. Y si, además, resulta que espiaban para el gobierno cubano, entonces ya no hay límites: Rudolf Abel en los Estados Unidos, Guillaume en la Alemania Federal, o Richard Sorge en Japón, quedan como parvulitos de kindergarten en la imaginería criolla comparados con la más reciente pesca del FBI.
Para los paranoicos y “cazadores de espías” de café con leche, que ven un agente castrista en cada esquina de Miami y en casi todas las mesas del Parque del Dominó, la reciente captura y acusación de Walter y Gwendolyn Myers es la clarísima confirmación de sus perennes denuncias, y seguirán buscando castristas para desenmascarar en cada punto de la ciudad de Miami donde se venda café cubano, o en cualquier lugar del mundo en que se reúnan dos cubanos a opinar sobre Cuba (que es lo mismo que decir “en todas partes”).
Sin embargo, si se analizan las detenciones y acusaciones producidas en los últimos años en Estados Unidos contra agentes del espionaje castrista, el perfil de los mismos no es en ningún caso el del “cubanazo” que habla a gritos y gesticulando, se viste de guayabera, come tostones, y está siempre dispuesto a opinar sobre cualquier tema, porque es experto en todos, desde el universo en expansión hasta las células madre, pasando por la filosofía kantiana y el genoma humano.
Muy por el contrario, esos agentes capturados tienen educación universitaria y llevan a cabo actividades profesionales, en sentido general se comportan dentro los parámetros de la cultura anglo, desarrollan una vida aparentemente tranquila, y pagan a tiempo sus impuestos: son lo que se podría llamar “personas respetables”. Ni tampoco siempre son reclutados en la Calle Ocho de Miami. Si no se tiene en cuenta el hecho de que Walter Kendall Myers está acusado de ser un agente de la inteligencia cubana, y eso no lo sabía casi nadie hasta la semana anterior, su biografía y su currículum son típicas de cualquier profesional norteamericano, en este caso alguien con criterios radicales en cuanto a los Estados Unidos.
Cuando los espías son así, no tienen nada que ver con los superhéroes como el James Bond de Hollywood, el agente David o el Teniente Amaury de las series propagandísticas de la televisión cubana En Silencio ha tenido que ser y Sector 40. Tampoco se parecen al Stirlitz soviético de Diecisiete instantes de una primavera, ruso infiltrado como oficial alemán en el servicio de inteligencia nazi, o al Comisario rumano de las películas de la era comunista. Porque la única debilidad de esos superhéroes es que no son reales, no son humanos, no existen.
En la actividad de Inteligencia real, aquí y allá y donde sea, hay acciones violentas, disparos, infiltración, documentos secretos, transmisión de mensajes, y técnica sofisticada. Sin embargo, no siempre es lo más común: el trabajo diario, constante, permanente, tiene muchísimo más de paciencia, agentes, suma de detalles, correlación de información, análisis, observación, estudio, pronóstico y razonamiento, que de golpes de karate, saltos mortales, vampiresas, cajas fuertes robadas y discos de computadora copiados.
Contrariamente a la imagen tan difundida en películas y libros de espionaje, la gran mayoría de la información que se utiliza es pública y abierta, a la que todos pueden tener acceso, y con el desarrollo de la Internet y las telecomunicaciones esta realidad es mucho más evidente en nuestros días. La información “clasificada” aporta los elementos importantes o decisivos que la convierten en “inteligencia”, pero el grueso de la información importante, que no es lo mismo que los datos, es vulgarmente pública y nada sensacional: se trata de analizarla adecuadamente.
Los personajes reales de la Inteligencia en todo el mundo no son siempre jóvenes y musculosos atletas ni mucho menos: son altos, bajitos, obesos, delgados, saludables, diabéticos, blancos, negros, simpáticos, pesados, tartamudos, como su vecino o su colega del trabajo; y las mujeres en esta actividad no siempre son bellezas.
Todos, en un momento, sienten dolor de estómago, van al mercado, se ilusionan, leen, disfrutan espectáculos deportivos, cantan en la ducha, se enamoran, maldicen, sufren, piensan, conversan… simplemente, son humanos. Como usted y como yo.
No todos son sicarios ni andan por el mundo dejando una estela de cadáveres tras sí, aunque algunos oficiales operativos se especializan en despachar personas indeseables o incómodas para algún servicio de Inteligencia. En Cuba, por ejemplo, eso le corresponde a la 5ta Dirección del DSE del Ministerio del Interior.
Los organismos de Inteligencia y Contrainteligencia funcionan de manera diferente en la democracia y el totalitarismo: por definición, en una democracia hay que respetar el estado de derecho y las leyes, y determinadas actividades no pueden llevarse a cabo sin la necesaria autorización judicial, que no siempre se obtiene.
En un país totalitario, por el contrario, los intereses supremos del Estado permiten a sus órganos de Inteligencia y Contrainteligencia actuar por sobre los individuos y las instituciones. Y si hiciera falta una autorización judicial, se da por descontada.
Cuando los órganos de Inteligencia de un régimen totalitario actúan en el territorio de una nación democrática, gozan de muchas indudables ventajas: no tienen limitaciones ni ataduras como la Contrainteligencia en esos países. Actúan, se mueven y operan sin estar limitados por leyes o regulaciones: la así llamada “situación operativa”, o lo que se considera como una necesidad de supervivencia, es el único límite a sus actividades.
Y, sin embargo, los valores democráticos y la condición humana en los países libres son capaces de resistir esas embestidas y prevalecer, a pesar de la actuación despiadada y amoral de sus enemigos, pero a costa de dificultades y limitaciones legales y morales que nunca hubieran detenido a un operativo de la KGB o la Stassi, ni tampoco a los “de la seguridad” cubana.
En el caso de Walter Kendall Myers, desilusionado con su experiencia militar cuando estuvo ubicado en Alemania a comienzos de los años sesenta, hablando perfectamente el idioma checo, y con sus antecedentes radicales, bien pudo haber sido detectado en esos tiempos por los servicios de inteligencia soviéticos, este-alemanes o checos. Si este fuera el caso, sus relaciones con la Inteligencia cubana pueden haber comenzado a través de los servicios “hermanos” del bloque soviético, aunque también puede ser un producto propio de los servicios cubanos: la presencia de esos servicios en territorio norteamericano no es nada desdeñable, como tampoco lo son su profesionalismo, experiencia, habilidad y osadía.
Myers asistió a una conferencia ofrecida en el Instituto de Servicio Exterior del State Department por un “diplomático” de la misión cubana en Naciones Unidas, que lo invitó junto a dos colegas más a una visita académica a Cuba, que se concretó en diciembre de 1978, por dos semanas. En ocasión de aquella visita, el ahora acusado ya consideraba a Fidel Castro “uno de los grandes líderes políticos de nuestros tiempos”. Meses después, el diplomático que le invitó a Cuba les visitó en la casa de la pareja en Dakota del Sur, donde les “partió el brazo” a ambos, reclutándolos para el servicio de inteligencia cubano, y les pidió que trataran de trabajar nuevamente para el gobierno de Estados Unidos.
La prensa ha hablado de lo difícil que resulta detectar el espionaje cubano en los Estados Unidos, y lo achaca a la condición de “true believers” (convicciones ideológicas) de muchos de los agentes descubiertos. Aunque también puede haber y de seguro hay reclutamientos por dinero o por chantaje, una buena parte de esa agentura cubana de alto vuelo son personas convencidas, a su manera, de la “nobleza y altruismo” del régimen cubano o del “carisma” de su líder (“maravilloso, simplemente maravilloso”, “el estadista más increíble que ha habido en cien años”), así como de la maldad de su propio gobierno y del sistema norteamericano, y no se ven a sí mismos como miserables traidores a su país y sus valores democráticos, que les han permitido disfrutar de condiciones de vida material y espiritual que nunca podrán tener los cubanos bajo el régimen que estos agentes apoyan y apuntalan obteniendo y enviando sus informaciones al enemigo declarado.
Sin embargo, hay algo más que dificulta su captura: Walter y Gwendolyn Myers pudieron actuar al servicio del gobierno cubano por más de treinta años antes de ser capturados porque, además de haber recibido entrenamiento básico de búsqueda de información y medidas de seguridad, sonsacamiento, perfiles psicológicos y contra-chequeo, su leyenda era sólida: analista de política internacional al servicio del gobierno estadounidense, y a la vez profesor senior de la John Hopkins University, cantera de diplomáticos y cerebros del establishment... no eran agentes utilizados a la carrera, ni para violentar cajas fuertes, neutralizar a los guardianes, trepar por las paredes, o transportar microfilmes en un ojo de vidrio desde el Departamento de Estado hasta un páramo de Maryland. Normalmente Walter tomaba notas sintéticas de lo importante, y solo en pocas ocasiones sustrajo clandestinamente documentos para fotocopiar durante la noche y reintegrar a su lugar al día siguiente.
Por regla general, los oficiales cubanos ilegales que dirigían a la pareja no pedirían a los Myers informes super-urgentes en medio de la crisis de los misiles, como tuvo que solicitar Estados Unidos al soviético Penkovsky en 1962, quien respondió eficientemente en treinta y seis horas, para poco después ser detectado, capturado y fusilado por traición. Estos acusados eran agentes, no eran oficiales operativos como el cubano Juan Pablo Roque, ubicado en Estados Unidos para contribuir al ajusticiamiento del general Rafael del Pino tras su deserción y, al no conseguirlo, participar en la operación de derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, antes de regresar precipitadamente a Cuba.
Los Myers responden al perfil de otros agentes de la inteligencia cubana capturados, como la puertorriqueña Ana Belén Montes en la Agencia de Inteligencia del Pentágono (a quien consideraban “una heroína… pero se arriesgó demasiado”, “no era lo suficientemente paranoica”), los cubanos Carlos Álvarez y su esposa Elsa Prieto en Florida International University, o Mariano Faget en el Servicio de Inmigración y Naturalización. Todos ellos parecían “personas respetables”.
Según la acusación, estuvieron alrededor de dos años tras su reclutamiento en 1979 sin funcionar activamente, hasta que Walter Kendall y Gwendolyn se mudaron nuevamente a Washington y él logró posicionarse nuevamente a tiempo parcial en el Instituto del Servicio Exterior del Departamento de Estado en 1982, después de intentarlo infructuosamente en la CIA. Tres años después solicitó trabajo a tiempo completo en el Instituto, y en 1999 pasó a ser el principal analista europeo del Departamento de Inteligencia e Investigación del State Department hasta su retiro en el 2007, cuando regresó a la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de John Hopkins University, hasta que el FBI le consiguió al matrimonio residencia con carácter permanente en las prisiones federales, donde ambos se encuentran detenidos sin derecho a fianza.
Walter Kendall Myers no trabajaba directamente en el tema Cuba dentro del State Department, pero tenía acceso a mucha información SECRET o TOP SECRET en el Departamento de Inteligencia e Investigación del State Department, así como a información de otras instituciones de inteligencia norteamericanas como CIA, FBI, Agencia de Inteligencia de Defensa y Agencia de Seguridad Nacional, y tuvo acceso en los últimos dos años hasta a más de doscientos documentos clasificados sobre Cuba.
Sin embargo, es probable que nunca en su vida haya visto un agente operativo al servicio de Estados Unidos en territorio cubano, ni en fotografías. Mucho menos conoce sus nombres o sus ubicaciones: desde este punto de vista, no parece probable que pueda haber hecho mucho daño en cuanto a denunciar operativos que estén ubicados en Cuba, como pudo hacer Ana Belén Montes en el caso de cuatro norteamericanos ubicados en El Salvador en los años ochenta, a quienes conoció en una visita de trabajo a ese país.
La información de inteligencia sobre terceros países que haya hecho llegar a Cuba, y La Habana haya pasado a Moscú hasta 1990, podría haber sido abundante. En los últimos veinte años podría haber traspasado inteligencia de interés para Rusia o Bielorrusia, (fundamentalmente información sobre Europa, que era su campo de trabajo), pues no es probable que el gobierno cubano tenga interés en traspasarla a gobiernos de naciones democráticas de Europa. Aunque tal vez los servicios secretos del régimen hayan hecho llegar alguna a grupos extremistas o terroristas como ETA, IRA o el Ejército Rojo italiano. Imposible saberlo hasta que el State Department termine de evaluar y decida hacer público el alcance de los daños, lo que podría tardar años.
Normalmente, un agente como Myers, por razones de su trabajo, y sin por ello tener que levantar sospechas, lee abundante documentación de inteligencia sobre Cuba, conoce análisis que hace el gobierno de Estados Unidos sobre las relaciones y la política hacia el régimen, y tiene acceso a los análisis elaborados por otros servicios de inteligencia de los Estados Unidos. Con todo ese conocimiento se puede hacer una imagen mental global de los aspectos clave de esa información a la que tiene acceso, y de los detalles significativos, y la transmite al operativo cubano que le atiende.
Podía hacerlo verbalmente, conversando alegremente en un restaurant, un bar o una piscina de un hotel en el extranjero, o en reuniones secretas (como las que se realizaban en New York), o mediante un pequeño disco de computadora o un documento escrito, incluso no cifrado, y utilizar a su esposa para hacerlo llegar con un sencillo cambio de un carrito de supermercado en Washington, mientras a poca distancia él dictaba una conferencia en la universidad sobre la seguridad de Estados Unidos.
Tan rutinario era su modus operandi después de tantos años, que cuando el agente encubierto del FBI que le lanzaron como carnada le mencionó que hablaba de parte de La Habana, y le solicitó información sobre las posiciones y estrategias de la nueva administración en Estados Unidos con relación a los cambios en Cuba, y a la Cumbre de Las Américas de Trinidad-Tobago, el ahora acusado y detenido sin fianza, que recibió del agente encubierto del FBI felicitaciones por su cumpleaños y un tabaco, ni sospechó ni intentó verificar la leyenda y la identidad del aparecido: era business as usual.
Lo cual indica también que, después de una investigación operativa durante tres años, el FBI tenía su expediente del matrimonio Myers donde estaban identificados, al menos, algunos de los oficiales de la inteligencia cubana que les dirigían, estilos de trabajo y personalidad de los oficiales, algunos lugares de contacto, procedimientos utilizados, perfil de la información que suministraban los espías, y muchas cosas más.
En las tres reuniones en el mes de abril que tuvieron en hoteles de Washington con el agente encubierto, creyendo que era un oficial cubano, le dijeron que, tras el viaje a China en el 2006, se sintieron preocupados por la posibilidad de haber sido detectados y destruyeron muchas evidencias, y que no deseaban ir a México a visitar a “Peter”, el oficial cubano con leyenda de vendedor de obras de arte que les invitaba a través del correo electrónico, por considerar el viaje como peligroso.
El delito está, en este caso concreto con el agente encubierto, en que un funcionario del gobierno norteamericano que no está autorizado a hacerlo ni da cuenta de ello a sus superiores, traspasa información secreta a un gobierno extranjero, y a la vez enemigo. Porque, por otra parte, si esa misma información la hubiera solicitado al State Department, por los canales adecuados, un diplomático de un país amigo de los Estados Unidos, como Inglaterra o Francia, por ejemplo, con la autorización correspondiente no habría delito en informarles. Lo cual no resta infamia ni estulticia a la conducta y la actuación del señor Myers y su esposa.
Hay daños por “carácter transitivo”, para identificarlos con un término matemático, que con toda seguridad hubo en el caso de Walter y Gwendolyn Myers, y que los “expertos” de la prensa sobre el tema no han mencionado, porque requiere determinado grado de abstracción y pensamiento estratégico para comprenderlo. Tiene que ver con el juego del yo se que tú sabes, y del yo se que tú sabes que yo se: no por gusto a estos servicios especiales de todo gobierno en el mundo se les llama “de Inteligencia”.
Con el abundante conocimiento que tenía de la información clasificada sobre Cuba que se maneja en el State Department, una persona como Walter Myers puede fácilmente discernir en qué áreas, sectores y territorios de la Isla, así como sobre qué personas, la información de que dispone Estados Unidos es mucho más nutrida, actualizada, y cuenta con más detalles. Y puede también conocer datos sensibles sobre el personal diplomático residente o que será acreditado en La Habana, así como los referidos al personal del servicio diplomático cubano que trabaja en Estados Unidos o en Europa. Y en su condición simultánea de profesor en la Universidad para eventuales futuros funcionarios, y de entrenador de funcionarios jóvenes en el State Department, habría actuado como “agente indicador”, identificando para la inteligencia cubana personas de interés.
Esta información, una vez en manos del servicio de inteligencia cubano, además de la utilidad para los propios servicios de inteligencia, sería transferida inmediatamente al aparato cubano de contrainteligencia, y resultaría una señal importante y decisiva sobre dónde la contrainteligencia del régimen debe concentrar los esfuerzos para detectar y actuar sobre fuentes de información “del enemigo”, posibilitando acciones que van desde el control, neutralización o detención de los agentes norteamericanos, hasta la protección de los propios agentes, así como organizar acciones de desinformación y combinaciones o juegos operativos.
A diferencia de Estados Unidos, donde solamente después de los atentados del 11 de Septiembre se ha intentado, y todavía no se ha logrado, coordinar estrechamente todos los esfuerzos, informaciones y análisis de los diversos servicios de inteligencia y contrainteligencia, en Cuba, lo que se conoce como “la Seguridad del Estado”, fue diseñada desde sus inicios para trabajar como un sistema único, en estrecha coordinación, y sin fisuras operativas entre sus departamentos.
Las discrepancias y polémicas entre el Ministerio del Interior y el Ministerio de las Fuerzas Armadas, de las que tanto se habla ahora, y entre sus cuadros, tenían y tienen que ver con parcelas de poder, atribuciones, acceso al Olimpo, privilegios, recursos, ascensos y reconocimientos, pero nunca una información operativa dejaba de circular por dónde debía hacerlo en función del sistema único de “la seguridad”.
Más bien, antes que fallar el flujo interno de información en “el aparato”, en muchas ocasiones se duplicaba. Cuando el ministerio del Interior no ofreció los resultados esperados en el caso Ochoa-La Guardia en 1989, fue la Contrainteligencia Militar la que agarró la punta del ovillo y guió al Comandante en Jefe por el laberinto investigativo hasta sus últimas consecuencias, de todos conocidas. Y cuando, inmediatamente después, aquel MININT fue desmembrado y copado por el MINFAR, el sistema continuó funcionando, aunque, naturalmente, necesitó de cierto tiempo para adaptarse y consolidarse nuevamente.
Otro aspecto que no puede desconocerse tiene que ver con el tiempo en que estos hechos ocurren y los agentes al servicio del régimen están actuando activamente. En determinado momento tales agentes estaban nutriendo con información a los servicios de seguridad cubanos, simultáneamente, desde el State Department y el Pentágono, el Servicio de Inmigración y Naturalización, la Universidad Internacional de La Florida, y el exilio militante de Miami (la “Red Avispa”), considerando solamente a los agentes conocidos y descubiertos. El vulgar pretexto propagandístico del régimen de que “Los Cinco” espías de la Red Avispa son simplemente valientes luchadores anti-terroristas que buscaban proteger a Cuba de “la mafia de Miami”, no resulta válido en los casos de los Myers y los demás agentes mencionados.
Ya Fidel Castro, contrario a lo que habitualmente hacen los gobiernos de cualquier país cuando sus espías son descubiertos con las manos en la masa, declaró inmediatamente que él se había reunido “con miles de norteamericanos por diversos motivos, individualmente o en grupos” por lo que “apenas podría recordar detalles de una reunión con dos personas”.
Dudoso aserto, teniendo en cuenta que no eran “dos personas” hijos de cualquier vecino, sino dos agentes de la inteligencia al servicio de Cuba muy bien ubicados en los mecanismos del gobierno de Estados Unidos, y la reunión duró cuatro horas. Calificando el tema de “historieta” y declarándola “bien ridícula”, apoyó moralmente a los espías: “Si todo eso fuera cierto, no dejaré de admirar su conducta desinteresada y valiente hacia Cuba”. Decidió no ningunearlos, como hizo el régimen con Ana Belén Montes. ¿Pensará que podrá tener en los Myers otros dos héroes prisioneros del imperio?
Una información cualquiera de determinado agente, por muy efectivo que resulte y muy bien colocado que esté, tiene mucho menos valor por sí sola que cuando se analiza combinadamente con las que provienen de otras fuentes en el mismo tiempo. Lo que uno señala como detalle impreciso se puede corroborar por otra vía; cuando dos informaciones se desmienten entre sí hay que buscar otras formas de verificación. Cuando un agente fantasea se puede desinflar su información con la que se obtiene de otras fuentes; cuando un agente ha sido detectado y está jugando un juego doble, se puede saber por otros agentes (aunque éstos no lo sepan ni se les haya advertido), que está informando falso o con incongruencias.
Aunque la ubicación estratégica de los agentes es extremadamente importante, la posibilidad de combinar al mismo tiempo diversas fuentes de información de agentura y de técnica operativa es tan importante como la ubicación misma, no solamente por la posibilidad de disponer de análisis multilaterales, sino como elemental protección de los servicios de inteligencia para poder continuar funcionando cuando “el enemigo” desarticula las operaciones.
Curiosamente, ni en el cine ni en mucha literatura de temas de espionaje o policial se mencionan mucho los departamentos de análisis y la red de agentes, y cuando aparecen estos últimos, por regla general son únicos, y cuasi perfectos, que resuelven todo de una vez y de manera decisiva. Es lógico: lo otro es la parte menos emocionante del trabajo, la menos heroica, aunque a la vez sea realmente determinante.
Es mucho más “comercial” mostrar o describir cámaras ocultas, satélites que detectan lo que el objetivo puede tener en su maletín, fusiles con silenciadores, hermosas mujeres que hablan siete idiomas y beben tranquilamente mientras se juegan la vida, agentes manejando en ciudades desconocidas a velocidad de vértigo sin tener accidentes o recibir multas de la policía, y que saben conducir aviones, helicópteros, lanchas rápidas, ferrocarriles y hasta naves cósmicas. Las tres horas en una oficina sin que se pueda llegar a conclusiones sólidas, o tener que pedir información a diez agentes diferentes para tratar de descifrar lo que sucede del otro lado, o tener dos informes de agentes diferentes que resultan contradictorios y tener que definir cuál es el que en realidad es correcto, resulta aburrido.
El tremendismo y el oportunismo pretenden utilizar ahora la excusa de la captura del matrimonio Myers para clamar por drásticas medidas, incluida la modificación, detención o extinción de la nueva política hacia Cuba del presidente Barack Obama, sin existir todavía ni siquiera una evaluación preliminar de los daños por parte del gobierno norteamericano. Se olvida, aunque nos cueste entenderlo, que en Estados Unidos, afortunadamente para todos en este gran país, Walter Kendall Myers y su esposa Gwendolyn Steingraber Myers son inocentes hasta que se les pruebe su culpabilidad, y no por firmar una “confesión” en Villa Marista, sino ante un tribunal independiente.
No se trata de ignorar el peligro real de la amplia presencia en territorio norteamericano ni la gran actividad de los servicios de inteligencia cubanos contra Estados Unidos, pero tampoco hay que llevar las cosas al extremo de suponer que nunca podríamos dormir tranquilos mientras el castrismo se mantenga en el poder: hubiera sido medio siglo de insomnio.
Todos los gobiernos crean y utilizan servicios de inteligencia, hasta en Haití, Burkina Faso o Islas Palau. Ciertamente, el servicio de inteligencia cubano está entre los más efectivos del mundo, y su alcance es vasto y profundo, dispone de abundantes recursos que son sustraídos de muchas necesidades de la población cubana, y ha logrado penetrar los mecanismos del gobierno de los Estados Unidos, mucho más de lo que Estados Unidos ha logrado penetrar los mecanismos del régimen, al menos en lo que se puede conocer públicamente.
Sin embargo, la solución no es el rompimiento de eventuales relaciones imprescindibles entre gobiernos, y aislarse como caracol en su concha pretendiendo aislar al adversario: el espionaje es parte integral de todos los gobiernos del mundo, como las embajadas, los presupuestos, las banderas y los himnos, ya sea su objetivo político o económico.
Más efectivo resultaría dejar a un lado la perpetua candidez o los conceptos extremos de lo que se considere políticamente correcto, desarrollar un sistema mucho más eficiente y mucho más coordinado de contrainteligencia, revisar a fondo la biografía y todo lo que se conozca de las personas con acceso a información altamente secreta, sobre todo su orientación política, no dejarse llevar por consideraciones electoralistas, y cerrar el cerco sobre quienes venden su alma al diablo, sin tener que vender las nuestras, ni aceptar la insensatez de desechar las normas democráticas y los principios del estado de derecho o recurrir al tremendismo. Hay que imponer la poderosísima fuerza de las libertades humanas sobre los enemigos de esta gran nación.
Porque los agentes no descubiertos todavía, y los nuevos reclutados que vendrán, que no serán pocos, intentarán ser más cuidadosos y discretos, más “paranoicos”, pero no dejarán por eso de servir a los enemigos de Estados Unidos, ya sea por convicción ideológica, vil metal o chantaje. Tendremos que seguir viviendo nuestras vidas a pesar de ellos, y sin saber cuándo y dónde será detectado y capturado el próximo. Y aún cuando ya no exista el castrismo existirán fundamentalistas, desquiciados, terroristas, y cualquier otra novedad que aparezca, cuanta bazofia humana odie y envidie a este país, no el más libre por ser el más rico y poderoso, sino el más rico y poderoso por ser el más libre.
Para el matrimonio Myers, que pretendía en estos tiempos pasar a un estatus de tiempo parcial en su agentura, y posteriormente
“navegar a casa” y disfrutar su retiro en el apacible clima tropical cubano, tal vez a orillas de una playa, ofrecer conferencias en los centros de estudio de la inteligencia cubana en La Habana, y sin conocer en carne propia los rigores de la vida cotidiana de los cubanos de a pie, el escenario ha cambiado de forma radical: disfrutarán de todas las garantías procesales en un estado de derecho, pero una condena en caso de ser hallados culpables, con sus 72 y 71 años de vida, sería equivalente de una cadena perpetua, aunque de seguro sus condiciones carcelarias serán mucho más aceptables y más distendidas que las de los prisioneros de conciencia que mantiene el régimen al que ellos gustosamente sirvieron por más de tres décadas.
Los tremendistas seguirán teniendo siempre tela por donde cortar, sea la captura del matrimonio de espías norteamericanos al servicio del castrismo, un sacerdote que cambia de iglesia por el amor de una dama, un accidente aéreo, la conducta de alguna celebridad, o cualquier cosa que garantice titulares y lectores sin tener que analizar demasiado.
Y seguirán las películas de James Bond, junto a las novelas de Tom Clancy y Frederick Forksyth, y la humanidad seguirá disfrutando leer a John Le Carré, y a veces, ¿por qué no?, a Bogomir Rainov y Yulián Semionov.
No hay nada malo en eso. Entretienen, se pueden disfrutar, y vienen muy bien después de tener que trabajar intensamente, o para olvidar por un rato la agobiante crisis mundial, los terroristas y muchas cosas más.
No hay nada malo en eso mientras algunos políticos no se crean que esa es la realidad, y que los espías al servicio del gobierno cubano son todos personajes huraños, con guayabera y pelo corto, que van a cualquier lugar de Miami a tomar café cubano con mucha azúcar, ni tampoco que son espías todos los cubanos que dicen que los médicos cubanos, a pesar de los gravísimos problemas que padecen, son superiores a los de Estados Unidos.
Pero hay que estar alertas. Al fin y al cabo, siempre los espías viven en algún lugar y son vecinos de alguien, que normalmente va a sorprenderse cuando aquellos sean detenidos y se conozca la verdad, porque son muchos los espías al servicio del régimen castrista que durante mucho tiempo, y hasta que se demuestre lo contrario, parecen ser “personas respetables”.
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