Chismes, realidad y el fantasma de Fidel Castro
Antonio Arencibia/Cubanálisis - El Think-Tank
Terminaron mis vacaciones. Regreso descansado de un viaje a España, saturado de la cantaleta mediática peninsular en torno a Zapatero y Rajoy, a los resultados de las elecciones autonómicas en Galicia y Vizcaya, y las peripecias del notorio juez Garzón, cuya cacería con el Ministro de Justicia le costó al último su dimisión.
Llego a Miami y encuentro renovadas críticas a la speaker de la Cámara, Nancy Pelosi, por querer imponer la visión de la mayoría demócrata en la Cámara, y contra el republicano Rush Limbaugh por desear públicamente el fracaso de los planes del presidente Obama.
Sin embargo, suspiro y me resigno: esos son los gajes de visitar o vivir en sociedades democráticas donde nos abruman los medios con criterios e informaciones, especialmente contra los gobiernos de turno. Este es el mundo en el que todo, o casi todo, se sabe o se intuye, a diferencia de lo que ocurre en esa Isla de nuestra obsesión (que desde aquí casi se divisa), y que escudriñamos por señales que permitan adivinar qué sucede verdaderamente en ese paradigma de secreto de estado que es el Estado de Secreto perpetuo del castro-raulato, que se ha instaurado allí desde hace medio siglo.
La mayoría de los mortales hemos sido testigos de como el presidente de la nación más poderosa del planeta fue llevado a un juicio de destitución por negarse a admitir que tuvo una relación extramatrimonial con una becaria en la Casa Blanca, y nos aburrimos de conocer de la infidelidad del heredero al trono británico, pero los cubanos que vivimos fuera del país hemos tenido que esperar a la indiscreción de un ex-escolta y algunos años para conocer los desaguisados conyugales que provocaron unos viejos amoríos de Fidel Castro.
Esta la “noticia” del momento en Miami. A esto se suma que hace pocos días Raúl Castro presidía el Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, donde se acababa de convertir la imagen de su fallecida esposa, Vilma Espín, en el icono de la organización oficialista de mujeres cubanas.
Pero no hay que engañarse: todas esas son anécdotas que ni siquiera forman parte de lo que los franceses llaman la petite histoire. Ese tipo de revelaciones no cambia nada, no son más que lo que los cubanos llamamos “chismes de solar”. Por otra parte, los Clinton no se divorciaron; Charles y Camila son un respetable matrimonio, ya Fidel Castro no está para lances amorosos, y su hermano-presidente aprovecha cualquier ocasión para posar de pater familias.
Sin embargo, en el caso del régimen cubano, la verdadera familia no está integrada por los cónyuges ni los descendientes, sino la que está atada por otro tipo de lazos de sangre y emocionales: el clan guerrillero que se ocupa de las cosas ocultas, y está integrado por el núcleo sobreviviente de los conspiradores y guerrilleros que derrocaron a Batista en 1959. Lo siguen encabezando los dos hermanos, que comparten el poder en relación simbiótica.
¡Sacude la mata Raúl! (pero con permiso de Fidel)
La última actuación conjunta de los hermanos Castro fue una acción sorpresa, que típicamente impactó más por el cuando que por el como ocurrió. Aunque no a quienes, desde hace al menos un par de años, dábamos por segura la defenestración de Carlos Lage y de Pérez Roque, y fundamentamos las razones para que ello sucediese en el momento adecuado para el Sucesor.
Como hizo Raúl Castro hace un año, antes de la integración del nuevo Consejo de Estado, y antes del Pleno de abril del 2008 del Comité Central que eligió a la comisión ejecutiva de siete miembros del Buró Político, buscó y logró la aprobación previa de Fidel Castro.
Once meses después de incorporar a Carlos Lage al escogido grupo de los siete máximos dirigentes políticos, Raúl Castro obtuvo el visto bueno de su hermano para destituirlo de todos sus cargos.
¿Cómo es posible, siendo Carlos Lage un hombre del Comandante, aunque ese mismo Comandante lo haya negado enfáticamente?
Porque hay un pacto indisoluble entre los dos Castro, basado en que solo los “históricos” pueden asumir el poder real, y los demás solo lo ostentan como préstamo o adorno. Recién se comienza a comprender por un grupo de "expertos" que el poder y el gobierno en la Cuba de los Castro son dos cosas diferentes.
Además, el general es quien controla y sugiere qué visitantes verán al convaleciente, y es quien consulta con éste “las decisiones de especial trascendencia”, como dijo el 24 de febrero del 2008.
No miente -en este aspecto- el politólogo argentino Atilio Borón al diario El Clarín, cuando reporta su reciente entrevista con Castro. Dice que al enfermo:
Lo visita poca gente, y sus contactos con funcionarios se limitan a “uno que otro encuentro con Raúl”.
Obtenida la aprobación, Raúl Castro tenía ya las manos libres para deshacerse de quienes consideraba un lastre. Basándose en su proyecto de reestructuración de los organismos centrales del estado, llevó a cabo numerosos movimientos de cuadros, como resultado de los cuales resultaron “liberados” -es decir, eximidos de sus obligaciones- diez altos funcionarios, entre ministros y cargos estatales.
Como se trataba de cambios esperados se presentó de esa manera, y en la Nota Oficial del pasado 3 de marzo no se hizo una sola crítica a ninguno de los “liberados”, excepto añadir la coletilla de que ni el cargo de Secretario del Consejo de Estado ni el del Consejo de Ministros constituyen en sí instancias con facultades de decisión en el ámbito del estado o gobierno, y que no desempeñan protagonismo alguno en la dirección del Estado o del Gobierno.
Esto quitaba importancia a los cargos que abandonaban Carlos Lage y José M. Miyar Barruecos, -y, por tanto, a su historia de “protagonismo”-. A ambos se le sumaban otros varios “liberados”, todos conocidos como “gente de Fidel”, aunque su padrino político lo negase en la Reflexión que publicó el día siguiente .
Fidel Castro escribió entonces, aunque no es cierto:: “[la] mayoría de los que fueron reemplazados nunca los propuse yo”. Y añadió que los nuevos ministros nombrados fueron consultados con él.
Desde el mismo título del artículo, Cambios sanos en el Consejo de Ministros, ponía claras las cosas: iba en contra de la edulcorada prosa de la Nota Oficial, y daba a entender que además de la fusión de instituciones del estado, se trataba de la purga de un grupo de burócratas prescindibles.
Sin nombrarlos, acusó a Carlos Lage y a Pérez Roque de ambiciosos e indignos, y dijo que "la miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno”, y que el “enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos”. Pero ese es un procedimiento típico de la política con los vencidos, que en inglés se llama character assasination, y que los comunistas han elevado muchas veces a la categoría del asesinato físico.
Dos días después aparecían las “confesiones” de errores de los inculpados por Fidel Castro, en cartas casi idénticas publicadas en Granma, con lo que daba inicio su ostracismo indefinido.
¿Quién decide después de los “históricos”?
Es conveniente no dedicar más tiempo al aleccionador destino de estos fieles sirvientes del déspota caídos en desgracia, para entrar en la profunda lección estratégica que encierra.
Según Fidel Castro, el quid de la cuestión es que estos dos antiguos protegidos suyos llegaron a disfrutar “las mieles del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno”.
A partir de este criterio, que es la base seminal del castrismo, el concepto de "sacrificio" para lograr acceso al poder en Cuba se determina por acciones combativas o de la clandestinidad en Cuba o en el exterior, y nada tienen que ver las guardias milicianas, los cortes de caña o el trabajar extensas horas diariamente. Carlos Lage y Pérez Roque no eran vagos, y por razón de sus cargos debían trabajar muy duro, y cumplieron los requisitos del sacrifico "cotidiano" que se exige en el país (Lage incluso fue médico "internacionalista" en Etiopía), pero no tienen acciones combativas en sus expedientes: pecado de lesa dirigencia para el castrismo-raulismo. La incondicionalidad absoluta a los Castro es condición necesaria, pero no suficiente, para ser admitido en "la familia": quien no "tiró tiros" no tendrá nunca el ticket de entrada.
Es difícil pensar que Carlos Lage o Pérez Roque no hayan sido leales a los Castro y en algún momento "coquetearon" con el tema del poder con contrapartes extranjeras. Más bien es lógico considerar que, alertados por declaraciones del mismo Fidel Castro a Ignacio Ramonet en sus "cien horas" de entrevistas, el "enemigo externo" se haya hecho ilusiones con ambos para "el día después".
Así que quedan avisados todos los integrantes de la nomenklatura que nunca "tiraron tiros" y hoy ocupan cargos en el gobierno o en el partido: tendrán innumerables cargos rimbombantes y tal vez muchas prebendas, pero nunca, nunca, el poder. Y, además, son "desechables" cuando haga falta.
Esto supone que a los efectos del poder fidelo-raulista solo se consideran “confiables” los “históricos” y los "combatientes", a la vez que se pone un plazo fijo al gran caos en el seno de la nomenklatura. Para tener derecho a disfrutar las mieles del dulce poder hace falta un expediente de acciones combativas. De lo contrario, se pueden tener posiciones y nombramientos, pero nunca poder: algo que nunca entendieron los que vieron en Lage al "número dos" y en Felipe Pérez Roque al "delfín".
No importa que ahora Raúl Castro esté haciendo con “la gente de Fidel” lo que éste hizo con las propuestas del general de su propia gente: fueron múltiples los raulistas “tronados” a lo largo de cinco décadas, pero eso nunca afectó a Raúl Castro, que era “El Número Dos” por antonomasia.
Ahora, en esta peculiar Sucesión tropical y caribeña hay un poder bicéfalo, una especie de dictador a medias, del que ya se hizo referencia en un artículo anterior, pero que no está necesariamente dividido a partes iguales para cada hermano, sino que se trata de un reparto dinámico y cambiante, donde el general cada vez tiene un peso mayor, y no mitad por mitad.
El problema más cercano es el ritmo imparable del almanaque, que inexorablemente continúa dando cuenta uno por uno de los integrantes de la llamada Generación del Centenario.
Es decir, si se sigue la línea trazada por Fidel Castro en su crítica demoledora a Lage y Felipe Pérez Roque, excepto los militares que sin ser "históricos" se destacaron en las guerras africanas, o en misiones guerrilleras clandestinas, no hay garantías de estabilidad para ningún otro joven dirigente, y en esto se incluyen los del propio Partido Comunista.
Tal situación deja abiertas muchas interrogantes en el marco del análisis de la sucesión de los sucesores. ¿Proyectará Raúl Castro gobiernos futuros con preponderancia de militares menos viejos? ¿Mantendrá la fachada civilista con “sus” civiles en altos cargos en el gobierno? ¿Se quedará callado Fidel Castro ante errores de “la gente de Raúl?
La apertura favorable de numerosos países de América Latina hacia el régimen de La Habana y la posibilidad de ampliación de lazos económicos durante la Administración Obama están ya intensificando las actividades diplomáticas en la Isla a múltiples niveles. En noticia de última hora, aparentemente el FMLN de El Salvador ganó las elecciones presidenciales, y Costa Rica no descarta restablecer relaciones diplomáticas con Cuba: los dos últimos bastiones sin relaciones de la era de los sesenta podrían dentro de poco normalizar sus relaciones co Cuba.
Con la excepción de los gobernantes venezolano y boliviano y quizás el ecuatoriano, el resto de los interesados representan, -Castro dixit-, al ilusionado “enemigo externo”. ¿Cómo exponer entonces a tantos funcionarios civiles no “sacrificados” a las tentaciones de esos contactos?
Si el general Castro no impone un segundo escalón de sucesión que incluya elementos civiles con alto nivel profesional, va a verse en un momento en la necesidad de tener que adoptar el modelo coreano de socialismo.
¿Un fantasma anda suelto?
Cuando más arriba fue citada la entrevista del argentino Atilio Borón en El Clarín, se omitió la parte más fantasiosa de su versión de la reunión con Fidel Castro. Según el diario, el entrevistado dijo que el dictador:
…se mueve por si mismo y que hace algunas semanas hasta salió a caminar por las inmediaciones. Fue solo y sin escolta a comprar un periódico. Se puso en la cola como cualquier cubano.
Difícil imaginar al Comandante "solo y sin escolta" y "en la cola como cualquier cubano". Este cuento del señor Borón redondea las historietas de Hugo Chávez al respecto, “que si Fidel está fuerte” que “anda por las calles de La Habana”, “que en cualquier momento se pone el uniforme”.
No se trata de chismes, sino de “bolas” echadas a rodar con la complacencia del régimen, que se encarga de elaborarlas a través de sus aparatos de desinformación.
En realidad, Fidel Castro no ha muerto, por lo que no es imposible que ese gran histrión de la política se de el gusto algún día de alguna inesperada, sorpresiva y propagandística aparición pública, con “cubanos de a pie” llorando de emoción y la prensa extranjera alborotada.
Sin embargo, de ahí no va a pasar. Por ahora, solo se trata de una amenaza, como cuando le dijo al presidente dominicano Leonel Fernández que podría montarse en un avión y visitar un país vecino.
En realidad, es solamente su fantasma el que recorre imaginarios estanquillos de prensa donde se hace la cola para poder comprar (y muchas veces revender) un diario. El convaleciente en jefe se entretiene posando para algunos visitantes: su foto con el sombrerón del presidente hondureño Manuel Zelaya es gracia pesada, pero Raúl Castro no puede contenerse y también se lo pone, como ya había hecho en Brasil en diciembre del pasado año, haciendo un ridículo mayor.
De lo que sí no hay dudas es de que el viejo tirano todavía tiene cuerda, y la emplea como le place desde su posición privilegiada de escribir lo que le de la gana sin tener responsabilidad alguna por lo que exprese.
Afortunadamente, no tiene sentido del límite, y cada día se presenta a sus lectores cautivos más incoherente y más malvado, alternando la falsa modestia con la soberbia mayestática que le ha caracterizado durante toda su vida, y a la que se ha acostumbrado.
Demuestra en su chochez que se considera infalible, mientras su hermano corre detrás tratando de arreglar lo que él rompe: muchas veces se pone a hablar de la recesión económica global y se burla de los tropiezos de los gobiernos de los países capitalistas más desarrollados por salir de ella.
Los cubanos de allá no se enteran ni del sombrero que se puso Castro, ni de lo que dicen sobre su salud Chávez y Borón. Lo único que saben de la crisis es que no es nueva, les dura ya medio siglo. Se olvidaron por ahora del truene de Lage y “Felipito” y están pendientes de los juegos del II Clásico Mundial de Béisbol: lamentan que, como en todo, el Comandante se quiera apropiar de los triunfos del equipo nacional, y muchos quisieran que el equipo de Cuba ganara el Clásico, pero que los mejores peloteros, o todos, se queden en Estados Unidos y sean contratados por equipos de Grandes Ligas, por su valía.
Mientras tanto, de lo que sí está el cubano oficialmente informado es de que siguen los juicios populares “ejemplarizantes” en las plazas públicas de las ciudades de la Isla, de que hay un compromiso por parte de los trabajadores agropecuarios de revitalizar la emulación socialista, y de que en un acto en Guantánamo, Demetrio Montseny (Villa), jefe de la Columna 20 del II Frente Oriental, recibió el reconocimiento a sus acciones guerrilleras desarrolladas hace más de 50 años, bajo el mando de Raúl Castro. Montseny-Villa, hoy General de Brigada en retiro, es uno de esos “históricos” y tiene casi 86 años.
La historia es la historia, de acuerdo. Y de los problemas actuales, ¿qué? No se resuelven con la historia, sino con medidas concretas, que no acaban de verse.
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