Cuba, realpolitik y "croquetólogos"
Lázaro González/ Cubanálisis-El Think-Tank
“Allí donde hay una necesidad hay un derecho”
Evita de Perón
Políticos y politólogos, neófitos y expertos, continúan comulgando con la vieja definición de política de Leibniz, entendida como el arte de lo posible; mientras un político fracasado como Fidel Castro la llevó a extremos voluntaristas, al concebirla como el arte de hacer posible lo imposible.
Entre los numerosos estudios realizados en torno a esta figura, se observa un vacío analítico respecto a su concepción de la política, que constituye el sustrato que ha abonado todos sus fracasos.
Pero en realpolitik, tal y como la conocemos hoy, la política es ante todo el arte de hacer posible lo necesario [Ch. Maurras], entendiendo por necesario las carencias que impiden al hombre realizar su esencia. Aquello que Rousseau denominó “interés común”, Hegel “bien del estado” y Tocqueville “bien del país”.
Por consiguiente, la posibilidad de la necesidad nos conduce al realismo político que libera a la política de prejuicios y de un idealismo a ultranza y muchas veces utópico o ilusorio. Si las utopías son válidas y necesarias, en tanto conforman un imprescindible cohesionador social en las esferas ética-morales y sociales, los utopismos no lo son.
Siguiendo a Max Scheler, la necesidad en política reside en lo que requiere de nuestra acción para ser modificado, entendido como que los problemas constituyen una oportunidad para mejorar. Por tanto, la determinación de los problemas de mayor sensibilidad política adquiere un lugar relevante en la elaboración de los objetivos políticos en cualquier horizonte temporal. Lo demás, lamentablemente, es contemplativismo.
Según las palabras de Alessandro Campi:
"…no es conservador ni reaccionario, no defiende el status quo y mucho menos añora el pasado. El verdadero realista utiliza la historia no sólo para comprender mejor el pasado sino también, y sobre todo, para representarse mejor el futuro, y posee la conciencia de que nada es eterno en política…" [2]
De ahí que el diagnóstico de la situación concreta en cada momento cobre especial relieve en la determinación de los objetivos, las campañas y acciones políticas.
En tanto que la cohesión sico-social de una sociedad, (y la cubana no es una excepción a pesar del régimen, represivo, grosero y totalitario imperante), se regula por la correlación satisfacción-insatisfacción de la población ante el estado de cosas, los sujetos de la política deben prestarle especial atención a los elementos más sensibles de esta compleja relación.
La cohesión sico-social interna en Cuba está profunda y definitivamente fracturada, pero no por razones de derechos humanos, como se menciona siguiendo a los medios extranjeros, a pesar de los últimos acontecimientos, sino por la disconformidad popular ante la crisis crónica que experimenta la sociedad en todas sus esferas.
Tomislav Sunic llamaba la atención sobre la necesidad de distinguir entre derechos humanos y derechos de los pueblos, en el sentido en que los primeros son herederos de la ideología de la ilustración de corte liberal, en tanto los segundos representan el historicismo de corte popular.
Hay que distinguir -y los políticos no pueden permitirse el error de ser obnubilados por los medios-, entre los hechos concretos que marcan el rumbo de los acontecimientos, no siempre publicitados, y las versiones que sobre la realidad circulan.
Las condenas de la Unión Europea y las últimas palabras del presidente Barack Obama efectivamente golpean al régimen, y definitivamente contribuyen al cataclismo de la utopía fidelista en el mundo, pero operan, fundamentalmente, hacia lo externo, y no modifican las claves del poder en Cuba.
Una aburrida y repetitiva brigada de respuesta rápida y un cordón policial es todo lo que necesita el régimen para neutralizar en las calles habaneras a las heroicas Damas de Blanco, impidiendo el más mínimo intento de solidaridad de la población y de potenciación del hecho.
Si mañana fuera conveniente impedir la asistencia de la prensa extranjera a eventos similares, y bloquear teléfonos, celulares y accesos a Internet y Twitter de los reporteros de noticias, el régimen no dudaría en hacerlo, y no habrían hechos convertidos en noticias de primera plana que condenar.
Que el castrismo pagaría un elevado precio por ello, es cierto, pero entre la conservación del poder, que significa su supervivencia física y como sistema, y una permisibilidad incontrolada que puede provocar una hecatombe social, no dudarían en pagarlo, y de hecho están honrando los debitos políticos actuales.
La población cubana esta perdiendo progresivamente el miedo debido a la crisis permanente que compromete sus necesidades básicas y al hecho cierto de que el régimen no puede reprimir a todos todo el tiempo.
Las decenas de miles de miradas silenciosas que desde puertas, ventanas y balcones, observaron las marchas de las Damas de Blanco sin sumarse a la “pachanga” de repudio, así lo atestiguan.
Y es que, como es conocido por todos, el castrismo no tiene respuestas definitivas ni sustentables para un conjunto de temas de alta sensibilidad social, como la vivienda, el transporte, los espurios salarios, la doble circulación monetaria, la insuficiente canasta de productos alimenticios e industriales, las absurdas prohibiciones de toda índole, y más, que conforman un clima general de insatisfacción de la población.
Quizás solo el régimen, mediante sus numerosas fuentes de recogida y procesamiento de información, tenga una aproximación a las necesidades, motivaciones e intereses de la población, estructurada por territorios, género, edad, y otras variables, que cuentan con potencialidad desestabilizadora.
Sin embargo, gracias al subvalorado trabajo de los “croquetólogos”, es posible precisar un numeroso conjunto de situaciones desestabilizadoras, entre las cuales descuellan:
· No comprometimiento político
· Prevalencia de lo individual-familiar ante lo social
· Déficit de participación en la toma de decisiones
· Paternalismo-autoritarismo
· Estatización de las relaciones sociales
· Homogeneidad distributiva
· No solución de las prioridades de la agenda social, tales como vivienda, transporte, ingresos, alimentación, y otros problemas
· Insustentabilidad económica de la agenda social
· Aumento de la desigualdad social y reestratificación de la sociedad
· Desconexión entre el bienestar material y el trabajo
· Incremento de las desventajas por razones étnicas, territoriales y de género
· Proyectos familiares e individuales desvinculados del proyecto social que ofrece el régimen
· Generalización de la corrupción y la emigración
· Medios de comunicación ajenos a la realidad social
· Burocratización de toda la actividad política, económica, social y cultural
· Órganos de gobiernos ineficientes y sin consenso popular [3]
Si las heroicas organizaciones disidentes y opositoras que actúan en Cuba formularan sus objetivos y campañas políticas en términos de la relación satisfacción-insatisfacción de sus bases naturales, muchas de las miradas silenciosas, que siguieron las marchas durante siete días de las Damas de Blanco, hubiesen roto los cordones policiales y se hubieran incorporado a las mismas.
Y es que las Damas de Blanco han sentado precedentes, a pesar de no enarbolar un programa político sino solo un objetivo cívico bien definido. Escogiendo el lugar adecuado y el momento oportuno, han arrastrado tras ellas a miles de almas e incluso a algunos protagonistas de la epopeya cubana. No todos, es cierto, pero el reto es tan alto que compele y estremece tanto al régimen como a opositores, disidentes, y a la población testigo de los hechos.
Aunque todos sus movimientos son anticipados por el régimen, que actúa sobre aviso pero reactivamente. Y ello es otra importante experiencia que se debe extraer.
Las Damas de Blanco pudieron haber sido neutralizadas en sus hogares de residencia, impidiéndoles salir a expresarse públicamente. El régimen no lo hizo, y es una buena pregunta por qué no lo hizo. Igualmente, es sintomático que un oficial de la seguridad del estado dialogara “profesionalmente” con Guillermo Fariñas exhortándolo a abandonar su huelga de hambre.
Más preguntas que respuestas, pero una acción realizada en el lugar adecuado y en el momento oportuno contribuye a reducir la brutalidad de la respuesta del régimen, y potencialmente genera simpatías populares. Es muy difícil reprimir violentamente a las Damas de Blanco mientras decenas de miles de personas se manifiestan públicamente en la calle 8 de Miami.
En un mundo donde el dúo Calle 13 realiza un concierto en la Tribuna Antiimperialista de la Habana con más de 200 mil participantes, y dos días después uno de sus integrantes participa en la multitudinaria manifestación anticastrista convocada por los esposos Stefan en Miami, es un símbolo de la complejidad y asimetría de los tiempos que discurren.
Por ello resulta importante referirse al consentimiento, considerado como la actitud individual con la que los miembros de una sociedad reaccionan ante el poder. En Cuba, como en todas las naciones del mundo, el poder está en manos de una minoría y/o pequeños grupos altamente organizados, lo que les permite imponer sus reglas sobre la mayoría de la sociedad. Pero el poder tiene que ser aceptado por esa mayoría, pues de lo contrario sucumbe.
Entonces, además de los ampliamente conocidos mecanismos de control y coerción social que emplea el castrismo para lograr la “aceptacion” popular, resulta convenientemente referirse a los factores que condicionan hoy en Cuba la actitud individual de cada uno ante el régimen.
Desde la perspectiva individual, conceptualmente existen tres tipos de consentimientos:
- Consentimiento activo
- Consentimiento pasivo
- Consentimiento negativo
El consentimiento activo es el que brindan las personas directamente comprometidas con el poder, y que influyen en la población para que obedezcan y respalden al mismo.
Estamos refiriéndonos a la cada vez menos unánime burocracia política, militar, ejecutiva, y de los medios de comunicación y las organizaciones de “masas”, que obligados por intereses muestran lealtad a los hermanos Castro.
Lázaro Expósito al frente del Partido Comunista en Santiago de Cuba, el general Leopoldo “Polo” Cintras Frías en las fuerzas armadas, Marino Murillo en el Ministerio de Economía y Planificación, Lázaro Barredo en el periódico “Granma”, y Orlando Lugo Fonte con los campesinos, son todos ejemplos bien representativos y visibles del consentimiento activo.
Por su parte, el consentimiento pasivo es aquella actitud que asumen las personas que, deseando otras formas de gobierno, instituciones, leyes y reglas sociales y hasta gobernantes, no lo expresan o no emprenden acciones para apoyar los cambios deseados. Otros, sencillamente hastiados de la política, meramente son absolutamente apáticos a la situación existente.
Hay varios elementos que explican este comportamiento.
Considerando que más del 75% de la población cubana nació en o después de 1959, y no conoce otro sistema político y tipo de gobierno que el castrista, acepta al régimen sencillamente por costumbre.
También se verifica la incapacidad de concebir otro sistema político, y ello no es responsabilidad del individuo, sino un éxito del sistema de control de la información por parte del régimen.
Es el humano y comprensible temor al castigo, la represión y el ostracismo social.
En la maquinaria propagandista del régimen se ha empleado todo tipo de deleznables epítetos para referirse a los opositores. Asesinos y torturadores fueron los fusilados sumariamente en los primeros meses del ano 1959; mercenarios los miembros de la Brigada 2506, y bandidos los alzados en el Escambray. Escoria los que emigraron cuando la crisis de 1980 y contrarrevolucionarios, vende patrias y gusanos todo el que exprese una actitud contestataria al régimen.
“La universidad es para los revolucionarios” y “Dentro de la Revolución todo y contra la Revolución nada”, son valores que condicionan normas de conducta incrustadas por la propaganda y la represión en el hipotálamo de la población.
A ello se añaden las estrictas normas disciplinarias impuestas en escuelas, sindicatos, comités de defensa de la revolución, asociaciones de estudiantes, mujeres y campesinos. También en el partido y en los órganos de gobierno, regidos por un código de ética donde la lealtad al omnímodo poder es la piedra de toque que sentencia o comulga.
Claramente lo expreso Karl Destch:
"...Los hábitos de obediencia son el socio invisible del gobierno, pero realizan más del 90 % del trabajo".
Por simple observación de la realidad cubana, se puede apreciar que la mayoría de la población asume esta actitud ante el régimen. Que se conozca, no existen estudios rigurosos que brinden la real dimensión de este comportamiento, lo cual es un déficit notable en los estudios cubanos.
El consentimiento negativo se distingue por dos tipos de actitudes. Por un lado se encuentran los que, aceptando el sistema, están inconformes con los gobernantes o con las acciones que los mismos realizan. Pedro Campos y sus compañeros ideológicos constituyen un ejemplo de este comportamiento.
Por otro lado se encuentran los que rechazan a los gobernantes y también al sistema, porque están en contra de los fundamentos del mismo y tienen sus propias concepciones de cómo deben estructurarse la sociedad y el poder. Los denominados “rebeldes” constituyen la disidencia y la oposición al castrismo.
Entre la minoría que expresa un consentimiento activo y la que asume uno negativo, se extiende la ampliamente mayoritaria masa de individuos que asumen comportamiento pasivo. En realpolitik la victoria siempre es el galardón supremo de los que logran movilizar hacia sus actitudes a una masa significativa de individuos pasivos política y socialmente.
Habilidades y recursos es todo lo necesario para ello. El régimen cubano destina cuanto recurso sea necesario, y muchos de sus mejores especialistas trabajan intensamente en asegurarse la legitimación por parte de la población y en contener los esfuerzos de la oposición cubana.
Entonces pareciera que la causa de los heroicos y abnegados disidentes y opositores cubanos, permanentemente vigilados, acosados y brutalmente reprimidos cada vez que el régimen lo considera oportuno, es una misión imposible.
Visto así, desde la sociología del totalitarismo, es cierto.
Sin embargo, la oposición cubana, al margen del necesario y creciente apoyo internacional, tiene ante si el reto y la oportunidad de identificar y potenciar los aglutinadores sociales que, en forma de intereses de la mayoritaria masa de individuos que asumen comportamientos pasivos, para lograr movilizarlos hacia actitudes más activas y comprometidas.
Un simpatizante es un aliado en la lucha contra el castrismo. Un mirada silenciosa, no necesariamente cómplice, no puede ser objeto de represión, pero miles de miradas vibrantes, alzadas a una voz, tampoco pueden ser reprimidas.
¿Como lograrlo?
La identificación de los intereses con potencial político movilizativo y conductual es trabajo de los “croquetólogos”, los “cubanólogos” que se concentran en los cubanos de a pie.
La de los líderes es potenciarlos para modificar los esquemas de consentimiento.
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1. es.wikipedia.org/wiki/Croqueta
2. Alessandro Campi. SOBRE EL REALISMO POLITICO ...
3. Mayra Espina Prieto, “Mirar Cuba hoy: cuatro supuestos para la observación y seis problemnas-nudos”/ Temas No. 56: 132-141, octubre-diciembre de 2008
4. Alberto Borea Odría, La legitimidad del poder