La antesala del entierro político de Fidel Castro
Lázaro González/ Cubanálisis-El Think-Tank
“Orden a partir del caos”
Frank Lloyd Wright
En una aburrida, gris, pero demoledora declaración de principios administrativos más que discurso, de solo 3,816 palabras, Raúl Castro impone definitivamente su estilo de gestión en el país. No hay dudas en ello, aunque mañana su postrado hermano desde su lecho de enfermo vuelva a desautorizarlo en una de sus maniqueas “reflexiones”.
Una vez más las personas que esperaban pronunciamientos categóricos en torno a las reformas [en plural] estructurales que debe acometer el país quedaron defraudados, pero ciertamente la responsabilidad no debe recaer en el lado del régimen que modula los tiempos históricos de acuerdo con el “síndrome de la rana hervida”, sino de los que confundiendo deseos por realidades, no aprecian las esencias de la transmutación del castrismo en neocastrismo.
Y de lo que los medios y analistas no se han dado cuenta, tampoco, es que Raúl Castro acaba de sepultar, definitivamente y en público, el caótico estilo de gestión administrativa de su hermano mayor.
A dos décadas de la caída del Muro de Berlín Cuba es un museo viviente del anacronismo racional y humano, mientras el mundo de una u otra manera avanza en los nuevos paradigmas del siglo XXI.
Para un sistema de control social como el castrismo la racionalidad pasa inevitablemente por la conservación del poder, que solo considera en su variante absoluta.
En momentos de crisis agónica y crónica que se agudiza con el inevitable proceso de transición del castrismo al neocastrismo, las alertas son permanentes en Punto Uno, ante cada uno de los obligatorios pasos que inexorablemente tienen que acometer para sobrevivir.
Nadie lo ha expresado mejor que el propio Raúl Castro:
“Tengo conciencia de las expectativas y honestas preocupaciones, expresadas por los diputados y los ciudadanos en cuanto a la velocidad y profundidad de los cambios que tenemos que introducir en el funcionamiento de la economía, en aras del fortalecimiento de nuestra sociedad socialista.
En este sentido me limito, por ahora, a expresar que en la actualización del modelo económico cubano, cuestión en la que se avanza con un enfoque integral, no puede haber espacio a los riesgos de la improvisación y el apresuramiento. Es preciso caminar hacia el futuro, con paso firme y seguro, porque sencillamente no tenemos derecho a equivocarnos”.
Lamentablemente, muchos de los que debieran entenderlo, tampoco tienen conciencia crítica de la real situación.
Y, efectivamente, no se pueden equivocar: en ello les va la supervivencia como elite política que ha detentado el poder absoluto por 51 anos.
Pero no es solo ello, o en todo caso, es lo menos relevante. Para individuos como Raúl Castro y Ramiro Valdés, cuyos bautismos “revolucionarios” ocurrieron hace la friolera de 56 anos, el futuro político y personal de los más emblemáticos representantes del castrismo después de Fidel Castro pende del último punto del tejido de una Ariadna histórica.
Y ellos, hombres sobre los cuales se pueden pronunciar sin reparo todos los epítetos que Dante Alighieri esculpiera en el mármol eterno de “La Divina Comedia”, lo saben perfectamente.
Una sola misión tienen estos hombres enclaustrados en sus propias contradicciones: la perpetuación del castrismo bajo la forma más atemperada a la realidad contemporánea que es el neocastrismo.
De ahí que fieles a lo mejor que saben hacer, buscan en el pasado las claves inexistentes para cumplirla.
Grave error, que de ser concretada la sucesión al neocastrismo, sus sucesores enmendarán tan pronto se puedan deshacer de sus anacrónicas influencias.
EL SISTEMA DE DIRECCIÓN Y PLANIFICACIÓN DE LA ECONOMÍA (SDPE)
Es por ello que Raúl Castro retoma la concepción de un sistema de dirección y planificación de la gestión que le “vendiera” a un desorientado Fidel Castro luego del estrepitoso fracaso de la Zafra del 70, y que se estructuró en el denominado Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, una tropicalización vulgar del sovietismo brezhneviano.
Sería el propio Fidel Castro quien a mediados de la década del 80 despedazara el sistema que nunca llegó a aplicarse en su concepción integral, para sustituirlo por sus caóticos y renovados caprichos voluntaristas.
Raúl Castro, fiel a su manía de “General Administrativo”, trasladó entonces al restringido círculo de las empresas militares bajo su subordinación estos esquemas de gestión.
La caída del Muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética a principios de los 90, nuevamente “serruchan el piso” a Fidel Castro, y es la oportunidad anhelada por el hermano menor para intentar erigirse por segunda ocasión en el promisorio salvador de la economía cubana.
Para lograr su objetivo, nuevamente le pone un piso firme al desorientado hermano, trasladando a la economía publica los esquemas de gestión que venían funcionando en las empresas militares bajo la rimbombante denominación de Sistema de Perfeccionamiento Empresarial.
Durante casi 15 años todos los esfuerzos gubernamentales para que las empresas estatales cuidadosamente seleccionadas para formar parte del nuevo experimento de ingeniería económica, no obtuvieron los resultados esperados, lo que convierte al SPE en el último intento por salvar la empresa socio-castrista.
Solo unos pocos de los que participamos activamente en aquel proceso teníamos conciencia clara de ello.
Y es que a pesar de cierta priorización en el empleo de elementos de mercadotecnia e indicadores mercantiles y de eficiencia empresarial, el propio sistema no solo está inmerso en un entorno caótico, opresivo y voluntarista, sino que además el mismo lleva en su seno sus propias acotaciones.
“Dígame como está el sector de la construcción y le diré como anda la economía del país en cuestión”, posiblemente sea una afirmación que no pueda encontrarse en ningún manual convencional sobre ciclos económicos o macroeconomía, pero la abrumadora testarudez de la realidad económica así lo indica.
Pocos autores le han prestado suficiente atención al tema, descollando entre ellos Joseph Kitchin con su teoría de los ciclos pequeños, y Clement Juglar con la teoría de los ciclos grandes o de Juglar.
Está por comprobarse si los especialistas del nuevo –y provisional- estado mayor de la economía cubana, como ha denominado Raúl Castro al Ministerio de Economía y Planificación, así como los burócratas del Ministerio de la Construcción y los inversionistas, tienen una comprensión al menos básica de los ciclos de construcción o de Juglar.
Y es que según ha logrado conceptualizar este autor a partir de las series estadísticas de la inversión en construcciones, los ciclos en la actividad tienen una duración de 17-18 años.
Pero esto es “peccata minuta” para el General en su laberinto administrativo.
La noticia de que
Cuba quiere reclutar a las constructoras españolas para sus obras públicas, lo que incluye la construcción y reparación de la deteriorada infraestructura vial y portuaria, e incluso la participación en programas de construcción, reparación y mantenimiento al depauperado fondo habitacional de Cuba, es el reconocimiento oficial más expedito a un sistema de administración empresarial obsoleto e incapaz de enfrentar los retos a que el General en la recientemente finalizada sesión del Parlamento Unánime de Cuba que convocó.
De forma explícita, Raúl Castro dedico el 8.7% de sus bien escogidas y milimétricas palabras al sector de la construcción. El aún joven ingeniero Fidel Figueroa de la Paz, Ministro de la Construcción, debe haber tragado en seco en más de una ocasión, aunque bien entrenado en estos adalides no pestañara ni una sola vez.
El General de Administración en funciones de Presidente, y por consiguiente responsable máximo de la siguaraya isleña, se auto-congratula como corresponde:
“Recuerdo que hace más de 10 años, en julio de 1999, iniciamos en Holguín un proceso de reordenamiento de esta actividad y se logró un significativo avance, jerarquizando la utilización de los contratos como documentos rectores en la construcción de nuevas obras y la clara definición de las responsabilidades de cada una de las partes involucradas, para concluirlas sin exceder el presupuesto, en el plazo fijado y con calidad. Considero que por los resultados obtenidos entonces, esa experiencia conserva hoy toda su vigencia en la erradicación definitiva de las insuficiencias del proceso inversionista”.
Lo que Raúl Castro no puede decir es que nunca, ni en el citado julio de 1999, ni cuarenta años antes ni diez después, los objetivos programáticos que enuncia, han podido ser honrados, por múltiples razones, entre las cuales cabe citar entre otras:
La cadena de mando que parte de los Puntos Cero y Uno y se extiende hasta la obra, y que se imbrica con los respectivos intereses de los jerarcas territoriales, han sido fieles reflejos de la concepción voluntarista de la gestión administrativa.
El criterio inexperto y a menudo insensato e interesado del cacique local siempre ha tenido supremacía sobre el correspondiente jefe constructor a todos los niveles. Cualquier secretario del partido provincial desbarata, a menudo con una sarta de improperios, la decisión del ministro avalada técnicamente. Igualmente el secretario del partido en Varadero anula a su entera discreción la autoridad del delegado del ministro en la provincia.
EL VACÍO CONCEPTUAL DEL MINISTERIO DE LA CONSTRUCCIÓN
Asimismo, el Ministerio de la Construcción no es ajeno al ¨ejecutivismo¨ que caracteriza a la cultura ministerial y empresarial del país. El Micons se estructura y funciona como un gran holding de empresas dependientes del despacho ministerial y de los timbrazos del teléfono rojo del ministro.
En tal sentido no desempeña el rol de ministerio trazando políticas para el sector, sino dando órdenes ejecutivas de obligatorio cumplimiento, con lo cual la relativa independencia con que deben contar los ejecutivos de empresas incluso en un sistema coactivo como el cubano, se ven extremadamente limitadas.
El 23 de marzo de 1987, justo a las 3 PM, Fidel Castro le ordenaba al jefe del contingente avileño encargado de la construcción del pedraplén a Cayo Coco: “Aquí hay que tirar piedras para adelante y no mirar para atrás”
Y ese es exactamente el estilo de “gestión” voluntarista de ordeno y mando que se le ha impuesto al sector de la construcción y su sistema empresarial, donde documentos rectores del proceso inversionista, como contratos de ejecución, suministros, programación de obras, y un larguísimo etcétera; solo son papeles formales para justificar el salario de los burócratas.
Y eso lo sabe bien Ramiro Valdés, quien en su momento fue el vicepresidente del gobierno que atendió el sector.
Raúl Cabrera, el ministro de la construcción mas competente que ha conocido Cuba en el ultimo medio siglo, fue sustituido abruptamente precisamente por plantearle a Fidel Castro que su programa de construcción de círculos infantiles y consultorios médicos no solo no contaba con la documentación técnica y de proyecto, incluyendo los financiamientos mínimos requeridos para su ejecución, sino que además no existían en el país los aseguramientos logísticos de materiales, mano de obra y equipos imprescindibles.
La sustitución de Cabrera se extendió al entonces secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba y miembro del Buró Político, Roberto Veiga, quien comulgaba con la posición del ministro.
Para Fidel Castro este ligero percance se resolvió en su mejor estilo de saboteador administrativo. Nombró a un nuevo ministro curado en salud, paralizó cuanta obra fue necesaria para desviar hacia su programa los materiales y equipos, envío a los proyectistas para que diseñaran a pie de obra, y empleó a su ejército de reserva de microbrigadistas a la gran batalla.
¿Donde estaba el General de Administración en esos momentos?
Como ningún otro sector laboral del país, los constructores cubanos han sido empleados como primera fuerza de choque en sustitución de los cuerpos represivos uniformados, para enfrentar cuanto disturbio surgiera, o llevar a cabo cualquier mitin de repudio o acto de condena a los opositores pacíficos.
La participación de los constructores cubanos, encabezados por contingentes insignias como el “Blas Roca Calderio”, fue la punta de lanza decisiva para reprimir y sofocar el Maleconazo de 1994. Los cabos de picos y las cabillas envueltas en papel de sacos de cemento y periódicos fueron y, continúan siendo, las mas contundentes armas antimotines del castrismo.
Los constructores cubanos, igualmente, han sido obligados a ocupar lugar protagónico en cuanta marcha se ha organizado, haya sido frente a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana o en un concierto.
El General no lo mencionó, pero uno de los elementos mas desorganizantes que ha experimentado el sector en los últimos 40-45 años, han sido los sistemáticos cambios de la estructura organizacional.
Delegaciones territoriales, uniones de empresas, contingentes, agrupaciones, brigadas constructoras, frentes, son solo algunas de las múltiples formas que han adoptado los organigramas organizacionales. Reorganizaciones y re-contra-organizaciones, han mantenido siempre ocupados a ministros, viceministros, directores y cuanto especialista o burócrata existe en el sistema. No se excluyen del habitual entretenimiento general a los “factores” (instituciones políticas y “de masas”), que encuentran así un espacio ideal para “justificar” su razón de ser.
Y es que ha prevalecido el criterio que los cambios estructurales son causa y solución de los problemas del sector.
En otra de sus directrices al mejor estilo de un Arquímedes desnudo, gritando Eureka por toda Siracusa, Raúl Castro declara:
“El plan 2010 tiene como una de sus premisas que no se admitirán inversiones sin un estudio de factibilidad previamente aprobado, su adecuada preparación, incluyendo los proyectos, las correspondientes licencias ambientales y de Planificación Física y definidas las fuerzas constructoras e inversionistas que las ejecutarán y pondrán en explotación de acuerdo con un cronograma definido”.
El General pasa por alto que lo anterior es válido en una economía de derecho, pero que en una economía de ordeno y mando sus órdenes son imposibles de cumplir. Y lo son por muchas razones.
En primer lugar, porque las prioridades cambian constantemente. Hoy la dirección principal es reparar techos dañados por los huracanes del 2008, pero en un par de meses la batalla será reparar las prisiones ante la próxima visita de un personaje invitado a recorrerlas. Antes que culmine el primer semestre del año, todos los esfuerzos deberán concentrarse en la remodelación de la sede designada para la celebración del 26 de Julio, o la Marina Hemingway, con vistas al cincuentenario del torneo que lleva el nombre del autor de “El Viejo y el Mar”.
También porque, lamentablemente, la inmensa mayoría de los economistas y contadores que laboran desde el Ministerio de la Construcción hasta las empresas no saben realizar un estudio de factibilidad. Pero también porque nadie le presta atención a esos estudios.
Estudios por demás que carecen de la más mínima certeza, aunque fueran realizados con el mayor rigor técnico formal, pues la fuente primaria de información es absolutamente incierta. El más experto de los economistas no puede brindar un mínimo de garantías a que los flujos de caja, las tasas de retorno de la inversión, o los valores actuales netos, por solo mencionar algunos de los indicadores críticos, pasen el más elemental análisis de riesgo.
LA IMPROVISACIÓN PERMANENTE
Sencillamente, no existen métodos fiables de análisis de riesgo para las inversiones en Cuba.
El General está para hacer declaraciones, aunque sean incumplibles, y ya serán otras cabezas las que volverán a rodar cuando se abra la gaveta correspondiente en su atestado archivo.
La definición de los inversionistas y las fuerzas constructoras es asunto fácil de dilucidar. Pero el cascabel del gato sonará cuando los investidos formalmente como “inversionistas” no cuenten con los fondos financieros de acuerdo con el cronograma de ejecución de la obra. Algo, por demás, de práctica corriente en Cuba, que se agudiza por la arbitraria composición de los fondos de inversiones y el desinterés general de los inversionistas de “mentiritas”.
Que alguien designe al contingente “El Vaquerito” para la ejecución de una importante obra en la región central del país no garantiza que hombres desmotivados y peor pagados, mal alimentados y sufriendo similares penurias que el resto de la población, van a cumplir con las exigencias de un burócrata refrigerado.
El General insiste que el proceso inversionista debe discurrir “…de acuerdo con un cronograma definido…”, y técnicamente no hay nada de lo cual discrepar.
El cronograma de ejecución de obras se elabora no siguiendo las orientaciones del partido, ni puede considerar las movilizaciones a la agricultura ni a los mítines de repudio, ni cualquier otra contingencia voluntarista propia de una economía cuartelaría.
Este es un documento rigurosamente técnico que, partiendo de índices de empleo de materiales, mano de obra y equipos para cada actividad concreta y etapa de ejecución, se optimiza empleando el método de programación lineal de la Ruta Critica.
Eso significa que la logística de materiales, mano de obra y equipos estarán disponibles en cada momento concreto de ejecución de la obra.
¿Puede el General, con todo su poder, garantizar que en una sola obra en el país, para no hablar de todo un sector estratégico de cualquier economía, esas circunstancias se verifiquen? No puede.
Por otro lado, los índices que se toman como base de cálculo para el empleo de los factores productivos tienen más de 30 anos de antigüedad y no se corresponden en absoluto con las realidades contemporáneas de Cuba y del mundo.
Por consiguiente, cualquier cronograma de ejecución de obras en Cuba nace viciado por estas circunstancias e introduce un factor técnico de distorsión que cualquier persona con sentido común –y los ejecutores de obras en Cuba, a diferencia de los burócratas técnicos y políticos, son hombres ante todo sensatos- lo aprecia inmediatamente.
Estamos refiriéndonos solamente al aspecto técnico del problema, que impide cumplir al más capaz, con las órdenes emitidas desde el estrado del Presidente del país.
La realidad, luego, supera lo real maravilloso de un Alejo Carpentier o el realismo mágico de un García Márquez.
LA REALIDAD DE LAS CONSTRUCCIONES EN LA CUBA "REVOLUCIONARIA"
Dado que los factores productivos tienen que estar disponibles de acuerdo con la programación ejecutiva; constructores, materiales y equipos tienen que coincidir no de forma general y abstracta, sino concreta y especifica, de acuerdo a la actividad que hay que realizar.
Entonces, si se está en fase de montaje estructural no se requieren albañiles, ni plomeros, ni cederistas, sino montadores; además de equipos de izaje, los elementos prefabricados de hormigón requeridos de acuerdo a la secuencia constructiva, y no los que haya en stock en una planta de prefabricado. Entonces, la “panelera” [camión con arrastre especializado en el transporte de elementos prefabricados] tiene que estar en disposición técnica y cargar y descargar en obra los mismos.
Este escenario, rutinario en cualquier lugar del mundo, no se verifica frecuentemente en las obras cubanas. Tanto los montadores como el despachador de la planta de prefabricado, como el chofer de la “panelera”, tienen que “fajarse” con el transporte publico para llegar a la obra a la hora que pueden.
El “gruero” de la planta de prefabricado puede tener uno de los tantos contratiempos propios de la realidad cubana, que van desde una citación del comité militar hasta recoger el “salcocho” para su puerquito. Las plantas de prefabricado son altas consumidoras de energía y sufren frecuentes cortes de electricidad. Como despachadores de elementos prefabricados en estas plantas se ubican a los técnicos más inexpertos, los que suelen confundir los elementos requeridos en la secuencia constructiva de la obra.
El “pistero” [despachador de combustibles] que tiene que serviciar a la “panelera” y a la grúa de montaje lo mismo llega tarde que no le entró el petróleo de Cupet, o fue destinado a cualquier otra actividad que alguien consideró mas importante, o sencillamente lo vendió en mercado negro el día anterior.
Solo las personas que no hayan vivido día a día estas experiencias consideraran que se está exagerando: las que las han vivido y las siguen sufriendo las consideran insuficientes para reflejar la caótica realidad de un sector inmerso en un sistema socioeconómico que hace imposible una gestión coherente.
Dentro de los múltiples factores de primer orden que distorsionan los propósitos planteados por el General de Administración existe uno al cual se le debe prestar la máxima atención.
Entre las directrices ordenadas por Raúl Castro se encuentra la que señala que las obras deberán concluirse “… sin exceder el presupuesto…”.
El presupuesto de una obra no es más que la sumatoria del valor de todas las actividades constructivas y otros gastos directos e indirectos en la ejecución de la misma.
Por consiguiente, el trabajo del presupuestista consiste en tomar las magnitudes físicas unitarias de cada actividad constructiva y multiplicarlas por el índice de precios correspondiente.
Dicho de otra manera. ¿Cuantas horas-albañil “A” + horas-albañil “B” + horas-albañil “C” se requieren para la ejecución de la obra? Luego se aplica el coeficiente salarial horario de cada calificación y tenemos el valor de la mano de obra de albañilería. Así se procede para cada una de las especialidades necesarias para la ejecución de la obra con lo cual se determina el presupuesto para el componente mano de obra.
El mismo procedimiento se aplica para el presupuesto material y de equipos.
Entonces, desde un ángulo exclusivamente técnico, las órdenes impartidas no pueden ser cumplidas ni por el mejor presupuestista del mundo.
Primero, porque las normas cubanas para el consumo material de las obras tienen más de 30 años de antigüedad y no se corresponden con las normas contemporáneas, como se ha explicado anteriormente.
Además porque la ineficiencia general del sector también tiene entre sus factores causales las tecnologías constructivas empleadas y en particular el no empleo de materiales que permiten potenciar la productividad de la mano de obra.
Así por ejemplo y salvo en muy pocos casos, las divisiones interiores de las construcciones se siguen levantando con ladrillos o bloques, cuando en todo el mundo se emplean elementos aligerados de pared tipo drywall; la productividad de un instalador de drywall es decenas de veces superior a la del mas diestro albañil y la reducción de operaciones otras tantas.
Segundo, porque los coeficientes salariales ni reflejan el valor real de la mano de obra, y han venido siendo ajustados sin fundamentación técnica en múltiples oportunidades y circunstancias.
Tercero, porque los coeficientes de disponibilidad técnica de los equipos obsoletos técnica y físicamente, no se corresponden con las normas cubanas vigentes.
Pero los presupuestos de obras cobran importancia en la medida en que actúen como elementos de control financiero de la ejecución de las mismas.
Y aquí se presentan dos situaciones importantes que es necesario explicitar.
Contadores y financistas del sector de la construcción lo son en el sentido general del término, en tanto que no están especializados en el control financiero de una actividad peculiar como la construcción. Esto, que sería relativamente fácil de superar con un adecuado entrenamiento, aunque haya que vencer barreras de esquemas mentales, no se emprende porque no existe comprensión a ningún nivel de que es un serio problema en el control financiero de la actividad.
Por otro lado, los sistemas contables que aplica el sector son igualmente generales en el sentido que con ellos lo mismo se controla la empresa de pan y dulces de Caimito, que una granja de pollos en Sabaneta.
Entonces nos encontramos con un presupuesto de ejecución de obras que carece de fundamentación técnica que es controlado por un sistema contable que no se corresponde ni por objeto ni por estructura con el mismo.
¿Sabe usted, General, como los contadores resuelven ese problema en el sector de la construcción? Prorrateando indiscriminadamente los gastos, y al que le tocó le tocó.
Pero la incapacidad de la industria cubana de materiales de construcción, particularmente en los rubros de terminación de obras, determina que un alto componente de los insumos deban ser importados.
El Ministerio de la Construcción cuenta con un grupo de empresas especializadas en el comercio exterior. Conocidas como importadoras-exportadoras, son esencialmente empresas importadoras. No es un secreto que las compras de materiales a suministradores extranjeros se realizan a aquellos que brindan las mejores comisiones o los más confortables viajes al extranjero.
Por si no fuera suficiente lo expuesto hasta ahora, en la elaboración de los presupuestos se introduce el caos de la circulación monetaria cubana, donde los índices de precios en pesos cubanos se equiparan en dólares, a lo cual habría que añadir otras divisas, incluyendo ahora la moneda virtual Sucre, que no tiene respaldo monetario de ninguna índole.
Lo mismo sucede con el componente equipos, mano de obra y otros gastos. El mecanismo contable mas socorrido para legitimar un “desvío” de recursos es tirarlo contra una obra, algo virtualmente inauditable.
Los llamados a la disciplina y al orden del General encuentran barrera infranqueable en el mazo de electrodos que el montador vende al herrero clandestino; en el petróleo que el pistero, siguiendo ordenes o por iniciativa propia, vende o le envía al secretario del partido para la movilización de turno; en el saco de cemento que “ahorra” el albañil, o en la rastra que se descarga en una de las numerosas artesanales pero eficientes fabricas privadas de materiales de construcción.
No hay forma humana ni divina de conocer el presupuesto ni el valor real aproximado de una obra. Mucho menos emplearlo como instrumento de gestión.
Los sensatos constructores, obligados a escuchar órdenes insensatas, hacen lo que el sentido común de la sabiduría les aconseja: no le prestan atención ni a los presupuestos ni a los registros contables.
Ni tampoco a usted, General.