Nacho Vidal es un extranjero que ha arrastrado por el fango el decoro de la mujer cubana en la rentable industria internacional del sexo y lo dejan entrar tan campante.
ALEJANDRO RIOS: Extranjero
Un conocido periodista español de visita hace unos meses en La Habana tuvo la primicia accidental de encontrar al famoso pornógrafo Nacho Vidal de paso por la ciudad procedente de Colombia y camino a otro sitio en Latinoamérica donde pensaba abrir un llamado puticlub en compañía de su compatriota,
el cantante Miguel Bosé.
Era su segunda estancia en la isla. Durante la primera, hace doce años, grabó y luego comercializó un patético video haciendo sexo con jóvenes cubanas en los más lúgubres escenarios.
El libertino Vidal se queja de cuánto lo habían revisado en el aeropuerto José Martí, porque provenía de Colombia y parecía apestar a ciertas drogas. Llegaron, incluso, a practicarle una radiografía para ver si transportaba algo en el estómago, según confesó de modo divertido.
Nacho Vidal es un extranjero que ha arrastrado por el fango el decoro de la mujer cubana en la rentable industria internacional del sexo y lo dejaban entrar tan campante. La suspicaz policía política cubana no tenía récord del personaje en sus atribuladas computadoras ocupadas en otros menesteres más represivos.
El extranjero sigue teniendo patente de corso en el país, incluso para delinquir, sin ser requerido a no ser que se interese por los opositores o insista en filmar la connotación política de las ruinas físicas o morales de la sociedad.
La doble vida de ``señor'' y ``compañero'' ha sido una de las más humillantes prácticas a las cuales se haya sometido al pueblo de Cuba y aunque ya es legítimo entrar a un centro turístico que antes era solamente para extranjeros, sigue vigente el concepto de considerar de segunda a las personas que hayan tenido la mala fortuna de nacer allí y no haber podido escapar en busca de la dignidad perdida.
Recuerdo que cierta vez caminaba con mi hijo por la Plaza de la Catedral y tuve la urgencia de utilizar un baño y enrumbé mis pasos al restaurante El Patio. Le pregunté a un individuo que cuidada la entrada si podía acceder al servicio sanitario y me dijo que era para extranjeros. Claro que me enfurecí, lo esquivé y entré buscando el lugar con mi hijo adolescente quien, atemorizado, trataba de hacerme desistir. Alcancé desesperado el urinario, mientras el deleznable ``compañero'' me imprecaba no se sabe cuántas amenazas por mi falta de urbanidad ciudadana.
En un incidente menos personal, corrían los años setenta y un grupo de críticos de cine había sido invitado a una proyección especial del contestatario filme de Andrzej Wajda El hombre de mármol, durante un Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana. La operación era muy discreta, considerando la naturaleza del argumento que refería la formación del sindicato Solidaridad en Polonia. Entre nosotros se encontraba el patriarca comunista de la crítica cinematográfica, el Dr. Mario Rodríguez Alemán.
Cuando se apagaron las luces de la pequeña y confortable sala y comenzaron los créditos iniciales, la función fue interrumpida, abruptamente, por un funcionario quien, sin el más mínimo tacto, ordenó salir a todos los cubanos de la exhibición, incluyendo al reconocido crítico oficialista. Los extranjeros presentes se ofuscaron un poco por tan extraño comportamiento pero ninguno protestó y terminaron, como siempre, asumiendo este tipo de maltrato con los nacionales como la cosa más natural.
Una última anécdota que resume, de algún modo, esta terrible circunstancia de la preponderancia del foráneo sobre el cubano. Estoy en el lobby de un hotel habanero junto a Julio Le Riverend. famoso historiador y a la sazón director de la Biblioteca Nacional, esperando a un invitado de otro país.
Al parecer el anciano historiador estaba ajeno a ciertas limitaciones conocidas por todos y se le ocurre pedir una caja de cigarros a la venta en un estanquillo del lugar. Es entonces cuando el empleado lo mira de arriba abajo, comprueba su nacionalidad, no obstante la prestancia burguesa de Le Riverend, y le espeta en pleno rostro: ``Es solamente para extranjeros'', sin siquiera un ``disculpe'' al comienzo de la frase.
Un comentario:
La Habana es una ciudad que no parece tener fronteras para experiencias humillantes, igual en terreno marginal junto a los hijos del pueblo, que en los espacios elegantes acompañado de personalidades importantes de la cultura, según nos va contando el autor en algunas de estas notas semanales que ya van siendo un prontuario de las penosas relaciones cotidianas del ciudadano en un sistema de doble moral. Le deseo sinceramente que el futuro le sea paliativo, porque estos malos recuerdos son prácticamente imborrables.