El fracaso de TV Martí ( I )
Huber Matos Araluce Cubanálisis-El Think-Tank
Las frecuencias de televisión se transmiten en línea recta, como la luz de un reflector. Por la curvatura de la tierra, a cierta distancia siguen directo y se pierden en el espacio. Una opción para evitar que la señal se pierda en el espacio es colocar el transmisor a una altura tal que las ondas transmitidas lleguen a la zona que se quiere cubrir.
Por esta razón los ingenieros de TV Martí subieron su transmisor en un globo –Fat Albert– que flota a 10,000 pies de altura amarrado a un cable en Cayo Cudjoe en la Florida.
Esta modalidad tiene la limitación de que el peso del transmisor no puede ser muy grande, y en consecuencia su potencia es limitada. Para superar esto se utilizó una antena direccional que, como el foco de una linterna, dirige toda la energía hacia un objetivo: la Habana y sus alrededores.
Dadas esas condiciones, fue muy fácil para el régimen castrista interferir la señal de TV Martí desde el principio, con aparatos rudimentarios y con poca potencia. Fue por esta razón que TV Martí se convirtió en un fracaso para la oposición democrática y un triunfo para la dictadura. Desde el punto de vista de ingeniería el fracaso era fácilmente previsible.
Ante el desastre, la señal de TV Martí también se transmite vía satélite, pero esto requiere una antena parabólica y un equipo de recepción especial que está fuera del alcance de la mayoría de los cubanos. Igualmente, el uso de un avión con el mismo propósito tiene otras limitaciones, no solo de orden técnico, sino también político.
El hecho es que TV Martí ha gastado y sigue gastando una suma fabulosa de dinero. Es un proyecto fácil de cuestionar por su ineficiencia. Un daño colateral de esta situación es que ha expuesto a Radio Martí a críticas que pueden tener mayor o menor peso, pero que le perjudican.
Callar la verdad sobre TV Martí daña a todos los que creemos que la televisión es un componente muy importante en el derecho de información del pueblo cubano. No creemos que cerrar TV Martí sea la solución. Si la técnica de transmisión que se utilizara fuera diferente, TV Martí llegaría a Cuba, y los recursos aprobados por el Congreso tendrían un uso eficiente.
El fracaso de TV Martí y el éxito de Miguelito Antena
Si TV Martí continúa sin verse en Cuba –pese a los millones que cuesta su operación– porque es muy fácil para el régimen interferir su señal, emitida desde un globo, hay que buscar otra alternativa y ponerla en práctica.
En 1990 cuando el Congreso aprobó más de siete millones de dólares para las pruebas de transmisión de Radio Martí, ya TeleCID, -del movimiento Cuba Independiente y Democrática- llevaba varios meses experimentando con un transmisor de televisión a 10,000 pies de altitud. En lugar del globo se usaba un helicóptero.
Se despegaba del aeropuerto de Tamiami, para aterrizar en un camino solitario donde se le colgaba al gancho de carga un sistema de ocho antenas direccionales, para luego volar hacia el sur. Después de varios meses superando dificultades podíamos enviar la señal a más de ciento cuarenta y cinco millas de distancia. Pero no estábamos satisfechos, el problema a resolver era siempre el cómo evadir o anular la interferencia con más potencia y más flexibilidad.
Alguien dijo entonces: “Hay que buscar a Miguelito Antena”, un cubano que en La Habana instalaba antenas para recibir los canales de televisión de la Florida. Dos semanas después lo encontramos en Hialeah. Era un personaje lleno de energía, inteligencia y simpatía: “Sí, yo era el que ponía las antenas, ese era mi negocio. Con regularidad hay canales de la Florida que se ven en Cuba y a veces con una potencia tan grande que tumba los canales cubanos”.
Nadie daba una explicación a ese misterio. Buscando una respuesta visité la Biblioteca del Congreso en Washington. Una asistente escuchó con mucha atención el tema y luego desapareció por un pasillo. Algo así como media hora después regreso con tres libros: “Esto es lo que pude encontrar, espero que le sirva”. Estaba completamente ansioso revisando los libros; en el segundo estaba la respuesta: “En ciertas condiciones de humedad y temperatura, la tropósfera permite que las señales de radio y televisión viajen hasta cientos de millas…en ciertas partes del mundo esas condiciones son muy frecuentes… también en ciertos casos se forman ductos en la tropósfera que transmiten la señal a grandes distancias con mucho más potencia”. La tropósfera es la capa de la atmósfera que pegada a la tierra sube hasta una altitud de 16 kilómetros en las zonas ecuatoriales.
Conocía que las señales de onda corta rebotan de la ionosfera –que está entre 80 y 800 kilómetros de altitud. Es como un espejo que, al reflejar la señal una y varias veces, permite que esta alcance grandes distancias. Así llegaba a Cuba la señal de la Voz del CID; Radio Moscú trataba de interferirnos, pero no podía hacerlo porque el transmisor principal había sido diseñado por un brillante ingeniero para moverse de frecuencia y de banda con tanta facilidad que cualquier interferencia era evadida en segundos.
Dejamos el helicóptero como medio de transmisión secundario y dos meses después viajábamos en el barco de un cubano, pescador de langostas, que vivía en los cayos. Habíamos instalado un generador muy grande de segunda mano, que suplía potencia suficiente al transmisor. Nos dirigíamos hacia el sur de los Cayos Marquesas buscando aguas internacionales. Allí comenzaron las trasmisiones de TeleCID con suficiente potencia para saturar el área de la tropósfera hacia donde dirigíamos las antenas. Las transmisiones llegaron a Cuba y cubrieron más de 400 kilómetros de distancia. Miguelito Antena tenía razón.
El fracaso de TV Martí y la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC)
Con esos buenos resultados me reuní con gente que quería ayudarnos económicamente, les propuse fabricar cuatro transmisores de alta potencia e instalarlos en barcos usados que podíamos alquilar a bajo precio. Con antenas de alta ganancia podíamos cubrir toda la isla, transmitir por diferentes canales simultáneamente y cambiar de canales en cualquier momento. El presupuesto era tan bajo que no lo querían creer.
El esfuerzo de interferencia de la dictadura sería tan costoso, y técnicamente tan complejo, que la señal de televisión llegaría a un porcentaje sustancial de los cubanos. Se había abierto todo un nuevo frente para debilitar la censura. Estuvieron de acuerdo y con un brindis cerramos el trato.
Pedí una cita a Antonio Navarro, el jefe de Radio y TV Martí. Hablamos sobre la interferencia contra la señal de TV Martí y le propuse: “Antonio, facilítame la programación de TV Martí y nosotros la transmitiremos a Cuba…hemos hecho pruebas exitosas y los técnicos están seguros de que no podrán interferirlas fácilmente…ustedes no tienen que responsabilizarse por nada…simplemente nos dan copias de la programación y nosotros las transmitimos”.
Me miró atentamente y me dijo: “Huber, no me metas en candela.” No era la respuesta que pensaba escuchar, pero tal vez Navarro no quería complicarse la vida. Otra sorpresa me esperaba en esa visita a Washington: la llamada de un funcionario de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). La cita fue en una cafetería. Ellos sabían de nuestros esfuerzos por transmitir la televisión a Cuba pero no habían querido ayudar. Me dijo: “Estamos al tanto de las pruebas y de lo que han logrado… pero tienes un problema... Dante Fascell ha dicho que no pueden permitir que el hijo de Huber Matos haga quedar en ridículo al gobierno federal… cuídate”.
Unos días después llegaron a mi oficina en Miami varios funcionarios de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) del gobierno norteamericano. Las advertencias fueron cortantes: Si sigues transmitiendo televisión te vamos a confiscar el barco y los equipos, te vamos a multar con $200,000, te vamos a meter dos años en la cárcel y cuando cumplas la condena te vamos a deportar de los Estados Unidos.
Les respondí: “Estamos transmitiendo desde aguas internacionales y ustedes no tienen jurisdicción ahí. El gobierno que ustedes representan le acaba de regalar un transmisor de radio a Jonas Savimbi en Angola y me parece que, por lo que acaban de decir aquí, esas transmisiones también son una violación de tratados. Ustedes transmiten televisión a Cuba, pero nosotros los cubanos no podemos hacerlo; creo que se equivocaron”.
Cuando se fueron recordé la reciente advertencia que semanas atrás me había hecho un plantado, el ex prisionero político Silvino Rodríguez Barrientos: “Huber, cuídate, ha habido una reunión secreta de la dirigencia de la Fundación (CANF)…la decisión que tomaron es que había que sacarte del medio”. Si había alguien bien informado en Miami era Silvino, que además era un hombre valiente e integro. Pero, para mí, eso de sacarme del medio no era fácil: vivíamos en los Estados Unidos. Silvino me miró con preocupación y creo que hasta con un poco de tristeza.
Empezaba a armarse el rompecabezas: la información de Silvino; el comentario de Antonio Navarro de evitar el fuego; la opinión del representante al Congreso Dante Fascell, entonces jefe del Comité de Asuntos Exteriores en Washington; la advertencia del funcionario de la CIA, y la visita de la FCC.
El fracaso de TV Martí: “Quizás Washington está contento de que TV Martí no se vea en Cuba.”
No estábamos dispuestos a capitular tan fácil. Recordé que una familia importante, muy amiga de un presidente latinoamericano, se había ofrecido a ayudarnos si alguna vez queríamos conversar con él. Los llamé y esa misma semana aterrizaba en el país amigo. Eran las siete y media de la noche y un oficial de la presidencia me esperaba en el aeropuerto.
“Bienvenido a…, el Presidente lo va a recibir”. Me llevaron directo al palacio de gobierno.
Uno de los custodios que me acompañaban me dijo que esperara un momento. Cuando la puerta se abrió el presidente dio unos pasos y me extendió la mano:
- “Bienvenido señor Matos, mucho gusto en conocerlo; estamos terminado de ver una película ¿tendría el gusto de acompañarnos?”.
Entramos a un pequeño cine donde se encontraban algunas personas. Aproximadamente tres cuartos de hora después me volvió a desconcertar:
- “Tengo ahora una reunión con gente del partido, ¿le gustaría venir con nosotros?”
Salimos de palacio en varios autos, todos parecían idénticos. El trato no era el que esperaba: había imaginado una entrevista de 30 minutos durante el día. El presidente estaba interesado en conversar sobre Cuba y sobre mi padre. No mencionó la razón de mi visita y yo guardé discreción. Regresamos a palacio después de la 1 a.m., pidió café y me dijo:
- ¿En qué podemos ayudarlos?
- Señor Presidente, los norteamericanos están transmitiendo televisión a Cuba. TV Martí no puede verse en la isla porque fácilmente interfieren la señal. Nosotros usamos un transmisor más potente y otra técnica de transmisión. Sabemos que a la dictadura le es muy difícil evitar que nuestra señal se vea, pero hay gente importante en Miami que está moviendo sus influencias en Washington para frenar nuestro proyecto.
- ¿Qué necesita?
- Necesitamos que usted nos permita ponerle la bandera de su país al barco que usamos, porque vamos a continuar con las transmisiones.
Con cierta firmeza contestó:
- “Cuente con eso, pero le sugiero que se alejen de las costas de la Florida ¿algo más?”.
Agregué:
- “¿Podría usted llamar al presidente de los Estados Unidos y decirle que el barco nuestro tendrá la bandera de su país?”
Amablemente contestó:
- “Matos, yo soy el presidente de…., yo no tengo que darles explicaciones ni pedirles permiso a los americanos.”
La respuesta era patriótica pero yo no quedé muy convencido. Me pidió que le explicara sobre la interferencia a TV Martí y lo hice. Se quedó pensativo y me dijo:
- “Quizás Washington está contento de que TV Martí no se vea en Cuba.”
Salí tan feliz de la reunión que no sé cuantas veces le di gracias a Dios por los resultados. Si transmitíamos la televisión a Cuba el régimen sería completamente vulnerable. No teníamos dinero para la programación, pero sí para comprar y operar varios transmisores más. En todo caso, Héctor Pérez, un mexicano-americano productor de televisión de Chicago, me había dicho:
“No te preocupes por el dinero de la programación, si TV Martí no te da los programas yo los hago.”
Al regresar a Miami tenía que conversar con Félix Toledo y planear con él los próximos pasos. Félix, además de patriotismo, tenía todo lo que hacía falta para hacer que las cosas funcionaran.
Yo no tenía ni idea de lo que me esperaba en Miami.