Eugenio Yáñez /Cubanálisis - El Think-Tank
Estamos ante nuevas realidades: si nos gusta o no, eso no tiene la menor importancia, ni la más mínima trascendencia. El stablishment estadounidense ha llegado a la conclusión de que la política vigente hacia Cuba ni funciona ni responde a los intereses de Estados Unidos, y es necesario cambiarla.
Aunque el derecho al pataleo se respetará, los “duros” pueden ahorrarse epítetos e insultos, si son capaces de vivir sin eso: no se trata de defender el raulismo ni creer que el régimen transita hacia la democracia. Nada de eso, es algo mucho más sencillo: el stablishment norteamericano considera que los intereses de Estados Unidos están siendo afectados con las políticas y estrategias vigentes hacia el gobierno cubano en los últimos años, y es necesario adaptarlas a nuevas realidades.
No hay que buscar culpables demócratas o republicanos, esta persona o aquella, en La Habana, Washington o Miami: los intereses de Estados Unidos están muy por encima del circo partidista, y se están perdiendo oportunidades en Cuba que el stablishment no tiene por qué perder.
¿Y qué hay en este escenario con la libertad y el respeto de los derechos humanos de la población cubana? Nada en especial: los cubanos no somos más seres humanos que los chinos o los sauditas, y el stablishment necesita del comercio chino y el petróleo saudita, por lo que mira hacia el otro lado para no complicar las cosas.
¿Por qué ahora la administración norteamericana, en términos de realpolitik, habría de levantar olas con los prisioneros de conciencia o las libertades conculcadas a los cubanos, más allá de guardar formas y hacer declaraciones abstractas? Después de todo, son casi dos mil quinientos millones de dólares anuales que Cuba debe importar en alimentos, y el mercado de EEUU es muy apropiado, cercano y eficiente.
Esa cifra, en el volumen total de actividad comercial norteamericana, puede parecer, y es, muy pequeña, pero en tiempos de crisis económica como la actual esa cifra no resulta nada insignificante: es más de la mitad de lo que Florida aspira a recibir en el plan de estímulo del presidente Barack Obama, para gastar parte de ellos en radios de comunicación para los guardianes de prisiones y en planes de tratamiento a reclusos con problemas de drogas.
Quien quiera sospechar que el senador republicano Richard Lugar, que es quien aboga con más fuerza por el cambio de política, es “liberal” o “raulista”, pues puede hacerlo: la idiotez es capaz de maravillas. Pero téngase en cuenta que Lugar es no solamente el republicano de más alto rango en el la comisión de relaciones exteriores del Congreso, sino que está considerado, junto al hoy vicepresidente Joe Biden, la mayor autoridad sobre el tema de relaciones internacionales en el Congreso de los Estados Unidos, y hace unos meses fue considerado muy seriamente por el presidente Obama como un candidato para Secretario de Estado en su administración.
Por si fuera poco, la Cámara de Representantes acaba de aprobar, 245 votos contra 178, un proyecto de ley presupuestaria que modificaría las restricciones para viajar a Cuba impuestas por la administración Bush en 2004. Esta semana debe discutirse en el Senado.
Se vive siempre con temor al cambio, sin darse cuenta que los cambios ocurren, muchas veces, cuando no son esperados, y que la capacidad humana de adaptación a las nuevas realidades es increíblemente más prolífica y eficaz de lo que se considera normalmente, y supera los miedos y atavismos que le alimentan continuamente.
En política, los demagogos se prestan para cualquier tema si consideran que les pueda reportar beneficios, y los ultra-conservadores, a pesar de ellos mismos, se aferran al más tenaz y absurdo inmovilismo. Estos comportamientos no son una exclusividad del totalitarismo: demócratas y democracias pueden pecar igualmente de quietismo jurásico si no aprenden a interpretar el mundo en el que actúan y se aferran a las visiones, estrategias y situaciones que la vida va dejando atrás.
Se pide continuamente, con razón, que se produzcan verdaderos cambios en Cuba que permitan al país avanzar hacia la modernidad, el desarrollo económico y la prosperidad, las libertades individuales y el imperio del estado de derecho, pero cuando se trata de las estrategias y tácticas del exilio y los disidentes en la Isla se acepta placenteramente el status quo sin cuestionarlo, nunca se exigen transformaciones, y parece como si las ideas, las estrategias y los escenarios estuvieran congelados en el tiempo .
Nada de lo anterior resta méritos ni historias de valor, verticalidad y sufrimiento al exilio militante o a los heroicos disidentes que, a pecho descubierto, enfrentan la represión, el ninguneo y el ostracismo interno cruelmente impuestos por el régimen, sin dejarse intimidar o chantajear.
Pero en la realpolitik ni hay que tener razón para que los criterios se puedan imponer, ni la justicia triunfará para quienes estén del lado correcto: se dice que, en ocasiones, “Dios apoya a los malos, cuando son más que los buenos”. Y, lamentablemente, no es frase hueca, al menos en las realidades políticas de la Cuba de hoy.
El régimen pretende basar su legitimidad en su participación “histórica” en los orígenes de la revolución, y se le critica, con razón, que no da paso a nuevas generaciones y nuevas estrategias para sacar al país de la crisis, al aferrase en su supuesta legitimidad.
Sin embargo, este análisis, que vale para el régimen, no se considera necesario para sus adversarios. El exilio “histórico” basa su legitimidad en su participación “histórica” en los orígenes del anticastrismo militante, pero no se le pide que de paso a nuevas generaciones o nuevas estrategias, aunque se aferre a su supuesta legitimidad.
La legitimidad “histórica”, en si misma, no es ni falta ni pecado: el problema aparece cuando esa historicidad legitimante que se lleva con justo orgullo –allá y aquí, no debe olvidarse- no permite ver más allá del mundo congelado en los escenarios y tiempos en que se obtuvo, justamente, esa legitimidad, y las estrategias y tácticas que se diseñan y se aplican, o que se aplican sin diseñar, pues verdaderos estrategas no abundan, no van más allá de resultar estrategias apropiadas en el momento equivocado, que resultan más peligrosas que las estrategias equivocadas en el momento apropiado.
Es ya un lugar común reconocer que en la Isla los jóvenes cubanos menores de treinta años son en muchos casos totalmente apáticos a eso que se llama “revolución”, y que solo les interesa sobrevivir y resolver los problemas cotidianos, lo cual, con certeza, es una prueba más del fracaso del régimen y de la formación del “hombre nuevo”. Nadie lo pone en duda.
Pero basta que algunos de esos jóvenes salte el charco –vía “bombo”, balsa, deserción o “contrabando humano”- y llegue a Miami, para pensar que, por obra y gracia de quien sabe qué, se convierten de inmediato en patriotas insomnes y soldados del anticastrismo.
Sin embargo, eso no es así. Entonces engrosarán las filas de los cientos de miles de cubanos en Miami, que a la vez que crecen con las nuevas incorporaciones que llegan cada día, se van reduciendo día tras día por la acción de la biología, y la simple aritmética demuestra que la composición de “verticales” va siendo continua y proporcionalmente menor que la de los “inmigrantes” que luchan por sobrevivir en el universo de cubanos fuera del país.
Basta mencionar, sin embargo, que se han producido cambios en la composición y las posiciones de los cubanos del exilio para que salten los gritos de “falso”, “mentira”, las perennes acusaciones de “raulista” y comience a aparecer encuestas sobre el tema. Como en La Habana oficial con signo inverso, ni más ni menos: dígase en la Cuba oficial que las nuevas generaciones no tienen vínculos emocionales con los “guerrilleros históricos” más allá de los anecdóticos, y saltarán los gritos de “falso”, “mentira”, y las perennes acusaciones de diversionista o gusano.
Muchos no quieren darse cuenta, se niegan a darse cuenta, que para muchísimos cubanos el exilio termina con el pago de la primera mensualidad de la hipoteca (mortgage) de la casa, porque a partir de ese momento cumplir con las responsabilidades imprescindibles para lograr el sueño americano, cada vez más difícil, les ocupa más tiempo que los insomnios por el destino de la patria, y a no ser que les hayan quedado familiares cercanos del otro lado, de los que interesa más, con razón, su bienestar personal que su realización político-filosófica, esta realidad será cada vez más fuerte y más presente.
Cuando una parte del exilio, en momentos como los actuales, pide a la administración norteamericana no levantar el embargo ni tomar otras acciones para intentar modificar el status quo de las relaciones bilaterales si antes no se producen en Cuba determinadas condiciones que son consideradas sine qua non para un nuevo enfoque de las relaciones, está demostrando absoluta falta de realismo, al pedirle al stablishment algo que va contra los más sólidos intereses de ese stablishment, además de demostrar una apreciación muy errónea de la realidad del régimen (que no está acorralado ni mucho menos, y demuestra cada día que dispone de diversasopciones), y una absoluta alienación de los conceptos de lo que en realidad es hacer política, que no es más nada que el arte de lo posible.
Nada tiene que ver el párrafo anterior con la verticalidad, el valor personal o la limpieza de alma de los proponentes: nada de eso ni se cuestiona ni hay por qué. Pero la integridad personal y la biografía no pueden ser patente de corso para adoptar estrategias absurdas sin recibir el rechazo de la sensatez y el sentido común.
Hay que pensar que se dice, continuamente, que los cubanos en la Isla tienen cada vez menos esperanzas, y eso es exacto. Por eso mismo, esos cubanos consideran que, aunque las causas de sus padecimientos no sean provocadas por el embargo, cualquier distensión del mismo de alguna manera podría beneficiarles: puede gritarse a los cuatro vientos que la realidad de esos cubanos bajo la cruel dictadura cubana no se modificaría ni siquiera levantando totalmente el embargo, lo cual es cierto, pero que sea cierto no modifica, ni tiene por qué hacerlo, la percepción de los cubanos.
¿Cuántos cubanos fuera del país viven convencidos de su percepción de que Fidel Castro falleció hace tiempo, y cada vez que aparecen evidencias en sentido contrario, lejos de aceptarlas y ajustar su percepción, le buscan supuestos puntos débiles a tales evidencias para seguir aferrados a sus opiniones, aunque tengan poco que ver con las realidades?
Pues esos cubanos en la Isla que, aún equivocadamente, consideran que cualquier alivio del embargo les podría resultar favorable de alguna manera, aunque no sepan cual, son tan seres humanos como los que lograron salir del país. ¿O no?
Y esos cubanos con sus casas destruidas por los huracanes, sin electricidad, muebles, comida ni esperanza, vieron a diversos líderes del exilio, incluidos funcionarios electos, pedirle al entonces presidente Bush que, en ninguna circunstancia y por ninguna razón, autorizara la más mínima flexibilización temporal del embargo, bajo el criterio de que tal acción ayudaría al régimen.
Si tenían razón o no tales pedidos a favor de mantener inflexible el embargo aún en esas circunstancias es algo que determinarán finalmente la filosofía, la historia, la ética y las ciencias políticas: pero de seguro, con tales posiciones, ese liderazgo no generó ninguna simpatía adicional, y perdió mucha de la que podría haber tenido dentro del país.
Muy recientemente, ya con Barack Obama en la presidencia del país y fuertes vientos favorables a un cambio de política hacia Cuba que resulte más efectiva, un grupo de líderes pide públicamente al presidente, prácticamente, que no modifique ni un milímetro la torpe, ineficaz e inmoral política de George Bush hacia el régimen, y que no mueva un dedo hasta que el régimen libere a todos los prisioneros de conciencia, esté dispuesto a realizar elecciones libres, y permita la libertad de expresión y asociación.
En otras palabras, hasta que el régimen se rinda incondicionalmente. ¿Y por qué habría de rendirse, si no está cercado, ni en peligro, ni bajo ataque de ningún adversario de consideración? Nadie explica eso. Que la demanda sea moral y políticamente justa es una cosa, pero que sea realista y práctica es otra diferente. Y en política internacional cuenta lo realista y práctico, más nada.
En Cuba no ha habido los cambios estructurales hacia la democracia y la prosperidad que necesitan la nación y los cubanos, pero ha habido cambios importantes que no se pueden dejar pasar inadvertidos.
En primer lugar, Raúl Castro ha logrado legitimarse en el círculo más estrecho de su interés, América Latina: en diciembre Cuba fue admitida en el Grupo de Río, y hasta el primero de marzo ocho presidentes latinoamericanos habían visitado La Habana en lo que va de año: Torrijos, Correa, Cristina Fernández, Bachelet, Chávez, Leonel Fernández, y Zelaya. En ese mismo tiempo, fueron a La Habana varios jefes del gobierno de naciones del Caribe, y el presidente de Namibia, mientras Raúl Castro fue recibido con honores en Venezuela y Brasil a finales del 2008, y en 2009 en Rusia, Angola y Argelia.
Estados Unidos, por su parte, ha quedado mundialmente aislado en su política hacia Cuba, y 185 naciones en la ONU condenaron “el bloqueo”, mientras solamente Israel y un islote en medio del mar votaron a favor de EEUU. Recientemente, el mecanismo de derechos humanos en Ginebra dejó pasar sin muchas dificultades ni condena el informe del régimen sobre los derechos humanos en Cuba.
El régimen, por su parte, ha buscado y encontrado alternativas para subsistir en el campo de la economía, imponiendo brutales políticas de represión sofisticada, racionamiento y carencias a los cubanos, pero garantizando las importaciones y el combustible necesarios para celebrar cincuenta años de dictadura y mantener planes para muchos más.
Por si fuera poco, el régimen ha ganado la batalla de la percepción en la opinión pública, fundamentalmente latinoamericana, del eterno David peleando frente al malvado Goliat, a quien culpa de las miserias, dificultades y falta de libertades del régimen: en otras palabras, que si “los gringos” no fueran tan malos, las cosas en Cuba marcharían mucho mejor. Se puede decir que este es un criterio absurdo, pero, de nuevo, es la percepción que impera ahora en la opinión pública latinoamericana y la izquierda europea.
Los disidentes dentro del país, por su parte, y a pesar de su tenacidad y valentía, no han logrado convertirse en “disidencia”, como movimiento unido, y continúan muy penetrados por la seguridad, funcionando orgánicamente aislados entre ellos, proponiendo cada día nuevas uniones y desuniones, y denunciando, con razón, las constantes y repetidas violaciones de los derechos humanos de la población, pero no acaban de lograr articular un programa mínimo unitario donde se agrupe la mayoría de las organizaciones alrededor de un proyecto realista y factible.
La política de la administración Bush hacia los disidentes, como la mayoría de sus políticas cubanas, resultó fatal: por supuesto, los disidentes necesitan ayuda financiera, pues lo primero que hace el régimen es privarles del trabajo y los medios imprescindibles para la subsistencia: pero al canalizar la administración de George Bush esa ayuda por vías gubernamentales, donde hasta se mostraron recibos firmados por ayuda financiera recibida, facilitó al régimen acusar a los disidentes de “mercenarios” y presentarlos ante la opinión pública como individuos que reciben dinero de una potencia extranjera para realizar sus actividades.
De nuevo, no hay que decir que eso es una infamia, sino preguntarse cómo se percibe esa situación en las cancillerías europeas y latinoamericanas, y en una opinión pública que tiene como deporte nacional el “antiimperialismo” y el antiamericanismo. Esa batalla, también, lamentablemente, la ha ganado el régimen.
Con la 5ta Cumbre de Las Américas dentro de algunas semanas en Trinidad-Tobago, y todo el continente pidiendo al presidente Obama el levantamiento del embargo, aunque Estados Unidos no está obligado a ceder a las presiones de tales reclamos para eliminar incondicionalmente el embargo, deberá mostrar una política más sensata, coherente y activa hacia Cuba, y presentar propuestas realistas e iniciativas inteligentes, para tratar de sumar al continente en una acción concertada y consensuada, si no desea quedarse aislado una vez más.
No se trata solamente del stablishment norteamericano. El ex-ministro de cultura francés y actual diputado, Jack Lang, acaba de visitar La Habana como enviado especial del presidente Nicolás Sarkozy, donde se reunión con Raúl Castro en dos ocasiones, de dos horas y media cada una, y sus declaraciones al regresar a Francia no dejan lugar a dudas:
“Es la voluntad de Francia y del presidente Sarkozy que hay que ir mucho más lejos y establecer con Cuba, pues llegó el momento, relaciones directas, simples, francas, cordiales, calurosas”.
“El diálogo que hemos establecido con Raúl Castro y los cubanos nos permitirá ir mucho más lejos y a partir de esto, el presidente francés tomará algunas iniciativas a escala internacional, en particular con Estados Unidos”.
Ante estas realidades, que el régimen ha comprendido perfectamente y se va adaptando a ellas con celeridad, todos los adversarios del régimen fuera y dentro de la Isla deberán, urgentemente, pensar en profundidad cómo pueden adecuarse y sumarse de inmediato a estas estrategias globales que se están diseñando, o correr el riesgo de quedarse aislados y no tener la más mínima participación en las decisiones y estrategias que se establezcan con relación a los destinos de Cuba, dentro y fuera de la Isla.
Esto no significa, en lo más mínimo, ni por asomo, pretender legitimar moralmente al régimen o transigir con el raulismo y la dictadura, aunque de seguro esas acusaciones se van a lanzar contra este análisis, al no tener nada nuevo que aportar.
Más que, como siempre, pretender linchar los mensajeros, sería positivo comprender el mensaje y, sobre todo, prepararse con urgencia para las nuevas realidades. O quedar fuera del juego, lamentablemente, para siempre.
No es el presidente Obama por si solo, es el stablishment norteamericano y europeo quien desea en estos momentos replantearse las relaciones con Cuba: lo que pensemos no importa. Es cuestión de comprender, creativamente, la manera de adaptarse a esta estrategia, pero es suicida la intención de desconocerla o ir contra ella a pecho descubierto.
Si el presidente de la nación más poderosa del planeta logró cerrarse a sí mismo las puertas y dejar a su país mundialmente aislado con su torpe política hacia Cuba, eso significa que nadie es inmune al aislamiento y la pérdida de sentido de la realidad. Ahora que el stablishment euro-americano se plantea un nuevo enfoque en las relaciones hacia Cuba, todos los actores que participan en el drama cubano deberán preguntarse a sí mismos si podrán ser protagonistas o se conformarán con quedar como extras, o tal vez hasta fuera del programa.