La exportación del foco guerrillero nunca encerró como objetivo singular a América Latina. El enciclopédico esfuerzo subversivo osciló entre el hemisferio americano y África. Considerando su magnitud, los recursos materiales y humanos invertidos, así como la persistencia en el empeño, se demuestra que la escena africana acapara, por lo menos, la misma atención que América Latina.
En América Latina, Castro nunca logra desenvolver su canto védico de la exportación guerrillera ni una política intervencionista en forma tan voluminosa o desembozada como lo hará en Marruecos, el Congo, Guinea Bissau, Somalia, Yemen del Sur1, Angola, Etiopía, Namibia2 o Zanzíbar. Si bien el pregonado fatalismo guerrillero del Che Guevara en los campos de operaciones de Bolivia preparó la floración de un esquema mayor que englobaría varios países, el mismo no era fruto de un diseño creado a raíz del descalabro de su no menos ambiciosa estrategia africana de 1964‑1966.
Contrario a su gesta latinoamericana, Castro guarda silencio y muestra reserva con relación a sus andanzas africanas. Curiosamente, salvo en los casos de Angola, Etiopía y Nicaragua, los medios internacionales de prensa poco han reflejado del intenso ajetreo del castrismo en África y América Latina. El castrismo, pese a originarse en un pueblo con una extensa huella demográfica y cultural africana, impugnaría cualquier mensaje, cualquier cometido o vía de penetración que no fueran sus servicios secretos, la subversión guerrillera y la impronta militar.
Castro actuará desde un entendimiento erróneo del continente africano y del latinoamericano, que en bloque resultarían un receptáculo propicio para sus cálculos y cometidos: forzaría algunas situaciones por medio de la violencia y de la ciega sumisión, obteniendo éxitos que sin embargo no contrabalanceaban las innumerables sorpresas y fracasos que recibiría.
Los servicios secretos y organismos de la maquinaria exterior castrista no llegaron a razonar que la abrumadora colección de problemas y maldiciones de la revolución anticolonial africana no era un Saturno devorador de sus valores tradicionales como los casos soviéticos, chino, vietnamita y cubano. Si el castrismo socavó los cimientos sustentadores de la nacionalidad cubana y de su anterior práctica republicana, los procesos descolonizadores africanos llevaron a cabo todo lo opuesto. La revolución en África diseñó un gesto cultural, de auto-confirmación y evolución de la integridad comunal lleno de audacia en la concepción de sus soluciones. El cometido africano de Castro, pretendió confirmar la validez de la teoría del foco guerrillero, como designio para la toma del poder político; lo que compelió a la búsqueda de una imagen independiente de la URSS; y, además, se trató de mercadear el modelo cubano como una alternativa para despegar del subdesarrollo.
Este grandioso proyecto se realiza por encima de cualquier consideración económica: se deificó al Che Guevara; se cristalizaron alianzas con la Argelia de Ahmed Ben Bella; se desataron campañas anti-soviéticas o anti-chinas. Se trató de erigir, infructuosamente, un bloque neutral afroasiático como evasión al diferendo chino-soviético de los años sesenta. Finalmente, Castro se destacó como el condotiero del comunismo para el Tercer Mundo.
El período de la política cubana que se examina tiene como imperativa razón la lucha armada para obtener el poder y la cruzada anti-norteamericana. Durante 1959‑1960, esta ordenanza cobra forma bajo sentimientos ultra-nacionalistas y la exaltación de regímenes marxistas como forma ideal de gobierno. El lapso que transcurre de la victoria insurreccional, en enero de 1959, a la Crisis de los Cohetes y los comienzos de la disputa chino-soviética en 1962‑1963, es el más inconsistente, complejo e inestable, y resulta arduo en extremo de clasificar. Castro lucha entre garantizar su poder unipersonal interno y encontrar apoyo logístico para dar cima a las ambiciones de su política exterior.
El castrismo se debate en su disenso con Estados Unidos, las marchas y contramarchas con respecto a la URSS, y la subversión general de la América Latina3. Para el África se delimitan dos políticas excluyentes: la apertura diplomática hacia los nuevos países constituidos, especialmente los No-alineados, y la subversión guerrillera, a favor de las agrupaciones anticolonialistas, contra los regímenes reaccionarios.
La contienda anticolonial en Argelia y los vaivenes de la independencia congolesa4 obligan a que Castro defina una política para el África. La opinión cubana contemplaba con simpatía el duelo que los nacionalistas argelinos libraban contra Francia, para lograr la separación del territorio de ultramar. Castro estaba decidido a captarse una atmósfera favorable en el universo afroasiático, para compensar su aislamiento en el Hemisferio.
En junio de 1959, el Che Guevara realiza su primera circunnavegación, que lo lleva por Egipto, la India, Pakistán, Indonesia, Japón, Yugoslavia y finalmente, a una visita secreta a la URSS. El viaje resulta una exploración de mercados azucareros. Recién promulgada la reforma agraria el régimen de Castro esperaba bruscas modificaciones por el flanco comercial norteamericano. El Che Guevara lleva otras cláusulas fundamentales en cartera: la probabilidad de adquirir armamentos en Yugoslavia y conseguir por medio de Gamal Abdul Nasser, el apoyo árabe al gobierno de Castro. El Che Guevara irá pregonando en este viaje que Cuba se proyectará hacia una equidistancia no-alineada entre las superpotencias.
Como resultado de la recepción del Che Guevara en Moscú, el Kremlin rubricó un firmán imperial el 11 de agosto, por el cual compraba 170 000 toneladas de azúcar cubano y el 1 de octubre otras 300 000 adicionales. Sin embargo, el periplo presentó sus puntos negativos. Yugoslavia se niega a vender material bélico, y pese a la corriente de amistad que se entabla con Nasser, el gobernante egipcio no esconde su frialdad hacia Castro.
De la visita del Che Guevara a Egipto quedó un acuerdo secreto con Nasser, mediado por el embajador soviético en El Cairo, por medio del cual un grupo de 27 oficiales cubanos recibirán en ese territorio un entrenamiento especial de comando y contra insurgencia por agentes de la inteligencia israelí, a la sazón contratados por la Habana5.
Castro sigue aspirando a construir una visión no comprometida con las superpotencias, aunque su auténtico designio aún no se hacía palpable. Así, en septiembre de 1959, la delegación cubana ante la ONU se presenta con una postura internacional "neutral", cuya hábil mezcla confundirá por largo tiempo a muchos nuevos estados africanos, incapaces de conocer la naturaleza totalitaria del castrismo. Castro da muestras de que Cuba jugará un rol activo en la arena internacional y antes de concluir el año dirige su atención al África, auspiciando, con pompa victoriana, la convocatoria de un foro internacional de países subdesarrollados afroasiáticos independientes, tratando de neutralizar el efecto de las sanciones económicas que teme de Washington.
En materia exterior, Castro considera sano mantenerse al margen de las maniobras soviéticas; su diplomático estrella, el canciller Raúl Roa, lo hace patente en un viaje al África del Norte. Pero, en el fondo, la dirección del régimen está convencida de que las imprecisas fronteras ideológicas de Yugoslavia, India y Egipto no pueden repetirse en el Caribe6. Ni siquiera al inicio de la revolución, Castro se interesó en implantar un régimen naserista de equilibrio interno y externo, que pudiese jugar con las vertientes Este y Oeste. Su apertura al mundo afroasiático tiene que ver con su aislamiento latinoamericano y está lejos de ser una genuina proyección no-alineada. Castro había alterado totalmente la balanza interna a favor de los comunistas y encarrilaba el sistema fuera de un modelo económico mixto, implantando la estatalización íntegra.
La crisis congolesa, ya en la galería de los problemas insolubles del mundo, y las sorpresas que ésta propicia, convencen al mandatario cubano de que el equipo “jruschoviano” había dejado pasar una coyuntura favorable. Castro decide fortalecer lazos políticos con el llamado Grupo Casablanca (Ghana, Guinea, Malí, Egipto, Túnez y Marruecos), que sostenía posiciones liberales y en la crisis del Congo se mostró a favor de Lumumba y en abierto desafío al comportamiento de las potencias occidentales7. Convencido de que el colosal edificio del colonialismo africano se halla condenado por la marcha de la historia, el aparato de inteligencia de Cuba monta de inmediato su rama africana con centros en Ghana, Guinea y Malí, que se extenderán a Marruecos, Túnez, Egipto, Argelia, Tanzania y Congo Brazzaville.
En septiembre de 1960, Castro asiste a la asamblea general de la ONU desde cuyo hemiciclo hará evidente, al ámbito africano y Medio oriental, su desacuerdo con los Estados Unidos, tratando de excluir a la URSS como fuente de tensiones y conflictos internacionales8. Tras criticar el cometido de la ONU en El Congo, Castro solicita la intervención de la misma en Argelia; oferta que será rechazada no sólo por Francia y Argelia, sino por todo el conjunto de los países independientes africanos. Su arenga ante la ONU es el primer intento público de precisar una estrategia para África y Medio Oriente.
Castro traza el proceso descolonizador como una etapa de la revolución permanente, que debe concluirse con la dictadura del proletariado. Pero, equivoca la ruta cuando propone a los países afroasiáticos una estatalización masiva y sin indemnización de las propiedades privadas e inversiones extranjeras como único medio de controlar los recursos económicos y naturales. Estima que los países independientes que no implantan el socialismo científico desembocan hacia una vía burguesa que hará el juego a la hegemonía económica del imperialismo.
Tal concepto no resulta novedoso, sino por el contrario hunde sus raíces en la vieja óptica cripto‑estalinista, en la época de las primeras conmociones nacionalistas del Asia. El aporte de Castro estriba en añadir el foco guerrillero que debe violentar esta visión estática, ensanchando el abismo entre las ex-colonias y sus viejas metrópolis.
En septiembre de 1960, el presidente de Guinea, Touré, hace una visita a Cuba, donde convence a Castro de las posibilidades revolucionarias de África, y ambos acuerdan la utilización de sus respectivos países como bases de operaciones para los movimientos de liberación. Con visto bueno de Castro, la embajada de Guinea en La Habana, infiltrará las agrupaciones negras estadounidenses como la Acción Revolucionaria Negra, de Max Standford9.
En febrero de 1961, los cubanos favorecen el grupo angoleño que inicia la lucha armada, luego de atacar la penitenciaría de Luanda10. En ese año, un partido filo marxista, el UMMA, de Zanzíbar, establece sus oficinas en La Habana. En septiembre, se escenifica la primera conferencia de los países No-alineados, en Yugoslavia, con la participación de Cuba que se arroga el papel de portavoz del continente americano. Pero, la animosidad personal de Castro con los principales líderes tercermundistas, Nasser, Jawaharlal Nehru, Ahmed Sukarno, Joseph Broz (Tito) y Kwame Nkrumah, lo llevan a desestimar el movimiento como instrumento efectivo de política internacional.
Las metas insurreccionales de Castro no variaron a pesar de que el Che Guevara en su comparecencia en Punta del Este, en agosto de 1961, expresó durante una entrevista con el representante norteamericano, Richard Goodwin11, la posibilidad de un acuerdo que limitase el desbordamiento de Cuba hacia otros países, a cambio de que Estados Unidos suspendiese el embargo comercial y el apoyo a la contrarrevolución.
Poco después se dijo lo siguiente sobre Guevara12 "en el Día de Mayo de 1962, Ernesto "Che" Guevara declaró que las masas populares de América Latina estaban esperando por una señal ‑‑presumiblemente de Cuba‑‑ para lanzarse en la lucha por la toma del poder por cualquier vía".
La Segunda Declaración de La Habana, aprobada en febrero de 1962, se convirtió en un cántico de los templos revolucionarios del continente. En ella, el régimen cubano definió oficialmente su política exterior para América Latina, África y el Medio Oriente; se consideró que el desequilibrio social, la explotación colonial y neo colonial y la resistencia de las fuerzas caducas de la vieja sociedad, eran las condiciones que inevitablemente conducirían al desencadenamiento de la revolución armada. En realidad, Castro estaba persuadido de que con la logística del creciente bloque soviético podía valerse de las crisis, como las escenificadas en Argelia, Congo, Camerún, Malí, Guinea, Egipto, para desencadenar un nuevo período diluvial en este continente hirviente de pasiones raciales y religiosas13.
La adopción de una ofensiva diplomática castrista en el orbe afroasiático no tiene el éxito esperado ante la dificultad de manipular al “grupo Casablanca”. El egipcio Nasser no responde a los llamados anti-occidentales de La Habana, y Touré, con su sospechosa vía guineana sin dictadura de clases, no logra ser para los soviéticos el Castro africano. Por largo tiempo, el no-alineamiento no será el esperado arco luminoso presto a cegar la civilización judeocristiana; el mismo quedará definido por un impaciente Castro como un juego político coyuntural propio de la Guerra Fría cuyos países integrantes, a largo plazo, terminarán por unirse al coro de la maquinaria Occidental.
Sin embargo, los programas para fomentar la violencia armada contra los gobiernos reaccionarios y de facilitar ayuda militar a los aliados, prosiguen a todo vapor. Se comienza a entrenar en la Isla a cientos de africanos procedentes de Nigeria, Malí, el Congo, Guinea Española, África del Sur, Kenya, Tanganyika, y Zanzíbar. Las bases que preparan a los africanos se trasladan luego a África, a países como Argelia, Tanzania y Congo Brazzaville. A finales de 1961 nace la ayuda de Cuba al SWAPO, de Namibia; se impulsa la promoción de levantamientos sediciosos en Camerún mediante la Unión de los Pueblos del Camerún; en Costa de Marfil con el grupo separatista SANWI; y el movimiento de Bakary Djibo, en Níger. El Partido Africano de la Independencia de Senegal (PAI), era una agrupación marxista dirigida por Mahmud Diop que había sido catapultada por Castro y Piñeiro, su jefe de inteligencia. La diplomacia caribeña en Malí y Argelia, había ayudado a activar un foco guerrillero del PAI en Casamance, dentro de Senegal, con 30 senegaleses entrenados en La Habana. El propio presidente Leopold Sedar Senghor, en conferencia de prensa14, denuncia la colaboración que la inteligencia cubana, la DGI, le brinda al PAI, el cual dispone de una filial en La Habana. Pero los combatientes del PAI, asesorados por un núcleo de cubanos, son prácticamente desbandados ante la intensa batida de los rifleros senegaleses en los laberintos de pantanos y de islotes del río Senegal.
Entre los primeros contactos cubanos con organizaciones políticas de oposición figura el UPC del Camerún, partido anticolonial bloqueado por los franceses en 1960, cuando privilegiaron el ascenso al poder del jefe tribal Ahmadou Ahidjo. Tras la cristalización de una manipulada independencia, el UPC desata la hostilidad guerrillera en las regiones montañosas y de miserables aldehuelas de Bamileké. Pero el pronunciamiento perderá popularidad y unidad interna al desaparecer sus cabecillas principales: Rubén Um-Nyobe y Félix Roland Moumié15.
Um-Nyobe, el primer líder del UPC, fallece misteriosamente en 1958, y es sustituido por Moumié, un connotado marxista adoctrinado en Praga y Moscú, barbilampiño, con fuertes vínculos con la KGB. Moumié había sido remitido por la URSS al Congo, junto a un grupo de comunistas franceses, para servir de consejero a Lumumba. Al principio las huestes de Moumié eran sostenidas por el bloque soviético por vía de los checoslovacos, hasta que comenzó el coqueteo camerunés con los chinos. Tras volver de un viaje a Pequín, en abril de 1960, Moumié muere envenenado con tántalo, bajo las arcadas neogóticas de Ginebra, recayendo las sospechas en William Bechtel, oficial de la SDECE francesa.
Castro concede entonces protección política y logística al UPC, a través de sus figuras exiladas más preponderantes y con el comandante guerrillero Ernest Ouandié16. En tanto que, a instancias de Cuba, los checoslovacos mantienen las remisiones de armas. El entorno de la lucha, contempla el desgarramiento del UPC por el diferendo chino-soviético y la asfixia de los maquis a manos de la despiadada legión extranjera francesa, proveniente de Argelia, que obliga a gran parte de los núcleos guerrilleros a aceptar una amnistía.
La política exterior de la URSS de 1955 a 1960 incuba un cambio trascendental; es el inicio de la euforia imperial soviética, cuando Moscú busca a ultranza el tratamiento de gran potencia de parte del Occidente, la aceptación de una esfera de influencia y el derecho al uso político de la fuerza. En lo adelante, la búsqueda de la paridad estratégica con Estados Unidos será el objetivo central de Moscú. Luego de su amarga experiencia con Touré y Lumumba, el Kremlin sólo actúa en conflictos que favorezcan abiertamente sus nuevos intereses tácticos.
En 1962, Cuba, empeñada en su papel de profeta de la emancipación mundial, accede a la petición de la Unión Soviética de entrenar africanos oriundos de Nigeria, Malí, el Congo, Guinea Española, África del Sur, Kenya, Tanganyika, Zanzíbar, etc. con vistas a reforzar los gobiernos aliados o para derrocar a los "reaccionarios".
Luego de la torpe tentativa soviética de promover una huelga sindical, anti-gubernamental en Guinea, en 1962, Touré enfría sus relaciones con el bloque comunista (incluyendo a Cuba) expulsando al embajador del Kremlin y negándose, en plena crisis de Octubre, a ceder el aeropuerto de Conakry para el tránsito de transportes militares y bombarderos pesados soviéticos hacia Cuba17. La incapacidad de la economía y tecnología soviética para propiciar el desarrollo en un país africano es tema de ataque y censura por parte de los guineanos. Todo esto sucede en el momento en que Touré permutó audazmente hacia una postura más cercana a Pequín. Castro no se oculta para manifestar su rechazo al regente guineano, que en represalia, restringe la libertad de acceso y movimiento de la representación de La Habana en Conakry.
La presencia castrista en África en los años sesenta se justifica no tanto por un acto independiente de Castro sino por la falta de compromiso en África de parte de la URSS. Castro sostiene vinculaciones con potentes claques de la nomenclatura soviética, los cuales se hallan al tanto de sus planes en África y en la medida de sus posibilidades, proporcionan información de inteligencia a La Habana.
El dilema estriba, para la dirección soviética, en cómo aprovechar el carisma de Castro y favorecerse a la vez de su programa subversivo. La Crisis de los Cohetes y la colisión con los viejos estalinistas cubanos incitan los rozamientos de Castro con la claque de y con los partidos marxistas latinoamericanos18. Entonces, la descolonización afroasiática y el auge de los No-alineados resultan un terreno cómodo para desempeñarse y no ser tomado como un peón soviético.
La maniobra no complace a la facción de Jruschov, que rechaza el boceto guerrillero de Castro, sobre todo en las condiciones de la disputa con China. Pero, Castro no se pasa al campo chino, como muchos esperan, aunque en América Latina choca con la política oficial de ciertos países del campo soviético y con muchos partidos comunistas locales.
Los poderosos aliados con que Castro cuenta dentro del Kremlin, especialmente Suslov y Ponomarev, son los abanderados de la promoción de rebeldías en el Tercer Mundo. La gestión de Castro, de forzar la revolución en términos políticos es menos limitada que la soviética, atada a la mentalidad de posguerra; que considera a Europa como de su interés primario, así como el mantenimiento del status quo de Yalta y la expansión ideológica‑política sólo a través de los partidos comunistas.
A diferencia de la URSS, sin duda, China y Cuba enfrentaban otra realidad geopolítica, y ello influye en sus visiones con respecto a las potencias occidentales y al Tercer Mundo. Europa se verá dominada por el forcejeo estratégico de las superpotencias, mientras que en Asia y África tienen lugar procesos de cambios que provocan una reacción diferente de la URSS y China y, de paso, una incomprensión cubana sobre las limitaciones soviéticas en materia de capacidad nuclear y política exterior.
En este cuadro, la vigorosa cruzada anti- norteamericana de Castro en la palestra mundial, enfocada a mermar la impresión de una total dependencia a Moscú, no será obstaculizada por ésta. Castro presenta su diseño del foco guerrillero para la América Latina y el África, mientras que la URSS se mueve en forma coyuntural, atenta sólo a sus problemas internos y a su relación con el coloso del Oeste. Tal aparente falta de estrategia común soviético‑cubana, en los años sesenta, no implica en el fondo una ausencia de ayuda, incluso de objetivos coordinados. Castro cuenta, en muchos casos, con el apoyo o el visto bueno soviético, para actuar en parajes como Perú, Venezuela, República Dominicana y el Congo.
Durante abril y mayo de 1963, Castro hace una visita a la URSS donde logra extraer sustanciales ventajas económicas y militares, y cierta autonomía de política exterior, en áreas de baja sensibilidad estratégica soviética, como América Latina y África. Ya para 1963, Castro enfrenta derrotas, pese a sus esfuerzos por subvertir con guerrillas a América Latina; experimentos que fracasan uno tras otro, gravados por la sorda disputa que sostiene con varios partidos comunistas tradicionales del área.
La decisión de abrazar incondicionalmente la exportación de la revolución, y galvanizar el ardor de los "condenados de la tierra", se confirma en el Seminario Internacional de Planificación, celebrado en julio de 1963 en Argel, al que asiste Che Guevara. Allí, el Che Guevara trata de explicar el modelo, la estructura y el mecanismo operativo, financiero y de planificación adoptado en Cuba, proponiéndolo como una alternativa promisoria al tercer mundo19.
Aunque Egipto, Cuba y el tema de la coexistencia pacífica resultan puntos de la agenda de la facción anti‑Jruschov, se desconoce en qué medida la política de Castro resultó un elemento de peso en la lucha por el poder que se desató en el Kremlin. La caída de precipitó el enfrentamiento de Castro contra China, pues sacó frutos del diferendo chino‑soviético y de la inferioridad militar estratégica de la URSS ante los Estados Unidos.