La Habana — "No vamos a cerrar el negocio", declara en tono enérgico a la AFP la comerciante cubana Naida Martínez, en desafío al anuncio del gobierno de Raúl Castro de que multará a los privados que venden ropa importada.
"Estamos en desacuerdo con esa medida, llevamos tres años vendiendo sin problemas y bajo la ley, y ahora nos dicen que se acabó", añade Martínez, una actriz de 32 años que tiene un kiosco de ropa en la calle Galiano, una de las más concurridas calles comerciales de La Habana.
La viceministra de Trabajo, Marta Elena Feito, anunció el martes que el gobierno multará a quienes comercializan artículos importados o revenden productos adquiridos en tiendas estatales de la isla, actividades que han proliferado al amparo de las reformas económicas de Raúl Castro.
"La venta de productos de factura industrial, o comprados en el exterior por modistas o sastres, plomeros y productores o vendedores de artículos varios de uso del hogar, constituirá una infracción y llevará a la aplicación de una contravención", advirtió Feito.
En la isla hay miles de trabajadores por "cuenta propia" como Naida Martínez, que tienen licencia de modista o sastre, pero que en la práctica venden ropa importada, un negocio floreciente que había sido tolerado por las autoridades comunistas.
Hasta ahora, ninguna tienda, kiosco o puesto callejero de ropa ha cerrado en La Habana, según pudo constatar la AFP, aunque el gobierno dijo el martes que la medida "entró en vigor para su ejecución inmediata".
Un balde de agua fría
"Estamos esperando que vengan a explicarnos lo inexplicable, pero cerrarnos no puede ser la solución", dice Ledibeth Sánchez, de 29 años, que también vende ropa en la calle Galiano.
Su kiosco, instalado a la entrada de un estacionamiento de automóviles, es compartido por otros cinco comerciantes y es muy precario: no tiene cartel publicitario, está protegido por una malla de alambre y las prendas están apiladas en perchas colgadas de dos tubos.
A pocas cuadras, Carlos Medina, de 44 años, es empleado de la boutique "Pasiones de la Moda" de la céntrica calle Dragones, que ofrece un surtido de jeans, blusas, camisetas y vestidos importados. No tiene nada que envidiarle a las mejores tiendas estatales de la isla.
"Nadie ha venido a notificarnos, pero si nos dan la orden de cerrar, cerramos. En contra de la ley no puede ir", afirma resignado Medina, quien explica que la "incertidumbre" y la "preocupación" va creciendo entre los comerciantes y sus empleados.
"Todo iba muy bien y de momento lo cambian todo", lamenta el vendedor.
También teme perder su fuente de ingresos Omara Cambas, de 46 años, una exdirigente nacional de la Juventud Comunista que abrió hace tres meses la boutique "Atelier Pasarela", en el barrio habanero de El Vedado.
"Esa medida nos afectará muchísimo, de hecho me quedo sin trabajo", dice Cambas. "La esperanza que tenemos es que nos den un plazo para poder salir de esta mercancía", agrega.
Alta demanda por precio y calidad
Raúl Castro amplió el trabajo por "cuenta propia" en 2010 para reducir una abultada nómina estatal de cinco millones de empleados, lo que condujo a una proliferación de negocios privados, como "paladares" (restaurantes), salones de belleza y boutiques de ropa y calzado.
Ahora más de 436.000 cubanos se ganan la vida en negocios y oficios privados, aunque el Estado sigue siendo el principal empleador del país, que tiene 11,1 millones de habitantes.
La ropa y demás bienes que son importados por privados llegan a la isla por diversas vías. Buena parte son ingresados por viajeros cubanos que los adquieren principalmente en Estados Unidos, Panamá, México y Ecuador, pero también en España e Italia.
La ropa importada es muy demandada en Cuba, pues la gente la prefiere por su mejor precio y calidad.
La boutique "Milano" de Miramar, un barrio de La Habana donde hay numerosas embajadas, ofrece modelos exclusivos de ropa femenina de excelente factura y precios convenientes. El local abrió hace algunos meses como restaurante italiano, pero agregó en septiembre la venta de ropa.
"Empezamos bien", dice Carmen Mora, madre de una de las dos socias, quien explica que el vestuario que venden es confeccionado en la misma tienda, por lo que no tienen nada que temer.