Hace una semana, en DIARIO LAS AMÉRICAS leí un soberbio artículo de la columnista Dania Ferro sobre el tema. Esa sensación que percibe la reportera sobre el comportamiento de sus parientes y su desfachatez para vivir a costa del sudor del exiliado cubano, lamentablemente, no es la excepción de la regla.
Es la regla. Muchos cubanos de acá, ven a un extranjero o un compatriota residente en el exterior como un dólar con piernas. Y lo ordeñan cual si fuese una vaca. Es una conducta extendida.
Por vivir en un régimen autocrático con libertades limitadas, pobreza socializada y carencias de todo tipo, piensan que el visitante debe hacer siempre una obra caridad hacia ellos.
Existe un manual no escrito sobre el comportamiento del emigrado con sus familiares y amigos. La regla número uno: traer una maleta repleta de ropa y calzado nuevos, de marcas famosas.
No puede ser de uso, pues eso ofendería a los parientes, quienes cuando menos lo tildarían de ridículo y tacaño. Antes de salir de la Florida, debe verificar la lista de las necesidades.
Algunas, como medicinas de última generación, alimentos enlatados o pañales desechables son importantes. Otras peticiones son desmesuradas. Y sin sonrojo encargan la ultima tableta de Apple; un televisor de pantalla plana 3D, "ah, que sea de 60 pulgadas, tu sabes, para montar un negocio"; tenis deportivos, "por favor, el último modelo de Nike", o un teléfono inteligente Samsung Galaxy.
Después viene la repartición del dinero. Si a los familiares más cercanos les dejas menos de 400 dólares, prepárate a recibir un sermón. “Mi hermano, esa plata se evapora sólo en comida, mira cómo está la cocina, tengo que repararla y ya tengo que empezar a guardar para los 15 de tu sobrina". Y los socios del barrio te empiezan a merodear para que los "salves".
"Salvar" en Cuba es sinónimo de regalarle 20 dólares, invitarlo a tomar una docena de cervezas (si la cantidad es menor, hablarán pestes de ti cuando te marches), no en cualquier bar, si no en un Pain de París, El Floridita o Sloppy Joe´s. O comprar un cerdo asado y media caja de ron Santiago y compartirlo con las amistades.
La vacuidad se ha convertido en Cuba en una pasarela de vanidades. Les aseguro que no pocos, gracias a las remesas y paquetes, viven mejor que sus parientes al otro lado del charco.
Son como sanguijuelas. Parásitos sin sentido común. Ingenuos que a pie juntillas creen que cualquiera es rico sólo por residir fuera de Cuba. Cuando el familiar o amigo inmigrante les cuenta sobre lo difícil del exilio, la crisis económica, los impuestos y que tienen hasta dos trabajos para sostener el loco tren de vida de los suyos en la isla, se lo toman como un chiste. Lo peor de esta nueva ralea de pedigüeños es su mojigatería política.
Puertas adentro de sus casas, son más capitalistas que los Rockefeller y más consumistas que un jeque árabe. No apoyan la locura ideológica de los hermanos Castro y ven toneladas de culebrones mexicanos y programas de Miami, captados desde una ilegal antena que esconden dentro de un tanque de agua en la azotea de su casa. Muchos ni siquiera trabajan o estudian.
Lo de ellos es pedir. Hasta 2.000 o 3.000 dólares para montar un negocio. Conozco una persona que casi como un ultimátum, a su hijo en Estados Unidos le exigió que le girara 10.000 dólares para comprarse un Chevrolet de los años 50.
Pero cuando el régimen convoca una pachanga política a ritmo de timba y reguetón, suelen ser los primeros en asistir con su modernos móviles de 400 dólares comprados en la Pequeña Habana, jeans a la cadera y zapatillas de marca, todo acabado de recibir a través de una "mula".
También disciplinadamente van a votar en el remedo de elecciones parlamentarias instauradas por el Gobierno. Y no pocos le niegan el saludo a un disidente, para no "marcarse" (señalarse), con el jefe de sector de la Policía.
Con los dólares que fluyen desde la Florida, los parientes en Cuba se pueden dar ciertos lujos, como pagar 20 pesos convertibles para asistir a un recital de La Charanga Habanera o gastar 600 cuc por una estancia de cuatro noches en un hotel todo incluido de Varadero.
Se puede culpar a los hermanos Castro por haber destruido la nación y convertido a infinidad de cubanos en pedigüeños consuetudinarios, vía correo electrónico o llamadas de cobro revertido. Pero el culpable mayor es el propio emigrado, por no frenar a tiempo el reclamo desmedido de los suyos en Cuba.