El asunto es complicado. Porque los proponentes no son los grandes consorcios o inversionistas extranjeros, sino cubanoamericanos nacidos en la Perla de las Antillas –cuando así se le podía llamar– y traídos a tierras de libertad por sus padres, o por sus propios pies, huyendo de la hecatombe castrista. Todos han logrado el sueño americano en grande y se encuentran en la cima económica y del poder. ¿Qué razones los empujan a tan arriesgada propuesta? Varias fluyen de inmediato al intelecto; sin embargo, la verdadera respuesta solo ellos la conocen.
Las inversiones de la diáspora no es más que otra estratagema del régimen para perpetuarse en el poder, y no es algo novedoso. Fue ensayado en Polonia en los años previos al derrumbe del bloque soviético, y proviene del viejo manual comunista. El eminente profesor de historia y Kosciuszko Chair en Estudios Polacos del Institute of World Politics en Washington, DC, publicó en su artículo Carbon Copy Communism lo siguiente, que fue extraído de los archivos de la Seguridad del Estado polaco que vieron la luz tras la liberación de Polonia:
“ Los exiliados son un recurso fantástico en el extranjero; pueden ayudar a cambiar la percepción de la patria de que ya no es una dictadura totalitaria. Pueden influenciar su comunidad a abrazar los cambios. Esto ejercerá presión política para abrir las relaciones entre el país adoptado y la vieja patria. Los exiliados más progresistas se convertirán en embajadores de diplomacia pública”.
No debemos caer en las redes que nos tienden. Aun cuando existieran garantías, invertir en Cuba en el presente equivaldría a traicionar a la valerosa disidencia que pulgada a pulgada, y golpiza tras golpiza, se ha ganado un espacio en aquella sociedad totalitaria y que ha jurado continuar luchando hasta que Cuba sea libre. Sería también una traición a nuestros propios ideales y a los de nuestros padres que nos trajeron aquí.
¿Cómo darnos la mano con los verdugos de nuestro pueblo? Con los que destruyeron nuestra patria y han hecho correr tanta sangre; con los criminales que a diario arrastran y golpean a indefensas mujeres, asesinan a disidentes, o los dejan morir en las cárceles. La única garantía posible para invertir en Cuba debe ser su incondicional libertad.
A mis coterráneos que lo estén considerando, les sugiero que una mejor inversión sería ayudar a la disidencia, a grupos opositores que de San Antonio a Maisí, como el de Jorge Luis García Pérez, “Antúnez”, necesitan celulares, computadoras y todo tipo de apoyo para seguir luchando. También ayudar a las familias de 88 prisioneros políticos olvidados cuyas vidas transcurren en la oscuridad de una celda, o montar una campaña internacional en apoyo a la liberación de la desafortunada Sonia Garro, una Dama de Blanco que languidece en prisión sin formulación de cargos desde la visita del Papa Benedicto a Cuba hace dos años.
Pero si aún los seduce la idea de invertir con los Castro y han logrado reconciliar las viejas rencillas con los opresores –los mismos que aún a diario estrangulan a nuestro pueblo– busquemos guía de nuevo en nuestro Apóstol, aquel que murió de cara al sol como un bravo, y cuyo amor al suelo natal es incuestionable:
Del poema Abdala –escrito expresamente para la patria– y publicado el 23 de enero de 1869:
El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca.
¿Aún quieren invertir en Cuba? Entonces, necesitan capital y desamor a la patria. Y algo más: tener la conciencia en el bolsillo.
Directora-M.A.R por Cuba.
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