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Por LENIER GONZÁLEZ MEDEROS(1)
Hay dos hechos
anecdóticos, muy simbólicos, que marcaron aquel lejano año de 1981, cuando la
Santa Sede decide promover a monseñor Jaime Ortega, obispo de Pinar del Río,
como Arzobispo de La Habana. El mismo día que tomaba posesión de la catedral
habanera, 27 de diciembre de 1981, el diario El Nuevo Herald desplegaba
grandes titulares en su portada: “De los campos de trabajo forzado (hacía
referencia a la UMAP ) a Arzobispo de la Habana ”. Por otro lado, el edificio de
la sede de gobierno que debía ocupar el flamante Arzobispo mostraba un aire
desolador, con cuartos completamente clausurados, repletos de trastos viejos,
llenos de polvo. El palacete colonial daba una impresión sombría, de un eterno y
triste enclaustramiento.
Ambas anécdotas son
sintomáticas. La primera nos habla del reclamo secular a la Iglesia , y
específicamente a la figura del futuro Cardenal, de una postura “dura” ante el
Gobierno cubano, guiños de ojos que buscaban (y aun buscan) insertar a la
Iglesia en la reproducción de lógicas políticas sustentadas en el aniquilamiento
del “otro”. La segunda hace referencia a un edificio viejo y desvencijado que,
todo él, constituía una gran metáfora de la Iglesia cubana de aquella época,
replegada dentro de sus muros, recelosa de la realidad circundante, privada de
medios para dialogar e interactuar con el pueblo, herida hasta la médula por la
resaca de su conflicto con el poder revolucionario y por la posterior violencia
de Estado practicada contra los creyentes en la Isla.
Más de 30 años
después, aquel sacerdote matancero demostró ser -sin acoplarse a las agendas de
confrontación, típicas de los escenarios cubanos- uno de los estrategas más
lúcidos con los que ha tenido que lidiar el Gobierno cubano, cuyo liderazgo ha
logrado reconstruir, con solidez, las estructuras pastorales y los mecanismos de
diálogo social y político de la Iglesia diocesana habanera. Teniendo este
escenario como telón de fondo, y dado el alto nivel de interlocución que posee
la Iglesia Católica en la sociedad cubana, las líneas que siguen intentarán
hacer un balance de la visita papal, aportará algunas claves sobre el proyecto
global que la Iglesia propone para Cuba, y dará pistas sobre los desafíos que la
realidad cubana actual impone sobre el mismo.
I. El
impacto inmediato de la visita(2)
Las visitas de los
papas Juan Pablo II y Benedicto XVI a nuestra patria poseen, como
denominador común, la existencia en Cuba de un escenario de crisis. Juan Pablo
II conoció un país donde la parálisis anti-mercado, el dogmatismo de corte
soviético y los rezagos de la Guerra Fría , en ambas orillas del Estrecho de la
Florida , abortaron la transformación del país luego de la caída del Bloque del
Este y su acople, desde lógicas autóctonas, a las instituciones y economía
globales. Benedicto XVI llega a una Cuba en transición, donde es posible afirmar
que existe un consenso nacional que aboga por desmantelar la economía de corte
soviético, avanzar hacia un régimen de mayores libertades individuales que
permita consensuar un modelo sociopolítico incluyente, sin dar la espalda a las
políticas sociales que gozan de fuerte respaldo popular. Todo ello marcado por
la percepción generalizada de que se agota el tiempo para que las actuales
autoridades del país, Raúl Castro a la cabeza, faciliten una transformación
ordenada y gradual del sistema cubano.
Según Lopéz-Levy y González,
la visita papal contribuyó a la agenda
del gobierno cubano en tres niveles: a) consolidó formas institucionales de
diálogo entre la administración de Raúl Castro y la Iglesia Católica , creando
incentivos para que esta última participe de forma ordenada en el proceso de
cambios, contribuyendo a la renovación del sistema vigente, b) contribuyó a
crear un ambiente internacional favorable a los proyectos de apertura y reforma
aun sin abandonar el régimen unipartidista y c) reforzó la imagen de un país en
transición frente a la cual se elevan los costos de la rígida posición
norteamericana de aislamiento contra la Isla.
Para la Iglesia
Católica quedó refrendada la eficacia de su política de inserción social de las
dos últimas décadas, donde se recuperan gradualmente espacios sociales y luego
se negocia su reconocimiento con el sistema político; espacios que ha
contribuido al ensanchamiento de las libertades religiosas, de reunión y
expresión sin acoplarse a una lógica de desestabilización interna. La visita
afianza el rol social de las comunidades religiosas como soportes críticos de
las reformas. La Iglesia consolida su estatus de interlocutora con las
autoridades cubanas, lo cual traerá consecuencias al interior del Partido
Comunista, donde existen sectores “duros” que mantienen suspicacias contra
cualquier tipo de pluralismo fuera de las coordenadas del marxismo-leninismo. Se
visualiza una gestión coordinada entre el Episcopado cubano y la Arquidiócesis
de Miami, que favorece dinámicas de diálogo y apertura que podrían resultar
claves, en el futuro, como facilitadoras de un reacomodo de las relaciones entre
la Isla y su emigración y en el potencial inicio y consolidación de un diálogo
político entre Gobierno cubano y grupos opositores moderados asentados en el sur
de la Florida.
La recién concluida
visita del papa Benedicto XVI ha tenido un impacto dispar en la nación cubana.
Un espectro amplio de sectores sociales, dentro de la Isla , recibió con agrado
la visita del Sumo Pontífice. Son los casos de la feligresía católica,
cristianos de otras denominaciones, y un amplio espectro del pueblo sencillo,
que no profesa de forma militante ninguna fe, pero que posee una espiritualidad
de matriz abierta que guarda vínculos orgánicos con el catolicismo cubano, en
tanto este custodia los íconos de la religiosidad popular. Tengo la percepción
de que es este un sector amplio, que percibe el reacomodo de las relaciones
Iglesia-Estado de forma positiva, en tanto consolida la libertad religiosa
dentro del país y legitima públicamente la práctica religiosa, como fenómeno de
la vida cotidiana. Por lo general son sectores cuya opinión no ha logrado
expresarse en el ámbito público e impactar en el maremoto mediático provocado la
estancia de Benedicto XVI en Cuba. Es necesario destacar el esfuerzo del Estado
en la Isla para conseguir el éxito de la visita, así como las muestras de
respeto y afecto expresadas al Papa por el presidente Raúl
Castro.
La visita del papa
Benedicto XVI impactó también sobre otros sectores nacionales, incluyendo su
emigración. Se trata de grupos con un discurso sociopolítico articulado, activos
en la opinión, cuyos balances de la visita han estado marcados por un prisma
estrictamente político. Hecho que, en cualquier escenario, resulta lógico y
legítimo. Máxime en Cuba, donde la Iglesia Católica ha sido, y es, el mayor
espacio de la sociedad civil organizada, poseedora de un discurso antropológico,
social y político sumamente articulado, percibida por las autoridades cubanas,
durante los años de la confrontación, como un rival digno de tener en cuenta.
Los análisis sobre la
visita -provenientes de todo el arco político e ideológico nacional- están
marcados, en su esencia más íntima, por el reconocimiento o no al Gobierno
cubano como un actor nacional legítimo. Sería oportuno, en el futuro, rastrear
de forma más detallada los posicionamientos de las izquierdas y las derechas
cubanas (dentro y fuera de la Isla ) entorno a la visita, para lograr configurar
un mapa más acabado sobre el asunto. Sería una buena antesala para percatarnos
como quedará estructurada la correlación de fuerzas en los escenarios cubanos en
un futuro próximo.
La propuesta
socio-política de la Iglesia a la sociedad cubana (en consonancia con el
magisterio de los Obispos cubanos y con la Santa Sede desde hace, al menos, 20
años), fue ratificada y clarificada por el papa Benedicto XVI. Quienes esperaron
otra cosa simplemente desconocen los derroteros políticos consensuados por el
Episcopado cubano, ahora con la peculiaridad de una mayor sinergia en sus
diálogos con el sistema político. Esta propuesta, que será expuesta con mayor
claridad en el próximo acápite, promueve un escenario de cambio gradual y
ordenado, donde se preserve la estabilidad del país, la soberanía nacional, los
estándares de inclusión social, y se avance hacia un modelo más inclusivo y
pluralista. Un escenario sin nuevos perdedores, donde el gobierno cubano
participe como facilitador de ese camino. En tal sentido, podemos encontrar a
grupos políticos, de una y otra parte del espectro nacional, que no aceptan el
diálogo y el consenso como metodología para construir el país, y ven en la labor
reconciliadora y gradualista de la Iglesia como un acto ilegítimo, casi de
traición. Sobre ello gravita, negativamente, el inmovilismo del gobierno cubano
en el área política.
La Iglesia aspira a
expandir su presencia social, desde un nacionalismo leal, en el que sus valores,
intereses e ideales son reconocidos como legítimos, aun cuando son distintos de
los postulados por el Partido Comunista en el gobierno. Desde el ascenso al
poder de Raúl Castro la Iglesia ha dado, y seguirá dando, voz a propuestas
de reformas y aperturas graduales. Una importante interrogante es si el gobierno
reconocerá oficialmente nuevos centros de formación y elaboración de pensamiento
social-cristiano, como es el caso del Centro Cultural Padre Félix Varela,
permitiéndoles desarrollar su quehacer en condiciones de normalidad.
Tras la visita del
Santo Padre resulta posible establecer, con mayor claridad, los puntos
coincidentes y divergentes en las agendas de la Iglesia y del Gobierno cubano.
En los temas de apoyo a la familia y la juventud, promoción de valores, apoyo
coordinado a sectores sociales desfavorecidos, el ejercicio de los derechos
humanos en el área de la libertad religiosa, el reacomodo positivo de las
relaciones de la Isla con su emigración, el éxito de la reforma económica en
curso y el rechazo a las políticas agresivas de las administraciones
estadounidenses contra Cuba, parece existir consenso entre ambas instancias.
Resulta interesante cómo ambos actores, haciendo gala de realismo político y
pragmatismo, lograron trasferir antiguas áreas de conflicto hacia áreas de
cooperación. Escenario este impensable tan solo una década atrás.
Donde a todas luces no
existe un consenso entre la Iglesia y el Gobierno es en el tema de los
derroteros inmediatos que debe seguir el país para concretar un modelo
sociopolítico que garantice una más amplia participación de todo el espectro
político nacional, acorde con los principios esbozados por el Papa y por el
Episcopado nacional, en la figura de monseñor Dionisio García, presidente de la
Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. El ministro de Relaciones Exteriores,
Bruno Rodríguez, expresó durante la conferencia de prensa ofrecida antes de la
llegada del Santo Padre que están actualizando el modelo cubano y por tanto
abiertos a escuchar proposiciones amigas, pero el vicepresidente del gobierno,
Marino Murillo, declaró, ya iniciada la visita, que no tendría lugar una
actualización política, sino sólo económica. Es este el gran tema pendiente del
Gobierno cubano, y la principal disonancia entre este y la sociedad cubana,
incluida la Iglesia. Sería deseable que el buen clima de diálogo existente en la
actualidad facilitara, en el futuro, la inclusión de este asunto en la agenda de
debate bilateral.
II. Claves para entender el
proyecto de la Iglesia
En un momento de patente crisis
nacional, cuando la Iglesia ha logrado reconstruir una presencia social efectiva
y un nivel de interlocución con el Gobierno cubano, la visita del papa Benedicto XVI ha
impactado en dos ámbitos claves de la vida nacional: el político y el cultural.
El primero es más circunstancial y efímero: muy pronto se agotarán los
encendidos debates sobre la visita, los groseros ataques contra el cardenal
Ortega y el Episcopado, verbigracia de la gran polarización que vive el país.
Sin embargo, la Iglesia Católica tiene el desafío de convertir el ámbito
cultural en terreno fecundo para proponer a la sociedad cubana una sana
antropología de raíz cristiana, que en diálogo respetuoso con la gran diversidad
de actores sociales y políticos presentes en los escenarios cubanos, propicien
el parto luminoso de una nueva ciudadanía: único camino para construir una
patria incluyente, próspera y soberana.
Sería el momento
oportuno para poder concretar el proyecto vareliano, donde la Fe , la Esperanza
y la Caridad fecundan la esencia misma de la patria: momento hermoso donde
catolicismo y nacionalismo se miran frente a frente. Ha llegado el instante
donde la Iglesia tendrá que optar entre detentar para sí un poder secular, que
la coloca en alteridad absoluta con el Gobierno o, por el contrario, acompañar a
todos los cubanos, piensen como piensen, vivan donde vivan, sean afines o no a
la fe católica-romana, en la doble senda de la transformación personal y en el
sueño de construir una patria “con todos y para el bien de todos”.
En el caso cubano el
catolicismo ha contado siempre con un proyecto secular de nación, cuyas ideas y
construcciones es posible rastrearlas, al menos, desde la primera mitad del
siglo XIX. En la etapa revolucionaria la emergencia de un proyecto nacionalista
católico comienza en la década del 80 con la Reflexión Eclesial de Base y
cristaliza en el Documento Final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC),
con dos actualizaciones posteriores: la carta pastoral El Amor todo lo
Espera (1994) y el discurso del papa Juan Pablo II en el Aula Magna de la
Universidad de La Habana (1998). El texto final del ENEC marca, de forma
programática, los derroteros posteriores de la Iglesia en Cuba. El Dr. Carlos
Rafael Rodríguez se percata de la emergencia de este fenómeno y trasmite la
preocupación gubernamental por ello, según refirió en conversación personal con
un sacerdote habanero en el año 1986. Mención aparte merece el Grupo Orígenes,
cuya producción poética vio la luz en los márgenes de la Iglesia institucional,
y que logró un sólido “acople” de sus presupuestos a la política cultural del
país, pues fue hábilmente instrumentalizado por el Gobierno cubano para operar
su propia transición simbólica tras el colapso del Bloque del Este.
Es por ello que resulta
imposible proponerse entender las claves de la visita de Benedicto XVI tratando
de establecer una ruptura con las líneas estratégicas esbozadas por el papa Juan
Pablo II en 1998. Benedicto XVI ratificó el proyecto dejado a la Iglesia cubana
por su predecesor, e hizo énfasis en aquellas áreas relacionadas con los valores
personales que sostienen a todo proyecto nacionalista católico desde sus bases.
Proyecto que guarda puntos de coincidencia con los presupuestos de la Doctrina
Social de la Iglesia , aunque con otras derivaciones más enjundiosas
provenientes del pensamiento católico del patio.
La expresión más
acabada de los fines y medios de ese proyecto fue proclamada públicamente por
Juan Pablo II en el Aula Magna de la Universidad de La Habana , cuando conminó a
la Iglesia y a todos los nacionales a obtener “una síntesis” donde todos los
cubanos nos sintiéramos identificados. Juan Pablo II, en ese discurso
trascendental, rearticula y relanza -desde claves políticas, culturales y
teológicas más sofisticadas- el legado del ENEC y la propuesta de “diálogo
nacional” realizada por los Obispos cubanos en la carta pastoral El amor todo
lo espera. La necesidad de un diálogo nacional en pos de fraguar un nuevo
consenso político para Cuba, está en la base misma de la propuesta de la Iglesia
Católica a la nación cubana. Juan Pablo II propone un ideario nacionalista
católico signado por la heterodoxia y en cuyo centro gravita la figura del
sacerdote cubano Félix Varela.
Las derivaciones de la
propuesta sociopolítica que marca ese discurso son fácilmente rastreables en
proyectos disímiles que emanan del catolicismo cubano en la década posterior a
la visita papal. Ya desde ese entonces resulta evidente que la imagen de unidad
monolítica que se proyecta desde la Iglesia comienza a contrastar con la
diversidad de voces en el seno de la propia Iglesia. Las claves de esta
propuesta de Juan Pablo II subyacen tanto en la homilética de prelados como el
cardenal Jaime Ortega y monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, como en la idea de
“Casa Cuba” impulsada por monseñor Carlos Manuel de Céspedes (el cardenal Ortega
y monseñor Céspedes han sido los sacerdotes que más se han dedicado a
“desmenuzar” ese discurso, y sus visiones han contribuido a articular las
posiciones del laicado habanero en este sentido), y también en los laicos
impulsores de la tradición demo-liberal del catolicismo cubano, que tuvo en la
revista Vitral su principal exponente en Cuba.
Benedicto XVI ratifica
este camino, ahora complementado por la promoción de temas centrales en la
agenda de la Iglesia : la verdad y la vida, el matrimonio y la familia, la
libertad y la justicia, el diálogo y la inclusión social, el perdón y la
reconciliación. El Papa alemán pone el énfasis en el ser humano, en los medios
más que en los fines. El Pontífice comprende que será difícil transitar este
camino sin potenciar la ética, la espiritualidad y la virtud, pues estos son
elementos indispensables en el empeño de lograr un acercamiento entre actores
sociales diversos, abdicar del odio, desterrar la tentación de encerrarnos en
nuestras verdades e imponerlas a los demás, así como asegurar un compromiso con
nuestra realidad histórica concreta.
No es fortuito que el
padre Félix Varela sea presentado por Benedicto XVI, nuevamente, como el
paradigma para asumir ese camino de transformación personal y social. La vida y
el pensamiento de este sacerdote cubano sintetizan la esencia de esa propuesta
nacionalista, heterodoxa en su universalidad, para Cuba: donde habrá nación en
la medida que desempeñemos el patriotismo, habrá patriotismo en la medida que
ejerzamos la virtud, y habrá virtud en la medida que crezcamos en
espiritualidad. Es por ello que Benedicto XVI asegura que resulta esencial la
libertad religiosa. El Papa reconoce que en Cuba se han dado pasos para que las
iglesias puedan llevar a cabo su misión de expresar pública y abiertamente su
fe. Sin embargo, animó a las autoridades para reforzar lo alcanzado y avanzar
hacia metas más ambiciosas. En este sentido, propone una mayor presencia de las
instituciones religiosas en todos los ámbitos, con un especial hincapié en el
tema de la educación.
Los ejes temáticos
esbozados constituyen, sin dudas, el núcleo teológico, pastoral y político de la
propuesta que hace la Iglesia Católica a la sociedad cubana. Se trata de un
proyecto nacionalista sólidamente articulado, como pocos de los presentes en los
escenarios cubanos. Proyecto heterodoxo que permite “acoples múltiples”, tanto
desde las posiciones disímiles existentes en el seno del catolicismo cubano,
como desde otros sectores de la sociedad cubana. Porque es un hecho constatable
que la Iglesia ha logrado, mediante sus publicaciones, poner ese proyecto en
diálogo con el resto de la sociedad cubana. Diálogo, perdón y reconciliación
allanan el camino que conduce, con la participación de todos los cubanos, hacia
un modelo sociopolítico que preserve lo positivo del legado revolucionario y
permita la convivencia protagónica de las nuevas sociabilidades emergentes.
III.
La Casa Cuba como derivación poética del nacionalismo
católico
Minutos antes de tomar
el avión de regreso a Roma el papa Benedicto XVI expresó: “Concluyo aquí mi
peregrinación, pero continuaré rezando fervientemente para que ustedes sigan
adelante y Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la
justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. El respeto y cultivo
de la libertad que late en el corazón de todo hombre es imprescindible para
responder adecuadamente a las exigencias fundamentales de su dignidad, y
construir así una sociedad en la que cada uno se sienta protagonista
indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria”. Nunca antes un
Romano Pontífice había utilizado, casi literalmente, las coordenadas poéticas de
la metáfora CASA CUBA, para referirse a estas
cuestiones.
Para los laicos habaneros que hemos
crecido al amparo de las Apostillas del padre Carlos Manuel de Céspedes,
las palabras del Papa resultaban familiares. Para este nacionalismo de entraña
católica Cuba comporta una pasión y un delirio, una búsqueda frenética -a la vez
que equilibrada- de la armonía entre elementos nacionales
diversos. Esta necesidad de recomponer lo que
está roto o desgarrado, nace de una antropología convencida de que el ser humano
constituye el centro mismo del Cosmos: el hombre es un tabernáculo sagrado
dotado del don preciado de la libertad. En este nacionalismo de entraña
católica, se equipara el cosmos nacional con una CASA, porque su cimiento nace
de la fraternidad entre sus miembros. En el plano intrahistórico esta visión
poética - la CASA CUBA- asume el rescate de un sentido comunitario para la
nación, a la vez que se yergue como un umbral político equilibrado y racional
por el que vale la pena sacrificarse. Posibilita el nacimiento de una
sociabilidad política que potencia la comunión y el encuentro entre lo
aparentemente antagónico e irreconciliable mediante el diálogo. Implica el
destierro de todo ejercicio de exclusión. Asume a Cuba como la necesidad de
síntesis, de diálogo y de encuentro. En este nuevo cosmos nacional, “el adentro”
y “el afuera”, la Revolución y el Exilio, la teleología y el pragmatismo,
tienen, al menos, la posibilidad de reconocerse como parte de un todo único e
indivisible.
La CASA CUBA, tal y
como la soñamos, trasciende una visión partidista del quehacer político y abre
las puertas a la promoción de una participación fraterna de todos los
componentes de la nación cubana. La concreción política de este anhelo poético
lleva implícita una metodología del encuentro y de la aceptación del otro, que
se yergue sobre el reconocimiento de la dignidad plena del ser humano. De ahí su
catolicidad. Es un proyecto comprometido con la articulación complementaria y
orgánica de toda la diversidad existente en el país. En ese sentido, la
“reinvención” del socialismo cubano no pasa solamente por un criterio de
funcionalidad económica, sino por la posibilidad real de acoger e integrar la
creciente pluralidad de subjetividades presentes en la sociedad cubana. Asumir
este reto lleva implícito el rediseño radical de las instituciones estatales y
de la arquitectura del actual Partido Comunista de Cuba, para que pueda acoger
efectivamente en su seno a toda la diversidad
nacional.
En pleno siglo XXI
tenemos el reto, como nación, de ampliar los horizontes de un imaginario
político que se ha limitado a la defensa de una cuota de justicia social y de la
soberanía nacional, e inaugurar un camino que logre garantizar -junto a estos
logros irrenunciables- el ejercicio de los deberes y derechos del ser humano
como base del proyecto nacional. La decisión de asimilar la “otredad” llevaría
en sí el reto de redefinir los márgenes actuales de inclusión/exclusión en la
participación política de los actores sociales. O lo que es lo mismo, redefinir
radicalmente lo que hemos entendido tradicionalmente por Revolución y
contrarrevolución. Estar a la altura de semejante responsabilidad implica dar
respuestas políticas creativas y audaces, que rompan el canon de lo que hasta
hoy ha sido políticamente correcto en el socialismo insular, y que redunden en
un ensanchamiento del consenso político al interior del país.
De lo que se trata, en
esencia, es de rearticular ese consenso en torno a un orden republicano que sea
capaz de llevar hasta las últimas consecuencias el legado martiano para Cuba:
una patria con todos y para todos los cubanos. Un proyecto que vaya más allá de
una simple restauración del pasado, que sea capaz de impregnar el presente de la
suficiente potencia creadora para construir una Cuba donde quepamos todos,
iguales en dignidad.
Epílogo
Habrá que ver la
capacidad de la Iglesia para seguir desplegando este quehacer, en diálogo
simétrico con el resto de la sociedad cubana. La Iglesia encara el desafío de
acompañar a una sociedad sumamente diversa, en la que van cobrando consistencia
movimientos que defienden agendas relacionadas con temas religiosos,
ambientales, raciales, migratorios, de orientación sexual, de género y
políticos, además de otros que pudieran estar articulándose. Sectores que ven
con recelo una potencial hegemonía social del cristianismo. Está por verse,
además, la disponibilidad del Gobierno cubano de aceptarlo o de acotarlo, de
negociar críticamente sus contenidos múltiples desde los presupuestos de la
tradición laica nacional. Todo ello en medio de la gran polarización presente en
los escenarios cubanos, donde no acaba de vislumbrarse un camino político que
permita el diálogo real entre diversos proyectos de nación. El desafío está
planteado para todos.
(1)
El presente análisis fue publicado
originalmente en la sección Desde la Isla , auspiciada por el Grupo de
Estudios Cubanos, con sede en Washington, y donde participan académicos e
intelectuales residentes en Cuba.
(2) Algunas ideas expuestas en el primer
acápite provienen del texto Cuba espera a Benedicto XVI, realizado en
co-autoría por Arturo López-Levy y Lenier González, y publicado en Foreign
Policy en español.
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