Arnaldo M. Fernández
Nada más que se rebajaron en unos $100 las tarifas consulares de EE. UU. para visas a inmigrantes cubanos con carácter definitivo, el vocero del parlamento castrista, Ricardo Alarcón, anunció «una reforma migratoria radical y profunda en los próximos meses». Así, la próxima invasión demográfica de Castro a EE. UU. parece incubarse por escalada de la inmigración legal, ya que los ilegales muestran marcada tendencia a la baja por mar: de casi 4 mil (2007) a menos de 700 (2011), aunque cierta estabilidad por la frontera de México: entre 7-8 mil anuales (2009-11). La válvula de escape legal tiene que acoplarse mejor con la válvula de entrada de moneda dura por obra y gracia de la «comunidad cubana en el exterior». El Estado totalitario tiene que imprimir cierta racionalidad a los mecanismos puramente sistémicos del flujo de inmigrantes y visitantes, aboliendo incluso la confiscación de bienes para reforzar el prurito de retorno. La colonización del sur de la Florida es clave para mitigar la crisis permanente de la (no) economía en Cuba y otro aniversario de la invasión demográfica desde el Mariel (1980) merece repasar la historia.
Luego de haber anunciado (septiembre 28, 1965) que «cualquier cubano puede emigrar a los EE. UU.», Castro emprendió —primero por mar (desde Camarioca) y enseguida por aire (Vuelos de la Libertad)— su primera invasión demográfica, que sumaría unos 260,561 cubanos hasta 1971. Ya las agencias del condado Dade y del estado de la Florida tenían previsto (junio 12, 1979) que la proporción de fondos federales de asistencia a refugiados bajara del 85% (1979) al 75% (1980) y siguiera en declive hasta llegar a sólo 25% (1983), cuando Castro aprovechó las negociaciones secretas con la Casa Blanca —que cuajaron en Cuernavaca, México (1978)— para encubrir con diálogo y reunificación familiar su jugada magistral de salir de ex presos, presos políticos seleccionados y boat people (procesados en aquel entonces como autores de delito contra la Seguridad del Estado). Al mismo tiempo inició la primera fase de su plan de colonización del sur de la Florida con el montaje de sus quioscos para vender pasajes a los exiliados y cobrarles por mandar paquetes y remesas a Cuba. Este negocio se tornaría más redondo todavía en virtud de la segunda fase del plan: la colonización por asentamiento poblacional.
Al computar (hasta junio 8 de 1979) 1,354 ex presos políticos que habían arribado con sus familias y esperar otros miles, el condado Dade consideró la situación crítica y abogó enseguida por contrarrestar aquel declive planificado de las asignaciones federales. Unos 29,500 cubanos vivían por entonces del Programa de Asistencia a Refugiados. La premisa socio-psicológica o psico-sociológica de que los cubanos se asimilaban a la cultura americana no encajaba bien con que más del 40% de los 450 mil residentes en el condado se reportaba speaking poor or no English, ni con los indicios de alza en el desempleo (9.7%) y baja en el ingreso promedio ($5,424). La mitad de los cubanos ganaba menos de %5,000 anuales y sólo 9.1% mantenía la categoría «Propietarios y profesionales» que habían tenido en la Isla: el 70.1% había pasado a «Operarios». El refugiado cubano típico ganaba por debajo de la media nacional y era casi siete años más viejo, con 2 personas más en su núcleo familiar, que el americano promedio. Y en eso, sobrevino el affaire de la embajada del Perú.
Castro tuvo la ocurrencia de capear el temporal con otra invasión demográfica, que englobaría 2 011 barcos y un avión. Así provocó agudas necesidades de espacios laborales, de vivienda y aun penitenciarios, sobre todo en la Florida, por simple evacuación de 125,266 cubanos de los espacios de igual índole en la Isla. Tan sólo en mayo de 1980 entraron 88,817 cubanos al condado Dade y desquiciaron para siempre su composición de 49% de blancos, 16% de negros y 35% de hispanos (Metro Dade County Planning Department, 1979). En Tamiami Park se abrió (abril 21, 1980) un centro de procesamiento 24/7 para pasarlos por el tamiz del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), tomarles huellas dactilares, radiografiarlos y entregarlos a familiares, amigos o patrocinadores. Más de 1,500 voluntarios contribuyeron a agilizar los trámites, que a partir de mayo 9 de 1980 prosiguieron en un viejo hangar cerca del aeropuerto de Opa-Locka.
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