Reproduzco el post de Miriam Celaya que desde Cuba aborda el asunto con la seriedad que merece. [negritas -lg]
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Fantasías y realidades de una “rebelión” virtual
La propuesta más fuerte parece proceder de dos cubanos residentes en Europa, quienes han lanzado una convocatoria a dicho alzamiento, cuya fecha de inicio sería presuntamente entre el 19 y el 26 de febrero, avisada por ellos mismos a través de redes sociales de Internet (Facebook o Twitter). El revuelo que ha concitado esta propuesta en los medios interesados en la situación cubana –principalmente en La Florida, pero también en algunos espacios de Europa– obliga a reflexionar en torno al tema. El momento es oportuno para establecer ciertas consideraciones que, sin dudas, los más apasionados “pro-levantamiento” no compartirán.
Pasemos discretamente la hoja sobre el hecho de lo cuestionable que resulta convocar a manifestaciones de civiles en Cuba desde el extranjero, habida cuenta de que los autores intelectuales (o “ciber Mesías”, como corresponde a la era de la informática) no nos han confirmado que desembarcarán en la Isla para ponerse al frente de la imaginaria revuelta; ergo, la carrocería para la masacre la pondríamos aquí dentro. Perdonen los lectores que han colocado su sana fe en este nuevo “¡ahora sí!” que nos llega desde la distancia, pero si no fuera tan serio el asunto, resultaría incluso risible. Solo miremos algunos pequeños detalles, como la circunstancia de que en Cuba prácticamente no hay acceso a Internet ni son muy numerosos los cubanos con acceso a las redes sociales. Esto hace casi imposible que la liberación democrática se inicie por vía virtual, ya sea desde los ordenadores –o quizás simplemente desde los móviles– de nuestros aguerridos ciber líderes del momento.
Obviemos también esa nimia circunstancia (me refiero a nuestra orfandad informática), supongamos gentilmente que llegara una “orden de alzamiento”, aunque fuera –en un ataque de nostalgia mambisa– enrollada dentro de un tabaco, y analicemos su impacto objetivamente, no a partir de nuestros anhelos y esperanzas, sino de la realidad cubana. Es cierto que en Cuba existen prácticamente todas las condiciones para que se produzca un estallido social: persistencia de una dictadura que detenta el poder hace más de 50 años, crisis económica permanente como resultado del fracaso del sistema impuesto, población cuya mayoría sobrevive en el equilibrio precario entre la pobreza y la miseria, pérdida de fe en el gobierno, incertidumbre ante un futuro potencialmente devastador, y un extendido etcétera que casi todos conocemos. Paradójicamente, en nuestra Isla la ausencia de una manifestación de protesta generalizada no se debe a las condiciones que existen, sino a las que NO EXISTEN y resultan determinantes:
- No contamos con organizaciones de la sociedad civil independiente capaces de coordinar dentro de Cuba un alzamiento de tal naturaleza.
- El pueblo cubano, desconocedor hasta de sus escuálidos derechos y generalmente apático, está indefenso ante la maquinaria represora de un régimen entrenado en la resistencia para retener el poder, poseedor de un eficiente aparato represivo, de los medios masivos de difusión y avezado en la tergiversación de los hechos. No existe, entonces, un vehículo efectivo para tejer a corto plazo una red ciudadana capaz de paralizar el país y obligar al gobierno, no digamos a la renuncia, sino tan solo a la negociación en busca de un pacto. Esto es tan cierto, que todavía permanecen en prisión casi una decena de los presos políticos que, en virtud del compromiso gubernamental, debieron quedar en libertad desde noviembre último.
- Al contrario de lo que sucede en Egipto, por citar el ejemplo más conspicuo, en Cuba no se conoce un programa opositor capaz de presentar resistencia efectiva al gobierno (traducida esta resistencia en acciones positivas). Los partidos de oposición de nuestro país, en caso de un levantamiento, no pueden ofrecer al pueblo las garantías mínimas de orden social ni las propuestas de pactos que contemplen los intereses más generales para impulsar un cambio hacia la democracia.
- El pueblo cubano, en su gran mayoría, no conoce los partidos de oposición, a sus miembros ni a sus plataformas (en los casos que las tengan), como tampoco el trabajo de los periodistas independientes y de los bloggers ha logrado difundirse suficientemente en la Isla como para influir en la opinión de “las masas”. No por gusto el gobierno mantiene un férreo monopolio sobre los medios.
- No existe siquiera un paquete de reclamos populares, debidamente estructurado o al menos arraigado en el espectro social, que logre reunir a una amplia masa de sectores sociales diferentes dispuestos a enfrentar las consecuencias de una rebelión, supuestamente pacífica.
-Atendiendo a otras consideraciones, lo más probable en nuestro caso es que las filas de los “alzados” se nutran de una parte de los opositores y disidentes en general, quienes representan al limitado sector realmente determinado a enfrentar a las autoridades, lo que daría al gobierno una oportunidad dorada para encerrarlos –bajo el cargo de “intento de subvertir el orden” u otro similar– y así debilitar los focos de resistencia al interior del país. Sería un golpe demoledor para la incipiente sociedad civil independiente en un momento en que crecen los sectores inconformes de la población, comienza a surgir un consenso popular espontáneo sobre la necesidad de los cambios y empieza a formarse el caldo de cultivo necesario para orientar esos sentimientos de frustración e insatisfacción en pro de conquistas democráticas para los cubanos.
Podríamos citar otras muchas circunstancias que atentan contra el éxito de este controvertido alzamiento “pacífico”, como es el rencor largamente acumulado en la sociedad, fruto de las políticas de diferenciación, vigilancia mutua, delación y desconfianza entre los cubanos, que ha sembrado sistemáticamente este régimen a lo largo de medio siglo. Una revuelta popular en Cuba, sin fuerzas cívicas reconocidas o medios que controlen llamando al orden (como felizmente sí los tuvo, por ejemplo, el proceso polaco y hasta el rumano), con seguridad desembocaría en actos de violencia, ajustes de cuentas, saqueos y destrucción semejantes a los que protagonizara la Revolución de Haití hace 200 años; con la subsiguiente destrucción final y posiblemente el fin de la Nación. Porque terminaría en eso: una rebelión de esclavos desbocados, ciegos y sin orden; la condición a que nos ha reducido la dictadura en virtud de la proverbial indiferencia de generaciones de cubanos. No existe hoy por hoy razón alguna para sentirnos superiores a los haitianos de entonces; y tampoco contamos con la sólida tradición cívica nacional de los polacos ni con la autoestima y conciencia de los egipcios, capaces de proteger –en medio de las protestas y de la violencia derivada de los enfrentamientos entre grupos rivales– los tesoros de su rico patrimonio histórico-cultural.
No quiere decir todo esto que en Cuba no sea posible un estallido social. Lamentablemente la realidad indica que el país se encamina hacia un peligroso punto de choque. No es casual que ya se hayan estado produciendo algunos focos de rebeldía en regiones puntuales. Son éstas las primeras señales prácticas del estado de inconformidinconformidad general que deberá agravarse a medida que se cumpla el plan gubernamental de despidos, la supresión de “subsidios” y otras carencias que ya se avizoran en el panorama a mediano-corto plazo. Tampoco es casual que el gobierno esté preparando intensamente fuerzas antimotines, equipadas con nuevos armamentos y técnicas recientemente adquiridas.
Pese a todo, soy de quienes insisten en buscar soluciones pacíficas y negociadas a los conflictos. Creo que es preciso seguir presionando sobre las grietas del régimen, establecer puentes con los sectores más favorables a los cambios organizados, sacar ventaja de las debilidades del sistema y procurar ampliar en todo lo posible los espacios cívicos, porque sin ciudadanos ningún cambio democrático en Cuba será posible ni permanente. En esto juegan un papel importante los cubanos que viven en democracia fuera de la Isla y también los que hemos encontrado la libertad al interior de nosotros mismos. Alguien dijo una vez, magistralmente, que en las guerras solo hay perdedores. Yo añadiría que en los diálogos y en las negociaciones solo hay ganadores.
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