¡Cuidado con lo del modelo y las aclaraciones!
Eugenio Yáñez/
Cubanálisis-El Think-Tank
Antes del muy enrevesado auto-desmentido muchos se apresuraron al ver la opinión de Fidel Castro sobre el fracaso del modelo cubano como luz verde para planes de cambio de su hermano Raúl Castro.
Nadie preguntó si sería lo contrario: si el Comandante creería que el modelo que no funciona es el del hermano, sin batalla de ideas, escuela en el campo, grupo de apoyo, microbrigadas, internacionalismo, médico de la familia, y otros tantos planes faraónicos inventados durante casi medio siglo.
¿Descabellado? Solamente para quienes no quieran entender. Desde hace muchísimos años aprendimos que para analizar el tema cubano en profundidad no se puede bailar con la música que toca Fidel Castro.
Ante cada una de sus veleidades, que no son pocas, lo primero que hacemos es no precipitarnos para responder, ni consideramos necesario que haya que hacerlo cada vez que el viejo dictador se expresa, oralmente o por escrito. Así hicimos cuando comenzaron sus Reflexiones, y esa ha sido siempre la política de Cubanálisis-El Think-Tank.
Esta vez, la única que mencionaba el tema cubano en los últimos cuatro años, sin dudas, al decir el tirano que el modelo cubano no funcionaba ni siquiera para el régimen, se trataba de algo que requería profundo análisis y comentario, pero de ninguna manera precipitación o desconcierto: quien llena al tope la Plaza de la Revolución en La Habana lo mismo para Leonid Brezhnev que para el Papa Juan Pablo II, o llama a los chinos “mandarines de Pekín” para posteriormente abrazarse con ellos, no debería sorprender a nadie cuando dice algo inesperado para los que no saben lo que esperan.
La noticia corrió por el mundo en minutos y muchos, demasiados, se sintieron inmediatamente obligados a expresarse sin muchos más elementos. Alguien dijo hasta que “el caballo pestañeó”. Hubo quien quiso ver en la declaración un rapto de sinceridad senil.
Otros quisieron ver una autocrítica honesta y la aceptación –al fin- del reconocimiento del fracaso. Y muchos comenzaron a polemizar sobre si era o no la luz verde para que Raúl Castro comenzara un supuesto proceso de tímidas reformas.
En la precipitación, obviaron más de un aspecto fundamental.
¿Cómo se mide un fracaso? Supuestamente, cuando los resultados no se corresponden con los objetivos.
Sucede, sin embargo, que el desastre de la economía y la ruina de la nación cubana no son ningún fracaso de los objetivos programáticos de Fidel Castro, porque la prosperidad del país y la felicidad de los cubanos no fueron nunca sus objetivos: el único fue siempre, desde el primer momento, mantenerse en el poder a toda costa, de manera vitalicia.
Y con ese objetivo en su mente iluminada y superior, la destrucción de la nación y el empobrecimiento de todos los ciudadanos, la diáspora de millones de hijos del pueblo, las prisiones abarrotadas, el paredón de fusilamiento, y la desaparición de todas las libertades y esperanzas, como en el Infierno dantesco, son vistos por el Comandante, cuando más, como “daños colaterales”, pero nunca como fracasos, y siempre bajo la óptica de “convertir el revés en victoria”.
Visto así, la peculiar declaración del tirano al periodista norteamericano Jeffrey Goldberg no merecería el aspaviento que festinadamente provocó. Que Goldberg, un periodista extranjero, por muy lúcido que pueda ser, haya visto un reconocimiento del fracaso del castrismo sería comprensible, así como que la llamada “especialista” Julia Sweig no hubiera comprendido la malvada sutileza del tirano (pocas veces la comprende realmente), pero que a muchos “expertos” del tema cubano les pasara por delante tal declaración sin preguntarse cuales serían los criterios para medir el fracaso, antes de comenzar a expresar conclusiones temerarias, es realmente muy desafortunado.
Siempre resulta demasiado peligroso querer saberse las respuestas antes de conocer las preguntas.
Porque en este caso, aunque no haya sido la intención, la línea de razonamiento que identifica la referencia de Fidel Castro al fracaso del modelo con la realidad de una nación completamente en ruinas en estos momentos, significa otorgarle al dictador, y todos los históricos que han destruido al país, intenciones de progreso, prosperidad, unidad nacional y paz ciudadana que nunca pretendieron.
Las leyes de reforma agraria de 1959 y 1963, las nacionalizaciones de los años sesenta, la “ofensiva revolucionaria” de 1968, la zafra “de los diez millones” en 1970, la “institucionalización” y el “sistema de dirección y planificación de la economía” en 1976, el “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” en 1986, o el “período especial” comenzado en los años noventa y que perdura hasta nuestros días, no fueron nunca proyectos de desarrollo económico y social del país, sino coartadas para desbaratar el Estado de Derecho, ningunear a la sociedad civil y las instituciones nacionales, imponer la voluntad sin límites del caudillo, y mantenerse en el poder toda la vida.
Y hay que reconocerlo, el proyecto, desde ese punto de vista, le ha funcionado de maravillas al tirano.
¿Por qué razón debería Fidel Castro reconocer un fracaso en ese sentido, él, que llegó al poder a los treinta y tres años de edad, pretendiéndolo para toda la vida, y al cumplir ochenta y cuatro sigue estando por encima de lo humano y lo divino, continúa siendo el hombre fuerte del país –los cargos no importan- y haciendo lo que le da la gana?
Visto desde esta perspectiva, el desastre nacional no tiene que ser visto como un fracaso por el propio Fidel Castro, sino todo lo contrario.
La semana anterior, en el análisis “El golpe de estado mediático de Fidel Castro”, alertábamos sobre los problemas que estaba generando al llamado general-presidente la desmedida ambición de protagonismo del viejo dictador:
¿Cómo podrá hacer creer a la nomenklatura, los cubanos y los gobiernos extranjeros, que es él quien realmente está a cargo del gobierno cubano, mientras el hermano mayor sigue haciendo y diciendo lo que desea, cuando y donde le da la gana, mientras que al mismo tiempo le ignora olímpicamente y le serrucha el piso continuamente?
¿Cómo podrá el general-presidente intentar, en estas condiciones, sacar al país del atolladero sin que peligre su poder y todos los privilegios de la gerontocracia?
En estas circunstancias, era mucho más razonable preguntarse a qué modelo se refería Fidel Castro hablando con el señor Goldberg antes que comenzar a expresar conclusiones a diestra y siniestra razonando con una lógica que no tenía nada que ver con lo que había sucedido. Y no debe olvidarse que el concepto de modelo se utiliza en el raulismo neocastrista, pero nunca fue común en tiempos del fidelismo.
Porque no puede obviarse que, en la Cuba que hoy gobierna con muchas limitaciones y temores Raúl Castro, han sido retirados de la circulación innumerables proyectos del Comandante, no por discrepancias conceptuales entre los hermanos ni por una vocación reformista o democrática que nunca ha demostrado el general, sino por económicamente insostenibles, ineficientes, absurdos e irrelevantes: la batalla de ideas, la escuela en el campo, el grupo de apoyo, las microbrigadas, el internacionalismo, el médico de la familia, los contingentes de constructores, los discursos kilométricos, las continuas marchas del pueblo combatiente, la revolución energética, la universalización de la enseñanza, y hasta el mismísimo patria o muerte para finalizar todos los discursos.
El modelo de Raúl Castro no es del agrado del tirano, pero no porque mantenga a los cubanos sin libertades, en la miseria y la desesperación, sin esperanzas, ambiciones o ilusiones, y sin posibilidad de solución para ninguno de los grandes problemas del país: eso no le importa, para él es lo de menos, si acaso “daño colateral”. Nunca un fracaso. Pero, a la vez, no confía en más nadie, nadie, para darle la tarea de asegurar que perdure el castrismo y su mítica y falsa imagen más allá del inevitable funeral.
Lo que realmente disgusta y preocupa al Comandante es que la irresolución, ineptitud y titubeo de su hermano menor, creando, a falta de soluciones realistas, ilusiones de debate popular y reformas imprescindibles, de conjunto con la más profunda crisis económico-social en la historia de la nación cubana, la ya inocultable bancarrota de la economía, la falta de carisma para movilizar a los cubanos, y el absoluto deterioro de la imagen exterior de David frente a Goliat tras la muerte de Orlando Zapata Tamayo y las imágenes de la represión contra Las Damas de Blanco, está conduciendo aceleradamente al país a una situación incontrolada e incontrolable, una situación, como se diría en medicina, de pronóstico reservado, que no hay manera de saber con certeza a donde pueda derivar, y eso el Comandante no está dispuesto a permitirlo bajo ninguna circunstancia, por dos razones muy evidentes y a las que teme como el Diablo a la Cruz:
- Porque esa permanente vacilación verdaderamente podría poner en peligro el poder vitalicio que considera que le corresponde por derecho revolucionario y natural, y
- Porque pondría en peligro su legado revolucionario, que él desea embellecer a toda costa, así como las posibilidades del recuerdo eterno a lo Mao Tse Tung o a lo Kim Il Sung, y hasta del fastuoso funeral que se avecina.
Y de esas cosas no habla el Comandante ni jugando. Nunca.
Por eso la declaración del tirano al periodista parece mucho más un cocotazo público al hermano timorato (desaparecido de la escena para poder dejar las candilejas al viejo dictador que no se resigna a su ocaso) que un desliz o una imaginaria luz verde para algo, y mucho menos un rasgo de sinceridad senil, sinceridad imposible para el Comandante.
Fidel Castro, por otra parte, se niega a reconocerse decadente o limitado, porque eso debilitaría su imagen revolucionaria y su desmedido ego y ambición. La senectud y la decadencia son algo que deja para los mortales, nunca para elegidos como él.
Por las razones que sea, muy poco tiempo después de publicada la información en toda la prensa mundial, lo que era lógico, (con excepción de la prensa oficialista cubana, que no ha dicho ni una palabra sobre el asunto, más allá de la versión aclaratoria del patriarca en su invierno, más que su otoño), el tirano se retractó y quiso dar su versión de la realidad.
Lo hizo durante otra actividad de tergiversación de la historia y auto-embellecimiento de su imagen, al presentar la segunda parte de sus libros de amnésicas memorias, contando la historia a su manera y sin posibilidad de apelación.
Forzando el tema donde no cabía, leyó una declaración en la que hacía referencia a varios momentos de sus palabras en la entrevista, que ahora se empeña en negar con los más pobres y absurdos argumentos. Dejando de lado sus quejas sobre muchas otras malas interpretaciones, destaquemos lo que dijo sobre el modelo cubano:
“En otro momento de la conversación Goldberg cuenta: “le pregunté si él creía que el modelo cubano era algo que aún valía la pena exportar.” Es evidente que esa pregunta llevaba implícita la teoría de que Cuba exportaba la Revolución. Le respondo “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros.” Se lo expresé sin amargura ni preocupación. Me divierto ahora al ver cómo él lo interpretó al pie de la letra, y consultó, por lo que dice, con Julia Sweig, analista del CFR que lo acompañó, y elaboró la teoría que expuso. Pero lo real es que mi respuesta significaba exactamente lo contrario de lo que ambos periodistas norteamericanos interpretaron sobre el modelo cubano”. [El subrayado es nuestro].
Ahora resulta que no barbarizó, sino que lo malinterpretaron (la culpa siempre la tiene otro).
Alguien que se quiere considerar a si mismo serio y de respeto pretende contar ahora que lo que dijo a un reconocido periodista extranjero significaba exactamente lo contrario de lo dicho, váyase a saber por qué oscuros mecanismos de su cerebro cargado de odios, tergiversaciones y conspiraciones.
Tal vez creyó que la entrevista la había realizado alguno de sus adláteres como Randy Alonso, una periodista tan insulsa y torpe como Juana Carrasco, o uno tan indefinible como Luis Sexto, o quizás que habría sido un mercenario extranjero al servicio del régimen, disfrazado de periodista, como el mentiroso Jean Guy Allard.
Sin embargo, su entrevistador, el reconocido periodista norteamericano Jeffrey Goldberg, de The Atlantic, sin dejarse para nada intimidar por el tirano manipulador, publicó en su blog una respuesta cuidadosa, y hasta amable, pero lapidaria:
"Ante todo, muchas gracias, Fidel, por sus amables palabras. Segundo, lamento decirlo, pero la expresión 'el modelo cubano no funciona ni siquiera para nosotros' significa 'el modelo cubano no funciona ni siquiera para nosotros'.
Fidel dice que su respuesta significa “exactamente lo opuesto” de lo que Julia Sweig y yo le escuchamos decir. Simplemente, como experimento de lenguaje, ha aquí como sería lo opuesto a su declaración: “El modelo cubano funciona tan bien para nosotros que queremos exportarlo”. Pero eso no fue lo que él dijo.
Ustedes ya leyeron lo que dijo. Y no estoy seguro cómo esta declaración -reproducida fielmente, según reconoció Fidel- podría significar otra cosa de lo que significa''.
No hace falta más para ponerlo todo en su lugar sobre la supuesta mal-interpretación de sus palabras. Así las dijo, aunque después pretendiera convencer de que significaban exactamente lo contrario: dialéctica de caudillo sin escrúpulos.
La telenovela “La resurrección del Comandante” no termina de ninguna manera en este capítulo, y son de esperar muchos más, mientras respire, posiblemente con mucho mayores enredos en la trama. ¿Qué no haría el Comandante por su gloria personal?
Los precipitados que bailan inmediatamente con cualquier música del tirano, tan necesitados de sus quince minutos de fama, seguirán corriendo el riesgo de hacer más papelazos, pero eso es algo que no podemos evitar.
Naturalmente, en nuestras páginas reprodujimos ese mismo día la noticia de la declaración del tirano cuando se produjo, como algo que se debía seguir de cerca.
Sin embargo, en Cubanálisis-El Think-Tank, aunque nos equivoquemos como seres humanos, seguiremos comprometidos con nuestros lectores, como siempre, a no buscar “primicias”, no suscribirnos jamás, en ninguna circunstancia, al “palo periodístico” del momento, y evitar por todos los medios conclusiones que no hayan sido analizadas desde todos los ángulos, hasta donde eso sea posible.
Mucho más comprometidos con evidencias profesional y realmente analíticas que con nuestros propios deseos.
Aunque no le guste al régimen ni a sus simpatizantes, declarados o enmascarados, que pululan en cualquier lugar del mundo.
Porque para eso existimos. Y seguiremos existiendo.
Al fin y al cabo, hay una evidente diferencia entre reproducir noticias y analizar información.
Y eso es lo que nos hace posible cada día establecer la diferencia.
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